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Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

jueves, 28 de octubre de 2010

Fin de trayecto. Segunda parte. Capítulo 18

Jueves, cuatro de agosto de 1988.
Madrugada.


Continuamos en el mismo hostal. (Aunque, en realidad por los servicios que presta, parece un hotel. Anoche, cuando salíamos a dar un paseo, se lo comenté al recepcionista, y me sonrió agradecido. Me dijo que estaban tramitando los permisos para cambiar la calificación de hostal a hotel. Por eso han inaugurado este año el servicio de comedor). Así que hemos tenido suerte. Estamos a gusto, yo por lo menos, y creo que Joaquín también. Por fin hemos parado, creo que nos quedaremos en este pueblo unos pocos días más. Por tanto éste ha de ser el escenario principal de la batalla que tengo que ganar, utilizando mis mejores armas. La batalla cuyo objetivo es hacerme imprescindible para Joaquín. No sólo para su cuerpo, sino también para su espíritu y su mente. Para toda su persona.

Intentaré conseguir que no pueda respirar si no estoy con él.

(¿Por qué siempre tengo que utilizar términos bélicos cada vez que hablo de algo que pretendo? ¿Por qué cada cosa que deseo, he de conseguirla a través de la lucha, el esfuerzo y el dolor? Quizá me estoy pasando, quizá repita con Joaquín los mismos errores que mamá cometió con papá. He de tener cuidado, porque a lo mejor soy tan posesiva que lo anulo. Y creo que el amor verdadero está en lo contrario, en conseguir que el otro crezca libremente junto a ti).

Esta mañana, después de un buen, hermoso e intenso despertar (ya me entiendes, mamá, tu odiado e invisible yerno se despierta con el aparato a tope, y, para qué negarlo, tu no menos odiada hija desaparecida tiene unas ganas terribles de que su latido caliente ocupe cierto receptáculo, especialmente preparado por la naturaleza para albergar tan poderoso instrumento de amor), hemos bajado al comedor a dar cuenta de un espléndido desayuno, casi europeo. En el amplio local cuadrado, muy luminoso, se distribuían multitud de mesas, la mayoría para cuatro o cinco comensales. A la hora que hemos llegado (risueños y húmedos todavía de la ducha compartida [segundo de la mañana], a este paso no vamos a hacer otra cosa, mamá), la algarabía era prácticamente ensordecedora. Un sonido continuo, y molesto, acentuado por el reverbero del local, de cientos de conversaciones mantenidas en diversos idiomas: francés, inglés, sobre todo, algo de alemán. Mientras nos servíamos lo nuestro: el sacrosanto café con leche, un par de hermosos panecillos redondos, porciones de mantequilla, un par de bollos, un zumo de naranja, se supone que natural, y, excepcionalmente, algo de fiambre, he contemplado la forma de comer de los extranjeros, y realmente he sentido náuseas.

Por lo que se ve, son personas que pasan mucho hambre en su país, pues, no es que coman mucho, es que se ceban, se atiborran de una comida, por cierto muy rica en colesterol. (Hay que reconocer que ninguna mañana del resto del año he desayunado o desayunaré como lo he hecho en este hostal, pero en nuestro caso, diría que hemos comido mucho, no que nos hemos atiborrado). Probablemente la razón de tal desatino alimenticio, sea que hasta la hora de la cena no vuelven a engullir, realmente la mayoría no sabe comer. De hecho, se llevan escondido, en cualquier parte de su estrafalaria vestimenta, fruta y fiambre para organizar un pequeño tentempié en la orilla del mar, mientras siguen apostando por recibir los rayos del sol. Tal y como he comprobado unas horas después... No es que desconozca las costumbres alimenticias de los extranjeros, al menos en teoría, pero no es lo mismo saberlo por los libros, incluso por las películas, que verlos, casi a tu lado... En fin que me ha sorprendido desagradablemente.

Después de tales desatinos gastronómicos, hemos bajado al litoral formando rebaño con múltiples visitantes. A aquellas horas, la playa ya estaba repleta de miles turistas ansiosos de recibir los rayos de sol en su piel. Cuanto más superficie de piel, mejor. Otra diferencia con los españoles (aunque sabida por muchas explicaciones en clase de inglés), que se observa rápidamente, es que los foráneos bajan a la playa mucho más temprano que nosotros. Quizá sea la falta de costumbre, aunque en estas horas de observación paciente sobre su forma de actuar he desarrollado una teoría sobre el asunto. Una teoría que no creo que sea muy descabellada.

