Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

sábado, 23 de octubre de 2010

Fin de trayecto. Segunda parte. Capítulo 16 (Continuación)

Por más que lo intento, ¿lo intento, o solo doy vueltas como el tiovivo?, de mi cabeza no se aparta lo de anoche.

(Me estoy refiriendo, querida mamá, por si no te das cuenta, por si has perdido el hilo, cosa que no me extrañaría, a la primera vez que lo he hecho con Joaquín).

Suponía que sería como más..., no sé qué decir, más arrebatador, más mágico, más embriagador, como si en tu vida estallara, de pronto, un atronador castillo de fuegos artificiales enorme, brillante, repleto de mil colores y de mil formas, pero para mí sola... Después de lo que sentí con el primer beso en el jardín de Euritmia, me había hecho a la idea de que hacer el amor sería infinitamente superior. Sobre todo, si hago caso a la cantidad de historias, literatura, cine, teatro pintura, música, escultura, costumbres, buena parte de preceptos religiosos, prohibiciones y castigos que ha generado, genera y generará la cópula de dos seres humanos. Si, recordando el primer beso, escribí que había sentido cómo el universo había aplaudido, o algo así, me imaginé, que las estrellas cantarían poco menos que el aleluya del Mesías de Häendel, la primera vez que hiciera el amor con un hombre, sobre todo si lo hacía libremente y enamorada, como ha sido el caso. No sé, acaso me había construido demasiadas fantasías. Entre eso, y el miedo al dolor. Tanto que me habían dicho las otras, las expertas: un dolor terrible... Si a ellas les pasó, seguro que fue porque lo hicieron con alguien más bestia que Joaquín. ¿O quizá haya sido al revés y precisamente tanto miedo es el que me ha impedido que haya sido tan maravilloso como me imaginaba? No lo sé, el paso de los días me irá descubriendo dónde está la verdadera razón.
El muy puñetero me ha engañado. Ha venido a mí como de inocente, y resulta que sabe un montón. Diría que lo sabe todo ¿Con quién o quiénes habrá aprendido? Aunque, en parte, si soy sincera, lo prefiero, porque así no ha sido un fracaso.
No sé porque digo estas cosas. Al fin y al cabo él nunca ha dicho que nuestra relación haya sido la primera para él. Nunca le he escuchado decir que fuera virgen, o que tuviera poca experiencia con mujeres. O que lo suyo con las chicas había sido más bien poco, o cosas por el estilo que muchas veces te cuentan, para que tú, inocente, pienses que has encontrado el alma cándida y pura que te hará feliz el resto de tus días.. Es ver-dad, y eso es de agradecer, que no ha presumido de sus anteriores relaciones. Pero tal silencio, no es una deslealtad conmigo, sino que más bien es un dato a su favor, porque actúa como un caballero, por lo que concluyo, que si las cosas entre nosotros, Dios no lo quiera, no funcionan como deseo, al menos, no pregonará nuestras intimidades a los cuatro vientos. Tal silencio, en definitiva, no quiere decir que no haya estado con otras chicas. Si los rumores, a los que no he prestado demasiada atención en estos meses, son ciertos, con bastantes.
Creo que he tenido la prueba evidente esta noche.
