Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Fin de trayecto. Tercera parte. Capítulo 24

Viernes, nueve de septiembre de 1988.
Amanecer.

He pateado tanto la ciudad hostil, que cada día que pasa, llego más cansada a la pensión. Durante este tiempo, te he abandonado. La razón real del abandono ha sido, pura y llanamente, que acabo literalmente destrozada y no tengo fuerza ni para abrirte. Y por las mañanas, además de lo que me cuesta despertarme, quiero salir muy pronto, para buscar un trabajo.

Pero, a medida que han pasado los días, ha aumentado el agobio. Noto que cada día me despierto un poco antes, aunque la fatiga sea la misma. Noto que duermo un poco peor. Tengo menos apetito. Estoy más irascible. Y hoy la desesperación ha aumentado de forma evidente. Estoy desesperada y mi único refugio son tus páginas. Tan desesperada estoy, que a pesar de lo temprano que es hoy (apenas ha amanecido), ya estoy levantada. Siento que mi ánimo se comporta como lo hacía los últimos días de julio en Euritmia, cuando la aventura sólo era una idea. Ahora es una necesidad. Aunque estoy al borde de la derrota.

La soledad es mala compañera para la supervivencia, probablemente una de las peores, sino la peor, aparte de la enfermedad, claro. Aleja de mi latido, la esperanza de un mañana más tranquilo y mejor. Aunque los problemas fueran los mismos, si estuviera con alguien las cosas se podrían ver de otro modo. No sé, quizá otros ojos lo vieran de otro modo. Por lo menos tendría un hombro en el que apoyar el agotamiento. Y podría, al tiempo, ofrecer el mío para que descansara cuando fuera necesario. En fin, una meta común. Un horizonte compartido.
¿Por qué me dejaste tirada como una colilla, Joaquín? Ahora recuerdo lo que pronosticó Laura, y, por desgracia, tenía razón. O, por lo menos, los hechos se la han dado

Me la he jugado y perderé. Pero no pienso dar a torcer mi brazo, de momento. No puede ser tan fácil para ellos vencerme. Me imagino que las batallas que ganaban los habitantes de una ciudad asediada era porque se armaban de paciencia hasta en las entretelas del respirar, y aprovecha-ban el primer error del adversario, aunque también debieran contar con que el tiempo era su mortal enemigo. Ella, mi madre, ha planteado una batalla de supervivencia. Ella, mi madre, no va a ceder ni un solo milímetro de su espacio conquistado. Pero yo tampoco. Quizá ella esté esperando que aparezca cabizbaja en su presencia y le pida perdón. Pero puede esperar sentada, que si no, se va a cansar.
Sé que la boca del lobo se abre con más fruición en espera de la tierna presa que deglutirá. Casi siento cómo ensaliva, casi me llega su humedad. Pero es igual, no me rendiré. Me tendrá que cazar, o tendré que caer en su trampa, pero no me entregaré… Volviendo al símil de la partida de ajedrez, mi enroque ha dejado la partida con muy malas perspectivas para los dos bandos. Ellos siguen sólidos en sus posiciones, pero no me encuentran. Yo estoy a salvo de su ataque directo, pero no tengo casi salida, pues mis piezas más importantes las he sacrificado ya.

Como imaginé el último día que escribí algo, esta ciudad se ha convertido en un cementerio para mí, o eso creo. A lo lejos diviso crisantemos blancos que me acechan. La rendición será total, pero no porque me venzan, sino porque solo han de encontrar los despojos de mi persona, suponiendo que no hallen únicamente el eco de sus voces como respuesta a las preguntas que me quieran dirigir.

Vale ya de disgresiones. La situación es ésta, querido diario: hoy es el último día que tengo pagada esta pensión. Me quedan cuatro mil pesetas, más la calderilla. Después de aquella primera semana que me pagó Elena, Isabel, conmovida, supongo, decidió regalarme el alojamiento, siempre y cuando no comiera en la pensión y compartiera el cuarto con una de sus sobrinas. Es decir, que me ofreció refugió. Como es obvio acepté. Total con las pelas que me dio Joaquín comería, aunque fuesen bocatas y platos del día... Esta última semana la he pagado yo, pero claro, exigí mi habitación particular. Sólo faltaba. Ya no soy refugiada, sino huésped.

