Miércoles, veintiuno de septiembre de 1988.
Amanecer.
Son las siete de la mañana. Después de una semana te vuelvo a rescatar del fondo del armario, donde te he escondido, pues me imagino que Madelaine querrá saber lo que hago y dejo de hacer. Supongo que me habrá revuelto todo en las horas en que no estoy en la casa y paseo por la zona. Así que he procurado un escondite. No quiero que mis opiniones, sueños y secretos pasen hasta ella.
Mamá, te lo voy a decir con crudeza y con exactitud, como si fuera cirujana: acabo de llegar del burdel. Además tengo que añadir otra cosa: estoy un poco borracha. No es mucho, la verdad, pero para mí tres copas de güisqui y cuatro de champán son muchas. Siendo sinceras, una barbaridad. Pero había que celebrarlo, mamá. Querida mamá, ¿qué tal te suena que tu hija acabe de llegar del burdel de trabajar, y encima borracha?
Hoy ha sido mi estreno. Ya soy puta en ejercicio. Tal y como vaticinaste el día de la bofetada. A partir de ahora, mi DNI podrá decir algo así como Milagros de Andrés Sebastián, alias la Venus. Hija de Marcos y Milagros. Nacida el catorce de julio de 1971, en Euritmia. Profesión, prostituta... Vaya bobada que acabo de escribir, eso no lo pondrían jamás, pero si en los DNI figuraran las verdaderas ocupaciones de las personas, debería ponerlo...Además, prostituta. Lo de prostituta, da cierto estatus, ¿no te parece? Es como si fuera de más alcurnia, tú que entiendes de esas cosas, ¿qué opinas? Puta suena a calle, a esquina, si me apuras a droga, a delincuencia, a marginalidad, a detritus. A arroyo. ¿A eso se refiere el abuelo cuando habla del arroyo? Vaya, vaya... Definitivamente, mamá, estoy muy borracha...
Todavía resuena en el fondo de los tímpanos lo que anunció Madelaine a la concurrencia de cuatro hombres mayores. O eso me parecieron. Por lo menos cincuenta y tantos años. Parecía que presentaba a una gran artista. Yo estaba tras la puerta, donde el escenario de las cortinas rojas, no sabía qué iba a pasar. Mejor dicho, sí sabía lo que iba a pasar. Lo que desconocía, era mi reacción. Tenía frío y calor. Me sentía desnuda con el conjunto fucsia tan atrevido que Madelaine ha escogido esta noche de inauguración para mí. De repente, no sabía si llevaba bien sujetas las medias por el liguero, o se me caerían. Dudé si me había pintado correctamente los labios. Pero, sobre todo, sentí que, definitivamente, me estrellaba contra el pavimento de la cosificación. A partir del segundo en que pisara el escenario, mi persona no sería tal, sino sólo cuerpo anhelado por unos hombres que buscaban satisfacer una necesidad o qué se yo. Intuí que enterraba mi alma. Sentí que cerraba la última rendija a mi dignidad, a mi estima. Si yo no me estimo, nadie más, absolutamente nadie más, lo hará. Recordé las palabras de Isabel, y encogí los hombros de mi conciencia. Pero, al mismo tiempo, sentí que debía hacer las cosas bien. Mi libertad, la absoluta, la de poder hacer realmente lo que quiera, la libertad de dentro de un año, dependía de esta noche, de los movimientos en la pasarela de Jazmín. Actuaría como una artista, no había más remedio: representar un personaje y no pensar nada. En ninguna cosa. Me sentía como la prisionera de guerra que se juega la vida en un campo de concentración, y prefiere ser aniquilada moralmente, a ser destruida físicamente, porque siente que su única propiedad es su cuerpo, a pesar de la humillación. Si pasan los años, hasta las humillaciones lo son menos; como mucho, una cicatriz en algún lugar del espíritu, pero al fin y al cabo cicatriz. Si soportaba aquello, dentro de unos años sólo sería pasado vergonzante que habría que ocultar.