Acaso que en sus países de procedencia exista alguna indicación gubernamental, o una fórmula secreta para la salud humana cuya expresión y desarrollo sea más o menos la siguiente: El grado de salud que alcance un individuo (da igual la edad, el sexo o la condición) en las vacaciones veraniegas, para distribuirlo en los siguientes once meses del frío y oscuro invierno europeo, es directamente proporcional a la cantidad de horas de recepción solar que cada organismo sea capaz de soportar durante ese periodo del año, multiplicado por los centímetros cuadrados de piel expuestos a la radiación del sol. Ello, sin mucho quebranto para las ricas economías de los ciudadanos indicados. España reúne todas esas condiciones, y alguna más, aunque alguno se queja de que los precios se están desbocando.
Sigamos con el desarrollo de la teoría.
Respecto del color en la piel rojo, grana, carmesí, y otras variedades que en algunos casos coinciden con el bermellón, casi sangrante, son efectos secundarios que, mayoritariamente, tiene como única consecuencia no poder conciliar el sueño un par días, tres a lo sumo. Tal contratiempo, no es especialmente dañino, ni siquiera puede considerarse como un poco nocivo para la salud, puesto que, al estar de vacaciones, la noche la pueden dedicar a beber litros y litros de cerveza, ginebra, ron, u otros licores, que, además, podrán aliviar la sensación, leve, de deshidratación corpórea que sucede a las molestias epidérmicas descritas. En el supuesto, prácticamente imposible, de que se produzca fiebre, o vómitos, tras una prolongada exposición a los rayos solares, suminístrese al paciente antipiréticos, procúrese una buena crema hidratante y beba, lo que sea, pero beba. De prolongarse la situación por tres días (caso no descrito, a pesar de los muchos años de experiencia en este campo), debe consultarse a un médico, aunque la titulación de medicina que se expide en España no está homologada en todos los países de la Comunidad Europea, por lo que los consejos de un médico español, tampoco serán muy de fiar. En todo caso, y como resumen: reciba todo el sol que sea capaz de recibir, su organismo lo agradecerá en invierno.


Es una playa de fina arena dorada que discurre unos mil metros junto al litoral, enmarcada hacia el poniente por el pequeño puerto de embarcaciones deportivas que vi anoche desde la habitación del hostal, y al oriente por un pequeño promontorio, o cabo (quizá sea exagerado denominarlo así, lo dejaremos en una lengua de tierra que se introduce en el mar), que forma el centro histórico del pueblo y que, luego, por la tarde he conocido y he disfrutado abrazada a la cintura de Joaquín.

Al principio, me ha llamado la atención (me ha turbado sería la palabra más exacta) el que la mayoría de las mujeres y chicas estén en top-less. (O sea, querida mamá, sin el sujetador del bikini, por si no sabes lo que significa. Vamos, con el pecho al aire, y lo que es peor a la vista de cientos o miles de personas ¿Qué te parece?). Me he quedado, al principio, un poco cortada ante la visión de tanta carne arrojada sobre la arena (para que negártelo mamá), pero luego, mirando más despacio me he dado cuenta no tiene nada de erótico, o de sensual, o de excitante. Simplemente, son más centímetros cuadrados de piel expuestos a la acción de los rayos uva, gamma,... Es más, cuantos más cuerpos hay de esta manera, menos efecto producen, salvo que quien mire lo haga con intención. Quiero decir, que si fueran pocas las que estuvieran mostrando su desnudez, quizá sí hubiera algo de morbo, o de provocación. De esta manera, nada, en absoluto. Incluso te diría que las mujeres más atractivas van más cubiertas, quizá sea una moda nueva que venga, y esa sea la verdadera provocación: ir más vestidos en la playa, dejando que la imaginación del que mira haga el resto del trabajo.
Sólo provoca quien llama la atención.

