Antes de 1975 comenzó esta aventura, que,
probablemente, aquí haya concluido, o eso pienso este año de 2012, porque nada
hay definitivo; y menos si de literatura hablamos. Sin embargo, después los seis
vanos intentos por escribir un cuento en este año, me he dado cuenta de que
quizá lo que tenía que decir sobre la Navidad, ya está dicho, y no conviene
repetirse en exceso.
Decía que hacia 1975 comenzó esta aventura, aunque
llamarlo aventura quizá sea toda una pretensión por mi parte. Sin ánimo de ponerme
muy interesante, mi afición o mi gusto o mi pasión por escribir relatos cuyo fondo
o tema sea la Navidad, nace al tiempo en que me nace el afán por escribir.
Séptimo de EGB (actual 1º de la ESO), clase
de Lenguaje. El profesor, don Miguel Ángel, un hombre alto, delgado, de triste
expresión, a veces desmentida por un intenso fulgor en sus ojos negros,
comunica a sus alumnos que se organiza un concurso de relatos navideños y nos
invita a participar. Escribí una historia sobre unos chicos de pueblo que
giraba en torno a sus peripecias en los días próximos a las navidades y que
culminaba en el momento de la misa del gallo. La presenté sin tiempo para corregirla.
Estaba repleta de errores sintácticos y se caía a pedazos por muchas de sus
partes. Pero ese inicio desastroso no me desanimó. Por el contrario fue el
comienzo de un afán que aún continúa y que espero que siga por muchos años.
Al curso siguiente volví a presentarme a la
nueva convocatoria que se hacía desde la antigua Sección Femenina, sin saber
que esta organización estaba en sus últimos coletazos. Aquel año obtuve el
segundo premio que, por otra parte, es el galardón literario más importante que
he conseguido hasta la fecha y han pasado casi cuarenta años. El premio
consistió en un diploma acreditativo del éxito que incluía, como era de
suponer, la habitual errata en mi nombre de pila, lo cual no disminuyó en nada
mi alegría. Desde entonces, escribir fue el anhelo al que he dirigido mis pasos
con más bien escaso fruto. Pero esto es harina de otro costal.
No fue hasta mucho más adelante cuando me
planteé felicitar estas fechas a mis familiares, amigos y compañeros con un
relato navideño. La culpa de este asunto, como de tantas otras cosas, la tuvo
mi padre. Él, desde hacía unos años, nos felicitaba las navidades con una fotografía
de su cosecha abundante y buena, algunas de ellas fueron utilizadas para lo
mismo por un conocido restaurante segoviano. A mediados de los noventa, cuando
me comencé a plantear en serio que ya iba siendo hora de retomar esta actividad
que había sufrido un paréntesis de más de una década —cuyos motivos no importan
aquí—, se me ocurrió que un comienzo podría ser éste: aprovechar estas entrañables
fechas para recordar a quienes más se quiere y estima con algo de la propia
cosecha, para que se vea que uno hace un pequeño esfuerzo, para que se vea que
felicitar no consiste en gastarse dinero, sino más bien invertir tiempo y
cariño en lo que uno quiere entregar a los demás…
Lo que comenzó siendo simplemente esto, se
convirtió en algo de más calado o, así me lo he tomado desde entonces. Mi felicitación
navideña, independientemente de su calidad —que no es alta y, en todo caso,
desigual—, es parte fundamental de mi tarea en su conjunto. Quiero decir que no
se trata de textos circunstanciales o anecdóticos, sino que forman un conjunto
homogéneo con entidad propia dentro del caudal que voy escribiendo, por ello es
por lo que ahora, la reúno en este volumen que os ofrezco, a través de la Red, para
quien quiera, sobre todo para quienes me habéis ido conociendo años después de
haber iniciado esta afición.
*
Decía que escribir cada año un relato navideño
forma parte de mi tarea y, más aún, también he dicho que comenzó a convertirse
en proyecto único —aunque dilatado en el tiempo—, desde el principio. Todo esto
se debe a una razón fundamental: la Navidad me parece la raíz imprescindible
que lleva hasta el momento más decisivo en la historia del género humano,
también es la celebración más universal que existe en el Planeta y, a la vez,
la más desaprovechada, tergiversada y banalizada de todas ellas.