La verdad es que mi cabeza empezaba a desvariar. Acerté, por lo menos, a escuchar a la vez que elucubraba. Madelaine, que vestía un hermoso traje negro con escote ancho y sin mangas, cubiertos sus brazos hasta el codo con unos guantes, igualmente negros en un mal remedo de Rita Hayword en Hilda (antes de escaparme, había visto la película por la tele). Como digo, me presentaba a la exigua concurrencia. Era el primer pase de la noche. Lo normal es que se hagan cuatro o cinco. Uno cada hora u hora y media.
—Queridos amigos, después de este pase de Vicky, Belinda, Clara, Gracia, Hellen y Mesalín, tengo el honor de presentar por primera vez en esta pasarela la última adquisición de Jazmín, para todos ustedes, en absoluta primicia, ¡Venus!
Me he sentido como un frigorífico, o como una televisión, en venta; quizá, por no ser tan dura con Madelaine, como una obra de arte que sale a subasta y de la que va a obtener un pingüe beneficio. No sé por qué me quejo tanto. Al fin y al cabo sabía perfectamente lo que ocurriría.
Durante todas las noches de esta semana, me ha llevado de tapadillo a Jazmín, me ha llevado por el pasillo que da a las habitaciones. Cada pocos metros, justo frente a la cama de cada habitación hay unos muy bien disimulados agujeros a propósito para ver sin ser vistas. La primera parte del trabajo, consiste en un desfile soez y provocativo, estamos vestidas con lencería cara, atrevida y atractiva ante la concurrencia de machos ávidos. En defecto de lencería, se admite otra ropa, siempre y cuando se considere atrevida, o provocativa (faldas cortas, transparencias, profundos escotes...). En esos casos, no solemos llevar ropa interior. Lo normal es que la ropa atrevida no se utilice, o muy de vez en cuando. Lo habitual es la ropa interior, aunque ésta es también muy atrevida. Ese es nuestro atuendo ante los clientes. (Por lo que he visto, muchas veces el sujetador, incluso las braguitas, han desaparecido antes de que acabe el desfile. A cambio de dinero, se admite casi todo). Como me ha comentado Sole, que es con quien más pronto he congeniado, Jazmín, no es como otros sitios en que ha trabajado. Esto se parece más a lo antiguo que se ve en las películas. Lo normal, hoy en día, es que las chicas ocupen el local, que, en realidad, es un amplio bar, con pista de baile en algunos casos. Gran parte del negocio, en esos otros clubes son las copas. Jazmín, más bien, es algo rescatado del pasado, algo romántico, casi. Así que en un saloncito privado, si no hay clientes, tenemos una bata, o no, depende del calor y de las copas que llevemos, y vemos una pequeña tele, o jugamos a las cartas, o al parchís, o charlamos, o dormitamos, o fumamos, o pensamos, o lloramos en silencio y sin lágrimas, procurando que la melodía triste de nuestro corazón no la escuche nadie. Muy rara vez estamos en nuestra habitación solas... Tras el desfile, subimos al escenario de las cortinas verdes y completamos la danza. Si algún cliente lo “pide” (o sea nos entrega una suma adecuada) nos desnudamos definitivamente, en las escasas ocasiones en que llegamos al escenario con algo de ropa. También algún cliente, previo pago de una cantidad, no sé si diez mil pesetas, puede solicitar algo especial en el escenario. Si es en pareja, la cosa sube a veinte mil. Una vez seleccionada la chica por el cerdo de turno, como si fuéramos ganado y él el tratante, y tras pagar a Madelaine, veinticinco mil pesetas (el mínimo por una hora de alquiler [lo llamaré así] con servicio completo), siempre en metálico, no se aceptan tarjetas o cheques, se sube a la habitación de cada una. De las ocho, la mía es la número cinco. La uno, en teoría vacía, tendrá algún uso especial, o bien Madelaine la utilizará privadamente. Cada habitación cuenta con bidé, lavabo, y la adecuada decoración: reproducciones de parejas copulando o realizando algún acto sexual evidente.
Pornografía.
Además, en la pared que da al pasillo, casualmente frente a la cama, los correspondientes agujeritos. Gracias a ellos, y con otras explicaciones teóricas y técnicas complementarias, aprendí lo más elemental de este oficio, según dicen, el más antiguo del mundo.
