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Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

sábado, 30 de octubre de 2010

Fin de trayecto. Segunda parte. Capítulo 18 (continuación)

Jueves, cuatro de agosto de 1988.
Madrugada.
A mitad de la mañana nos hemos tomado una cerveza en uno de los chiringuitos del paseo marítimo. Al ver el teléfono he pensado en llamar a Laura. Tenía la idea clara desde la otra noche que lo tenía que hacer sin falta. Era una mala hora. Joaquín me lo ha advertido. Nadie ha descolgado el aparato que sonaba al otro lado, en Asturias.

Hemos pensado que, para ser el primer día, no debíamos bajar a la playa por la tarde, pues podríamos acabar muy mal.
A aquellas horas, los hombros, la espalda y las piernas de Joaquín desmentían nítidamente sus teorías sobre la fortaleza y curtido de su epidermis. El desmentido era de color grana, acangrejado, y por sus reacciones, bastante molesto. Me he tomado la revancha, con caricias esporádicas y casuales, con roce de uñas no menos casual y palmadas afectuosas y potentes, de camarada. Su gesto se torcía por el dolor, pero él, muy macho, no decía nada, solo faltaba. Aguantaba con estoicismo mediterráneo. Cualquier cosa menos reconocer que se había equivocado. He tenido misericordia de él. Hemos vuelto al hostal.
Después de una buena ducha, y de haberle cubierto materialmente todo su cuerpo de crema hidratante, incluso las partes no afectadas (ya me entiendes mamá, aunque no hemos pasado de ahí, pues tres en una mañana no está mal), hemos comido en un pequeño bar restaurante del centro del pueblo.

He llamado otra vez a casa de Laura. En esta ocasión sí que estaba.
— ¿Qué tal Laura?
— Muy bien. ¿Cómo os van las cosas?
— Fantástico. No te puedes hacer una idea. Ya te contaré, y te pondré los dientes largos. Sólo te anticipo una cosa, hoy lo hemos hecho dos veces en condiciones, y otra vez bueno, ya te contaré con más detalle.
— Así que la niña casta y pura ha descubierto el amor de varón, y se ha convertido en mujer fatal. Espero que no seas ninfómana. Aunque, si lo que dices es verdad, vas camino de ello...
— Espero que no esté escuchando tu madre, si no, no sé que pensará de mí.
Escuché una risa franca proveniente de la lejana Asturias. Y me imaginé a mi amiga feliz de sentirme feliz. De todas maneras los escarceos amorosos no eran el objetivo de la llamada, así que fui al grano.
— Oye, que te llamaba para advertirte que me está rondando por la cabeza la posibilidad de que mi madre llame en cualquier momento a vuestra casa. Ya han pasado algunos días, y casi huelo su impaciencia desde aquí.
— Pero, ¿no le llamas tú cada dos días?
— Sí, y hasta ahora funciona muy bien, pero ya sabes cómo es mi madre. Tendrá que quedar bien con la tuya. Intentará sonsacarla para conocer nuestras actividades, no vayamos a hacer algo por lo que peligre mi moralidad... Si supiera.
— ¿Y qué quieres que yo te diga? Sabias a lo que te exponías.
— No, nada, lo único que si fuera posible que le tirases alguna indirecta a tu madre...— He reculado rápidamente, como un fogonazo me he dado cuenta que no puedo exigir más a quien tanto ha hecho por mí —.Bueno, mejor no...Además de ser sucio con ella, será imposible. Conque no nombre a Joaquín me vale. Que no dé pistas. Que le diga que no fui con vosotras, porque habíamos discutido en casa, o algo así...
— Mila creo que pides demasiado.
Reflexioné rápido. Laura tenía razón otra vez. No podía exigirles que mintieran, o que entraran en mi juego. Ya habían hecho más que suficiente.
— Perdona Laura, es que parece que no estoy en este mundo. Olvida lo que te he dicho. Si te parece hago otra cosa...¿Qué tal si te llamo a ti, justo antes de llamar a mi madre, para ver si ella os ha llamado? Más que nada para saber a qué atenerme ¿Cuál es la mejor hora?
— Bueno, eso puede ser. No me parece mal, pero yo no diré nada a mi madre, es mejor dejarlo en una travesura, que no implicar más a los mayores. Que ella cuente lo que sabe, y punto, si no lo mismo se lía más. ¿La hora, dices? Pues mira, o a esta hora, o hacia las diez o diez y media de la noche, más o menos. Luego ya se complica todo... Por cierto, ¿si ella llamara qué puede ocurrir?
— Salvo que se enfade tu madre conmigo y con mi madre (lo que yo me mereceré por supuesto) y que sería una faena para tu madre, no muchas cosas, porque vosotras no sabéis dónde estamos, y no te lo voy a decir, claro, por no ponerte en un compromiso, y no le dará mucho tiempo. Me imagino que lo primero que se les ocurrirá es que me he largado y darán vueltas a muchas cosas. Quizá en un día o dos den parte a la poli. Espero para entonces haberme enterado y poder hacer lo que tengo planeado.
— Chica, me asustas. Pareces un espía, o un general, lo tienes todo planeado... Por cierto, cuando pasen estos quince días ¿qué? Suponiendo que no haya llamado antes, te estará esperando, y entonces seguro que llama a mi madre. En ese momento, como muy tarde, se te acabó el chollo.
— Ni lo mientes, aunque, si te soy sincera, ni en mis mejores sueños me planteo esa posibilidad. Si mi madre aguanta quince días sin llamaros, te garantizo, bueno, te garantizo casi, que seguro que no me volverá a ver hasta que yo quiera. Pero bueno, eso mejor no te lo cuento...Laura hasta mañana, no quiero ponerte en compromisos con tu madre. Con lo maja que es, y tener que engañarla de esta manera. Si soy sincera es lo que más siento de todo este jaleo... Lo dicho, hasta mañana. Te llamaré por la noche. Procura coger el teléfono. Será un mensaje breve. Te diré “Soy Mila”. Tú responde sí o no. Luego colgaré. ¿Vale?
— Parece una película de espías... Tú sabrás... Hasta mañana.

A Joaquín esta historia le incomoda. Le incomodaba en Euritmia y aquí le pone de los nervios. Ha tomado la decisión de olvidarse de ella en estos días que él sigue pensando que son unas vacaciones, pero cada vez que le cuento algo que, aún remotamente, tiene que ver con mi situación familiar, se pone muy tenso y nervioso.
— ¿No sería mejor que llamaras a tu madre y se lo dijeras todo? Total no te va a matar por esto. Ya tienes diecisiete años y sabes lo que quieres.
— No, Joaquín. Soy menor de edad, con lo cual hay ciertas cosas que supuestamente no puedo, ni debo hacer sin la autorización de mis padres.
— Es que todo esto es tan ridículo. Y, además, parece que me estoy convirtiendo en un delincuente. No sé si te das cuenta, pero a mí esta historia me puede dejar en mal lugar. Y si no me deja en un mal lugar, por lo menos es un lugar un poco peligroso, ¿no te parece?
Se ha encendido una roja luz de alarma dentro de mi cabeza, a la que he preferido no hacer caso. A modo de castigo, le pasé las uñas por los muslos, como una gatita, y casi chilla... Supongo que por la sorpresa, pues no lo esperaba... Le miré con una sonrisa inocente, una sonrisa enamorada... Nos besamos.

Después de comer, aunque el sol caía a plomo sobre la tierra, hemos paseado, muy despacio, como extasiados, por las callecitas del interior del pueblo. Nos hemos detenido en cada uno de los rincones. Es éste, mejor dicho, fue un pueblo marinero, de calles retorcidas, estrechas y empinadas; de casas pequeñas y blancas; de cientos de macetas con mil colores reventando los balcones negros; de miles de palomas, como bolas de nieve arrojadas por niños de otras latitudes; de jardincillos ocultos, frescos, rumorosos, increíblemente umbríos (en uno de ellos nos hemos sentado a descansar mientras saboreamos un granizado de limón recién hecho para nosotros); de mucho sonido de fuentes alegres y refrescantes; de bares y establecimientos que en general presumían de autenticidad y de ser genuinos: Authentic English Tavern, Authentic Irish Pub, la verdadera horchata valenciana, la mejor paella del Mediterráneo, auténticas perlas cultivadas, the best Mediteranean’s bear; de mucha cerámica para visitantes inocentes e incultos; de mucho puestos de recuerdos en los portales para turistas sin mucho dinero, como nosotros.
Salvo el granizado de limón, que sí que nos lo hicieron de verdaderos limones, pues hemos contemplado como la empleada del bar los preparaba y los hacía zumo, no hemos comprado más. Nos da igual. Quizá antes de marchar compre alguna postal, más que nada por tener un recuerdo de estos días.

Lo que más me ha gustado es el paisaje que se contempla desde la parte trasera de la iglesia del barrio antiguo, que se iza sobre el promontorio que se ve al este de la playa. Allí, que es la parte más alta del pueblo, han construido un pequeño muro blanco (casi todo está siempre encalado en este pueblo), por el que asomarse al acantilado y ver el mar. Hacia el fondo del horizonte, el azul cada vez es más profundo y embaucador. La vista se relaja ante la inmensidad tranquila de kilómetros de agua. (Creo que debería decir millas, pero el lenguaje del mar no lo entiendo. No sé a qué equivale una milla marítima, siempre confundo babor con estribor, y al revés. Me cuesta diferenciar proa de popa...). ¿Cuántos miles o millones de secretos esconde el mar en sus guaridas más hondas? El mar, hoy es como una fiera dormida, pero cuando despierte...
Lo que más me ha atraído es el contraste de las dos visiones, por una parte la tranquilidad hacia el infinito. Y lo abrupto en la proximidad. Así, el acantilado que descendía bajo nuestros ojos, es una cuchillada rectilínea, casi feroz, de unos cincuenta metros de alto, cubierta de vegetación, algún pequeño pino hace equilibrios inverosímiles, circenses, en su pared sinuosa. Abajo del todo, enormes lajas de aspecto granítico son golpeadas con fuerza por un oleaje continuo que produce un ruido perpetuo y estruendoso. Probablemente, antaño, todo el litoral de este pueblo sería así de rocoso, salvo, quizá un pequeño puerto de pescadores, quién sabe si el actual deportivo.
Una caída desde esa altura es mortal.

Ahora que lo escribo, me parece que este acantilado es el mejor trasunto para explicar mi vida. No sé si salvaré la situación, pero ahora mismo siento como si mi persona estuviera en caída libre por un precipicio: cárcava honda a la que me han llevado la falta de comprensión, la presión insistente sobre mis decisiones, la soledad, el sentirme, no como persona, sino como apéndice de las reglas de moralidad impuestas por mi abuelo y por mi madre. Y fundamentalmente la ausencia de cariño. Como si me hubieran lanzado al vacío en un día invernizo de niebla, sin saber qué tengo debajo, sin son mesetas pétreas y cortantes donde me estrellaré sin remedio, o es agua que me recibirá, como si volviera al seno materno. Simplemente cuento con Joaquín, y desconozco si es un paracaídas, o es un pesado lastre, que me arrastrará definitivamente hasta el desastre.