En algún momento de nuestra civilización, no
hace mucho, alguien se dio cuenta que los réditos económicos que se podían
obtener de esta fiesta eran tan cuantiosos que decidieron sacar el
acontecimiento de los templos y de las casas y llevarlo a los centros
comerciales. Ese día comenzó una buena parte del caos en el que vive la Navidad.
Y, sinceramente, me parece tan grave la cuestión que con mis pequeñas fuerzas y
en mi escaso ámbito he procurado desenmascarar semejante impostura.
La Navidad es la raíz imprescindible que
lleva hasta el momento más decisivo en la historia del género humano, he
escrito. Sin embargo, hoy en día la Navidad es una fiesta casi folclórica,
comercial y aderezada con unas gotas de conciencia ética y cívica, en el sentido
de que se pretenden poner en circulación una vez al año, una serie de valores
de carácter filantrópico como el amor, la familia, la bondad, la ternura, el
desprendimiento de los superfluo, la ayuda a los necesitados… Desconozco si en
EEUU —verdaderos adalides de esta cuestión—, tendrán algún dulce especial para
acompañarse en estas fechas. En España, por suerte (y por directo influjo de la
repostería árabe, dicho entre paréntesis y sin afán de polémica), tenemos el
postre que mejor puede definir a esta situación moral que he descrito: en
Navidad la sociedad occidental sabe a mazapán, todo tiene ese gusto edulcorado
y maravilloso, pero que puede resultar empalagoso, al menos para paladares poco
dados a dulces, gollerías y demás excelencias que tengan al azúcar u otro
edulcorante por protagonista esencial… Esto es así, y probablemente sea absurdo
intentar combatirlo, absurdo e inútil, o sea, una cantidad de fuerzas dilapidadas
de modo baldío y frustrante. Nunca ha sido mi pretensión entablar batalla
contra semejantes desaforados gigantes que agitan sus inconmensurables brazos
cual molinos de viento. Lo que he pretendido, más bien, es ser, como ya lo fui
hace muchos años, un humilde limpia cristales que procura quitar cierta mugre
de alguna de las ventanas de este edificio al que hemos dado en llamar primer
mundo.
*
Se podrá argüir que los cristianos, allá por el
siglo segundo o tercero de nuestra era —cuando comenzaron a celebrar la
Natividad del Señor—, tomaron prestada la fecha y usurparon una fiesta romana
cuyo motivo era el solsticio de invierno, es decir, una fiesta solar, que
celebraba el comienzo del crecimiento de la luz del astro rey lo que era lo
mismo que celebrar la potencia de la vida. A su vez los romanos habían tomado
estos festejos de la religión de Mitra que fue el principal culto rival de la
religión de la cruz en los primeros tiempos del cristianismo. Algunos sostienen
que los seguidores de Mitra lo asimilaron de vetustos ritos egipcios… Todo es posible.
Más aún, será cierto, pero esto no quiere decir que se deba de traicionar del
modo en que se hace en nuestra cultura la fiesta de la Navidad.
Creo que nunca estaremos bastante
agradecidos a quien se le ocurrió cristianizar la fiesta del solsticio de
invierno, porque con su pedagógico afán de utilizar una fecha que ya era usada
por el pueblo para celebrar el nacimiento de la vida simbolizada en el acrecimiento
de la luz del sol, consiguió que para la mayoría fuera perfectamente
comprensible que Dios decidiera que era hora de dar el paso definitivo para
salvar al ser humano de la hecatombe en la que vivía haciéndose carne de
nuestra carne, que no otra cosa es la Navidad…
A lo que iba, en definitiva, es que si celebramos
la Navidad, y al menos tres continentes y pico la celebramos (Europa, América
—Norte y Sur—, Australia, buena parte de Oceanía y bastantes porciones de Asia
y África), es que rememoramos, no el incremento de horas solares (lo que, por
cierto, en el Hemisferio Sur no sucede), sino el nacimiento de Jesús Nazaret.
No digo que se trate de una celebración religiosa, ni mucho menos, ni abogo
porque la Navidad se circunscriba a los templos, allá cada quien con su fe y su
modo de vivirla. Lo que afirmo más bien es que debiéramos de ahondar más en lo
que ese hecho, es decir el nacimiento de Jesús en Belén de Judá, tiene que
significar para nuestras vidas.