(Con lo único que sí estoy de acuerdo, mamá, respecto de no estar con las tetas al aire, es porque la acción solar directa sobre ellas no ha de ser positiva. Son dos glándulas que tienen una serie de células y formaciones de tejido que nada tienen que ver con el pecho masculino. Por tanto la excesiva acción solar no puede ser muy buena. Al menos durante mucho tiempo. En fin, entre unas cosas y otras, hoy no me he quitado el sostén del bikini. Sinceramente, me he sentido un poco rara. Hubiera sido forzar demasiado la situación. Ni siquiera se lo he comentado a Joaquín. Lo primero que haré será decírselo. Si a Joaquín no le importa, quizá mañana o pasado lo haga, al menos un cuarto de hora, o algo así, más que nada por saber qué se siente. Aunque no debería comentárselo, para que no se le salgan los ojos de las órbitas. A lo mejor descubro otras sensaciones agradables y a partir de ahora solo tomo el sol con la braguita del bikini).

Ahora mismo, la piel me arde. A pesar de la crema que me he dado, mejor dicho, con la que me ha acariciado Joaquín, y a pesar de que ya había ido a la piscina municipal de Euritmia, la piel se me ha enrojecido y tiene una sensibilidad especial a cualquier tipo de tela que la roce, incluso, las expertas y suaves caricias de Joaquín. Supongo que me he fiado de todo ello y la crema que me he dado no me ha protegido lo suficiente. Tendría que haber traído un factor más alto.

Durante la primera media hora, Joaquín no ha parado de mirar pechos y piernas. Luego se ha calmado porque ya estaba ahíto, o ha disimulado mejor, eso no lo sé muy bien, aunque sospecho que habrá sido esto último, parece que es insaciable...

Le encanta el cuerpo femenino. Casi podría afirmar que es su deporte favorito, mucho más que el fútbol, sin duda. Si quiero que me quiera, lo he de mantener satisfecho sexualmente, o, en cualquier momento, se larga y en paz. De hecho a esas horas del día, lo habíamos hecho un par de veces ya, y sin embargo no paraba de mirar y mirar. Esto es otra dificultad, ya que el sentimiento es recíproco, pues más de una chica observada, ha devuelto su actitud con la misma moneda y se ha quedado descaradamente mirando el cuerpo de Joaquín, despreciando olímpicamente mi presencia. ¿O retándola? Incluso diría (aunque suene a celos), que he descubierto alguna mirada de Joaquín, de soslayo, como poniéndome como excusa, de estorbo para no ir más adelante. He estado por abofetearle, pero hubiera sido el final. Y si no tanto, al menos habríamos tenido una bronca fenomenal. Me parece que en la luna de miel no se debe de discutir. Además, sólo he interpretado miradas, con lo que me podría acusar de loca y largarse.

(¡Qué difícil va a ser todo! Le voy a pedir demasiado a una persona, que, con que chasqueara los dedos un par de veces, tendría suficiente para que cualquier mujer caiga postrada a sus pies. Pero, no me rendiré. Aunque he de utilizar la astucia, y aunque mi permisividad también tiene un límite, esto también debe de saberlo).

A nuestro alrededor emergían conversaciones en los más variados idiomas y acentos. Había una familia de ingleses a nuestra izquierda. La típica familia británica con dos hijos (hijo e hija). Me ha encantado que la madre y la hija, poco más o menos de mi edad, pudieran estar las dos tan juntas, semi desnudas, delante de los varones de la familia y no pasaba nada. (Te enteras, querida madre: no pasaba nada, absolutamente nada). Ni el padre, ni el hijo parecían afectados, y ellas actuaban distendidamente. Detrás de nosotros, había un grupo de matrimonios vascos o navarros, por el acento les he distinguido rápido, que se quejaban por la cantidad de personas que estábamos en la playa.

— Hace un par de años, o así, aquí se estaba tan a gusto, y ahora uno no se puede ni menear. Qué fastidio, pues—. Aseguraba una de las mujeres con la decisión que da el conocimiento directo de las cosas, y con el sentido de propiedad que se tiene después de estar en un sitio durante un tiempo.

Efectivamente, la playa estaba repleta. Éramos como sardinas en lata amontonados todos, todos ávidos de los efectos solares, deseosos del mar todos.

Enfrente, el azul verdoso de un mar plano y perezoso susurraba, felino ahíto. Era una llamada continua a sumergirnos en sus entrañas maternales. A que volviéramos a ese útero que escribí, del que inicialmente todos procedemos. En la raya del horizonte (utópico calcular la distancia en kilómetros o millas), de vez en vez, aparecía la silueta, entre difusa y breve, de algún barco, imposible detectar si era de pesca, mercante o de viajeros, o algún enorme yate de la alta sociedad. El sol arrojaba puñados de hilos de oro y a todos nos ofrecía su calor, su fuerza, su caricia medicinal.