Ahora lo pienso fríamente, y tendría que agradecer una por una, a todas ellas, todo lo que han enseñado a Joaquín, y lo que él ha aprendido, pues todo eso es camino andado para mí. Espero que en mi beneficio.
¡Qué ilusas somos las mujeres! Nos gustaría que todo lo que rodea a las relaciones sexuales, y de pareja en general, fuera más romántico, más etéreo, menos físico, menos anodino: más lírico y menos épico o prosaico. Nos gustaría que fuera la primera vez para los dos. Pero, si esta anoche hubiera sido la primera vez para Joaquín, como lo ha sido para mí, el fracaso habría estado garantizado: entre su inexperiencia y la mía, mi miedo y el suyo, su nerviosismo y mi histerismo, su ansiedad y mis tabúes culturales, sociales y religiosos.
Bueno, a lo mejor tampoco, ¿quién sabe?
Aunque, una pequeña reflexión sobre la cuestión deja muy claro qué es lo más probable. Al fin y al cabo, el sexo tiene como componente fundamental unas técnicas y usos corporales. Cuanto más inexperto, menos posibilidades de que salga bien. Además, en esto, no existen los milagros.
Recuerdo, cuando Laura me contó, hace un par de años, que su primera vez había sido un desastre. Fue una noche de verbena, allí en Asturias, al final de las vacaciones de aquel año, con un chico con el que había estado enrollada durante aquellas semanas. Sabía que lo más probable era que no le volviera a ver, pero como acababa de romper con el novio de toda la vida, bueno pues ocurrió. Según dijo, habían bebido más de la cuenta, tenían ganas y lo hicieron, pero directamente, sin preámbulos, fue una especie de aquí te pillo, aquí te mato, o algo así. Desde entonces, me preocupó mi primera vez. No tenía prisa en que llegara ese día, pues siempre he sido una romántica. No es que quisiera tal o cual día, o que fuera antes o después. No se trataba de eso. (Nunca he entendido las relaciones con los chicos como una especie de competición sexual o algo así, entablada entre las amigas para ver quién era la primera, quién lo hacía con más, y todas esas cosas que a veces se dicen). Más bien, lo que me preocupaba, era la contradicción que suponía el desear que tu novio no fuera un vivales y que aquello saliera bien, como esta noche he comprobado, mis intuiciones eran atinadas. En principio, la repetición de los hechos viene a demostrar que, al menos, uno de los miembros de la pareja debe tener cierta experiencia. Al volver de Asturias, unos cuantos meses después, Laura se reconcilió con su novio, y ya no le importó acceder a acostarse con él. En alguna ocasión me decía que poco a poco aprendieron, y que, lo más importante para ella era hacer las cosas a su ritmo, despacito, con tiempo, dejándose llevar. Me dijo, no hace mucho, que ella prefería hacerlo alguna vez menos, pero hacerlo con calma, sin prisas.
— Mira, Mila, si creo que no tendremos tiempo suficiente, o vamos a estar muy nerviosos porque alguien nos pueda pillar, o por lo que sea, pues chica, prefiero dejarlo para otro día. Digamos que hay otras solucio-nes para calmar ciertas urgencias, sobre todo, las de ellos..., ya me entiendes..
Esto último lo decía guiñándome un ojo, mientras me sonreía. Yo le devolvía la sonrisa cómplice pero no entendía ni palabra. Ahora lo comprendo. Antes me parecía que Laura era un poco fantasma en ese aspecto.