Mis pensamientos, durante la contemplación de este espectáculo, han vagado libres y crueles por la superficie del mar. Joaquín me miraba, me remiraba y ha respetado, con esa intuición que tiene y que ya me ha demostrado en otras ocasiones, mi viaje en toda su extensión. Cuando he regresado de mi lúgubre periplo, he encontrado el semblante de Joaquín, franco y sonriente, acogedor, cálido. Tanto, que más que faz, me ha parecido el regazo que necesitaba. He llorado con abundancia, con mansedumbre, sin prisas, casi como si respirara. He colocado mi rostro bajo el suyo, junto a su fornido cuello. En esta ocasión, no le ha importado las escoceduras en sus hombros, que habrá aumentado al traspasar la leve tela de su camiseta la sal de mis lágrimas. Ha sido un llanto silencioso, largo. Creo que lo necesitaba. Han sido muchos nervios en estos días. De sopetón, mi vida ha girado ciento ochenta grados. Aunque ahora perciba la cara de la moneda, que representa esta especie de luna de miel con Joaquín, mi espíritu, mi subconsciente, mi cerebro, mi sistema nervioso (o lo que sea que controla nuestras emociones), ha sido atacado con tanta fuerza, que estaba excesivamente cargado. El llanto de esta tarde ha sido una liberación. Por lo demás no era un llanto de dolor, o de angustia. Más bien, era un llanto de impotencia, de miedo a lo desconocido. Un llanto medicinal.
Me ha acariciado las mejillas.
Por fin he podido hablar.
—Te necesito, Joaquín. No me dejes.
Ha chistado y ha seguido acariciándome. Sólo después de un buen rato, ha roto la magia de aquel silencio, ya tranquilo y sosegado.
—No te preocupes, gatita. Mañana volverán a cantar los pájaros.
Su voz varonil y segura, como todo él, se ha quedado flotando por entre los resquicios de mis neuronas, hasta que una de ellas la ha atrapado y se ha quedado con la frase. Espero acordarme de ella siempre que la necesite. Es una hermosa frase.

Después, hemos retornado por calles repletas de turistas que lo miraban todo con ojos bovinos. Pero a nosotros ya no nos importaba nada de eso. Nos dirigimos hacia el futuro, y el resto de la humanidad, simplemente está ahí porque tiene que haber de todo, supongo.
Hemos cenado a la luz de una vela. La melancolía me invadía, me invade, aún. Joaquín ha estado más dulce que nunca. No ha forzado nada la situación. Es la primera vez que he notado que su mirada se adentraba por mis pensamientos y los entendía. Creo que se está empezando a enamorar. Como un relámpago de ilusión, me ha golpeado una idea: “Quizá me aproxime al objetivo”. Pero pronto me he impuesto a mí misma la prudencia. “No te ilusiones demasiado. Todavía es fruta demasiado temprana, cualquier adversidad la puede matar”, he pensado con crueldad un poco masoquista. Creo, que esa es la mejor postura para que mi ánimo esté protegido.

Cuando hemos regresado al hostal, por primera vez, le hecho el amor. No me ha poseído él a mí, sino que he sido yo, que he abierto la puerta a la hembra sensual y apasionada que soy, aunque hasta que él no me ha amado no lo sabía. Él sólo se ha tumbado boca arriba. Todo lo demás ha sido cosa mía. Y a fe, que no ha estado mal.
Me he sentido animal irracional, pero plenamente humana a la vez. Mamá, toda yo era sexo en ebullición. Me hacía falta. Es más, creo que me ha hecho bien. No sé si tu mentalidad, lo que te ha metido el abuelo (y la sociedad pacata que te ha tocado vivir) en la cabeza, te habrá permitido alguna vez actuar así. En serio, ojalá que sí. Si no lo has hecho nunca, te juro que te has perdido algo maravilloso. Has de saber que el sexo no es sólo de los hombres, también es nuestro, pero pongamos algo de nuestra parte.

Otra vez me invade la melancolía, y el sueño.

Continuará...

jueves, 28 de octubre de 2010

Fin de trayecto. Segunda parte. Capítulo 18

Jueves, cuatro de agosto de 1988.
Madrugada.


Continuamos en el mismo hostal. (Aunque, en realidad por los servicios que presta, parece un hotel. Anoche, cuando salíamos a dar un paseo, se lo comenté al recepcionista, y me sonrió agradecido. Me dijo que estaban tramitando los permisos para cambiar la calificación de hostal a hotel. Por eso han inaugurado este año el servicio de comedor). Así que hemos tenido suerte. Estamos a gusto, yo por lo menos, y creo que Joaquín también. Por fin hemos parado, creo que nos quedaremos en este pueblo unos pocos días más. Por tanto éste ha de ser el escenario principal de la batalla que tengo que ganar, utilizando mis mejores armas. La batalla cuyo objetivo es hacerme imprescindible para Joaquín. No sólo para su cuerpo, sino también para su espíritu y su mente. Para toda su persona.

Intentaré conseguir que no pueda respirar si no estoy con él.

(¿Por qué siempre tengo que utilizar términos bélicos cada vez que hablo de algo que pretendo? ¿Por qué cada cosa que deseo, he de conseguirla a través de la lucha, el esfuerzo y el dolor? Quizá me estoy pasando, quizá repita con Joaquín los mismos errores que mamá cometió con papá. He de tener cuidado, porque a lo mejor soy tan posesiva que lo anulo. Y creo que el amor verdadero está en lo contrario, en conseguir que el otro crezca libremente junto a ti).

Esta mañana, después de un buen, hermoso e intenso despertar (ya me entiendes, mamá, tu odiado e invisible yerno se despierta con el aparato a tope, y, para qué negarlo, tu no menos odiada hija desaparecida tiene unas ganas terribles de que su latido caliente ocupe cierto receptáculo, especialmente preparado por la naturaleza para albergar tan poderoso instrumento de amor), hemos bajado al comedor a dar cuenta de un espléndido desayuno, casi europeo. En el amplio local cuadrado, muy luminoso, se distribuían multitud de mesas, la mayoría para cuatro o cinco comensales. A la hora que hemos llegado (risueños y húmedos todavía de la ducha compartida [segundo de la mañana], a este paso no vamos a hacer otra cosa, mamá), la algarabía era prácticamente ensordecedora. Un sonido continuo, y molesto, acentuado por el reverbero del local, de cientos de conversaciones mantenidas en diversos idiomas: francés, inglés, sobre todo, algo de alemán. Mientras nos servíamos lo nuestro: el sacrosanto café con leche, un par de hermosos panecillos redondos, porciones de mantequilla, un par de bollos, un zumo de naranja, se supone que natural, y, excepcionalmente, algo de fiambre, he contemplado la forma de comer de los extranjeros, y realmente he sentido náuseas.

Por lo que se ve, son personas que pasan mucho hambre en su país, pues, no es que coman mucho, es que se ceban, se atiborran de una comida, por cierto muy rica en colesterol. (Hay que reconocer que ninguna mañana del resto del año he desayunado o desayunaré como lo he hecho en este hostal, pero en nuestro caso, diría que hemos comido mucho, no que nos hemos atiborrado). Probablemente la razón de tal desatino alimenticio, sea que hasta la hora de la cena no vuelven a engullir, realmente la mayoría no sabe comer. De hecho, se llevan escondido, en cualquier parte de su estrafalaria vestimenta, fruta y fiambre para organizar un pequeño tentempié en la orilla del mar, mientras siguen apostando por recibir los rayos del sol. Tal y como he comprobado unas horas después... No es que desconozca las costumbres alimenticias de los extranjeros, al menos en teoría, pero no es lo mismo saberlo por los libros, incluso por las películas, que verlos, casi a tu lado... En fin que me ha sorprendido desagradablemente.

Después de tales desatinos gastronómicos, hemos bajado al litoral formando rebaño con múltiples visitantes. A aquellas horas, la playa ya estaba repleta de miles turistas ansiosos de recibir los rayos de sol en su piel. Cuanto más superficie de piel, mejor. Otra diferencia con los españoles (aunque sabida por muchas explicaciones en clase de inglés), que se observa rápidamente, es que los foráneos bajan a la playa mucho más temprano que nosotros. Quizá sea la falta de costumbre, aunque en estas horas de observación paciente sobre su forma de actuar he desarrollado una teoría sobre el asunto. Una teoría que no creo que sea muy descabellada.

Acaso que en sus países de procedencia exista alguna indicación gubernamental, o una fórmula secreta para la salud humana cuya expresión y desarrollo sea más o menos la siguiente: El grado de salud que alcance un individuo (da igual la edad, el sexo o la condición) en las vacaciones veraniegas, para distribuirlo en los siguientes once meses del frío y oscuro invierno europeo, es directamente proporcional a la cantidad de horas de recepción solar que cada organismo sea capaz de soportar durante ese periodo del año, multiplicado por los centímetros cuadrados de piel expuestos a la radiación del sol. Ello, sin mucho quebranto para las ricas economías de los ciudadanos indicados. España reúne todas esas condiciones, y alguna más, aunque alguno se queja de que los precios se están desbocando.
Sigamos con el desarrollo de la teoría.
Respecto del color en la piel rojo, grana, carmesí, y otras variedades que en algunos casos coinciden con el bermellón, casi sangrante, son efectos secundarios que, mayoritariamente, tiene como única consecuencia no poder conciliar el sueño un par días, tres a lo sumo. Tal contratiempo, no es especialmente dañino, ni siquiera puede considerarse como un poco nocivo para la salud, puesto que, al estar de vacaciones, la noche la pueden dedicar a beber litros y litros de cerveza, ginebra, ron, u otros licores, que, además, podrán aliviar la sensación, leve, de deshidratación corpórea que sucede a las molestias epidérmicas descritas. En el supuesto, prácticamente imposible, de que se produzca fiebre, o vómitos, tras una prolongada exposición a los rayos solares, suminístrese al paciente antipiréticos, procúrese una buena crema hidratante y beba, lo que sea, pero beba. De prolongarse la situación por tres días (caso no descrito, a pesar de los muchos años de experiencia en este campo), debe consultarse a un médico, aunque la titulación de medicina que se expide en España no está homologada en todos los países de la Comunidad Europea, por lo que los consejos de un médico español, tampoco serán muy de fiar. En todo caso, y como resumen: reciba todo el sol que sea capaz de recibir, su organismo lo agradecerá en invierno.


Es una playa de fina arena dorada que discurre unos mil metros junto al litoral, enmarcada hacia el poniente por el pequeño puerto de embarcaciones deportivas que vi anoche desde la habitación del hostal, y al oriente por un pequeño promontorio, o cabo (quizá sea exagerado denominarlo así, lo dejaremos en una lengua de tierra que se introduce en el mar), que forma el centro histórico del pueblo y que, luego, por la tarde he conocido y he disfrutado abrazada a la cintura de Joaquín.

Al principio, me ha llamado la atención (me ha turbado sería la palabra más exacta) el que la mayoría de las mujeres y chicas estén en top-less. (O sea, querida mamá, sin el sujetador del bikini, por si no sabes lo que significa. Vamos, con el pecho al aire, y lo que es peor a la vista de cientos o miles de personas ¿Qué te parece?). Me he quedado, al principio, un poco cortada ante la visión de tanta carne arrojada sobre la arena (para que negártelo mamá), pero luego, mirando más despacio me he dado cuenta no tiene nada de erótico, o de sensual, o de excitante. Simplemente, son más centímetros cuadrados de piel expuestos a la acción de los rayos uva, gamma,... Es más, cuantos más cuerpos hay de esta manera, menos efecto producen, salvo que quien mire lo haga con intención. Quiero decir, que si fueran pocas las que estuvieran mostrando su desnudez, quizá sí hubiera algo de morbo, o de provocación. De esta manera, nada, en absoluto. Incluso te diría que las mujeres más atractivas van más cubiertas, quizá sea una moda nueva que venga, y esa sea la verdadera provocación: ir más vestidos en la playa, dejando que la imaginación del que mira haga el resto del trabajo.
Sólo provoca quien llama la atención.

(Con lo único que sí estoy de acuerdo, mamá, respecto de no estar con las tetas al aire, es porque la acción solar directa sobre ellas no ha de ser positiva. Son dos glándulas que tienen una serie de células y formaciones de tejido que nada tienen que ver con el pecho masculino. Por tanto la excesiva acción solar no puede ser muy buena. Al menos durante mucho tiempo. En fin, entre unas cosas y otras, hoy no me he quitado el sostén del bikini. Sinceramente, me he sentido un poco rara. Hubiera sido forzar demasiado la situación. Ni siquiera se lo he comentado a Joaquín. Lo primero que haré será decírselo. Si a Joaquín no le importa, quizá mañana o pasado lo haga, al menos un cuarto de hora, o algo así, más que nada por saber qué se siente. Aunque no debería comentárselo, para que no se le salgan los ojos de las órbitas. A lo mejor descubro otras sensaciones agradables y a partir de ahora solo tomo el sol con la braguita del bikini).

