Jueves, seis de octubre de 1988.
Mediodía.
Creo que la única forma de escribir tranquilamente en tus hojas, y que las cosas que cuente tengan el mínimo de coherencia, es hacerlo el día en que no soy, o no he sido Venus. Si lo hago cualquier otro día, escribiré un diario pornográfico, y no quiero llegar a esos extremos. Mi día libre es el jueves y ese día podemos desaparecer de la casa y hacer lo que queramos. Para ser exactos, más que día libre, es la noche libre, todas las demás tengo que ir al club. La única condición es que estemos en el local a las diez y media de la noche del día siguiente, con lo que en realidad dispongo de buena parte del jueves y del viernes para mí misma. Todo depende del sueño que sea capaz de aguantar los jueves... Además escribir por las tardes en la casa tiene ciertos riesgos que, salvo necesidad imperiosa, no quiero correr.
El comienzo del otoño está siendo hermoso en Madrid, como casi siempre, según dicen. Los árboles se van tiñendo de oro por momentos, el aire tiembla con los últimos calores fuertes del sol. Pero la hora verdaderamente mágica es el atardecer. Es hermoso buscar espacios abiertos al poniente y contemplar, a pesar de su brevedad, los intensos y emotivos ocasos que tiñen el celaje de carmesíes y tornasoles.
Cerca del piso donde estamos, hay un jardincillo recoleto en el que me encuentro. Tengo mucho sueño, pues no he dormido ni cinco horas, pero no importa, es mi día de contacto con cierta libertad y lo exprimiré.
Sobre una superficie cuadrada, cubierta de fina arena, y separada del resto de la calle por un seto, se sitúan diez bancos graníticos formando un círculo. Tras ellos, también en círculo, crecen tranquilos, reposados y equilibrados unos castaños que deben estar a punto de desprenderse de su fruto. En el centro una fuente, también circular, gorjea sin descanso.
El primer día que lo vi, me impresionó por lo parecido que resulta a aquel jardín donde Joaquín me besó por primera vez. Un escalofrío recorrió mi recuerdo. Y una lágrima cruzó mi cara, lentamente.
La mañana de hoy es espléndida. Brilla el sol con intensidad. El cielo está limpio. El viento de los últimos días se ha llevado la nube de contaminación perenne de Madrid.
Desde el último día en que escribí, no ha habido novedades significativas. Ni leo la prensa, ni veo los telediarios, ni escucho la radio, así que no sé cómo van las cosas respecto de mi escapada. Cada vez me im-porta menos.
Supongo, que se acostumbrarán a mi ausencia. Probablemente, en el corazón del abuelo, ya no exista. Mamá me aborrecerá, pues, al ir a la compra, las conocidas le preguntarán por mí. Si no le preguntan peor, porque pensará que, después de que se vaya, la pondrán verde y la criticarán. Seguro que le está creciendo una úlcera. Me alegro que lo pase tan mal.
Me acostumbro a la rutina. Entre semana, la cosa es más o menos tranquila. A primera hora, hasta las dos o dos y media de la madrugada, es cuando tenemos más trabajo, luego para bastante. Por eso, y porque es la hora a la que vienen los clientes fijos, es cuando el ambiente es más relajado, como de familia. Nada más ver por el club a alguno de los fijos, sabemos con quién se irá. Madelaine está contenta conmigo. Según ella, he conseguido que más de un cliente aumente la frecuencia en sus visitas, por ejemplo Enrique, que, desde la primera noche, no ha querido más que acostarse conmigo. En realidad, aprovechamos la hora más para hablar, que para otra cosa. Cuando lo hacemos, suele ser rápido y como para justificarnos. Con él no estoy a disgusto. Es verdad que su físico no me atrae en exceso. Aunque no está gordo, ni nada de eso, sí que se nota que lleva una vida muy sedentaria y es un poco fofo. Se lo he dicho más de una vez.
—Como no te cuides acabarás poniéndote como una foca.
Al decirle eso, se pone de rodillas en la cama y con los brazos estirados hacia abajo palmea imitando a tales animales. Entonces nos reímos como niños pequeños. No nos damos cuenta, siquiera de que estamos desnudos. Es como si fuéramos amigos, aunque él y yo sabemos que fuera de este lugar, ni nos dirigiríamos la mirada.