A nuestra derecha había tres niños jugando con la arena, completamente ajenos a lo que pasaba fuera de los ocho o nueve metros cuadrados de su territorio de juegos. La niñita más pequeña, rubia y delgada, de pronto, empujada por un impulso igual de incontrolable que desconocido, comenzó a arrojar arena a diestro y siniestro sin calcular los posibles destinatarios de su enfado, o de lo que fuera, porque justamente entonces no oí ningún llanto, u otra manifestación de malestar por su parte. Acaso simplemente, que en sus juegos era la hora de expandir la arena a su alrededor, como quien reparte caramelos... Quizá lo único que pretendía era hacer partícipe a todo el mundo de su juego. A su alrededor, casi inmediatamente, se ha preparado un concierto de quejas y protestas en tonos más que elevados, sobre todo los de las honestas damas españolas que se habían untado crema para achicharrarse y veían como todo aquel barrillo pegajoso les iba a poner perdidas. Por fin la mamá, o quien fuera, de la criatura ha podido coger a la niña y quitarle de sus manitas, prietas, los restos de la arena que le pudieran quedar. (En cualquier caso, se trataba de una hermosa joven rubia que ha hecho las delicias visuales de unos cuantos hombres, Joaquín entre ellos, pues no ha perdido ripio de sus ágiles movimientos, y del bamboleo sinuoso de sus pechos, dorados y sin diferencia de color con el resto de su torso y de sus estilizadas piernas).

— ¡Niña mala! No ves que estás tirando la tierra a los señores y a las señoras, y los ensucias, y se la puedes meter por los ojos y hacerles pupa..
Obviamente, la niña no entendió el razonamiento. En su interior, probablemente, lo único claro que tenía es que le estaban privando de su juego, de su felicidad. El llanto rasgaba el aire ardiente de la fúlgida mañana. Se aquietaron las protestas de los bañistas ofendidos.
Estuve pensando, mientras sentía casi con dolor cómo el sol penetraba por mi espalda, que desde que el ser humano es un niñito mantiene una lucha constante entre lo que le apetece, lo que le pide el cuerpo, y el deber, lo que los demás le exigen.

Después de un buen rato, tendidos como lagartos, hemos ido al agua. Yo ya estaba impaciente por sumergirme en sus acogedoras entrañas. Me esperaba mi particular ceremonia de purificación. Al principio de sentir el agua, en la orilla, mientras íbamos habituándonos al contraste de temperaturas, no era la situación que yo deseaba: demasiadas personas, demasiado ruido, demasiada sensación caldosa en el agua, he corrido chapoteando, aparentemente jugando con Joaquín, hacia su interior. Escuchaba que me gritaba que le esperara, pero no le he hecho ningún caso. He seguido hacia delante, y cuando he percibido que el agua me llegaba por encima del vientre me he puesto a nadar furiosamente hacia el horizonte, justo hasta donde llegaban las boyas que señalaban las zonas de peligro y separan las zonas de navegación de las de baño. Allí, donde el silencio sólo era roto por el sordo ronquido del mar, y la compañía humana era prácticamente nula: algún nadador solitario, y alguna embarcación que se acercaba demasiado a la zona de baño. He parado agotada, pero satisfecha. He mirado hacia la playa. Todos aquellos que hacía unos minutos nos rodeaban se han convertido en pequeños insectos de colores, desde allí, apenas eran un rumor lejano sus voces. Me ha parecido distinguir a Joaquín acercarse parsimonioso hacia mí, con un estilo un tanto tosco en su brazada amplia y poderosa. Pero me daba igual. Calculé su velocidad. Tenía tiempo para hacer lo que había pensado. Me he quitado el bikini, procurando sujetarlo bien en las manos, claro, y he buceado lo más abajo que he podido, aguantando hasta el límite mi respiración. Ha sido mi bautismo. Ha sido el rito que he seguido para purificarme de todas mis maldades, y sobre todo, para conseguir la fuerza primigenia y el entusiasmo suficiente como para seguir hacia adelante en la nueva aventura que emprendía. Ha sido mi ceremonia de iniciación, sin testigos, sin oficiantes, pero no menos válida para mí. Joaquín es peor nadador que yo, así que ha tardado el tiempo suficiente en llegar para no notar mis lágrimas emocionadas, que se confundían con lo salobre del mar, embargada por lo que acababa de realizar. Realmente me sentía renovada. Lo he esperando flotando, jugando y sintiendo el agua del mar inundando cada poro de mi piel. Casi percibía cómo eran purificadas mis entrañas. No sentía frío, a pesar de que allí se notaba diferencia respecto de la orilla, incluso, de vez en cuando, la poderosa fuerza de alguna corriente se percibía con nitidez. Estaba a gusto, relajada. Cuando ha llegado hasta mí, estaba agotado, y en su cara se traslucía la inseguridad que le produce no tener los pies en la tierra. Le he besado colgándome de su fornido cuello, lo que no le ha gustado. No por el beso, sino porque mi peso, le empujaba hacia abajo y le producía mayor inseguridad. Me miraba atónito, no entendía nada y braceaba estático, algo desesperado. Pero menos ha entendido cuando le he llevado sus manos a mi cuerpo y ha notado que estaba desnuda. Ha mirado a su alrededor. Las escasas personas que había por allí, podían sospechar lo que quisieran, eso es evidente, pero ver, lo que se dice ver no podían ver absolutamente nada. Acaso alguno muy lince, y quizá sospechando algo tras nuestro beso, podría vislumbrar algo muy difuminado. Pero sólo vislumbrar, adivinar sólo. Joaquín, por fin, se ha dado cuenta y ha comenzado a acariciarme. Una vez más me he enervado sintiendo sus manos. De pronto, se ha olvidado de sus miedos.

