Mila no cree que haya llegado. Su rostro se encharca por momentos. Por su calle nadie. Ni un perro jadeante.
Cuando alcanza su puerta, escucha, amortiguado, el sonido de las teclas de la máquina de escribir del escritor que vive enfrente. Sonríe aliviada. Todo está como lo había soñado. Al introducir la llave en la cerradura, ha tenido la misma evidencia que la inundó, esta mañana, al salir del piso de Madelaine, aquello va a salir bien. Lo último que haga en su vida, lo concluirá como lo pensó.
Abre, por fin, la puerta de su casa: las manos inundadas de sudor, la atención exacerbada por la adrenalina que golpea en las sienes. Es el momento clave de todo el plan. Si hace demasiado ruido, o hay alguien que no esté dormido, podrá oír el ruido, y todo se irá al traste.
Después de atravesar el umbral de la puerta, y antes de cerrarla, se descalza las sandalias, para evitar en lo posible el crujido de la madera, sobre todo en el centro del pasillo, tal y como recuerda a la perfección. Nota que su corazón se ha disparado. Un sudor abundante corre helado por su nuca hasta la rabadilla, por la frente, por el pecho. Agarra la puerta por el picaporte y la cierra con delicadeza, evitando cualquier ruido. Por una vez, alaba las manías del abuelo: una de ellas es engrasar cada mes las bisagras de todas las puertas para evitar chirridos agudos que tanto le molestan. “Si alguno está despierto, seguro que no ha oído nada”. Se ha quedado quieta en la entrada, apoyada en la pared. Nota que las fuerzas le abandonan. Cómo desea que la respiración se calme. Quiere centrarse en el lugar donde está. El sigilo es su aliado, pero el animal negro que la devora, protesta, quiere más velocidad. Mila tiene doble trabajo. Empieza a estar extenuada. Acostumbrados, por fin, sus ojos a la penumbra acogedora de la casa se dirige, de puntillas y descalza a la cocina.
Del bolso, extrae el cuaderno de pastas de hule negro y lo deposita, con ternura encima de la mesa blanca, lo abre por una página al azar, de las últimas. Sus ojos se posan en unos renglones concretos, correspondientes a la madrugada del veintiocho de mayo, el día de su muerte:
"A partir de esta noche nada tiene posible solución. No sé si tardaré un par de semanas o un par de meses, pero desde ahora mi único objetivo en la vida será acabar con los que han acabado conmigo, después dejaré de respirar... Total ya estoy muerta. Total ya me han matado"Sonríe tristemente.
Mira el reloj de la cocina, faltan un par de minutos para las cuatro. Todo va bien. Se cuelga el bolso a modo de bandolera, y extrae el revólver. Le quita el seguro. Las manos siguen sudorosas. El corazón late desacompasadamente, quizá con arritmia. Vuelve a respirar hondo. Se trata de ejecutar todo lo que ha pensado, y lo ha pensado tantas veces. Nada más.
Como una gacela, se ha escondido tras la puerta del salón. Efectivamente, las persianas están bajadas, y la penumbra cubre el espacio solo rota por un rayo que se cuela por la parte superior de la ventana y que va a dar al aparador. “La iluminación perfecta”. Se prepara. Para que todo sea más fácil se sienta en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, sin perder de vista la otra entrada. Es el ángulo adecuado, pues nada le interrumpe la visión total del cuarto. Espera impaciente a que aparezcan ambos para irse al bar de la calle paralela a la suya dispuestos a jugar su diaria partida de cartas. Ése ha sido el único triunfo, o semitriunfo, que su padre consiguió con su madre, aunque hubiera de padecer la estrecha vigilancia de su suegro. Mila piensa acerca de las paradojas de la vida, “Mira que ser su muerte ocasionada por la única parcela de libertad que ha mantenido”. Ha oído, algo alejados aún, los pasos cuidadosos de ambos que descienden la escalera quejumbrosa. Cada sonido es conocido para ella, sabe exactamente que escalón están pisando. Por fin aparecen por la puerta, primero su padre, luego el abuelo. “Mejor”, piensa en una décima de segundo, “Papá no se enterará. El abuelo durante unas milésimas, sentirá terror”.