También he aprendido que nada se le escapa a Madelaine, sobre todo lo concerniente al dinero, posibles propinas, fundamentalmente. Aunque todo tiene solución, tal y como nos contaba Reme.
Nuestro horario de trabajo va de las once de la noche a las cinco de la madrugada, más o menos. Descansamos una vez por semana, por supuesto entre las noches del domingo y el jueves, salvo que estos días sean víspera de festivo. En ese caso se nos abona un plus, no hay otro día libre a cambio.
Como ves mamá, trabajo en un local selecto (sus precios, son prohibitivos para la gran mayoría), tan selecto que se ajusta a lo que hoy en día se entiendo por club, además, no se admiten personas mal vestidas, ni drogadas o borrachas. A la puerta del local, hay un vigilante, Pedro, que controla las entradas y salidas. Si se produce algún altercado en el pequeño bar clandestino, atendido por Rufi, una joven que sirve las copas en top-less, pero que no ejerce, aparece él con sus fornidos brazos para “aclarar cualquier malentendido”. El viejo camarero que me abrió las puertas el primer día, Yago, es el padre de Rufi, una reliquia cubana que conserva Madelaine por oscuras historias del pasado a las que no he accedido aún. Su función, y su horario, son indeterminados: Ayuda a Rufi, charla con Madelaine, nos mira con ojos de cordero degollado, sabiendo que nunca podrá obtenernos.
Mamá, he estado llorando. He leído todo lo que he escrito, que ha sido bastante, y me ha dado por llorar. Se me está pasando el efecto de la borrachera. O es que me ha dado llorona, como a veces a papá. Ahora te lo digo en serio. Esto lo hago por dinero, porque ansío la libertad en un año, porque me habéis empujado tú, el abuelo, papá, Joaquín, o he sido incapaz de encontrar otra salida. Se pasa muy mal. Si hubiera tenido otra educación. Si pudiera separar la mente del cuerpo, quizá fuera más sencillo. Pero no sucede nada de eso, al menos todavía. Al fin y al cabo, soy hija de quien soy, tengo la educación que tengo y me es imposible separar mi cuerpo de mis sentimientos, sobre todo, en lo que concierne a abrirse de piernas ante un macho al que nunca has visto, y lo mismo no vuelves a ver.
Esta noche me he ocupado dos veces. Ha sido horrible.
El primero de los clientes me ha dicho que se llamaba Luis. Es un hombre amargado y aburrido. Tiene mucho dinero, se lo noté en la ropa y en el perfume que lo envolvía, como un halo suave y fresco. Es soltero, o eso ha dicho; desde luego no le he visto la alianza y no he percibido marca sospechosa en ninguno de sus cuidadísimos dedos. Ha sido muy rápido, gracias a Dios. He estado bastante nerviosa, y casi no he atinado ni a colocarle el condón adecuadamente. Tras unas breves embestidas, se ha vaciado con un ruido gutural, y, después, mientras se lavaba el miembro, ni me ha mirado. Lo he agradecido, porque unas lágrimas de odio a mí misma, recorrían mis mejillas, eso sí, he procurado volverme de espaldas a la pared con agujeros, para que no notaran mi llanto. Estaba segura de que me espiaban.
Han vuelto a mis ojos las imágenes, fragmentadas, rotas en mil pedazos, pisoteadas por la vida, de mis sueños infantiles, de las conversaciones picaronas con mis amigas, de los besos apasionados con Joaquín. Pero nada se parecía a este comercio carnal vacío, con el único sentido para nosotras de sacar dinero, y para ellos de decir que han estado con una mujer. Aunque deberían decir que han estado con el cuerpo de una mujer, algo muy distinto. Y ni siquiera, debieran decir que han estado con una muñeca que le latía el corazón. En el cuerpo de una mujer anidan la pasión y los sentimientos.
Mi espíritu volaba detrás de un sueño, sin embargo, el sueño se ha esfumado. Allí estaba yo, todavía abierta de piernas, sintiendo que me habían profanado, mejor dicho, que me había dejado profanar, que es peor todavía, y vislumbrando borrosamente el pene fofo de aquel Luis, mi primer cliente, que había pagado a Madelaine veinticinco mil pesetas por follar conmigo. Ha estado a penas dos minutos dentro de mí. O ni siquiera.