Ahora mismo, la piel me arde. A pesar de la crema que me he dado, mejor dicho, con la que me ha acariciado Joaquín, y a pesar de que ya había ido a la piscina municipal de Euritmia, la piel se me ha enrojecido y tiene una sensibilidad especial a cualquier tipo de tela que la roce, incluso, las expertas y suaves caricias de Joaquín. Supongo que me he fiado de todo ello y la crema que me he dado no me ha protegido lo suficiente. Tendría que haber traído un factor más alto.

Durante la primera media hora, Joaquín no ha parado de mirar pechos y piernas. Luego se ha calmado porque ya estaba ahíto, o ha disimulado mejor, eso no lo sé muy bien, aunque sospecho que habrá sido esto último, parece que es insaciable...

Le encanta el cuerpo femenino. Casi podría afirmar que es su deporte favorito, mucho más que el fútbol, sin duda. Si quiero que me quiera, lo he de mantener satisfecho sexualmente, o, en cualquier momento, se larga y en paz. De hecho a esas horas del día, lo habíamos hecho un par de veces ya, y sin embargo no paraba de mirar y mirar. Esto es otra dificultad, ya que el sentimiento es recíproco, pues más de una chica observada, ha devuelto su actitud con la misma moneda y se ha quedado descaradamente mirando el cuerpo de Joaquín, despreciando olímpicamente mi presencia. ¿O retándola? Incluso diría (aunque suene a celos), que he descubierto alguna mirada de Joaquín, de soslayo, como poniéndome como excusa, de estorbo para no ir más adelante. He estado por abofetearle, pero hubiera sido el final. Y si no tanto, al menos habríamos tenido una bronca fenomenal. Me parece que en la luna de miel no se debe de discutir. Además, sólo he interpretado miradas, con lo que me podría acusar de loca y largarse.

(¡Qué difícil va a ser todo! Le voy a pedir demasiado a una persona, que, con que chasqueara los dedos un par de veces, tendría suficiente para que cualquier mujer caiga postrada a sus pies. Pero, no me rendiré. Aunque he de utilizar la astucia, y aunque mi permisividad también tiene un límite, esto también debe de saberlo).

A nuestro alrededor emergían conversaciones en los más variados idiomas y acentos. Había una familia de ingleses a nuestra izquierda. La típica familia británica con dos hijos (hijo e hija). Me ha encantado que la madre y la hija, poco más o menos de mi edad, pudieran estar las dos tan juntas, semi desnudas, delante de los varones de la familia y no pasaba nada. (Te enteras, querida madre: no pasaba nada, absolutamente nada). Ni el padre, ni el hijo parecían afectados, y ellas actuaban distendidamente. Detrás de nosotros, había un grupo de matrimonios vascos o navarros, por el acento les he distinguido rápido, que se quejaban por la cantidad de personas que estábamos en la playa.

— Hace un par de años, o así, aquí se estaba tan a gusto, y ahora uno no se puede ni menear. Qué fastidio, pues—. Aseguraba una de las mujeres con la decisión que da el conocimiento directo de las cosas, y con el sentido de propiedad que se tiene después de estar en un sitio durante un tiempo.

Efectivamente, la playa estaba repleta. Éramos como sardinas en lata amontonados todos, todos ávidos de los efectos solares, deseosos del mar todos.

Enfrente, el azul verdoso de un mar plano y perezoso susurraba, felino ahíto. Era una llamada continua a sumergirnos en sus entrañas maternales. A que volviéramos a ese útero que escribí, del que inicialmente todos procedemos. En la raya del horizonte (utópico calcular la distancia en kilómetros o millas), de vez en vez, aparecía la silueta, entre difusa y breve, de algún barco, imposible detectar si era de pesca, mercante o de viajeros, o algún enorme yate de la alta sociedad. El sol arrojaba puñados de hilos de oro y a todos nos ofrecía su calor, su fuerza, su caricia medicinal.

A nuestra derecha había tres niños jugando con la arena, completamente ajenos a lo que pasaba fuera de los ocho o nueve metros cuadrados de su territorio de juegos. La niñita más pequeña, rubia y delgada, de pronto, empujada por un impulso igual de incontrolable que desconocido, comenzó a arrojar arena a diestro y siniestro sin calcular los posibles destinatarios de su enfado, o de lo que fuera, porque justamente entonces no oí ningún llanto, u otra manifestación de malestar por su parte. Acaso simplemente, que en sus juegos era la hora de expandir la arena a su alrededor, como quien reparte caramelos... Quizá lo único que pretendía era hacer partícipe a todo el mundo de su juego. A su alrededor, casi inmediatamente, se ha preparado un concierto de quejas y protestas en tonos más que elevados, sobre todo los de las honestas damas españolas que se habían untado crema para achicharrarse y veían como todo aquel barrillo pegajoso les iba a poner perdidas. Por fin la mamá, o quien fuera, de la criatura ha podido coger a la niña y quitarle de sus manitas, prietas, los restos de la arena que le pudieran quedar. (En cualquier caso, se trataba de una hermosa joven rubia que ha hecho las delicias visuales de unos cuantos hombres, Joaquín entre ellos, pues no ha perdido ripio de sus ágiles movimientos, y del bamboleo sinuoso de sus pechos, dorados y sin diferencia de color con el resto de su torso y de sus estilizadas piernas).

— ¡Niña mala! No ves que estás tirando la tierra a los señores y a las señoras, y los ensucias, y se la puedes meter por los ojos y hacerles pupa..
Obviamente, la niña no entendió el razonamiento. En su interior, probablemente, lo único claro que tenía es que le estaban privando de su juego, de su felicidad. El llanto rasgaba el aire ardiente de la fúlgida mañana. Se aquietaron las protestas de los bañistas ofendidos.
Estuve pensando, mientras sentía casi con dolor cómo el sol penetraba por mi espalda, que desde que el ser humano es un niñito mantiene una lucha constante entre lo que le apetece, lo que le pide el cuerpo, y el deber, lo que los demás le exigen.

Después de un buen rato, tendidos como lagartos, hemos ido al agua. Yo ya estaba impaciente por sumergirme en sus acogedoras entrañas. Me esperaba mi particular ceremonia de purificación. Al principio de sentir el agua, en la orilla, mientras íbamos habituándonos al contraste de temperaturas, no era la situación que yo deseaba: demasiadas personas, demasiado ruido, demasiada sensación caldosa en el agua, he corrido chapoteando, aparentemente jugando con Joaquín, hacia su interior. Escuchaba que me gritaba que le esperara, pero no le he hecho ningún caso. He seguido hacia delante, y cuando he percibido que el agua me llegaba por encima del vientre me he puesto a nadar furiosamente hacia el horizonte, justo hasta donde llegaban las boyas que señalaban las zonas de peligro y separan las zonas de navegación de las de baño. Allí, donde el silencio sólo era roto por el sordo ronquido del mar, y la compañía humana era prácticamente nula: algún nadador solitario, y alguna embarcación que se acercaba demasiado a la zona de baño. He parado agotada, pero satisfecha. He mirado hacia la playa. Todos aquellos que hacía unos minutos nos rodeaban se han convertido en pequeños insectos de colores, desde allí, apenas eran un rumor lejano sus voces. Me ha parecido distinguir a Joaquín acercarse parsimonioso hacia mí, con un estilo un tanto tosco en su brazada amplia y poderosa. Pero me daba igual. Calculé su velocidad. Tenía tiempo para hacer lo que había pensado. Me he quitado el bikini, procurando sujetarlo bien en las manos, claro, y he buceado lo más abajo que he podido, aguantando hasta el límite mi respiración. Ha sido mi bautismo. Ha sido el rito que he seguido para purificarme de todas mis maldades, y sobre todo, para conseguir la fuerza primigenia y el entusiasmo suficiente como para seguir hacia adelante en la nueva aventura que emprendía. Ha sido mi ceremonia de iniciación, sin testigos, sin oficiantes, pero no menos válida para mí. Joaquín es peor nadador que yo, así que ha tardado el tiempo suficiente en llegar para no notar mis lágrimas emocionadas, que se confundían con lo salobre del mar, embargada por lo que acababa de realizar. Realmente me sentía renovada. Lo he esperando flotando, jugando y sintiendo el agua del mar inundando cada poro de mi piel. Casi percibía cómo eran purificadas mis entrañas. No sentía frío, a pesar de que allí se notaba diferencia respecto de la orilla, incluso, de vez en cuando, la poderosa fuerza de alguna corriente se percibía con nitidez. Estaba a gusto, relajada. Cuando ha llegado hasta mí, estaba agotado, y en su cara se traslucía la inseguridad que le produce no tener los pies en la tierra. Le he besado colgándome de su fornido cuello, lo que no le ha gustado. No por el beso, sino porque mi peso, le empujaba hacia abajo y le producía mayor inseguridad. Me miraba atónito, no entendía nada y braceaba estático, algo desesperado. Pero menos ha entendido cuando le he llevado sus manos a mi cuerpo y ha notado que estaba desnuda. Ha mirado a su alrededor. Las escasas personas que había por allí, podían sospechar lo que quisieran, eso es evidente, pero ver, lo que se dice ver no podían ver absolutamente nada. Acaso alguno muy lince, y quizá sospechando algo tras nuestro beso, podría vislumbrar algo muy difuminado. Pero sólo vislumbrar, adivinar sólo. Joaquín, por fin, se ha dado cuenta y ha comenzado a acariciarme. Una vez más me he enervado sintiendo sus manos. De pronto, se ha olvidado de sus miedos.

— Joaquín, mueve las piernas permanentemente. Con eso es suficiente para que flotes. En el agua del mar es mucho más fácil flotar que en el de una piscina, por la sal.
Ha asentido confiado al comprobar que mi afirmación es cierta, pero en ningún momento ha dejado, con su mano, de explorar en mi vagina, absolutamente vencida a su trabajo. Yo, entre tanto, no he sido menos. Y, a pesar de su sorpresa, le he bajado el bañador hasta las corvas de las rodillas, sin quitárselo, y me he dedicado a acariciar su pene. He sentido entre mis manos como crecía, y cómo, a pesar de estar en un medio más frío, se calentaba con velocidad. He sentido de otra manera distinta, las palpitaciones enérgicas, justo antes de eyacular. Como experiencia, no está mal, aunque he reconocer que es un tanto incómoda.

No sé si alguien nos habrá visto. Si así ha sido, ojalá que haya disfrutado, al menos como yo lo he hecho… En el rostro de Joaquín he descubierto una satisfacción especial. Estoy segura de que ha experimentado algo nuevo para él. Y se me ha ocurrido a mí. Si le han visto, tampoco le ha importado.

Antes de volver, lógicamente, me he vestido. Lo que ciertamente no ha sido fácil, pues conseguir que las piernas se introduzcan por la correspondiente abertura de las bragas no es tan sencillo como parece en medio del mar, si pretendes que no se te vea. La parte de arriba es más simple, sobre todo si se cuenta con colaboración, y eso que Joaquín es más experto en desnudar que en vestir. Hemos vuelto nadando con tranquilidad. En cuanto hemos comprobado que hacíamos pie, nos hemos incorporado y hemos caminado abrazados hasta la orilla.

Joaquín ha sufrido más quemaduras que yo, casi no se le puede tocar. No me ha querido hacer caso y luego pasa lo que pasa. Se sentía muy valiente y muy hombre, y no iba a untarse de potingues como si fuera una señorita, o “un maricón de playa”. Además ya había estado en la piscina, así que no le iba a pasar nada.
—Mila, mi piel no es como la de una señorita.
Ha concluido su perorata con autosuficiencia.

Continuará...

martes, 26 de octubre de 2010

Fin de trayecto. Segunda parte. Capítulo 17

Miércoles, tres de agosto de 1988.
Madrugada.