Todo ha sido fracaso tras fracaso. Y herida tras herida. Parece una táctica combinada de ataque y derribo. No se cansan de perseguirme. No sé con qué intención lo harán, quiero imaginar que la mejor para mí, se-gún ellos, pero me están convirtiendo en una proscrita.
El acoso que están haciendo desde mi casa, a través de la prensa es terrible. Creo que todo el mundo me reconocerá, hasta los mendigos. Cuando compro el periódico, arma fundamental para mí, es raro que no me vea en alguna información. Todo sigue igual. Lo único positivo es que la prensa ya se está cansado. Cuando una noticia de este tipo no se resuelve, lo normal es que se diluya en el olvido. Desde esa perspectiva, mi situación ha mejorado sustancialmente. Ya no hay titulares escandalosos. Ya no hay declaraciones altisonantes. Los textos son cada vez más lacónicos e inexpresivos. Sin embargo, como hoy, aparecen testigos que me han visto en Elda, otros en Sitges, otros en La Toja… ¡Qué sé yo!, creo que me han visto en toda España. Hoy, según este periódico, alguien ha dicho que me han visto en Santillana del Mar, Cantabria. Lo cierto es que no me importaría estar allí, pero estoy aquí. Cuando aparece una declaración de este tipo, es como si atizaran las brasas de una chimenea, siento que se reavivara todo el asunto, y justamente eso es lo que no quiero. Menos mal que nadie me ha visto en Madrid. Ese día sí me asustaré. Si es que me puedo asustar más de lo que estoy.

Este es el otro sentimiento que me invade. Cada día tengo más miedo. Cada vez me siento más desprotegida, más vulnerable. Me da miedo enfrentarme con lo que me rodea, a veces, pavor. Por una parte, pienso que me pueden reconocer y se acabará mi historia, un telefonazo a la policía y punto final. Por otro lado, me planteo que, si saben mi problema, si alguien me quiera hacer daño me podrán atacar mejor, pues estoy más sola y sin barreras defensivas. Vamos, que soy una fácil presa. O dicho de otro modo, algún avispado puede convertir en realidad la situación imaginaria que mi familia ha vendido a la prensa como realidad, es decir, podría ser víctima de un secuestro, buscando que sé yo qué cosas. Se oyen tantas cosas por ahí.
Creo que la mejor comparación de mi estado de ánimo es la de la presa que se sabe presa. Que sabe que el depredador está ahí mismo. Aunque no le ha olido todavía. Aunque no ha visto el brillo siniestro de sus ojos inyectados en sangre por el deseo descontrolado de la caza. Aunque no ha oído el ruido de sus pisadas. Aunque, en definitiva, ninguno de sus sentidos le haya hecho presente, corpóreo, sabe a ciencia cierta que está al acecho, esperando el primer error, el primer descuido, el pri-mer movimiento en falso para abalanzarse y morder justo a la altura de la yugular, donde ya nada tiene remedio.

Cómo añoro los días que pasé con Joaquín: el descubrimiento del amor en su totalidad, ¡qué pasión, qué amor, qué libertad! Algo así será una luna de miel, digo yo. Pero, ahora que amanece, que Madrid se des-pereza y pone enfuncionamiento el complicado engranaje de su estructura infinita, añoro su presencia fuerte y sólida, sobre todo, porque no me sen-tía sola, porque no tenía miedo, porque en el horizonte siempre había un rayo de luz, aunque estuviera repleto de nubes, o la tormenta ya hubiera estallado sobre nuestras cabezas. Porque en ningún camino se levantaba un muro que impidiese seguir por él. En definitiva, porque la angustia era de los otros. Me viene a la memoria aquella tarde en la que, contemplando el acantilado, lloré tanto sobre su hombro dolorido por las quemaduras del sol.
Esto de aquí y de ahora es otra clase de opresión. Quizá, incluso, empieza a ser peor que la de mamá. Al menos, en casa me garantizo una existencia muelle: lecho, comida, un entorno, sino afectivo, sí lo suficientemente cercano como para suplirlo más o menos...
Madrid es otra cosa. Aquí nadie regala nada a nadie. Ni un pedazo de pan. Salvo que el dinero vaya por delante para pagarlo, ninguna de las innumerables posibilidades que te ofrece esta ciudad te será dada. Y si no alcanzas alguna de esas posibilidades, tampoco tendrás dinero. Vamos, la pescadilla que se muerde la cola.
Por desgracia, el poco que tenía y el poco que Joaquín, en un arrebato de generosidad completamente desconocida en él, me había dejado debajo de la nota de despedida, está a punto de acabarse, literalmen-te hablando.
He aprendido una cosa en estos días: si no hay dinero no me quedo. Para morirme de asco tirada en mitad de la calle, prefiero humillarme en mi casa. Si acaso, puedo permitirme pagar un par de noches, y ver si Isabel, o alguien de la pensión, me fía algún día más. Si no, se acabó.