Este es el planteamiento desde el que he
pretendido enfocar estos relatos: ahondar en diferentes aspectos del hecho de
la encarnación de Jesús, y no son pocos.
No puedo ahora desdecirme de mis propias
creencias, aunque éstas se hayan matizado con los años —y mucho más en la
última década—. Uno es quien es y no puede (ni debe) ir en contra de sí mismo.
Por tanto es lógico que muchos de los valores que asoman en estas páginas coincidan
con la enseñanza y la exégesis católica de la Navidad. Pero dicho esto, creo
que nadie podrá acusarme de que con estos textos haga literatura religiosa, lo
que, por otra parte, tampoco tendría nada malo o criticable. Utilizo el tema
religioso en algunos de los relatos, pero en otros lo único que hago intentar
buscar el famoso espíritu de la Navidad, aquél que Dickens también anduvo buscando.
*
En los ámbitos literarios está de moda escribir
sobre la Navidad, pero yendo en contra de la Navidad. Lo que llamo ‘anticuentos’ navideños. Quizá sea la
reacción de los intelectuales ante la propuesta edulcorada que la industria nos
hace de estos días. Una provocación para que nuestra mente se pregunte y no se
adocene más aún. No lo sé. Igual que en toda la literatura contemporánea ha
triunfado el antihéroe como protagonista, parece que con esta fiesta se trata
de conseguir lo mismo. De pronto se tiene ojeriza a los finales felices, a los
temas edulcorados, a los sentimientos nobles; los relatos navideños lo son
porque suceden en un día, o varios, entre el veintidós de diciembre y el seis
de enero. Con eso es suficiente. Ya he dicho que también estoy en contra de la
basura que nos meten entre ceja y ceja disfrazada de valores navideños; pero no
menos estoy en contra de esta despiadada actitud de menosprecio que conduce al
vacío moral. Quiero decir que con esta moda del ‘anticuento’, sólo se lleva a la desesperación. Probablemente los
autores se defenderán desde el argumento de que ellos no tienen por qué meterse
en cuestiones de calado moral, que ellos están para poner por escrito las cosas
que ocurren en el día a día. No les falta su cuota de razón.
No estoy a favor de la literatura con
moraleja, y menos aún de la moralina… Pero dicho esto, no es menos cierto que
algunas veces el escritor también tiene que tomar partido por la ética, por la
moral, y por qué no, por la esperanza. Son delgadas lindes las que separan esto
de aquello, es cierto, pero me apetece correr ese riesgo, al menos con la
Navidad. Prefiero caer en la moraleja, si ayudo a desenmascarar el feroz
capitalismo consumista en que hemos convertido estos días, y del que es casi
imposible salir (al menos a mí me cuesta), y si soy capaz de regalar, aunque
sólo sea durante unos minutos, un leve horizonte de esperanza a quien estos
relatos leyere, es que este esfuerzo ha merecido la pena…
Muchos me acusáis de que mis textos reflejan
un fondo de melancolía, tristeza y pesimismo. Nunca he estado excesivamente de
acuerdo, salvo que a continuación se añada que siempre ocurre lo mismo con las
creaciones literarias, donde el sufrimiento, la soledad, la tristeza, la
angustia, la muerte, etcétera, sobreabundan y lo inundan todo. Es verdad que el
drama de la vida se presenta en muchos de sus aspectos, pero es que no puedo
huir de lo que nos acompaña. Y menos aún si son los valores navideños los que
pretendo poner en juego, pues el principal de todos ellos, y el que, sin
embargo menos se recuerda para no herir susceptibilidades religiosas, es que la
Navidad no es más (y fijaos cuánto es) que una cosa: Dios —cuya Palabra creó
todo— se hace frágil carne humana para salvar a los hombres de sus miserias. Si
hubo un pesebre en Belén sobre cuya paja pusieron a un niño envuelto en pañales
y una bienaventurada mujer llamada María y un hombre llamado José y un buey y
un asno y unos pastores y unos ángeles y
unos sabios llegados de oriente (aunque algo de esto parece que desmiente el
Papa en su último libro publicado, acerca de la infancia de Jesús), es porque
la situación del género humano estaba a la deriva, a punto del naufragio.