(Me imagino, mamá, que te estarás mordiendo los puños, para saber cómo ha sido la cosa, porque en el fondo sé que no dejarás de leer ni una línea. Fíjate, he pensado que, en el fondo, estoy resultando ser lo que a ti te hubiera gustado, si no hubieras vivido la época que te ha tocado vivir, y no hubieras tenido el padre que tuviste. En el fondo, te doy envidia. ¿A que sí? Y eso es lo que peor te sienta: que yo esté viviendo lo que a ti te hubiera encantado vivir. Que me perdone papá, al fin y al cabo llevo sus genes, pero, mamá, ¿hubo en tu vida un Joaquín atractivo, fuerte y vivales que te volvió loca a los dieciséis o a los diecisiete años? Creo que he hecho diana. No sé por qué, pero me da que sí).

Al entrar en la habitación de este cochambroso hostal, comprendí que Joaquín iba a hacer todo lo que había estado deseando en los últimos meses. Nada más pensarlo, me alegré, pues cuando hubo cerrado la puerta, me sentí verdaderamente mujer adulta y libre. Arrojamos las bolsas de nuestros equipajes en el suelo, del que se levantó una nubecilla de polvo. Nos reímos ante aquella visión de la limpieza del local. Pero volvimos a la seriedad. Me agarró la cintura y me besó con profundidad. Sentí que flotaba. Advertí, aliviada, que él no tenía prisa. Fue consciente, desde el principio, de que tenía por delante toda la la noche. En ese preciso momento me cercioré de que era conocedor del asunto. Por un lado me tranquilizó, pues lo mejor que podía hacer era dejarme llevar de su experiencia, pero, por otra, me dio por pensar en quién habrían sido sus compañeras anteriores de cama. Vamos, que sufrí un ataque de cuernos en toda regla. Menos mal que fue muy breve. Sentí en mi espalda, en mis piernas, en mi pecho, en mis nalgas, sus manos ávidas, rápidas, deli-cadas a pesar de la aspereza al tacto, que me acariciaban con una dulzura y de unas formas que me hicieron sentir temblores que no sabía de dónde procedían. Todavía no nos habíamos desnudado, y puedo asegurar que hubo segundos en que toda yo era temblor. Fueron unos breves segundos. De forma sorpresiva, al menos para mí, le entraron unas prisas terribles por desnudarnos. Lo hizo con frenesí. Ávido. Alocado. Me quitó la camiseta, y los pantalones. Pretendió hacer lo mismo con el sujetador y no lo dejé. Quise calmar sus ímpetus, pero él no habló, se limitó a desnudarse, sin dejar de contemplar mi cuerpo, que casi se le ofrecía entero.
Cuando vi su pene enhiesto e hinchado, poco menos que me asusté.
Aquella pasión que me inundaba, se cayó de golpe y se hizo añicos en mi interior. No sé si él escuchó el ruido de toda la cacharrería al chocar contra el miedo. La visión de aquel instrumento, me impidió disfrutar de aquellos instantes. El miedo al dolor reapareció de entre una arruga escondida de alguna neurona asustada. Mi inexperiencia me hacía inexplicable cómo era posible que aquella polla entrara en mi vagina, que me parecía tan pequeña y estrecha (y para mayor complicación, intacta). Sentí una especie de espasmo nervioso.
Joaquín se debió dar cuenta de mi azoramiento, cambió de táctica, frenó y volvió ( o lo intentó), a la ternura. (No sé cuánto le costó serenar sus ansias, pero lo hizo). Me susurró cientos de veces, “Tranquila, gatita, calma. Joaquín no te va a hacer daño”. A pesar de aquel tono de voz, a pesar de las palabras, a pesar de las veces que las repitió, no fue lo mismo que al principio. Noté en su voz, en su tono, un rastro de deseo que me intranquilizaba, porque me acercaba demasiado a la parte animal del asunto, justo aquella que deseaba evitar, pero que es la única inevitable y la que nos une al resto de seres vivos de este Planeta. Mentalmente me fié de él, además tenía claro que lo mejor es que pasara cuanto antes aquella primera vez. Pero dentro de mí, una personalidad dormida durante muchos años, se alzaba, y sólo me hablaba de dolor y de miedo, de sangre y peligro, de pecado y enfermedad. Joaquín dejó de hablar y actuó. Antes de nada me abrazó, con lo que sentí por primera vez su instrumento en mi carne. Luego acabó de desnudarme con delicadeza. Me depositó (esta es la palabra más exacta), como algo valioso y frágil, sobre las sábanas olorosas a lejía, ásperas para la piel. Intentó, supongo que fue intuición, pues no dije nada, lo juro, apartar de mi vista el pene, cosa harto complicada, por cierto. Procuraba esconderlo entre los muslos, me tapaba la visión con su torso, adoptaba posiciones de escorzo casi inverosímiles. Luego quiso azuzarme el deseo, la pasión, el placer casi efervescente. Se dedicó a recorrerme con su boca, con su lengua. No dejó ni un milímetro por explorar. Con las manos, otro tanto. Consiguió que descendiera mi tensión nerviosa, que fue ocupada por otro tipo de tensión, mucho más agradable. Aunque no fue total. Por mucho que intentara olvidarla, yo sabía que aquella verga seguía firme y poderosa esperando su momento. Y pensaba, con cierto terror, que aquel instrumento podría abrirme en canal. Pero, además, otra inquietud golpeó en mi cerebro, sin duda sobreexcitado, cierta sensación de culpa, una extraña mezcla de ansiedad y miedo; dentro de mí crecía la idea de traición.