Vuelvo a ti. Hasta que no nos aposentemos de una forma más estable, estaremos más alejados de lo habitual. Creo que la intensidad de estas semanas de atrás se ha perdido. Tendré que aprovechar mejor los huecos que encuentre. Tendré que escribir más deprisa. Más condensado. No encuentro muchas oportunidades de abrirte y de poner por escrito mis vivencias y mis sensaciones. Y no encuentro esas oportunidades, porque no quiero, de momento, hacer partícipe a Joaquín de tu existencia. Probablemente no entendería por qué escribo las cosas que escribo. Él es vital, y por ello, partidario de lanzarse de cabeza al mundo, de sentir cada uno de sus latidos. De arremangarse ante los acontecimientos y pegarse con ellos si es preciso. Lo de hacerse tantas preguntas, y tantos planteamientos, en el fondo, le parecen excusas que esconden a un cobarde, o a un pusilánime, tanto le da, no tiene la suficiente capacidad como para hacer distinciones tan sutiles. Probablemente tiene razón. Además tienes, por lo menos de momento, el destino de devolver a mi madre tanto daño como me ha hecho, y en esta batalla no entra Joaquín. No sería justo involucrarlo a él que lo único que ha hecho ha sido cruzarse en mi camino.

(Es una guerra entre tú y yo, mamá, y no te creas que la voy a olvidar a la primera de cambio. Sabes que soy tan tozuda como tú, y si tú no te has plegado a mis deseos, acabarás doblando la espalda, pero será por el dolor y el peso que recaerá en tu conciencia).

Han sido dos días muy hermosos y muy cansados. Llenos de luz y de sopor y de pasión. Hemos viajado en la furgoneta sin prisas a las horas menos calurosas del día. Hemos huido, entre furtivos y aventureros, de las carreteras principales buscando pequeñas poblaciones en las que creciera nuestro amor, cultivándolo con insistencia y avidez, como si intuyéramos que disponemos de poco tiempo. Esa es nuestra única prisa, nuestra única ansiedad, al menos la mía, al menos de momento. El cansancio queda compensado por la hermosura, sí, pero sobre todo, por el amor y la pasión.

Están siendo unas vacaciones sin nada planeado, sin hoteles, sin rumbo. Únicamente los dos y el paisaje cambiante que llena nuestros ojos, y el alma, de colores, luces y formas a las que no estamos acostumbrados, ni él, ni yo. Claro que el paisaje que contemplo durante más tiempo es el excitado cuerpo desnudo de Joaquín, contemplando, a su vez, mi desnudez que tanto le excita.

Creo que pasa más horas con el pene erecto que fláccido. Empiezo a disfrutar de y con Joaquín. He perdido el miedo a lo que me pueda ocurrir. He perdido el miedo a la relación sexual. He perdido el miedo a la escapada. ¡Estoy de vacaciones con el hombre que quiero! Eso me basta... De momento... Aunque, no por mucho tiempo, pues he de dar pasos decididos para que el plan establecido se cumpla; no lo olvidaré en ningún momento, pues de su cumplimiento depende en buena parte seguir disfrutando de esta pasión que cada día nos une más, y nos hace más inseparables.

Tal y como había pensado el otro día, después del miedo que había tenido la primera noche, cada vez estoy más relajada y disfruto de él y con él. Desde que he comprendido (y la mejor comprensión, mamá es la de la experiencia) que su herramienta está diseñada a propósito para ocupar le hendidura de mi cuerpo, todas aquellos miedos se han escapado, casi me da la risa cuando los recuerdo. Y total fue hace un par de noches o tres... Creo que he perdido completamente la noción del tiempo.

Puedo afirmar, diario, que soy razonablemente feliz. No pido mucho más, no soy avariciosa, y no tentaré a la suerte que hasta ahora, en esta aventura, me sonríe, o al menos no se ha vuelto en mi contra. Deseo que las cosas se mantengan, al menos como hasta ahora. Como, además sé que llegarán las dificultades (sospecho que no tardando mucho), procuro vivir día a día como si éste fuera el último. Intuyo que esta actitud es otro hallazgo, pues los días y las noches se llenan de una intensidad desconocida hasta ahora. Vivo cada minuto, y eso es una novedad.

Lo peor de estos días de atrás, ha sido el calor que continuaba descendiendo incansable, como un castigo, desde las alturas hasta nuestros pobres cuerpos sudorosos y sedientos. Un calor como sin nunca lo hubiera hecho. Un calor que resecaba la piel, cuarteándola como si fuera cuero. Un calor que ahogaba hasta a las chicharras. Un calor que arrojaban como calderos de aceite hirviendo desde algún lugar desconocido. Un calor premonitorio de las angustias del infierno, si es que existe. Un calor, en definitiva, premonición del desierto, que según muchos agoreros se convertirá este país. Lo recuerdo con recelo, como si fuera un animal salvaje y pudiera atacarnos nuevamente por sorpresa y traición, pues nuestros rostros ya han sido acariciados por la humedad que llega, salvífica y prometedora, desde la costa, ya palpable para mis ojos anhelantes, desde el infinito mar.

Sí, por fin, al final de esta tarde hemos llegado al mar. Me he sentido conmovida ante la visión de su majestad estática. Estaba aquietado, respiración de bebé dormido. La luna creciente, muy próxima al horizonte infinito, se miraba, coqueta, en el espejo nocturno y marino que se le ofrecía; contemplaba el efecto que hacía sobre el monstruo calmado: diadema celeste, viva y juguetona. Una nubecilla, no menos traviesa, que pasaba por su vera, apenas le rozaba, apenas le acariciaba, era un bucle de cabello albo que se había extraviado. Un rumor sordo, un ronroneo, como de bestia dormida, anida en lo profundo. Siento que su fuerza es indomable, aunque ahora duerma.

Mañana disfrutaré de sus caricias húmedas y tibias, disfrutaré de su gratificante acogida. Me bautizaré en sus deseadas profundidades, tanto tiempo añoradas, y acogedoras. Y todos mis pecados, si existieran, me serán lavados, perdonados, en sus infinitas y eternas entrañas de madre, en ese útero primigenio de la vida sobre este planeta, donde nuestras miserias quedan convertidas en una ínfima molécula, dentro de un cosmos infinito.

Con ansiedad inesperada, como si se tratara de un tesoro, pero gratificante, pues lo he encontrado, he buscado en mi memoria, casi infantil, la última vez que estuve en una playa.. Hace tantos años, que casi es como un sueño que se aprehende vagamente cuando se despierta: aunque una trate de asir esos recuerdos con toda la fuerza de sus manos. Pero, sí me queda, leve y brumosa, ligera y lejana, la evocación de algunas cosas: una tibia brisa, una glutinosidad líquida en la piel que nunca desaparecía, un regusto salobre en la comisura de los labios, una blanca luz inagotable, intensa y casi cegadora, un sol apabullante, un calor que estimulaba y no marchitaba, tan distinto del de mi Euritmia, acaso favorecido por el constante movimiento del aire procedente de más allá, del horizonte ilimitadamente líquido... Pero, sobre todo, queda el rastro de unos días felices, aunque efímeros. Queda la huella lejana, pero imborrable, de una pregunta “¿Por qué en Euritmia no tenemos mar?” Pregunta infantil, sin duda, que provocaba sonrisas condescendientes en los mayores, tan sabios de todas las cosas; pero una pregunta que, sin yo saberlo o intuirlo, iba más allá. Pues, en el fondo, lo que quería preguntar, y, quizá no me atrevía a preguntar directamente, era por qué no podíamos ser tan felices en nuestra Euritmia, como lo éramos junto aquellas rubias y cálidas playas. Se abría una tregua en la tensión y en las prohibiciones, una tregua que mis hermanos y yo sabíamos aprovechar. Pero éramos tan niños entonces. Después, cuando era más difícil encontrar precios baratos, se acabaron las jornadas de asueto. Y lo peor, me hice mayor, y con mi crecimiento aumentaron los problemas. (¿Por qué, mamá, ni siquiera esos días hemos podido revivir?)


Por fin Joaquín se ha dormido. Hemos vuelto a hacer otra vez el amor. (Cinco veces, ya, querida mamá. Para que veas que estoy siendo buena contigo, sólo te he contado la primera, hasta ahora). Y esta noche ha sido la mejor de todas. Nos hemos compenetrado hasta extremos increíbles durante largos e intensos minutos. No tengo miedo a nada de Joaquín. No sólo eso, sino que cada vez con más insistencia, se revela en mis entrañas, hasta ahora escondido y aplacado, un insaciable animal erótico que me hace más atrevida y lúcida cuando nuestros cuerpos desnudos comienzan a buscarse con frenesí. No le dejo a él toda la iniciativa. Se me van ocurriendo cosas. Él procura dejarme hacer. Nunca me corrige, me anima, se ríe. Se ve que disfruta de mis progresos, tanto o más que yo. Y a pesar del cansancio y del calor, cada vez me apetece más. Cada vez deseo más ser penetrada por él, sentir cómo se mezcla conmigo. Sentir que, efectivamente, durante unos minutos, somos uno: yo formo parte de él y él de mí. Sentir que esa unidad en lo físico, en lo orgánico, es una señal de nuestra unión en lo psíquico, en lo anímico, en lo personal.

(Por cierto, mamá, se me olvidaba decírtelo: no te preocupes porque cualquier día te pueda llegar un nieto sorpresa. Ni siquiera te voy a dar la opción de la misericordia, o de la redención, o de que a través de un vástago mío, intentes repetir la historia que has construido conmigo. Si fuera un chico, porque acabaría haciendo daño a alguna mujer... Si fuera niña... Eso no quiero ni pensarlo, pues vomitaría. Solución, tomo la píldora hace unos meses, desde que salgo con Joaquín, aunque hasta ahora no me había acostado con él. Más que nada por prudencia, porque a pesar de lo que pienso y pensaba, nunca se sabe, y la carne es débil. Por lo que salvo que me equivoque, o no sea tan segura como dicen todos [algo bastante improbable], no tendrás nietos, por lo menos de momento. Y si decido tener hijos más adelante, descuida, no te enterarás...).

Como la vida de matrimonio sea como estos dos días, será agotadora. Menos mal que ahora mismo no tenemos que ajustarnos a horarios, ni a otras obligaciones, si no sería imposible. Me imagino, además, que después de la pasión llegara la calma, el lento y plácido discurrir de los días. Como después del loco, acelerado, y saltarín nacimiento del río, llega el ancho y plácido discurrir del curso medio, justo cuando es más caudaloso. Pero eso ya llegará, no tengo prisa. De momento, sigo de apasionada luna de miel. Y si preguntaran ahora mismo, respondería que quisiera que fuera eterna, que no acabara nunca… Pero sé que es un sueño. Y como he dicho en otros lugares de este diario, he de centrarme en las realidades. Necesito vivir cada día con todas y cada una de sus grandezas y miserias. Realmente es que no debo aspirar a mucho más, pues mi situación es poco sólida.

Esta tarde he vuelto a llamar a casa.