Aunque sea con la torpeza propia de un escribidor, es ahí donde he querido
situar mi mirada: el ser humano (el de antes, el de ahora) está sumido en la
ceguera, el dolor, la soledad, la angustia, la enfermedad, el sinsentido y, de
pronto, aunque casi sin ruido, amanece, llega Dios para salvarnos. Lo uno, es
decir la dicha, no es posible sin la desdicha. Dicho al revés, si no hubiera
desesperación no habría Navidad. O aún de otro modo, bendita culpa que mereció
tal redentor…
Dijo Albert Camus que el escritor no ha de
escribir la historia desde quien la cuenta, sino desde quien la sufre: ojalá
fuera capaz de asumir siempre esta afirmación.
Creo que la Navidad es un buen momento para
que una brisa de esperanza avente el hedor de esta sociedad encerrada en el
capitalismo salvaje, el hedonismo y el lujo, que son las mejores sendas para
llegar al egoísmo, la envidia, la avaricia, el odio y la destrucción. Para
mantener este tinglado consumista y superficial muchos cadáveres se pudren a
nuestro paso (algunos quizá deambulen a nuestra vera); ocurre que hay muchos
que son explotados hasta morir y la mayoría, incluso sin darnos cuenta, incluso
acompañados, acabamos sumidos en el letargo de la soledad más angustiosa y demoledora.
*
Los relatos, estas diecisiete narraciones,
se mueven en dos ámbitos temporales, nuestra época y los momentos entorno a los
cuales se produjo el nacimiento histórico del Señor. La primera de ellas, como
una premonición —premonición adolescente—, incluye en un par de folios ambos
momentos… Pero a la hora de la verdad no hay diferencias entre estos veintiún
siglos de historia. Somos iguales ahora que cuando Jesús fue concebido por
María, y es lo que se va poniendo de manifiesto año a año, relato a relato. Por
mucho que hayamos progresado en lo material, técnico o tecnológico, en lo moral,
ético y anímico somos casi iguales y, por desgracia, las razones por las que el
Verbo se hizo carne, acampó entre
nosotros, y fue rechazado por los suyos, han variado poco. Si se me apura,
en muchos aspectos hemos ido hacia atrás, aunque en otros hayamos mejorado notablemente,
justo es reconocerlo, y celebraciones como la de la Navidad no son ajenas a
esta mejoría, dicho sea de paso.
Mientras repasaba estos textos, me he dado
cuenta de su unidad, de la armonía que en ellos hay en cuanto al contenido, y
que —aunque se perciban cambios de estilo— al final el aire de familia se
rastrea desde el primero hasta el último de ellos.
Después de meditarlo despacio, preparo esta
edición para quien quiera tenerla y hacer con ella lo que estime más preciso,
porque —aunque no es seguro—, barrunto que el último relato navideño que
escribí, fue “El runrún”, el año
pasado, en 2011. Hace unos años, intenté —con nulo éxito— que alguien se
hiciera cargo de la edición de todos los relatos. Mi propuesta era destinar los
posibles beneficios a alguna ONG u organización religiosa especialmente
dedicada al servicio de los más necesitados. Desde el principio pensé en los
Hermanos de la Cruz Blanca que, además de su tarea silenciosa, abnegada e
impagable, son muy queridos en Segovia. Pero algo no funcionó. Por lo que sea,
quien recibió la idea la olvidó o la desestimó y no tuvo a bien informarme
sobre el asunto. Algunas veces los periplos de los libros son muy extraños. El
caso es que al final decido recopilar todos mis relatos navideños en un solo
volumen. A pesar de su desigual calidad, he mantenido todos por una cuestión que
tiene que ver con la pura honestidad conmigo mismo, y porque —en otro orden de
cosas— puede ser una muestra del modo en que he cambiado con el paso de los
años.
Formarán parte de la red en este blog que nació
con vocación de almacén, y a ese criterio responde la inclusión aquí de este
libro. Aviso: la extensión de los relatos es desmesurada comparada con el
tamaño habitual de un post, incluso los más largos. No obstante, si alguien
desea el libro en su conjunto, es muy fácil ponerse en contacto conmigo a través
del correo, mi cuenta de Twitter o mi perfil de Facebook y le haré llegar un
documento pdf con todos los cuentos.
Las versiones de los diecisiete relatos que
aquí aparecen están revisadas, pero he evitado alterar los sustancial de cada
relato, aunque quizá alguno esté algo más aligerado respecto de lo que en su
día recibieron los destinatarios de mi felicitación navideña.
