Jueves, ocho de junio de 1989.
Seis de la tarde.
Esta tarde, Cristóbal abrirá tarde su tienda. Con ello ya contaba, al menos yo, claro. No estaba mi camarero rubio, en su lugar había un señor más maduro, que obviamente no me conocía. Lo cual, por una parte me ha aliviado, pero ha dejado una nota de melancolía prendida de mi recuerdo.
No sé si la cafetería está cerca del establecimiento de Cristóbal, o está lo suficientemente alejada como para que pueda estar tranquilo. Ha sido puntual.
Me ha localizado pronto, no había mucha gente en la cafetería. Se ha sentado a mi lado. Se le notaba tenso, nervioso. Ojo avizor.
—No te preocupes—, le he dicho—. Tardaremos poco, y la cosa es muy sencilla. Verás, necesito durante un par días una pistola o un revólver con silenciador.
Me ha mirado con horror. Tal y como me imaginaba, claro.
—Pero niña, ¿qué cosas tienes?
Antes de actuar he mirado alrededor. Le he puesto una mano en la entrepierna.
—Si es muy problemático que me la prestes. Yo te la compro. Nadie sabrá que ha salido de tu establecimiento. Digamos que te puedo pagar en dinero y en especie. Si quieres, claro.
Sabía de ante mano que me iba a regalar la pistola. Lo que ocurre es que tenía que jugar su papel de dignidad. Era muy sencillo para él despistar un revólver de su establecimiento. Con ciertas precauciones, que ya tendría tomadas, y, con algo más de dinero, cualquiera podría conseguir un arma. Él mismo me lo había contado el día de la famosa borrachera. Por ello me dirigí a él.
—Me lo pones muy difícil. No sé, ni tampoco quiero saber para que quieres el arma, pero imagínate que mi negocio aparece en algo, ¿cómo decirlo?, turbio.
Lo miré con cierta desfachatez. Aunque en milésimas de segundo cambié de actitud, y me comporté como si fuera una gata en celo que ronroneaba deseosa. Lo que siempre pone a tope a los hombres.
—No me fastidies, Cristóbal. Tú mismo me has contado que tienes cosas fuera de control de la poli, y que es prácticamente imposible que sepan de donde han salido… No te pido ninguna factura, ni que pongas el IVA. Quiero algo pequeño, pero seguro. Estoy amenazada por ciertas personas, tengo miedo y necesito sentirme protegida. ¿Entiendes? Madrid es peligroso, sobre todo a ciertas horas.
Se ablandó. La explicación parecía lógica. Incluso a mí me lo pareció. Nunca se me había ocurrido, pero esa explicación podría convencer a cualquiera, supongo que hasta a Ricky.
Reflexionó unos segundos. Seguro que fingía. Le dejé hacer.
—Creo que tengo algo. Sin identificación claro. Un poco antigua, pero en perfecto estado. Casi sin estrenar. Ten cuidado —me guiñó el ojo el muy capullo, dándome a entender que no se chupaba el dedo—, si le das a alguien en la cabeza lo dejas en el sitio. Es pequeña, pero su munición puede atravesar una buena masa compacta.
—¿Y cuándo podré tenerla? No me interesa que en el club se sepa. ¿Me explico?
No dijo nada, aunque noté cierta alarma en sus ojos. Quizá aquella precaución mía había sido innecesaria.
—Casualmente la tengo disponible para cuando quieras.
—¿Te viene bien cuando cierres el negocio?
Asintió. Me di cuenta que el nerviosismo crecía. Le pedí que me dijera un hotel o una pensión de su confianza. Quería que viera que no era una encerrona. Me dio, más relajado, la dirección. Estaba cerca.
—A partir de las ocho o las ocho y media me hospedaré allí. Dejaré pagado el alojamiento hasta mañana por la tarde. Dejaré un sobre para ti en recepción diciéndote la habitación en la que estoy. Me tienes a tu disposición durante toda la noche y todo el día de mañana. Además de decirme las pelas.
El rubor ascendió por sus mejillas. Se despidió abrumado. Me dijo que por el dinero no me preocupara. Dijo que a eso de las diez estaría en la habitación. También añadió que no era necesaria la nota.
—Sólo dime con que nombre te hospedarás. Soy de confianza.
Sonreí con inteligencia. Le dije que me hospedaría con el nombre de Elena García.
Se fue, creo que todavía más alterado de lo que entró.
En fin saldré de la cafetería hacia ese hostal. Todo sea porque los planes avancen. Casi no queda nada. En mes y medio cumpliré los dieciocho. Sólo necesito esa edad, coger el dinero del banco, regresar a Euritmia, matar a los que me han matado. Y ya está. Se acabó la historia de Mila. Total, para lo que ha valido. Espero al menos que a estos dos mafiosos de pacotilla, se les caiga el pelo.
Me da una pereza terrible tanto trabajo. Levantarme de la silla, pagar al camarero, ir hasta el hostal y esperar a que el viejo verde éste venga para que me folle un par de veces. Si es que puede, claro.
¿Y qué más me da?
Como si quiere cinco o seis.
Los cadáveres no protestan, que se sepa.
Como si quiere cinco o seis.
Los cadáveres no protestan, que se sepa.
Continuará...
5 comentarios:
Creo que el final de este capítulo diga todo sobre el estado de animo de mila, y esto me asusta mucho más.
No veo la hora de conocer el desenlace.
Un abrazo, Amando.
Leo
El final de este capítulo me desconcierta...Qué quiere decir, que piensa cargarse también al que le proporciona el arma? Joder, joder, joder.
Un abrazo.
Ella sí sabe como conseguir el revólver! Hay que ver Leo y Flamenco, me habéis creado mayor inquietud si cabe; no había caído en eso...
Aquí el único culpable es el escribidor, que nos tiene en ascuas.
Besos, pero con ganas de que veamos algo de luz.
Ahí estamos. Lo que más gracia me hace es leer a un personaje femenino tan particularmente vengativo y desesperado ¿fruto del "anima" del escribidor de entonces? Duro de narices, y encima nos tiene en ascuas. Un fuerte abrazo extendido, corazón.
Cuando todo ha acabado da lo mismo perder ocho que ochenta.
La actitud y planes de Mila, me hacen pensar en las bombas humanas que matan muriendo porque nada puede ser peor de lo que tienen. Pero el caso de Mila es peor pues su desesperación está envuelta de un odio atroz.
¿Podrá encontrar la medicina para curarse?. POr ahora todo parece indicar que no pero... nunca se sabe.
Un abrazo Á.
Publicar un comentario