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Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

martes, 1 de marzo de 2011

Fin de trayecto. Parte sexta. Capítulo 63

Además del monótono y arrullador concierto de mil grillos y mil chicharras, lo único que se escuchaba en la calle era el tableteo arrítmico, a borbotones, de mi vieja máquina de escribir.

Por suerte para mí, por los alrededores no debía de haber nadie que fuera insomne, pues es justo reconocer que mis costumbres de escritura, más bien noctívagas, fundamentalmente en el estío, podrían llegar a ser insoportables, sobre todo por personas que tuvieran dificultad en conciliar el sueño. Pero hasta el día de la fecha ningún vecino me ha dicho nada. A lo mejor exagero, y el sonido de una máquina de escribir tampoco es tan potente como para molestar al otro lado de la calle o unas cuantos metros de fachada más abajo. Y menos mal que vivo solo, pues no sirvo para la convivencia, aunque eso es otra historia que no viene al caso.

Es inexplicable, también para mí, que a finales, casi, de siglo, un escritor no se decida por un ordenador con algún programa de tratamiento de textos, por sencillo y simple que sea. Mi cerebro, mi sistema de razonamiento, para ser justo en los términos, es lo suficientemente lógico y está lo suficientemente formado como para entender las ventajas indudables que tiene tal avance científico y tecnológico para un profesional de la palabra. Se puede ir escribiendo alrededor de lo escrito, sin que sea ilegible, cosa imposible en un manuscrito, salvo que se llene de notas a pie de página, flechas, asteriscos y otras estratagemas que al final lo que implican es tener que volver a repetir la página. Según me han dicho, se pueden trasladar párrafos enteros de una página a otra mediante sencillos mecanismos. En fin, cientos de posibilidades para un escritor. Pero un cierto terror atávico a las máquinas me impide aceptarlo como aliado en la labor supuestamente creativa. Es más, siempre he sentido que, ante un ordenador, nunca me ha llegado la inspiración. Ante un ordenador, encuentro un obstáculo y no un vehículo que me pueda servir. Mejor dicho, encuentro alguien que me impondrá sus pautas, como si este instrumento tuviera cierta suerte de personalidad propia, que fuera capaz de dirigirme. En muchas ocasiones, incluso, he elegido el bolígrafo frente al teclado, porque me parecía que las ideas fluían más directamente, como si el bolígrafo, o la máquina de escribir, fueran mejores conductores de mis ideas, que no la suavidad, potencia y limpieza de un ordenador. Llegué a pensar que el bolígrafo formaba parte de mi anatomía... O, si no exactamente eso, al menos que era una extensión de ella. Si en alguna ocasión escribo poesía, es absolutamente imposible que lo haga teniendo el dispositivo de un teclado delante, ni siquiera el de la primera máquina de escribir que se inventó.
...Manías...

La noche en Euritmia era infinita y de ventanas abiertas, de densas vaharadas y de ausencia de brisas, de negro y monocorde, de enlutado y machacón concierto de grillos y cigarras, de agobio y de bochorno, de sudor pegajoso y asfixia constante. Era una de esas noches estivales en las que la brisa se ha retirado a sus cuarteles de invierno, derrotada por el calor del día, que permanecía entre nosotros patrullando su victoria sobre la eterna enemiga, efímera, desde luego, pero victoria al fin y al cabo.

Yo, que soy hombre de tierra adentro, no entendía, ni entiendo, casi nada de la vida en el mar, pero en noches como aquella intuía lo que significaba lo de la calma chicha. Para una embarcación de vela podía ser mortal. Aquellos días interminables en la zona de las Azores, donde el anticiclón se instala, debían ser angustiosos en la época en que sólo se navegaba a vela.... Ni el más mínimo rehílo en las verdes y sedientas hojas de los árboles.

La breve calle, compuesta de muy pocos edificios a ambos lados, estaba envuelta en penumbra, en una media luz anaranjada, como de chimenea inverniza, que difuminaba los objetos apenas a quince metros. (O por lo menos así me pasaba a mí, que tengo una agudeza visual bastante lastimosa, por no decir nula). De vez en cuando, el ladrido lejano de algún can se elevaba sobre el runrún distante y difuso, indefinido, y quizá neutro, pero omnipresente, del tráfico de un par de calles más abajo. Ni siquiera aquel ladrido era contestado por otros, como la mayoría de las veces pasaba... Sólo era perenne el roce de los élitros de los grillos que castigaba, o distraía, o arrullaba, según.