(Te he llamado mamá. He escuchado tu voz, y me ha parecido tan odiosa como siempre. Podrías, por lo menos, considerar que estoy de vacaciones con una buena amiga y darme una pequeña tregua, al menos eso, o tratarme como tratarías a cualquiera de los de la familia de Laura si se pusieran al teléfono, o al menos agradecerme de algún modo que haya dejado de salir con Joaquín. Parece que la cosa está tranquila. Mamá, te noto confiada y segura. Como esto lo leerás al próximo año, no me importa que lo sepas, para entonces será un dato más de mi biografía: te sigo teniendo miedo. He hecho bien en traerme el teléfono de Laura. Debo llamarla para ver cómo van las cosas. Para evitar problemas. A veces, me entra pánico y las pulsaciones de mi corazón se aceleran drásticamente. Pienso con terror que estás marcando el número de teléfono del chalet de Asturias y se pone la madre de Laura. ¡Si la madre de Laura fuera capaz de reaccionar e intentar taparme! Pero no les puedo pedir más a unas personas que han hecho tanto por mí, tanto como abrirme las puertas de la cárcel y poder huir de ella, aunque el destino no esté nada claro. No se me debe de olvidar llamar mañana mismo a Laura. Le debería de dejar caer que le comente a su madre la posibilidad de contar con su coartada para no descubrirme.
Me da que vas a llamar, ¿verdad, mamá? Vas a llamar porque tienes que quedar bien con la madre de Laura. Debes aparentar una madre preocupada, y amantísima, aunque a la vez moderna. Y eso, mamá, para qué negarlo, se te da de miedo. ¡Qué falsa eres! Pero por una vez en tu vida podías comportarte como una madre normal. Podrías actuar como cualquier madre que queda aliviada porque la mocosa de su hija se ha largado con viento fresco durante unos días, y además, sin que te haya costado un duro. [Esto mismo lo escribí el otro día]. Sabes que Laura nunca vendrá con nosotros. Cuando se acaben las vacaciones le mandas un regalo, que eso también se te da fenomenal y solucionado. Lo único que tienes que hacer es refrenar tus inmensas ganas de agarrar ese teléfono del pasillo y marcar el número de teléfono de la casa de Asturias... Sin embargo, ya hemos ganado cuatro días. Creo que en otros dos debo ir exponiendo el plan a Joaquín y empezar a convencerle para que estas vacaciones se tornen en una huida en toda regla).

Quizá él no quiera irse de su casa. Al fin y al cabo no tiene problemas, incluso está muy a gusto. Quizá sea precipitado, quizá debiera esperar algún día más, quizá le estoy pidiendo demasiado tal y como están las cosas.

Debería tenerle más atrapado por mis encantos femeninos.

(¡Qué cursilada acabo de escribir! Pero no deja de ser cierto. Debo de esforzarme porque mi presencia física lo atrape. Debo de conseguir que mi cuerpo se haga imprescindible para el suyo. Debo convertirme en una auténtica vampiresa de película, de esas que consiguen, no sé muy bien cómo, [arte de un guionista], volver loco al más duro de los hombres, hasta el punto de que sólo queda pendiente, el hombre, de cualquier suspiro de la mujer. Pues sin llegar a tanto, pero me he de esforzar).

Lo mejor será esperar. Si mamá no ha descubierto la tostada en un par de días, esperaré alguno más.


Acabo de asomarme al pequeño balcón que tiene la habitación del hostal (limpio, sencillo y familiar. ¡Qué diferencia en tan solo dos días!). A la izquierda del marco de madera oscura del balcón, he visto el breve malecón del puerto (no sé, todavía, si deportivo o de pescadores), iluminado por una hilera de bombillas de luz anaranjada, mortecina y temblona que se introduce en el mar. Perpendicular al embarcadero, el breve paseo marítimo, encalados sus muros, descansa como serpiente dormida paralela a la playa dorada, ahora vacía y casi blanca. Más al fondo, se ve el mar ahora negro, ahora silencioso, ahora repleto de los sueños de los hombres y de las pesadillas de sus náufragos. Sube hasta la habitación un sonido, amortiguado apenas por la distancia, de fiesta, de músicas, de motocicletas, de cantos...

He de descansar.

Continuará...

sábado, 23 de octubre de 2010

Fin de trayecto. Segunda parte. Capítulo 16 (Continuación)

Por más que lo intento, ¿lo intento, o solo doy vueltas como el tiovivo?, de mi cabeza no se aparta lo de anoche.

(Me estoy refiriendo, querida mamá, por si no te das cuenta, por si has perdido el hilo, cosa que no me extrañaría, a la primera vez que lo he hecho con Joaquín).

Suponía que sería como más..., no sé qué decir, más arrebatador, más mágico, más embriagador, como si en tu vida estallara, de pronto, un atronador castillo de fuegos artificiales enorme, brillante, repleto de mil colores y de mil formas, pero para mí sola... Después de lo que sentí con el primer beso en el jardín de Euritmia, me había hecho a la idea de que hacer el amor sería infinitamente superior. Sobre todo, si hago caso a la cantidad de historias, literatura, cine, teatro pintura, música, escultura, costumbres, buena parte de preceptos religiosos, prohibiciones y castigos que ha generado, genera y generará la cópula de dos seres humanos. Si, recordando el primer beso, escribí que había sentido cómo el universo había aplaudido, o algo así, me imaginé, que las estrellas cantarían poco menos que el aleluya del Mesías de Häendel, la primera vez que hiciera el amor con un hombre, sobre todo si lo hacía libremente y enamorada, como ha sido el caso. No sé, acaso me había construido demasiadas fantasías. Entre eso, y el miedo al dolor. Tanto que me habían dicho las otras, las expertas: un dolor terrible... Si a ellas les pasó, seguro que fue porque lo hicieron con alguien más bestia que Joaquín. ¿O quizá haya sido al revés y precisamente tanto miedo es el que me ha impedido que haya sido tan maravilloso como me imaginaba? No lo sé, el paso de los días me irá descubriendo dónde está la verdadera razón.
El muy puñetero me ha engañado. Ha venido a mí como de inocente, y resulta que sabe un montón. Diría que lo sabe todo ¿Con quién o quiénes habrá aprendido? Aunque, en parte, si soy sincera, lo prefiero, porque así no ha sido un fracaso.
No sé porque digo estas cosas. Al fin y al cabo él nunca ha dicho que nuestra relación haya sido la primera para él. Nunca le he escuchado decir que fuera virgen, o que tuviera poca experiencia con mujeres. O que lo suyo con las chicas había sido más bien poco, o cosas por el estilo que muchas veces te cuentan, para que tú, inocente, pienses que has encontrado el alma cándida y pura que te hará feliz el resto de tus días.. Es ver-dad, y eso es de agradecer, que no ha presumido de sus anteriores relaciones. Pero tal silencio, no es una deslealtad conmigo, sino que más bien es un dato a su favor, porque actúa como un caballero, por lo que concluyo, que si las cosas entre nosotros, Dios no lo quiera, no funcionan como deseo, al menos, no pregonará nuestras intimidades a los cuatro vientos. Tal silencio, en definitiva, no quiere decir que no haya estado con otras chicas. Si los rumores, a los que no he prestado demasiada atención en estos meses, son ciertos, con bastantes.
Creo que he tenido la prueba evidente esta noche.
Ahora lo pienso fríamente, y tendría que agradecer una por una, a todas ellas, todo lo que han enseñado a Joaquín, y lo que él ha aprendido, pues todo eso es camino andado para mí. Espero que en mi beneficio.
¡Qué ilusas somos las mujeres! Nos gustaría que todo lo que rodea a las relaciones sexuales, y de pareja en general, fuera más romántico, más etéreo, menos físico, menos anodino: más lírico y menos épico o prosaico. Nos gustaría que fuera la primera vez para los dos. Pero, si esta anoche hubiera sido la primera vez para Joaquín, como lo ha sido para mí, el fracaso habría estado garantizado: entre su inexperiencia y la mía, mi miedo y el suyo, su nerviosismo y mi histerismo, su ansiedad y mis tabúes culturales, sociales y religiosos.
Bueno, a lo mejor tampoco, ¿quién sabe?
Aunque, una pequeña reflexión sobre la cuestión deja muy claro qué es lo más probable. Al fin y al cabo, el sexo tiene como componente fundamental unas técnicas y usos corporales. Cuanto más inexperto, menos posibilidades de que salga bien. Además, en esto, no existen los milagros.
Recuerdo, cuando Laura me contó, hace un par de años, que su primera vez había sido un desastre. Fue una noche de verbena, allí en Asturias, al final de las vacaciones de aquel año, con un chico con el que había estado enrollada durante aquellas semanas. Sabía que lo más probable era que no le volviera a ver, pero como acababa de romper con el novio de toda la vida, bueno pues ocurrió. Según dijo, habían bebido más de la cuenta, tenían ganas y lo hicieron, pero directamente, sin preámbulos, fue una especie de aquí te pillo, aquí te mato, o algo así. Desde entonces, me preocupó mi primera vez. No tenía prisa en que llegara ese día, pues siempre he sido una romántica. No es que quisiera tal o cual día, o que fuera antes o después. No se trataba de eso. (Nunca he entendido las relaciones con los chicos como una especie de competición sexual o algo así, entablada entre las amigas para ver quién era la primera, quién lo hacía con más, y todas esas cosas que a veces se dicen). Más bien, lo que me preocupaba, era la contradicción que suponía el desear que tu novio no fuera un vivales y que aquello saliera bien, como esta noche he comprobado, mis intuiciones eran atinadas. En principio, la repetición de los hechos viene a demostrar que, al menos, uno de los miembros de la pareja debe tener cierta experiencia. Al volver de Asturias, unos cuantos meses después, Laura se reconcilió con su novio, y ya no le importó acceder a acostarse con él. En alguna ocasión me decía que poco a poco aprendieron, y que, lo más importante para ella era hacer las cosas a su ritmo, despacito, con tiempo, dejándose llevar. Me dijo, no hace mucho, que ella prefería hacerlo alguna vez menos, pero hacerlo con calma, sin prisas.
— Mira, Mila, si creo que no tendremos tiempo suficiente, o vamos a estar muy nerviosos porque alguien nos pueda pillar, o por lo que sea, pues chica, prefiero dejarlo para otro día. Digamos que hay otras solucio-nes para calmar ciertas urgencias, sobre todo, las de ellos..., ya me entiendes..
Esto último lo decía guiñándome un ojo, mientras me sonreía. Yo le devolvía la sonrisa cómplice pero no entendía ni palabra. Ahora lo comprendo. Antes me parecía que Laura era un poco fantasma en ese aspecto.

(Me imagino, mamá, que te estarás mordiendo los puños, para saber cómo ha sido la cosa, porque en el fondo sé que no dejarás de leer ni una línea. Fíjate, he pensado que, en el fondo, estoy resultando ser lo que a ti te hubiera gustado, si no hubieras vivido la época que te ha tocado vivir, y no hubieras tenido el padre que tuviste. En el fondo, te doy envidia. ¿A que sí? Y eso es lo que peor te sienta: que yo esté viviendo lo que a ti te hubiera encantado vivir. Que me perdone papá, al fin y al cabo llevo sus genes, pero, mamá, ¿hubo en tu vida un Joaquín atractivo, fuerte y vivales que te volvió loca a los dieciséis o a los diecisiete años? Creo que he hecho diana. No sé por qué, pero me da que sí).