Pues eso, que es tiempo de Navidad, y por
tanto es tiempo de que volvamos nuestra mirada hacia la esperanza. La vida está
llena de banalidades, tristezas, angustias, llanto y gemido, pero una estrella
brilla en el horizonte, nuestras calamidades pueden tener solución… Abramos los
ojos… y el corazón.
Segovia, diciembre de 2012.
11 comentarios:
Querido Amando. Sabes que soy incondicional de tus relatos desde que leí Cuentos de Euritmia, en el que aparece uno de estos relatos navideños.
Por favor, inclúyeme entre los afortunados que tendrán ese pdf con todos los relatos recopilados.
Por cierto, ¿sabes que hay que ser muy auténtico para abordar un reto como este y para desnudar tus motivaciones en la forma en que lo has hecho?
Y es que tú, Amando, eres eso: auténtico.
Te felicito por la decisión que has tomado y me felicito por la suerte de poder acceder a todos tus relatos de Navidad.
Un abrazo feliz
Envidio tu constancia. Me parece una magnífica idea esa costumbre que mantienes cada año de realizar un relato de Navidad. Yo quise copiarlo pero no tengo tu dedicación, esa que te hace escritor.
Gracias por el regalo. Estaré al tanto si me es posible.
Felices Fiestas
Al fin, este año, en lugar de uno, nos vas a felicitar con diecisiete relatos. Especialmente a los que no los habíamos leído en su momento. Yo también me apunto a l envío opor PDF, te enviaré un correo solicitándolos.Gracias por estr ahí, por compartir melancolías, pero también abcesos de ilusión. Un abrazo de quien comparte contigo -espero que algo más también- las habituales erratas en su nombre de pila.
Querido Amando: Qué puedo añadir al mensaje de Ana. Eres tal cual, auténtico, coherente y valiente. Sabes que la Navidad para mí no es más que un motivo de reunión y a veces, ni eso. Sin embargo, aprecio y mucho tus cuentos y tu constancia. Tampoco me gusta la corriente anti Navidad. Es un hecho, unos días que pasamos, creo que todos, con una cierta esperanza de mejorar individualmente.
No te voy a pedir el pdf, porque soy de las afortunadas que tiene todos tus cuentos de Navidad y los guardo con la misma ilusión que de niña esperaba la llegada de esos días.
Gracias un año más por este regalo, esta vez en conjunto. Besos como cuentos de Navidad.
17 mil gracias más la propina. Eres el mejor.
Un fuerte abrazo.
No soy casi nada navideña desde hace unos años. Sin embargo, el relato que todos los años nos regalabas era algo esperado y deseado y, por supuesto, leído.
Hoy me "conformo" con la introducción, como me has dicho esta mañana, que no es poco, seguro, y con lo que vendrá después.
Susana, el escribidor que no ha escrito el cuento, hace que nos saludemos por este medio. Te envío muchos besos, tantos como libros te rodean para ti y tu familia.
Un fuerte abrazo Isolda. Aunque hace mucho que no te veo, te tengo en mi mente y en mi corazón. Vamos, que eres una persona que no se olvida con facilidad, a pesar de la falta de contacto.
Mis mejores deseos para estos días. Muac
Gracias, amigos, por este recibimiento a "Tiempo de Navidad".
Para mí también está siendo duro NO haber podido cumplir con esta costumbre.
En serio, y lo digo un poco en voz baja, si el puzzle de micros, o el relato de ciencia ficción, o el otro en que quise personificar a mula y buey, o aquel otro en que Herodes estuvo a punto de ser más protagonista que en el de "El llanto de Raquel" hubieran seguido avanzando, alguno habría escrito.
Como se puede leer entre líneas en mi diario (o no tan entre líneas) "El surco de los días" desde el principio de diciembre me viene obsesionando la cuestión. Y desde mediados de noviembre -como cada año- me viene ocupando la cabeza.
Susana, muchos besos desde Sevilla de los Flamencos. Te deseamos unas Felices Fiestas y que el Año Nuevo te traiga lo mejor a ti y a los tuyos.
Hola Flamencos, qué alegría hablar con vosotros. Muchos besos. Os deseo lo mejor para el año próximo. Besotes
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