— Joaquín, mueve las piernas permanentemente. Con eso es suficiente para que flotes. En el agua del mar es mucho más fácil flotar que en el de una piscina, por la sal.
Ha asentido confiado al comprobar que mi afirmación es cierta, pero en ningún momento ha dejado, con su mano, de explorar en mi vagina, absolutamente vencida a su trabajo. Yo, entre tanto, no he sido menos. Y, a pesar de su sorpresa, le he bajado el bañador hasta las corvas de las rodillas, sin quitárselo, y me he dedicado a acariciar su pene. He sentido entre mis manos como crecía, y cómo, a pesar de estar en un medio más frío, se calentaba con velocidad. He sentido de otra manera distinta, las palpitaciones enérgicas, justo antes de eyacular. Como experiencia, no está mal, aunque he reconocer que es un tanto incómoda.

No sé si alguien nos habrá visto. Si así ha sido, ojalá que haya disfrutado, al menos como yo lo he hecho… En el rostro de Joaquín he descubierto una satisfacción especial. Estoy segura de que ha experimentado algo nuevo para él. Y se me ha ocurrido a mí. Si le han visto, tampoco le ha importado.

Antes de volver, lógicamente, me he vestido. Lo que ciertamente no ha sido fácil, pues conseguir que las piernas se introduzcan por la correspondiente abertura de las bragas no es tan sencillo como parece en medio del mar, si pretendes que no se te vea. La parte de arriba es más simple, sobre todo si se cuenta con colaboración, y eso que Joaquín es más experto en desnudar que en vestir. Hemos vuelto nadando con tranquilidad. En cuanto hemos comprobado que hacíamos pie, nos hemos incorporado y hemos caminado abrazados hasta la orilla.

Joaquín ha sufrido más quemaduras que yo, casi no se le puede tocar. No me ha querido hacer caso y luego pasa lo que pasa. Se sentía muy valiente y muy hombre, y no iba a untarse de potingues como si fuera una señorita, o “un maricón de playa”. Además ya había estado en la piscina, así que no le iba a pasar nada.
—Mila, mi piel no es como la de una señorita.
Ha concluido su perorata con autosuficiencia.

Continuará...

9 comentarios:

Unknown dijo...

Otro excelente capítulo, Amando, como siempre fluido y con la tensión justa, logrando narraciones absolutamente interesante de todo lo que rodea el nuevo mundo de Mila.

Flamenco, no entendí bien la referencia a Delibes, sé poco de él, sé que ganó el premio Cervantes en el '93, y de su ùltimo libro "El hereje", pero no lo conozco màs allà de lo que te acabo de decir. Disculpa mi ignorancia.
Un abrazo para todos.
Leo

Amando Carabias dijo...