Al entrar en la habitación de este cochambroso hostal, comprendí que Joaquín iba a hacer todo lo que había estado deseando en los últimos meses. Nada más pensarlo, me alegré, pues cuando hubo cerrado la puerta, me sentí verdaderamente mujer adulta y libre. Arrojamos las bolsas de nuestros equipajes en el suelo, del que se levantó una nubecilla de polvo. Nos reímos ante aquella visión de la limpieza del local. Pero volvimos a la seriedad. Me agarró la cintura y me besó con profundidad. Sentí que flotaba. Advertí, aliviada, que él no tenía prisa. Fue consciente, desde el principio, de que tenía por delante toda la la noche. En ese preciso momento me cercioré de que era conocedor del asunto. Por un lado me tranquilizó, pues lo mejor que podía hacer era dejarme llevar de su experiencia, pero, por otra, me dio por pensar en quién habrían sido sus compañeras anteriores de cama. Vamos, que sufrí un ataque de cuernos en toda regla. Menos mal que fue muy breve. Sentí en mi espalda, en mis piernas, en mi pecho, en mis nalgas, sus manos ávidas, rápidas, deli-cadas a pesar de la aspereza al tacto, que me acariciaban con una dulzura y de unas formas que me hicieron sentir temblores que no sabía de dónde procedían. Todavía no nos habíamos desnudado, y puedo asegurar que hubo segundos en que toda yo era temblor. Fueron unos breves segundos. De forma sorpresiva, al menos para mí, le entraron unas prisas terribles por desnudarnos. Lo hizo con frenesí. Ávido. Alocado. Me quitó la camiseta, y los pantalones. Pretendió hacer lo mismo con el sujetador y no lo dejé. Quise calmar sus ímpetus, pero él no habló, se limitó a desnudarse, sin dejar de contemplar mi cuerpo, que casi se le ofrecía entero.
Cuando vi su pene enhiesto e hinchado, poco menos que me asusté.
Aquella pasión que me inundaba, se cayó de golpe y se hizo añicos en mi interior. No sé si él escuchó el ruido de toda la cacharrería al chocar contra el miedo. La visión de aquel instrumento, me impidió disfrutar de aquellos instantes. El miedo al dolor reapareció de entre una arruga escondida de alguna neurona asustada. Mi inexperiencia me hacía inexplicable cómo era posible que aquella polla entrara en mi vagina, que me parecía tan pequeña y estrecha (y para mayor complicación, intacta). Sentí una especie de espasmo nervioso.
Joaquín se debió dar cuenta de mi azoramiento, cambió de táctica, frenó y volvió ( o lo intentó), a la ternura. (No sé cuánto le costó serenar sus ansias, pero lo hizo). Me susurró cientos de veces, “Tranquila, gatita, calma. Joaquín no te va a hacer daño”. A pesar de aquel tono de voz, a pesar de las palabras, a pesar de las veces que las repitió, no fue lo mismo que al principio. Noté en su voz, en su tono, un rastro de deseo que me intranquilizaba, porque me acercaba demasiado a la parte animal del asunto, justo aquella que deseaba evitar, pero que es la única inevitable y la que nos une al resto de seres vivos de este Planeta. Mentalmente me fié de él, además tenía claro que lo mejor es que pasara cuanto antes aquella primera vez. Pero dentro de mí, una personalidad dormida durante muchos años, se alzaba, y sólo me hablaba de dolor y de miedo, de sangre y peligro, de pecado y enfermedad. Joaquín dejó de hablar y actuó. Antes de nada me abrazó, con lo que sentí por primera vez su instrumento en mi carne. Luego acabó de desnudarme con delicadeza. Me depositó (esta es la palabra más exacta), como algo valioso y frágil, sobre las sábanas olorosas a lejía, ásperas para la piel. Intentó, supongo que fue intuición, pues no dije nada, lo juro, apartar de mi vista el pene, cosa harto complicada, por cierto. Procuraba esconderlo entre los muslos, me tapaba la visión con su torso, adoptaba posiciones de escorzo casi inverosímiles. Luego quiso azuzarme el deseo, la pasión, el placer casi efervescente. Se dedicó a recorrerme con su boca, con su lengua. No dejó ni un milímetro por explorar. Con las manos, otro tanto. Consiguió que descendiera mi tensión nerviosa, que fue ocupada por otro tipo de tensión, mucho más agradable. Aunque no fue total. Por mucho que intentara olvidarla, yo sabía que aquella verga seguía firme y poderosa esperando su momento. Y pensaba, con cierto terror, que aquel instrumento podría abrirme en canal. Pero, además, otra inquietud golpeó en mi cerebro, sin duda sobreexcitado, cierta sensación de culpa, una extraña mezcla de ansiedad y miedo; dentro de mí crecía la idea de traición.
No se trataba de la educación, de la religión, de las costumbres, de la moral familiar. Era traición a mí misma. Traición a los sueños que, desde niña pequeña, he tejido como una Penélope aplicada y hacendosa: el maravilloso príncipe azul que todas llevamos dentro (¿o que a todas nos han introducido en el cerebro?). Traición a esos sueños de pureza que nos imbuyen desde nuestra más tierna infancia. Traición a la idea de una mágica noche de bodas irrepetible, inenarrable y que debía quedar marcada en nuestro cerebro a fuego y a sangre. (Para mi abuelo a sangre, principal e indudablemente). Pero, sobre todo, traición a mi misma... O a la idea de que la cultura de esta sociedad me había metido en el corazón, en las en-trañas...
Así que, en realidad, esta noche, a partir de los momentos que acabo de contar, por unas causas o por otras, me he sentido espectadora solitaria y triste del pase de una película porno con sólo dos actores: mi cuerpo, mi cuerpo vacío, o casi vacío, de cualquier espíritu, y Joaquín, solo el hermoso cuerpo de Joaquín. Pues, por mucho que lo intentara, su interior, lo que su corazón y su cerebro sentían, me era vedado. Una telaraña espesa en sus ojos esmeralda me impedía colarme por sus recovecos.
Sus musculosos brazos como rocas se convirtieron en mástiles de unos vivos dedos que me recorrían sin descanso de arriba a abajo, y de abajo arriba, deteniéndose a veces en mis pezones erectos y a punto de explotar, a veces en los labios, a veces en las nalgas, a veces en el coño (mamá, entiéndeme, si pusiera otra palabra sería cursi), a veces en las puntas de los dedos de mis manos y mis pies, a veces rodeaban el ombligo, reguero de hormigas que me hacían cosquillas, a veces me apretaban con firmeza y cierta dureza, a veces apenas me rozaban, como si fueran una lluvia de polen primaveral... Después, ha repetido cada centímetro del viaje con los labios, con la lengua, con la boca toda, llenándome de cierta salivilla espesa y blanquecina que, a pesar de mis escrúpulos y educación de señorita bien, no me repugnaba, al contrario: me excitaba... (Sí, mamá, me excitaba. ¿Sabes lo que es eso?). Acaso, en aquellos instantes de su segundo viaje por mi geografía con sus labios, me estaba acercando por primera vez a los instintos más primarios, y por lo mismo, más poderosos, del ser humano. Creí, durante décimas de segundo, que, al fin, podría ser posible. Pero la visión del pene rampante y poderoso, una vez más me asustó. Cerré los ojos y suspiré. Joaquín debió de pensar que estaba en el momento culmen, debió de creer que me había calmado, que había entrado en sus mismos ritmos, en sus mismos latidos de corazón, en sus mismas ansias del encuentro definitivo.
Habían pasado muchos minutos desde que habíamos entrado en la habitación.
Y llegó todo lo demás.
Al notar el vacío de los labios de Joaquín en mi cuerpo, he entreabierto, apenas, los ojos. Y he visto cómo, en esos segundos, Joaquín se arrodillaba en la cama y separaba mis piernas con delicadeza y firmeza sonriéndome con ternura. He vuelto a cerrar los ojos. “Por fin ha llegado el momento trascendental”. He vuelto a suspirar resignada. He sentido el peso sólido de su cuerpo, de su torso, para ser exactos, sobre el mío, me ha vuelto a besar con profundidad y vehemencia. Noté que sudaba, que sudábamos, y no me importó. He sentido, mientras mordía mis labios, como poco a poco aquel instrumento, que en mi cerebro era algo hostil todavía, pugnaba por entrar en la vagina. Me he abierto más. Deseaba con todas mis fuerzas acabar con aquello cuanto antes. He notado un calor palpitante a la entrada, junto al clítoris, y, de pronto, con un movimiento firme, seguro y rápido, lo he tenido dentro de mí; inmediatamente, he sentido el dolor agudo del desgarro, y a continuación he notado que una sustancia espesa descendía, caía por las leves aberturas que dejaba su verga en mi vulva.
Eso ha sido todo.
Me había desvirgado. Él siguió con sus movimientos, con aquella gimnasia que le encantaba. Instantes que le habían costado tanto trabajo y tanta espera. He sido más ajena que nunca a mi propio cuerpo. Lo único que me lo recordaba era una vaga sensación dolorida, justo donde se aplicaba mi amante, y después, como si me hubieran anestesiado, he quedado como ida, sorprendida, sería la palabra más adecuada. Más que afirmar me preguntaba “¿Y esto es todo?”
Me queda una sensación amarga pegada al velo del paladar. No era esto lo que yo deseaba. Sin embargo, las cosas son como son, no de otra manera. Y no me refiero sólo al hecho mismo de haber hecho el amor por primera vez con Joaquín, con los resultados que ha tenido. Me refiero también a toda la atmósfera que nos ha rodeado: una huida vergonzante de casa, un largo viaje por carreteras solitarias, un decorado lúgubre y tétrico, repugnante casi. Lo contrario de lo que le gustaría a cualquier chica que ha sido educada de una forma determinada.

(Como ves mamá, la cosa no ha sido brillante. Por mi parte he suspendido. Él se ha esforzado. Yo diría, a pesar de mi inexperiencia, que ha estado notable. En resumen, como pareja, quizá no hayamos llegado al aprobado. Alégrate por la parte que toca en este suspenso. Pero no te apures, es la primera evaluación, tengo tiempo de recuperar. Y a fe que lo haré).

La habitación está demasiado sucia, sin aseo, con las paredes llenas de heridas parduscas producidas por humedades de tantos años; una bombilla de sesenta vatios para toda la estancia; mil telarañas en las es-quinas. El breve armario está repleto de polvo y moho, no nos hemos molestado en deshacer las maletas, como ya he dicho, ni siquiera hemos sacado nada de la que llevamos los utensilios que supuestamente se utilizan para pasar la noche: pijamas, neceseres, ropa interior para mudarnos, en fin, esas cosas. Continúan arrojadas en el mismo lugar. La cama tiene herrumbre en las patas y está levemente inclinada hacia un lado. El somier gruñe, o llora, o protesta, o gimotea, no sé... Al principio nos resultaba gracioso, luego era incómodo. Si he impedido a Joaquín quitar el colchón y tirarlo al suelo, a pesar de la vergüenza que sentía por posibles escuchas indiscretas, ha sido por no tocarlo. Ni he querido levantar las ásperas sábanas, con fuerte olor a lejía, probablemente lo único limpio de cuanto nos rodeaba. En el lugar que debiera ocupar una mesilla de noche, se encontraba un aguamanil cuya palangana fue blanca y ahora es de un ocre deteriorado, salpicada de desconchones por toda su geografía. Desde hace bastante tiempo, a nadie se la ha ocurrido depositar allí ni una sola gota de agua... Nosotros no íbamos a ser quienes actualizáramos la costumbre... Al fondo de la habitación, en la esquina contraria de la cama, está la mesa destartalada y un tanto descuajaringada donde escribo... El cuarto de baño está al final del pasillo, uno para todas las habitaciones, sólo con un inodoro (algo atascado y amarillento, buen caldo de cultivo para cualquiera bacteria), sólo con una ducha. Menos mal que no somos muchos clientes. Hace un calor pegajoso. Millones de moscas, creo, zumban por cualquier rincón. El espejo de la pared está cruzado por una cicatriz probablemente secular, brillante, lágrima disecada.
Después de que Joaquín, teniendo como únicas espectadoras la luz de las estrellas que entraba tímida por la ventana aún abierta, me penetrara y rompiese mi himen, una vez que pasó la primera oleada de intenso, agudo y breve dolor, mi cerebro quedó ocupado por una pregunta que aún no me he respondido, “¿Para esto tanto jaleo?”
Después de que él haya vaciado su densa semilla blancuzca, como un chorro cálido y veloz, me ha tratado con gran delicadeza. Sabía, sin duda, que ese momento, ha sido clave en mi vida. Probablemente porque, en el fondo, ha intuido que ya soy otra Mila. Que, a partir de ahora, ya no es lo mismo... Por eso ha vuelto a los arrumacos, a las caricias leves, casi líquidas. Con intuición especial, ha decidido no hablar. Ha decidido que necesitaba silencio. Me he vuelto hacia él, lo he sonreído, a pesar de que dos gruesos lagrimones rodaban por mi cara. Y le he susurrado, “Te quiero”. Me ha respondido con un nuevo beso apasionado y profundo, en silencio.
Es mi hombre. Es a quien he elegido como compañero de mi futura vida... Espero y deseo que así lo sienta él también.
(¿No sé si te queda claro mamá? Es mi hombre. Ya sé que no te gusta, pero no importa nada, éste es el que yo he elegido).
Después, se ha dormido, plácidamente, probablemente satisfecho de todo lo que ha hecho. Ahíto de placer, cansado de la carretera y deseoso de volver a poseerme a la primera de cambio. Yo, sin embargo, no he podido, aunque tampoco me he esforzado lo más mínimo.
Por no despertarlo con mis movimientos, me he dirigido a la ventana y, desnuda como estaba, he dejado que la madrugada, que su luz oscura, me bañara con sus aguas negras y tibias. Si a aquellas profundas horas de la madrugada restaba algún poso de miedo, de culpa, de pecado, he sido purificada tras contemplar, anonadada, la inmensidad de la noche; mejor dicho, tras contemplar mi pequeñez desnuda bajo el manto azul marino cubierto de diamantes risueños. La carretera se extiende indefinida a muy pocos metros de la puerta del hostal. Son pocos coches la que la atraviesan.
Un escozor súbito en la entrepierna, y una sensación de pegajosidad me ha decidido a acercarme al baño para darme una breve ducha. Casi ni lo he hecho, pues el aspecto del aseo es poco menos que pestilente. En fin, que mi cerebro me ha impedido dormir como hubiera querido... ¿Lo hubiera querido?
Voy a cerrarte, querido diario, espero que esto nunca lo lea nadie antes que mi madre dentro de un año, más o menos.
Han pasado más de dos horas, como si no me hubiera enterado de nada. He de reconocer que este tiempo me ha venido muy bien, las ideas han quedado mucho más claras. Y lo que es mejor todavía, las ilusiones son todavía más fuertes.
(Supongo, mamá, que a ti también el fruto de estas horas te aclarará las ideas respecto de tu hija. Después de esto, te darás cuenta que tu hija, aunque su DNI., diga otra cosa, se puede considerar adulta. Por lo menos, he sido consciente de todo lo que ha pasado en esta habitación esta noche).
Parece que Joaquín se rebulle, se mueve mucho en la cama. Está a punto de despertarse. Veremos que nos depara este día. Te esconderé de nuevo al fondo de la maleta, que a partir de ahora será el fondo visible y tangible de mi corazón, de su trasunto.
Le molesta la raya de sol que se cuela por entre las rendijas de la persiana y le cae justo en los ojos.