Estos días han sido fracaso, tras fracaso. He intentado prácticamente todo. Me he presentado a la selección de personas para repartir propaganda, a los que necesitaban aprendices de lo que fuera, para dar clases particulares, de camarera, de repartidora a domicilio, para cuidar niños, enfermos, personas adultas, para la limpieza... Me ha dado igual. En algunos casos solicitaban directamente, tener cumplidos los dieciocho. En otros, necesitaban la autorización paterna, otras veces me reconocían, otras no cumplía algún otro requisito. Pero la mayoría de las veces, la falta de autorización paterna era la clave del asunto. Rogaba y rogaba. Enseñaba el DNI. Nada era suficiente. La gente no quiere líos. Algunos me miraban extrañados. No comprendían que no estudiara, que me estuviera buscando trabajo con tanto ahínco. Pensaban que ocultaba algo, o que tramaba alguna cosa.

En fin, que siempre había alguna razón para que no me dieran el anhelado puesto de trabajo. Lógicamente, no podía contarles mi historia. Hubiera puesto las cosas peor.

He de volver a la calle, querido diario.

Espero que hoy sí sea mi día de suerte.

(Continuará...)

6 comentarios:

Flamenco Rojo dijo...

"Si no hay dinero no me quedo. Para morirme de asco tirada en mitad de la calle..." Buena decisión de Mila. Ya veremos si lo lleva a cabo o sólo ha sido un desfallecimiento.

Ahí seguimos...esperando acontecimientos.

Un fuerte abrazo.

catherine dijo...

recopilo unos renglones tuyos:
"Mis piezas más importantes las he sacrificado ya.
Soy una fácil presa,... el depredador....está al acecho."
A ver si es su día de suerte.

Unknown dijo...

Al final comienza a dar muestras de sedimento, la testaruda y determinada Mila, pero en este capítulo casi me conmueve, quizàs porque existen situaciones que dificilmente no nos conmueven.
Un fuerte abrazo.
Leo

Isolda Wagner dijo...

Tenemos a Mila instalada en la cruda realidad. La hemos visto madurar aún más, por días.
Este diario es un compendio de sentimientos maravillosamnete escrito. Catherine, como siempre ha sacado la esencia de la jornada.
Un beso para Amando y otro para nuestra Mila.

Marina Filgueira dijo...

Un tramo de letura muy interesante Amando. Pues... Mila, se "fijó una meta" pero comienza a seguir otra. Ella planeó un vuelo- y ahora tiene que recortarlo, es una prueva en su vida, que tendrá que encarar.
La soledad los días sin compañía de Juaquín... eso no será una rutina, sino una esperiencia más, de las que ha tenido, y, ¡las que pasara! Un puñado de besos para todos vosotros.

Ángeles Hernández dijo...

Supongo que habrá algo que le haga cambiar de idea cuando se acabe el dinero pero, ateniéndome a este capítulo, no acabo de ver a Mila muy reflexiva, solo derrotada y como siempre, mirando a su ombligo: su relación con su madre y su abuelo en un extremo y Joaquín en el otro.

Todavía he de leer hoy dos capítulos, seguro que encontraré alguna sorpresa.

Un abrazo Á