No se trataba de la educación, de la religión, de las costumbres, de la moral familiar. Era traición a mí misma. Traición a los sueños que, desde niña pequeña, he tejido como una Penélope aplicada y hacendosa: el maravilloso príncipe azul que todas llevamos dentro (¿o que a todas nos han introducido en el cerebro?). Traición a esos sueños de pureza que nos imbuyen desde nuestra más tierna infancia. Traición a la idea de una mágica noche de bodas irrepetible, inenarrable y que debía quedar marcada en nuestro cerebro a fuego y a sangre. (Para mi abuelo a sangre, principal e indudablemente). Pero, sobre todo, traición a mi misma... O a la idea de que la cultura de esta sociedad me había metido en el corazón, en las en-trañas...
Así que, en realidad, esta noche, a partir de los momentos que acabo de contar, por unas causas o por otras, me he sentido espectadora solitaria y triste del pase de una película porno con sólo dos actores: mi cuerpo, mi cuerpo vacío, o casi vacío, de cualquier espíritu, y Joaquín, solo el hermoso cuerpo de Joaquín. Pues, por mucho que lo intentara, su interior, lo que su corazón y su cerebro sentían, me era vedado. Una telaraña espesa en sus ojos esmeralda me impedía colarme por sus recovecos.
Sus musculosos brazos como rocas se convirtieron en mástiles de unos vivos dedos que me recorrían sin descanso de arriba a abajo, y de abajo arriba, deteniéndose a veces en mis pezones erectos y a punto de explotar, a veces en los labios, a veces en las nalgas, a veces en el coño (mamá, entiéndeme, si pusiera otra palabra sería cursi), a veces en las puntas de los dedos de mis manos y mis pies, a veces rodeaban el ombligo, reguero de hormigas que me hacían cosquillas, a veces me apretaban con firmeza y cierta dureza, a veces apenas me rozaban, como si fueran una lluvia de polen primaveral... Después, ha repetido cada centímetro del viaje con los labios, con la lengua, con la boca toda, llenándome de cierta salivilla espesa y blanquecina que, a pesar de mis escrúpulos y educación de señorita bien, no me repugnaba, al contrario: me excitaba... (Sí, mamá, me excitaba. ¿Sabes lo que es eso?). Acaso, en aquellos instantes de su segundo viaje por mi geografía con sus labios, me estaba acercando por primera vez a los instintos más primarios, y por lo mismo, más poderosos, del ser humano. Creí, durante décimas de segundo, que, al fin, podría ser posible. Pero la visión del pene rampante y poderoso, una vez más me asustó. Cerré los ojos y suspiré. Joaquín debió de pensar que estaba en el momento culmen, debió de creer que me había calmado, que había entrado en sus mismos ritmos, en sus mismos latidos de corazón, en sus mismas ansias del encuentro definitivo.
Habían pasado muchos minutos desde que habíamos entrado en la habitación.
Y llegó todo lo demás.
Al notar el vacío de los labios de Joaquín en mi cuerpo, he entreabierto, apenas, los ojos. Y he visto cómo, en esos segundos, Joaquín se arrodillaba en la cama y separaba mis piernas con delicadeza y firmeza sonriéndome con ternura. He vuelto a cerrar los ojos. “Por fin ha llegado el momento trascendental”. He vuelto a suspirar resignada. He sentido el peso sólido de su cuerpo, de su torso, para ser exactos, sobre el mío, me ha vuelto a besar con profundidad y vehemencia. Noté que sudaba, que sudábamos, y no me importó. He sentido, mientras mordía mis labios, como poco a poco aquel instrumento, que en mi cerebro era algo hostil todavía, pugnaba por entrar en la vagina. Me he abierto más. Deseaba con todas mis fuerzas acabar con aquello cuanto antes. He notado un calor palpitante a la entrada, junto al clítoris, y, de pronto, con un movimiento firme, seguro y rápido, lo he tenido dentro de mí; inmediatamente, he sentido el dolor agudo del desgarro, y a continuación he notado que una sustancia espesa descendía, caía por las leves aberturas que dejaba su verga en mi vulva.
Eso ha sido todo.
Me había desvirgado. Él siguió con sus movimientos, con aquella gimnasia que le encantaba. Instantes que le habían costado tanto trabajo y tanta espera. He sido más ajena que nunca a mi propio cuerpo. Lo único que me lo recordaba era una vaga sensación dolorida, justo donde se aplicaba mi amante, y después, como si me hubieran anestesiado, he quedado como ida, sorprendida, sería la palabra más adecuada. Más que afirmar me preguntaba “¿Y esto es todo?”
Me queda una sensación amarga pegada al velo del paladar. No era esto lo que yo deseaba. Sin embargo, las cosas son como son, no de otra manera. Y no me refiero sólo al hecho mismo de haber hecho el amor por primera vez con Joaquín, con los resultados que ha tenido. Me refiero también a toda la atmósfera que nos ha rodeado: una huida vergonzante de casa, un largo viaje por carreteras solitarias, un decorado lúgubre y tétrico, repugnante casi. Lo contrario de lo que le gustaría a cualquier chica que ha sido educada de una forma determinada.