jueves, 21 de octubre de 2010

Fin de trayecto. Segunda parte. Capítulo 16

Domingo, treinta y uno de julio de 1988.
Amanecer.

Joaquín duerme profundamente, alejado de la hermosura del día que se abre para nosotros. Descansa felizmente, ajeno a toda la zozobra de mis cavilaciones y miedos; desconocedor de lo que me impide dormir. Esto es lo que he añorado durante mucho, mucho tiempo.
Sería muy fácil y muy evidente compararlo con un niño pequeño satisfecho y feliz, que sueña con algo fantástico: algún juguete maravilloso, la caricia tierna de mamá, o saltar encima de las rodillas de papá, mientras se mueve, papá, como si fuera un caballo y el niño, Joaquín, cabalga por las infinitas estepas del oeste. Pero, por muy fácil y evidente que sea la comparación, es que realmente lo parece.
Aunque sus sueños no son exactamente infantiles, sino de adulto. Yo diría que su juguete, en estos precisos instantes, y durante toda la no-che, soy yo misma en sus brazos poderosos y seguros, y que lo que está soñando es volver a poseerme, con la calidez, con la avidez, con el conocimiento de sus actos, con la energía y con la pasión irrefrenable de la madrugada.
Está tan relajado y feliz, que incluso la arruga vertical de la frente, que tanto le afea la expresión, ha desaparecido.
Está desnudo sobre las sábanas con fuerte olor a lejía.
Su desnudo no me asusta, ni me pone nerviosa, ni me extraña. Debería decir, para ser sincera, que me parece familiar, como si hubiera vivido este momento, no sé si en mi imaginación consciente, o en mis sueños más eróticos... En todo caso, me excita. Mucho más ahora que esta madrugada, cuando el miedo ha desaparecido y de él queda, como única señal, un breve escozor.
A pesar de todos los temores con los que me habían amenazado desde pequeña, estoy a gusto junto a él, muy a gusto... No ha sido una experiencia especialmente escabrosa. Incluso, a ratos, me ha gustado. Unas milésimas de segundo, para qué engañarnos. Pero si hubiera estado más tranquila, habría disfrutado mucho más...

Intentaré ir por partes.
(Querida mamá, aquí empieza tu suplicio. No pienses que lo que has leído hasta ahora es mucho. Olvídate de otras escenas por duras o escabrosas que le hayan parecido a tu mentalidad puritana. Esto no ha hecho más que empezar. Me propongo suministrarte un trago amargo, detallado y lento. Te lo garantizo. Creo que tiempo es lo que tendré)*.

He descubierto una cosa: a Joaquín le gusta que las chicas admiren su cuerpo, esculpido por el trabajo físico y por su afición al deporte. Tiene motivos más que suficientes para que así sea. Está seguro de sí mismo, del efecto que produce en las chicas, y lo explota, sobre todo en su forma de vestir, sencilla e informal, pero estudiada, sobre todo en verano: utiliza pantalones ajustados y camisetas, no menos ajustas. Por ese lado, he de ir con cuidado, pues como no haga bien mi trabajo, otras estarán esperando su oportunidad.
Si en este instante me girara, observaría (con gran deleite para mis ojos), contaría, cada uno de sus poderosos músculos, ahora relajados. Me atrae (y no sabes cómo mamá, pues hasta ahora yo tampoco lo sabía) la fornida estructura de su cuerpo. La solidez y seguridad que transmite ese cuerpo, perfectamente asentado sobre el planeta Tierra. Es de las personas que cuando pisa, se nota que está presente, pero no por nada especial, o porque se llame la atención de algún modo extravagante, sino porque todo él está pegado a la realidad. Es como si hubiera nacido de la misma tierra, como una roca, como un árbol, como una flor.
(Si supiera que lo he comparado con una flor sería capaz de tacharlo. Entiéndeme, mamá, no me refiero a la delicadeza, sutilidad, aroma o colores de una flor: me refiero a que nace directo de la tierra, y crece bebiendo directamente de sus sustancias... En fin, que depende de ella para todo).

Resulta, quizá, un poco bajo, pero la impresión general que da es la de un atleta con muchas horas de entrenamiento en gimnasio (aunque su gimnasio es el porte de paquetes). Cada músculo marca su territorio, como si tuviera necesidad de explicar su individualidad, con nitidez escultórica (ahora menos que hace unas horas, claro). Posee un rostro casi rectangular, anguloso, muy perfilado, donde destacan los ojos de brillos esmeraldas, casi felinos; un rostro que aparenta más edad de la que tiene, a causa de la cerrada barba de dos o tres días que siempre usa, y que, por cierto, se hace desagradable en ciertos casos, pues parece papel de lija. El cuello robusto, resulta algo corto, pero no exageradamente, quizá sea ésta la parte de su cuerpo menos afortunada, la que le da una apariencia primitiva y ruda. Los hombros fuertes, anchos, rectos, angulosos en sus extremos, seguros, percha sólida sobre la que cuelga el resto de su anatomía. Los brazos están delimitados, rematados, por las curvas nítidas, casi de piedra, de sus bíceps y tríceps ahora completamente estirados y relajados, que vistos desde ciertas perspectivas (justo debajo de él, para decirlo con claridad) cobran un volumen y una textura inusitados, casi ciclópeos. Los tendones de los antebrazos, igualmente rocosos y desarrollados, semejan surcos arados de una tierra. El ancho pecho, que ahora sube y baja al mismo ritmo cadencioso, es poco velludo y de él ascienden los dos pectorales que resaltan como planchas de acero brillante; da la impresión que sobre ellos podría descansar cualquier peso, sin que se inmutaran siquiera. El vientre es un plano en relieve del desierto en el que los músculos abdominales parecen pequeñas dunas quietas y de bronce, a pesar del reposo del sueño. El negro bosque de su pubis, inserto entre las caderas que forman un prodigio de estrechez, alberga sereno y permite que descanse, tranquilo y disminuido, feliz y ahíto el pene que me ha poseído con energía y avidez, con potencia y seguridad. Las piernas están cubiertas por el vello no excesivamente abundante, negro y sedoso, como pequeños anillos de azabache, en las que los gemelos sobresalen como vigías vigoro-sos. Los pies, de delgados y alargados dedos, parecen haber sido cincela-dos en mármol por un escultor...

Ahora mismo, siento cómo respira lenta y acompasadamente; por el sonido que me llega desde la cama que ocupa en su totalidad, completamente extraño a mi ausencia, supongo que tiene la boca entreabierta y muestra el rictus de cierta crispación, como si algunos temores ancestrales se cobijaran indeleblemente en su cerebro, a pesar de que esa arruga vertical que surca su frente, como ya he dicho, ha desaparecido. Sus brazos relajados se extienden paralelos al cuerpo, las piernas flexionadas ligera-mente, como dispuestas a iniciar una carrera alocada hacia una aventura...
A ratos me parece un hombre, el hombre que me ha hecho mujer, en todo su pleno sentido, y espero que me haga feliz, al menos durante algún tiempo (ojalá que sea durante toda la vida); otras veces, parece un niño que necesita protección, que todavía necesita el cálido regazo de una madre cariñosa.
¿Quién no necesita siempre el cálido regazo de una madre?

Anoche, como imaginé (y él también), me desvirgó **.

(Por fin lo he escrito, mamá. Anda que no he dado vueltas para hacerlo. Agradece que no lo haya dicho nada más empezar la página. Por lo menos he preparado el camino... Después de escribir ese verbo me he parado, como si hubiera llegado a una estación importante. He recorrido mucho camino hasta llegar a tal verbo, mejor dicho, hasta que he llegado a la realidad física que indica. Releo las palabras escritas y un breve, pero intenso escalofrío, a pesar de lo caluroso de la madrugada, recorre mi columna vertebral...
¿Me gustaría ser un poco más delicada, utilizar esas palabras finas que en estos casos se leen en ciertas novelas cursis, y que se esperan de una señorita que ha recibido mi educación?
La pregunta se me ha quedado en el aire. He reflexionado. Definitivamente, no. Esto no es una novela de esos caracteres, ni yo me siento tal señorita. Es mi diario. Es como un espejo de mis pensamientos. En resumen no necesita de ninguna censura previa, salvo la mía propia, la que me imponga a mí misma. No sé si este diario lo leerá alguien. Desde que lo empecé, hace un par de semanas, siempre, aunque no lo haya dejado escrito, he pensado que me encantaría que fueras tú, mamá, la primera y única lectora, tampoco es que yo sea una exhibicionista... Poseo un único y vehemente deseo: que te duelan estas cosas, que te produzca una herida perpetua. Y ojalá que sea una herida mortal. Bueno, tanto no. Lo dejaré en que deseo que la herida sea grave, y que la cicatriz que te produzca en el alma sea indeleble.

Después de leer estas últimas líneas ya he encontrado el acicate que me hacía falta. Acabo de decidir que no escatimaré detalles, aunque, alguno me parezca impúdico o soez, incluso a mí misma. No sé si lo consegui-ré, pues, muy a mi pesar, la educación que me habéis dado ha calado muy hondo. Mucho más de lo que a mí misma me parece. Intentaré que la censura que me voy a imponer sea la mínima... Sí, querida mamá, vas a beberte el veneno que destilan estas líneas letra a letra.
Es el verdadero premio que merece la forma en que me has tratado durante estos años)...