Querido Leonel, la alusión del amigo Flamenco es exagerada. Quizá se refería a alguna obra del vallisoletano en que el 'monólogo interior' es la base, estructura de su obra, me refiero a la grandiosa "Cinco horas con Mario" que fue subida a las tablas con éxito clamoroso e interpretada por una gran actriz española, Lola Herrera, que aún sigue en activo.
También el escritor castellano escribió tres obras narrativas cuya estructura es el diario personal: "Diario de un cazador", "Diario de un hombre recién casado" y "Diario de un jubilado", bajo mi humilde criterio el primero es el mejor de los tres.
Su salto a la fama internacional se producjo a través del cine, después de la adaptación cinematográfica de su novela "Los santos inocentes" que obtuvo su espaldarazo gracias al premio a la mejor interpretación masculina recibido exaeguo por Alfredo Landa y Francisco Rabal.
La Real Academia Española y alguna institución más, intentó, sin éxito, que le fuera concedido el Premio Nobel de Literatura.
Su obra es extensísima, pues durante su larga vida escribió con tesón y calidad desde bien joven cuando con "La sombra del ciprés es alargada" obtuvo el Premino Nadal de novela.
Su prosa (en apariencia sencilla) es un hermoso himno al idioma castellano y en ella habitan los tipos humanos como si tuviéramos al lado verdaderas personas de carne y hueso.
Quizá te pueda ayudar a conocer algo más de él en una primera aproximación este enlace a la Wikipedia.
Un abrazo y millones de gracias por tus palabras.
Perdón por este rollo.

Amando Carabias dijo...

FE DE ERRATAS GIGANTES:
Delibes no escribió "Diario de un hombre recién casado", en realidad fue "Diario de un emigrante".
Lastimosamente he confundido y trabucado el título del libro.
Existe "Diario de un poeta recién casado" escrito en 1917 por el también eximio Juan Ramón Jiménez

Flamenco Rojo dijo...

Leo, ya veo que Amando te ha aclarado el asunto de mi alusión a Delibes en el capítulo anterior...Y aunque no tiene nada que ver con un monólogo, muy lejos de esto, haz lo posible por ver el film "Los Santos Inocentes", no te arrepentirás.

Amanado, hoy nos has dado una lección magistral en el tono de un especialista de la piel...Creo que un dermatólogo non lo hubiera dicho con unos terminos más fáciles de entender.

Un abrazo a los dos.

Marina Filgueira dijo...

¡Hombre por dios... Pero que bien se lo pasan!... Fantástico ESCRIBIDOR. Si el anterior me pareció fabuloso, este no es para menos. Yo también creo y estoy segura, que este libro sería como para llevar al cine. Se haría una película preciosa. Aunque yo prefiero leer el libro. Gracias Amando, es un placer leerte. Un abrazo y se muy feli.

Unknown dijo...

Gracias Amando, gracias Flamenco, anoche apenas leì el comentario de Flamenco fui a buscar informaciones y llegué a Wikipedia, y encontré varios sitios que hablaban de él. A penas pueda me procuro los libros y la película. Es siempre bueno contar con amigos como ustedes que saben aconsejarme.
Un abrazo para los dos.
Leo

catherine dijo...

El retrato de los turistas extranjeros...¡ejem! pero existe la justicia inmanente: Mila y Joaquín padecen insolación al final del día como todos.
Sin más broma, la descripción de un pueblo cerca del mar, la playa, el hotel, los habituales es excelente. En cuanto a hacer una película, Isolda hablaba de un roadmovie.

Ángeles Hernández dijo...

"Creo que el amor verdadero está en lo contrario, en conseguir que el otro crezca libremente junto a ti"

Mila empieza a descubrir, acordándose de sus padres, que en el amor no hay presiones que valgan, ni exigencias, que el amor se regala y no se pide.

Desde el punto de vista "social" me parece muy elocuente la visión subjetiva de los turistas con los ojos de Mila, a esta chica no se le escapa nada.

Y... mucho más(baño desnuda, quemaduras) pero vamos a por el siguiente.

Hasta pronto Á.

Ana J. dijo...

Excelente recreación de una época: la playa, los turistas, las rojeces del sol, el top-less, las inhibiciones y desinhibiciones....
Ese polvo acuático... Señor, Señor, adónde vamos a llegar, querido Amando?
Esta chica aprende a la velocidad de la luz!
Con este capítulo me he divertido un montón.
Un abrazo muy fuerte