Martes, veintiséis de julio de 1988.
Mediodía.
Mediodía.
Mi cabeza parece una ruleta, o aspa de molino girando enloquecida en pleno vendaval. Me es imposible pensar en otra cosa que no sea huir de esta cárcel.
Sin embargo, me da miedo. Miedo que no es sólo una sensación, sino casi un objeto palpable, que casi se torna, por minutos, ente físico y tangible.
Me quedan pocos días para que Joaquín comience sus vacaciones de agosto. Cinco días. Debo convencerlo. Debo extender toda mi artillería, todas mi persuasión. Debo actuar como una pantera ante una presa advertida.
Desde fuera parecerá insensato. Tirarse al vacío sin red no tiene mucha explicación, ni siquiera en el circo. Pero no veo más allá. No puedo continuar en esta situación de desesperación por mucho tiempo. Aunque Joaquín me intente convencer de que un año se pasa pronto. “Total en el próximo verano, a estas alturas, habrás cumplido los dieciocho años, todo será más fácil”. Y mientras lo asegura, su brazo protege mi espalda. Aunque me jure que a él no le importa. Sé que sí le importa. Sé que, de esta forma, él se cansará antes de mí. Aparecerá otra que le facilitará las cosas y, entonces, adiós. Y no estoy dispuesta.
Está decidido. Me largo. Si en el mes de agosto las cosas no funcionan, y no encontramos un trabajo, nos volvemos y me atendré a las consecuencias. Aunque pensar lo que puede ocurrirme en los once meses que me faltarán para llegar a la mayoría de edad, me produce angustia.
Lo más probable es que esta salida sea sin retorno, sea definitiva. Prefiero pasar apuros materiales, que continuar en esta prisión que me asfixia.
Ahora más que nunca te necesito, diario. Ahora más que nunca eres el espejo fiel de mi alma. Sin ti, acaso, esto sería más difícil, quizá implanteable. Necesito de un confidente silencioso, que permita que saque de mis entrañas la ansiedad que amenaza con corroerme.
Miro al calendario y veo que el día 31 de julio es domingo, con lo cual la escapada se puede adelantar al sábado. Veremos lo que dice Joaquín.
(Continuará...)
7 comentarios:
Este capítulo presagia tormenta. A veces la desesperación lleva a hacer cosas que, en condiciones "normales" no nos pasarían nunca por la cabeza. Cierto que, si Joaquín rechaza escapar, la pobre Mila enloquecerá... pero no traigo conclusiones apresuradas, espero el próximo capítulo.
Un abrazo.
Leo
Desesperación...Una sóla palabra define lo que Mila siente...Y me temo que lo peor está por llegar.
Un abrazo.
Pues si, amigos, presagia tormenta y esto no ha hecho más que empezar.
Como ya dije, soy afortunada y leí esta novela y os va a gustar mucho. Y no llevo comisión, es que cuando la releo, me reafirmo en que el escribidor borda el papel de Mila.
Le daré el beso a Mila, que lo está pasando mal. Y a todos.
Leonel, Flamenco, Isolda:
Así es, se acerca el comienzo de la tormenta. Imaginaos las proporciones que queráis, pero no serán pequeñas.
Supongo que no podemos coger a Mila por la camisa y zarandearla un poco para que no haga la tontería que va a hacer. Porque le va a salir mal, muy mal.
Llevaba varios capítulos atrasados y esto va poniéndose peligroso para la chica.
Me tienes en ascuas, Amando
Más besos
Siento pena, mucha pena, y no puedo dejar de ver a la adolescente como la adulta que soy y que tantas veces se ha equivocado.
Ya se que no va a esperar a cumplir los 18, pero ¡es tan joven!
Ana J, Ángeles:
Hago un comentario-respuesta en la entrada del capítulo 12.
Ya sabéis ando con el tiempo muy justo.
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