Han sido mis primeras doce mil quinientas pesetas porque un tío me lo hiciera. ¿O incluyo las quince mil que me dio Joaquín antes de largarse? Pensándolo bien debería requerir a Joaquín más dinero.
¿Dónde queda aquella fragancia agradable y pura que el amor tiene? ¿Quién podrá querer, ahora, mi cuerpo si lo saben usado por tantos hombres? Nadie podrá mirar a mis ojos sin encontrar en ellos un alma hecha jirones, hecha añicos, como una fina copa de licor estrellada contra el suelo. Si alguien viera mis entrañas, vería un roquedal rugoso y árido, en el que sólo se vislumbra desolación, abandono y muerte. Vacío, angus-tia, desesperación... Miré a la cama arrugada, miré mis ropas (es un decir) sobre la silla, miré al tal Luis, que se abrochaba los zapatos. Supuse que me tenía que acostumbrar a todo eso, al menos durante un año, o moriría, incluso físicamente. Nos hemos despedido poco menos que en silencio. Sólo cuando se ha ido, me he empezado a vestir. Entonces he pensado que la cosa había ido fatal, y que Madelaine, que sin duda había sido testigo, no me felicitaría, precisamente.
Después de aquello he ido al bar. Madelaine, me esperaba a la puerta. Me ha reconvenido, con dulzura, eso sí. No ha sido tan dura como temí en un primer momento.
—¿Por qué has estado tan torpe? Has de mostrar más pasión, más determinación. ¿Por qué no le has recorrido el cuerpo a besos? ¿Por qué no le has sonreído? En fin, tomemos una copa, te hace falta, niña. Al fin y al cabo, es tu primer cliente. Pero no has hecho absolutamente nada de lo que te dije que hicieras. Luis no viene mucho por aquí, y nunca protesta. Viene, escoge, paga, lo hace muy rápido y se va, más rápido todavía.
Mientras, me acariciaba los pómulos.
Lo de después ha ido un poco mejor. Tenía unas copas encima. Eso ayuda. Al menos, quita vergüenzas y evita que el cerebro haga cábalas. Parece que te deslizas por un tobogán.
He hecho un show con Belinda a petición de Enrique y, lo reconozco, me he puesto cachonda. Me ha encantado morder las tetas de Belinda y sentir su lengua. (Resulta que antes de lo que imaginaba, Madelai-ne tendrá razón y preferiré a las mujeres). Supondré que es el trabajo. Enrique ha pagado por estar con las dos. Antes de aceptar, Madelaine me ha consultado. He pensado en el dinero. Ya que estoy, cuanto más, mejor. El servicio con dos chicas, si el cliente quiere un lésbico, se considera, así que le ha costado setenta mil pelas (1). (O sea, diecisiete mil quinientas para mí).
Mientras subíamos a la habitación, y Belinda hacía reír a Enrique, Madelaine, al oído me susurró:
—Os lo tenéis que currar. Enrique es buen cliente desde hace un año. Es la primera vez que os ve, así que no he podido convencerle para que escogiera a otra. No sé si será mucho para ti en la primera noche. Son buenos billetes... Espero que os portéis. Déjate llevar de Belinda. Estaré detrás y mira — me llevó la mano a su entrepierna —, no llevo bragas.
Enrique y Belinda se han portado muy bien conmigo. Enrique nos decía en un murmullo, mientras le lavábamos
— Imagino que la pervertida de Madelaine, estará detrás, espiándonos, así que vamos a darle un buen espectáculo. Belinda, cachonda, trabájate bien a Venus. Mientras, que ella me la chupe...