La muestra es evidente. Me refiero al asunto que nos ocupaba antes de que abriera el paréntesis. Es una pena, para ti mamá, no vivir en la Edad Media, y que lo de la madrugada no haya sido la noche de bodas de un caballero, un conde o un marqués, con su dama de alta alcurnia, yo misma, por supuesto, pues la madre de esta dama, o sea tú, podría sacar a la ventana, orgullosa, para el general aplauso, con el abuelo a la cabeza de la multitud satisfecha, la sábana usada por la feliz pareja. Y sin haberse gastado ni una sola moneda en remedos elaborados por viejas comadres alcahuetas. Todavía queda algún resto de sangre en la sábana. Algunas manchas, ya parduscas por el efecto del calor veraniego, gritan que hasta hace unas horas era una joven intacta. No sé qué pensará la dueña de este hostal asqueroso. Probablemente esté acostumbrada, sólo había que ver la mirada que nos lanzó anoche, cuando llegamos...En fin, si lo pensó, acertó: piensa mal...

La cosa no es para tanto, la primera vez, digo... No comprendo tanta mitología sobre esta cuestión... No entiendo todo ese halo de misterio y de prohibición y de tabú que lo rodea. Al fin y al cabo, no se trata más que de una cuestión física: una membrana que se desgarra, que se abre como puerta hacia el pasillo de la vida. Es increíble que una parte tan poco significativa, en cuanto a la importancia, función y tamaño respecto del resto del organismo, de la anatomía femenina haya dado lugar a tal cantidad de teorías, e incluso a preceptos religiosos. Si hasta parte de la salvación de algunas personas estriba en este hecho, mejor dicho, en la ausencia de este acontecimiento... Espero, anhelo, que a partir de la próxima vez la cosa mejore, porque, aunque haya disfrutado, ha sido mucho menos que lo ha hecho Joaquín. Espero estar más relajada y tranquila. Total lo que tenía que perder ya lo he dejado por la sábana blanca. Ahora me toca disfrutar.

(A partir de ahora mamá, ya puedes plantearte desheredarme si quieres. Tu hija ha cometido el más abyecto de sus crímenes. El que tú no querías que sucediera bajo ningún concepto. Alia jacta est, nos han enseñado en la asignatura de Latín, que dijo un césar, o un general romano, cuando iba a cruzar un río... No entiendo cómo es posible que me hayan aprobado Latín).

Apenas acaba de amanecer, y el calor penetra, intenso ya, a través de la desvencijada ventana verde. No he podido dormir ni un minuto (aunque tampoco es que lo haya intentado mucho, esa es la verdad), y desde que Joaquín dio por terminada su labor de experto amante, mi única idea era que empezara a clarear la madrugada para lanzarme sobre ti, querido diario, y poder escribir todo lo que ha ocurrido.

Como siga con tantos rollos en mi cabeza, creo que no voy a llegar muy allá. Cada día como menos (y sin ganas, que es peor), cada día duermo menos (y no tengo mucho sueño, esa es la verdad). Mi persona entera está sobreexcitada. Me imagino que mi sistema nervioso está sufriendo tanto sobreesfuerzo. Espero que sea algo temporal, que en pocos días todo vuelva a cierta normalidad. En fin, espero que toda esta tensión ceda. Tendría que colocar en mi cerebro el chip correspondiente a las vacaciones. Dejarme llevar por la tranquilidad de los días lentos e inmensos. Olvidarme de que un poco más allá, está un mundo que me perseguirá.

A eso de las diez de la noche, te he llamado a casa, mamá, para que supieras que he llegado al chalet de la familia de Laura. Te he comentado que es un chalet hermoso, muy grande. He sido malévola contigo, pues te he dicho lo rica que debe ser esta familia para haberse construido este chalet, nada menos que en Asturias. Te he dicho que te llamaré cada dos días y que no te preocupes por nada. Lo siento, mamá, es parte del plan. Total esas pequeñas mentiras importarán muy poco al lado de las otras, tan grandes y definitivas.

Espero que a la madre de Laura se le haya olvidado nuestra conversación de anteayer, o que, al menos, la sitúe en el campo de la pura anécdota. Me he metido en un embrollo de mucho cuidado, y lo peor es que he complicado a demasiada gente, espero salir adelante.

Después de lo que ha pasado anoche, sospecho que Joaquín no se ha fugado conmigo porque esté locamente enamorado de mí. Más bien, creo que, antes de decidirse a vivir conmigo, o comprometerse con mi persona de algún modo más global, pretende primero probar, luego ver, y si acaso, disfrutar. ¿O más bien al contrario: primero disfrutar, luego ver, y, si acaso, probar a vivir conmigo? Quizá ésta sea la verdadera respuesta al cambio de actitud de los últimos días en Euritmia, del miedo a largarse conmigo de vacaciones por lo que ocurriera, a pensar que era su gran oportunidad de acostarse conmigo. Quién sabe si la única. Probablemente la única.

Después de escribirlo parece más claro todo. Descubro, que lo de escribir es una buena forma de pensar las cosas, de que se arraiguen mejor en el cerebro, de que queden más perfiladas, más nítidas. Es lo que he hecho, bueno lo que estoy haciendo este hermoso amanecer. Y llego a una conclusión, que a primera vista puede que te choque, mamá: no me parece mal esta actitud de Joaquín. Y no me parece mal, porque al menos nos ahorraremos ciertos problemas. Nos conoceremos mejor, y, desde el conocimiento, podremos llegar a las decisiones libres.

Estoy pensando que cuando te enteres mamá, se te va a poner peor cuerpo que cuando te mareas y vomitas tantas veces.

Estoy muy cansada, pero soy optimista. No sé si será un optimismo infantil, pero ahora mismo soy capaz de plantearme cualquier objetivo, por complicado que parezca. Es como si una energía interna y desconocida hasta ahora, me impulsara con decisión hacia delante, aunque el futuro esté en el infinito. Va a ser difícil que nos encontréis. Otra cosa distinta es que se enteren del engaño. Estoy segura que se enterarán antes de lo que a mí me parecerá bueno para mis intereses. Pero espero que, al menos, pase el tiempo suficiente, objetivamente hablando, para que pierdan nuestra pista. Primero por los días que transcurran de escapada oculta por las supuestas vacaciones en Asturias; después, el tiempo que pase hasta que adivinen el itinerario. Para entonces, espero haber convencido a Joaquín y estaremos instalados en Madrid. En ese momento nos convertiremos en azucarillo que se disuelve en café. Entre unas cosas y otras, supongo que pasarán algunos meses. Cada día que pase, estaré más cerca del próximo catorce de julio, hoy tan lejano, y a medida que se aproxime ese día, se acercará mi auténtica libertad, por la que he dejado la seguridad de Euritmia.

Quiero dejarte muy claro, diario, que no espero ninguna facilidad, ni espero que las cosas nos vayan muy bien. Más bien al contrario, supongo que soportaremos innumerables dificultades, patadas, zancadillas y todo tipo de problemas, pero creo que no nos encontrarán, y deseo que con ello sea suficiente, para llegar hasta el final...

(Para que veas que te conozco, mamá).

Creo que no nos localizarán hasta que a nosotros nos dé la gana.

El otro día, antes de escaparme, claro, vi en la tele una entrevista, no sé si con un juez, o un abogado, o algo así. De lo que entendí (pues andaba enredada con mis pensamientos), supongo que la poli no pondrá tanto la carne en el asador para buscar a una chica que ha abandonado su casa unos meses antes de llegar a la mayoría de edad, que si lo hubiera hecho con quince o dieciséis años. No es lo mismo. Es decir, que a medida que me aleje de los diecisiete pelados, y a esa cifra se la puedan ir añadiendo meses, todo me será más favorable, y esa es la ventaja que necesito explotar. La única real que tengo. Las demás, ahora mismo, son meras conjeturas. Poco más que el cuento de la lechera.

Si soy realista (y me he prometido a mí misma serlo descarnadamente en este diario) existen dos problemas que hacen de la escapada una aventura tan dura como lo pudiera ser una excursión a pie por el mismísimo Amazonas y sin ningún guía que me ayudara: el amor de Joaquín y un curro.

Aunque lo del trabajo, al menos el de Joaquín, me preocupa menos, la verdad, es que casi nada. Confío que no tengamos problemas para encontrar algún trabajo allí, en Madrid, aunque sea temporal. Él podría utilizar la furgoneta e intentar hacer lo mismo que hacía, pero en Madrid, si no, digo yo que habrá más posibilidades, lo tendrá fácil, o por lo menos relativamente fácil: la mili hecha, medio de transporte (y de carga) propio, dado de alta en la seguridad social como autónomo, acostumbrado al trabajo duro... Y en Madrid, con la cantidad de empresas y de movimiento que tiene. Por ese lado puedo decir que estoy tranquila, o menos preocupada.

Lo mío es otro cantar. Será más difícil. Por mi edad y experiencia puedo optar a pocas cosas: podría cuidar niños, o dar alguna clase particular a niños pequeños, sobre todo de lengua, o prepararme algunas opo-siciones sencillas, mientras llego a la mayoría de edad, que no exijan más titulación que el bachillerato... En fin, ya veremos, aunque en el momento que pidan alguna clase de referencia, se me acabó...

Habrá que hacer las cosas con calma, para no equivocarnos. Un error al principio puede ser garrafal, puede llevar al traste todo. Tendremos que acostumbrarnos a ahorrar. Primero iremos a una pensión, y después veremos lo de los pisos, aunque dicen que los alquileres en Madrid cuestan un ojo de la cara. Una pensión cómoda y limpia, sobre todo limpia, no como ésta.

El verdadero gran obstáculo es el del amor. Si, como supongo, o como intuyo, o como temo, Joaquín no está perdidamente enamorado de mí, en realidad le estoy pidiendo un esfuerzo muy grande. Le estoy pi-diendo, ni más menos, que deje todo lo que tiene consolidado en Euritmia a cambio de una aventura que puede salir bien o no, y que, si las cosas fueran rematadamente mal, le podría acarrear alguna complicación con la ley, por no hablar de que habría perdido toda la clientela de Euritmia, que muy a mi pesar, reconozco que no es poca. Por tanto, la clave para que esta aventura acabe en buen puerto es que enamore a Joaquín hasta el límite de su capacidad. La llave que puede abrir la puerta de mi libertad, es que para él, a pesar de los riesgos y de las dificultades, pese más el amor que me tenga, que toda la “prosperidad”, de su negocio. Tengo ardua tarea, sobre todo, porque no dispongo de mucho tiempo. No sé por qué, pero me da que Joaquín necesita de tiempo. Es como un animal que hasta ahora ha vivido en libertad y ha disfrutado de todas las ventajas de tal estado (que son muchas, a que negarlo), por lo que atraerle a otro tipo de vida es costoso. Si no se va con mucho tacto y con mucho tiempo. Lo normal es que se ponga nervioso y acabe huyendo desbocado de mí, eso si no hace algo peor... (Parece que hablo de un caballo salvaje que necesita de doma. Antes de una flor, ahora de un caballo... Mila, estás fatal.).

(Mamá estáte quieta. Por lo que más quieras. No llames por teléfono a Asturias. Que corran los días. No pretendas quedar como una señora muy bien educada y una madre amantísima en casa de los padres de Laura. Mamá, actúa como una madre normal y corriente, como una madre que descansará unos días porque su hija mayor se ha largado con viento fresco durante unas semanas, y encima no te costará un duro, salvo un pequeño detalle con la familia. De esos que se te dan tan bien.

Como diría el bolero que no pasen las horas. Si eso fuera así, creo que hasta te perdonaría. Supongo que, en pocos años, lo ocurrido en estos meses sería pura anécdota, incluida la bofetada, incluido el insulto.

Mila, despierta, deja de soñar. Sabes que eso es casi tan imposible como que un círculo sea cuadrado.

Releo nuevamente lo escrito. ¿No estaré haciendo las cuentas de la lechera? Tiemblo. Me leo y me analizo y descubro una personalidad cambiante, parece que opino una cosa u otra en función de los latidos del corazón. Digo que soy optimista y no hago más que ponerme pegas. En cuanto me he puesto una pega, he buscado una solución. Mi cabeza parece una olla exprés a todo ritmo... En fin, el realismo brilla por su ausencia. Pero lo dejaré tal cual está escrito. Al fin y al cabo esa soy yo).

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* Subrayado en el diario original. (N del A)
** Idem nota anterior.
(Continuará...)