(Como ves mamá, la cosa no ha sido brillante. Por mi parte he suspendido. Él se ha esforzado. Yo diría, a pesar de mi inexperiencia, que ha estado notable. En resumen, como pareja, quizá no hayamos llegado al aprobado. Alégrate por la parte que toca en este suspenso. Pero no te apures, es la primera evaluación, tengo tiempo de recuperar. Y a fe que lo haré).

La habitación está demasiado sucia, sin aseo, con las paredes llenas de heridas parduscas producidas por humedades de tantos años; una bombilla de sesenta vatios para toda la estancia; mil telarañas en las es-quinas. El breve armario está repleto de polvo y moho, no nos hemos molestado en deshacer las maletas, como ya he dicho, ni siquiera hemos sacado nada de la que llevamos los utensilios que supuestamente se utilizan para pasar la noche: pijamas, neceseres, ropa interior para mudarnos, en fin, esas cosas. Continúan arrojadas en el mismo lugar. La cama tiene herrumbre en las patas y está levemente inclinada hacia un lado. El somier gruñe, o llora, o protesta, o gimotea, no sé... Al principio nos resultaba gracioso, luego era incómodo. Si he impedido a Joaquín quitar el colchón y tirarlo al suelo, a pesar de la vergüenza que sentía por posibles escuchas indiscretas, ha sido por no tocarlo. Ni he querido levantar las ásperas sábanas, con fuerte olor a lejía, probablemente lo único limpio de cuanto nos rodeaba. En el lugar que debiera ocupar una mesilla de noche, se encontraba un aguamanil cuya palangana fue blanca y ahora es de un ocre deteriorado, salpicada de desconchones por toda su geografía. Desde hace bastante tiempo, a nadie se la ha ocurrido depositar allí ni una sola gota de agua... Nosotros no íbamos a ser quienes actualizáramos la costumbre... Al fondo de la habitación, en la esquina contraria de la cama, está la mesa destartalada y un tanto descuajaringada donde escribo... El cuarto de baño está al final del pasillo, uno para todas las habitaciones, sólo con un inodoro (algo atascado y amarillento, buen caldo de cultivo para cualquiera bacteria), sólo con una ducha. Menos mal que no somos muchos clientes. Hace un calor pegajoso. Millones de moscas, creo, zumban por cualquier rincón. El espejo de la pared está cruzado por una cicatriz probablemente secular, brillante, lágrima disecada.
Después de que Joaquín, teniendo como únicas espectadoras la luz de las estrellas que entraba tímida por la ventana aún abierta, me penetrara y rompiese mi himen, una vez que pasó la primera oleada de intenso, agudo y breve dolor, mi cerebro quedó ocupado por una pregunta que aún no me he respondido, “¿Para esto tanto jaleo?”
Después de que él haya vaciado su densa semilla blancuzca, como un chorro cálido y veloz, me ha tratado con gran delicadeza. Sabía, sin duda, que ese momento, ha sido clave en mi vida. Probablemente porque, en el fondo, ha intuido que ya soy otra Mila. Que, a partir de ahora, ya no es lo mismo... Por eso ha vuelto a los arrumacos, a las caricias leves, casi líquidas. Con intuición especial, ha decidido no hablar. Ha decidido que necesitaba silencio. Me he vuelto hacia él, lo he sonreído, a pesar de que dos gruesos lagrimones rodaban por mi cara. Y le he susurrado, “Te quiero”. Me ha respondido con un nuevo beso apasionado y profundo, en silencio.
Es mi hombre. Es a quien he elegido como compañero de mi futura vida... Espero y deseo que así lo sienta él también.
(¿No sé si te queda claro mamá? Es mi hombre. Ya sé que no te gusta, pero no importa nada, éste es el que yo he elegido).
Después, se ha dormido, plácidamente, probablemente satisfecho de todo lo que ha hecho. Ahíto de placer, cansado de la carretera y deseoso de volver a poseerme a la primera de cambio. Yo, sin embargo, no he podido, aunque tampoco me he esforzado lo más mínimo.
Por no despertarlo con mis movimientos, me he dirigido a la ventana y, desnuda como estaba, he dejado que la madrugada, que su luz oscura, me bañara con sus aguas negras y tibias. Si a aquellas profundas horas de la madrugada restaba algún poso de miedo, de culpa, de pecado, he sido purificada tras contemplar, anonadada, la inmensidad de la noche; mejor dicho, tras contemplar mi pequeñez desnuda bajo el manto azul marino cubierto de diamantes risueños. La carretera se extiende indefinida a muy pocos metros de la puerta del hostal. Son pocos coches la que la atraviesan.
Un escozor súbito en la entrepierna, y una sensación de pegajosidad me ha decidido a acercarme al baño para darme una breve ducha. Casi ni lo he hecho, pues el aspecto del aseo es poco menos que pestilente. En fin, que mi cerebro me ha impedido dormir como hubiera querido... ¿Lo hubiera querido?
Voy a cerrarte, querido diario, espero que esto nunca lo lea nadie antes que mi madre dentro de un año, más o menos.
Han pasado más de dos horas, como si no me hubiera enterado de nada. He de reconocer que este tiempo me ha venido muy bien, las ideas han quedado mucho más claras. Y lo que es mejor todavía, las ilusiones son todavía más fuertes.
(Supongo, mamá, que a ti también el fruto de estas horas te aclarará las ideas respecto de tu hija. Después de esto, te darás cuenta que tu hija, aunque su DNI., diga otra cosa, se puede considerar adulta. Por lo menos, he sido consciente de todo lo que ha pasado en esta habitación esta noche).
Parece que Joaquín se rebulle, se mueve mucho en la cama. Está a punto de despertarse. Veremos que nos depara este día. Te esconderé de nuevo al fondo de la maleta, que a partir de ahora será el fondo visible y tangible de mi corazón, de su trasunto.
Le molesta la raya de sol que se cuela por entre las rendijas de la persiana y le cae justo en los ojos.