Es la primera vez que lo he hecho. Joaquín, no me lo pidió. Pensé que vomitaría, pero con la dedicación de Belinda y de Enrique me he sentido mucho mejor. Además, el sabor del pene no es tan desagradable, al menos recién lavado. No es mucho peor que el del resto de la piel. Entre los dos, me hacían olvidar cualquier sensación que no fuera la de placer, los estímulos que desde la piel llegaban a las neuronas del cerebro. Era agradable, muy agradable. Por si no tenía suficiente con los dos cuerpos entregados a acariciarme con dulzura, y besarme con pasión, me imaginaba a Madelaine frotándose, mientras miraba ávida por los agujeros, por lo que el morbo ha aumentado la sensación de placer.
Agotamos la hora que se me ha hecho corta. Cuando hemos acabado, Enrique decía que saliéramos corriendo al pasillo para que Madelaine pasara a la habitación y seguir con la faena. Nos hemos reído de buena gana.
Después de eso, serían las tres y media. No ha habido clientes. He seguido bebiendo. Con lo cual, querido diario, estoy bastante borracha, y desinhibida. Como has comprobado. El alcohol será la forma que tenga de pasar este año lo mejor posible. Casi seguro que hasta disfrutaré más del curro. Pero puedo acabar alcoholizada. Un nuevo peligro.
Es curioso, ahora entiendo mejor a mi padre. Quizá el pobre papá era un espíritu tan indolente, que la única manera de afrontar sus problemas de casa era bebiendo, con lo que vencía su tendencia natural al apo-camiento.
En fin, este es el resumen de mi primer día en el Jazmín: estoy borracha, he ganado unas treinta mil pelas (sin sumar las actuaciones, y sin descontar las copas), me han follado un par de veces, además de que me lo he hecho en público, y en privado con la buena de Sole, alias Belinda.
No está mal.
¿No está mal?
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(1) Unos cuatrocientos veinte euros
Continuará...
8 comentarios:
¡Va como una moto!Tardará mucho en estrellarse? Un fuerte abrazo extendido.
Joder, joder, joder, las peores expectativas se están cumpliendo…
Un abrazo amigo.
He quedado nuevamente admirado de tu capacidad de describir sin caer en lugares comunes, sabes recientemente escribí un poema "Elegía para una mujer de mundo", donde abordaba el tema de la prostitución, una chica que dentro de sí misma, no se ha perdonado nunca haberlo hecho, aunque en su caso la circunstancias eran distintas, espero que Mila un día no se sienta así. Espero el proximo capítulo.
Un abrazo fuerte.
Leo
Mila en un día se ha sacado treinta mil del ala, hace sus cuentas, vive en un sitio acogedor, está alimentada, "cuidada" y sólo será hasta que lleguen sus primeros dieciocho años.
En el fondo, en todo lo que ha escrito hoy, lo que más le duele, estoy segura, son las quince mil pelas que le dejó Joaquín.
Espremos acontecimientos.
Besos escribidor, que cuentas las cosas de maravilla.
¿De verdad Isolda? Porque tú lo sabes! Será hasta los dieciocho años?
El caso es que, es vive una situación humillante y a demás corre el riesgo de salir alcohólica.
Mila lo está pasando mal y, aún no ha empezado.
Si alguien viera mis entrañas, vería un roquedal rugoso y árido, en el que sólo se vislumbra desolación.
Pobre de ti lo que te espera Mila, si Dios no lo remedia.
Excelente este tramo también. Gracias Amando, por este deleite.
Querida Marina: Esta es la reflexión que lleva haciéndose Mila desde que se marchó de casa. El objtivo era pasar los meses que faltaban para cumplir los dieciocho. A estas alturas, me pasa como a ti: no lo veo tan claro.
Pero no sufras mujer, claro que nos los cuentan tan bien, que casi lo vivimos con ella.
Bicos para ti, fillinha.
Excelente capítulo, duro capítulo que no logré comentar inmediatamente al final de la lectura.
"No está mal. ¿No está mal?"
y, antes,
"Si pudiera separar la mente del cuerpo quizá fuera más sencillo."
son las dos frases que me impactaron.
Vuelvo a felicitarte Amando por tu precisa y preciosa manera de escribir...
Y Mila, dentro de nada alcohólica y descubriendo como se puede hacer más dinero con relativa facilidad: solo es cuestión de separar el alma del cuerpo, seguro que lo logra. ¡Pobre!.
Un abrazo Á
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