Otro caso es el de Serafín. Ha aparecido un par de veces. Las dos, nos lo hemos montado entre Hellen, él y yo. Hellen no es como Sole, pero a la hora de trabajar es buena, y su cuerpo, tan blanco como el nácar, es muy atractivo. Es como el negativo de Belinda, en todos los aspectos: es blanquísima, muy callada, muy seria, muy estilizada, de pecho más bien escaso aunque firme y enhiesto. Sin embargo es igual de sinuosa y ardiente. Su único problema es que no se ríe nunca. Parece le debes algo. Las únicas sonrisas que le he visto han sido a los clientes, y muy forzadas, por cierto.
Noto cómo la rutina de cada día anestesia mi espíritu. Voy logrando separar el hecho de los contactos sexuales, del miedo y de la moral que me han enseñado. Dicho de otro modo, entiendo mi cuerpo como herramienta de trabajo. O sea, que hago mías las enseñanzas que me inculca Madelaine. Mila es alguien que no está presente, o está muy alejada, cuando Venus está con algún cliente, como una lejana figura esfuminada en el horizonte nebuloso: un fantasma.
Lo malo son los fines de semana. Se trabaja muchísimo más y viene gente de todo tipo. Incluso, Pedro, quizá por orden de la propia Madelaine, es más flexible a la hora de dejar pasar a los que tienen alguna copa de más. Al fin y al cabo, los fines de semana se trasnocha más y la propia policía permite más.
Pero lo peor, son las despedidas de soltero. Cuando un grupo que está celebrándola, acaba en el local, la cosa se complica. Se les huele desde lejos, casi desde antes de que hayan atravesado el umbral de la puerta. En primer lugar, alteran todo con sus voces y cantos. No reparan en nada. Nos soban a todas en cualquier parte. Ante esta situación, Madelaine nos tiene dicho que seamos pacientes, pues a éstos se les saca más pasta, la mayoría no vendrá nunca más. Además, una noche es una noche.
Me voy a ir de este parque. Han pasado un par de personas que me podrían reconocer, vecinos de la casa. Una chica de mi edad debería estar en un instituto. Estoy demasiado cerca de casa
Continuará...
7 comentarios:
Hola Amando, muy bueno tanbien este Capítulo. Mila Parece que hace con Enrique... igual sale algo importante de ahí, no sería la primera. Algunos hombres se han casado con prostitutas. Bueno pues, esperando con ansia el sigiente Capítulo. Un beso y ser felices.
Capítulo relajado…hacía falta uno de estos.
Quedamos a la espera del próximo.
Un abrazo.
Como dice Flamenco, este ha sido un capítulo tranquilo, pero como he aprendido a leerte, me parece que es el presagio de una nueva tormenta que está llegando. Espero equivocarme.
Un abrazo.
Leo
¡Ay esa Mila poeta, cuando contempla las puestas de sol desde el jardin cercano! Mientras sea capaz de sentir esas emociones, permanecerá su esencia. Esperemos...
Besos de otoño, como los suyos, Escribidor.
Vaya capítulos que e has marcado, Amando!!
Muy buena la recreación de la vida de prostituta fina -con el tiempo, podría pasar a ser de alto stamding-y de todo lo que la rodea.
Sigue con el odio carcomiéndole las entrañas. Eso me inquieta más que el hecho de que se esté prostituyendo.
Un abrazo grande, espero con muchas ganas la siguiente entrega.
Sí, relajado. Un poco de aire fresco en el jardín. Lo necesitábamos tanto como Mila. Gracias escribidor.
Si Consiguiera mantener esa esquizofrenia entre cuerpo y personalidad/emociones, aun existiría una posibilidad de vuelta al mundo "normal" , aunque tampoco con 18 va a encontrar el trabajo que espera y acostumbrada al salario actual cualquier otro le resultara muy pobre.
Y ese odio... Algo habrá hecho bien la madre, lo reconocerá Mila algún día ?.
Continuo...
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