Aquella era —es pues todavía vivo en ella—, una pequeña vía, extendida hacia el sudoeste de Euritmia, sin comercios, sin bares, sin locales, sin talleres de reparación, en fin sin nada que no fueran viviendas, y tampoco muchas, una docena, quizá; era como un apéndice sin sentido, y algo siniestro, a aquellas horas, dentro de la urbe que se extendía con un cierto ritmo de vida, con un cierto rebullir repleto de pálpitos vitales.
La brevedad, la ausencia de cualquier otro elemento urbano distinto de las casas, tenía sus ventajas y para mi labor (supuestamente creadora), la más importante de todas era el silencio, casi perenne, que se introducía hasta el cerebro, regalándole la posibilidad de concentrarse en lo que la voluntad estimara en cada caso.
Nada podría haber más consolador y más rentable para este trabajo, que sentirme arropado simplemente por el aire, o, como mucho, por el aleteo callado de mil y una mariposas en primavera. Por eso, en cuanto que descubrí la posibilidad de alquilarme en un piso de esta calle, no lo dudé ni un instante. Es verdad que perdía buena parte de la belleza un tanto decadente de Euritmia, que perdía la contemplación de las cambiantes puestas de sol y sus reflejos en los pináculos de sus múltiples iglesias. Es verdad que perdía la observación de los euritmitenses moviéndose a impulsos, más bien lentos, por el centro de la ciudad. Pero todo ello se podía perdonar, e incluso sustituir de algún modo, por las ventajas de esta casa.

Aquella noche, sin embargo, todas aquellas ventajas se convirtieron en problemas y se volvieron, como un bumerán del destino, contra mí. Aquella noche, mi espíritu quedó marcado y magullado por todo lo que tuvo que soportar. Las visiones que me depararon las circunstancias han sido determinantes para que ahora me decida a recor-darlo, y fijarlo por escrito... No sé si debería, o quizá tuviera que permanecer en silencio, más que nada por no desvelar los secretos de los que tanto sufrieron, pero los recuerdos que me despiertan cada noche, como si fueran bofetadas en las retinas del sueño, me invitan a ello. Quizá debiera un respeto. Pero han sido muchos años de silencio. Es más, creo que la propia sociedad de Euritmia ya ha olvidado tan horrible suceso, y no creo justo que todo eso caiga en el olvido, o como mucho, figure en los archivos enterrados por el polvo del tiempo de algún juzgado. Y, además, intuyo que la única forma de liberación para el espíritu es que salga de dentro de mí.

Continuará

6 comentarios:

catherine dijo...

próxima entrada: el trueno en la calma chicha.

emejota dijo...

Sabes que entiendo lo que dices de escribir a mano. En su día me pasaba y mi caligrafía era mucho mejor que la actual. Ahora el gran monstruo que por entonces tímidamente abría sus fauces ya me ha devorado.
Sigo en ascuas escribidor amigo. Un fuerte abrazo extendido.

Isolda Wagner dijo...

¡Ojalá ese escritor de enfente nos oiga Catherine! Cómo le gusta mantenernos en tensión. Le perdonamos, porque es una novela de las que merece la pena, pero a lo mejor nuestro corazón se resiente...
Como emejota sigo, en ascuas y a la larga esto no puede ser bueno.
Besos una vez más intigadísimos.

Flamenco Rojo dijo...

Capítulo de "calma chicha"...en espera de acontecimientos. El final del trayecto está muy cerca.

Un abrazo impaciente.

Unknown dijo...

Como dicen los amigos que me anteceden y como he comprobado durante la lectura de la novela, después de la aparente calma, llega siempre la tormenta que devasta.
Un abrazo para ti, Amando.
Leo

Ángeles Hernández dijo...

Transición . Pero necesaria para entrar con fuerza en lo que me espera a continuación .