7 comentarios:

Ángeles Hernández dijo...

Amando:

He mandado un comentario demasiado largo que me ha dado mensaje de error.
Como en muchas ocasiones ello no es óbice para que salga publicado, dime si lo has recibido, para si no intentar escribirlo de nuevo, o al menos algo parecido.

Gracias.

Unknown dijo...

Estupendo capítulo, Amando, temo repetirme, pero has logrado describir en modo magistral todo el acto sexual desde los preliminares hasta el momento mismo, sin perder un apice de originalidad en la narración. No me detengo en las motivaciones de Mila, pues estas han quedado claras ya en los capítulos anteriores, pero noto que no obstante fuese la primera vez, no sé si por el deseo de su parte animal, como dice, o por su deseo racional de venganza, llegó bastante preparada desde el punto de vista psicológico. Ya me intriga lo que pueda suceder en el próximo capítulo.
Un abrazo.

Leo

Isolda Wagner dijo...

Qué maravilla de escritura. Parece que hubieras presenciado, ¡qué digo presenciado: sentido! la escena con tus propios ojos, que ahora son los de Mila. Me haces notar que una chica con diecisiete años ayer, hoy y siempre, será mucho más madura de lo que sus padres creen. A pesar de los pesares.
Besos, todavía al comienzo del trayecto.

catherine dijo...

No me acuerdo en que año lo escribiste. Lo comparabas tu mismo con Mañana amanecerá, diciendo que es más, que es menos, sin poner un adjectivo. Digo yo que es más adulto, que el catolicismo subyacente en la novela es de la peor categoría aquí cuando en Mañana estabamos con jovenes empujados a actuar por su fé.
Buena pagina de erotismo, seguirá el suplicio de la madre tan presente en la habitación, en la mente de Mila.

Flamenco Rojo dijo...

¿Para esto tanto jaleo? Cuántos adolescentes, mayormente chicas, se habrán hecho esa pregunta…fruto de una desinformación, de unas prisas…

Conforme avanza la novela me está entrando una duda… ¿qué pretende Mila? ¿Vengarse de su madre o poseer a Joaquín? En fin ya veremos…

Un abrazo.

PD.- Impresionante el tono erótico del capítulo de hoy.

Marina Filgueira dijo...

Hola Amando:
Que tramo precioso de la novela y la forma de contarlo todo tal cual. Sr escribidor, un placer leerte sempre. Besos.

Solo decir que Mila está un poco loca aunque no me extraña, tal como describe el cuarto nuncial Que ascoooooo!!

Ana J. dijo...

Esta chica tiene rasgos obsesivos, o me lo parece. Lo que está claro es que tiene una idea irreductible de amargarle la vida a su madre, más, incluso, que de acostarse con Joaquín.
Estupenda narración, estupenda.
Un abrazo