Ahora ha de poner en práctica los breves consejos que le diera Cristóbal la noche que le dio la pistola. Ha apuntado, bien sujeto el revólver, y ha acariciado levemente el gatillo. Ha sido una buena alumna.
Un par de disparos directos a cada corazón. Fulminante. “Cristóbal estaría orgulloso de mí”, piensa. Sabe que ni supieron que les disparaba. Las balas han entrado silenciosas, precedidas únicamente de un silbido, como un aleteo de búho en mitad de la noche, en el centro de sus pechos. Vuelve a pensar que ha sido demasiado poco sufrimiento para su abuelo, pero ya estaba hecho. Aquellos dos disparos han tenido la virtud de tranquilizarla y de que su organismo se ponga en acción, con velocidad y con precisión. Sabe a la perfección que todo lo demás ha de ser muy rápido.
Han caído como pesados fardos. Con un ruido sordo, pero suficiente como para que alguien despierto lo oiga.
Inmediatamente siente cómo su madre baja por la escalera alarmada por el ruido de los dos cuerpos al caer. Ha contado con ello, era eso exactamente lo que había deseado este último mes, tanto, que lo había soñado en las últimas semanas. Mientras ella baja muy deprisa por las escaleras, Mila guarda la pistola en el bolso, saca el alfanje y deposita el bolso en aquel rincón de la puerta, ha de estar ligera, pues comienza su particular baile.
Cuando su madre ve los dos cuerpos grita, mejor dicho, aúlla. Este detalle se le ha escapado a Mila. Aquel alarido, necesariamente, tenía que haber sido escuchado por alguien. Los primeros sus hermanos. De pronto, siente que el tiempo se le ha acabado. Por el movimiento que la ha visto hacer, su madre ha pensado en salir hacia el teléfono que está en el pasillo, pero no le ha dado tiempo. Mila ha elegido el mejor lugar, y desde detrás de la puerta, por sorpresa, cual feroz gato montés hambriento, ha saltado sobre su cuello y se lo rasga con el puñal de cristal de roca, que empieza a realizar lo que la mujer del joyero soñara de él. Ha sido un corte profundo, lo suficiente para que ya no puede gritar, pero evitando la muerte inmediata. Es un corte que produce un intenso dolor y un constante y abundante fluir sanguíneo. Ella sí tiene que sufrir. En otro rápido movimiento, le ha cortado las venas de las muñecas, ante su cara de estupor, con dos simples tajos. “Mamá, hoy sí vas a saber lo que es sufrir”, le dice. “En unos pocos minutos vuelvo para acabar contigo”. Como regalo le ha dado un par de cortes más en el pecho.
Por unos instantes calla. El silencio de la casa continúa. Ha supuesto que sus hermanos no se han enterado de nada. “Tienen un sueño profundo, tus hijos”, le ha dicho a su madre con sonrisa diabólica.
Ha saltado por encima de los cuerpos de su padre, y de su abuelo. Y se dirige al piso de arriba. Con sigilo y velocidad. No se fía de las fuerzas de su madre
Primero ha entrado la habitación de Marc. Se ha desabrochado el vestido. Esta es la parte que más ha estudiado. Y va a interpretarla a la perfección. No fallará. Coge el alfanje en la mano derecha. Y con los pechos al aire se sienta a horcajadas sobre su hermano. “Chist, Marc, soy tu hermanita, he venido a acabar la lección que empezamos el otro día. Hoy paga la casa. Oh, si ya estás desnudo, chico qué rápido”. Le cogió el pene con la mano izquierda y lo masajea suavemente, sabe que es el último trabajo de Venus, por lo demás muy breve. “Qué hermosa la tienes, hermano… Y tiene ganas de guerra”, le susurra libidinosa. Marc no sospecha nada. Entre el embotamiento producido por el sueño, y cierta perversión que supone le ha dado la profesión a su hermana, piensa que aquello es un filón. “Toca mis pechos”, le dice. Sabe que ese es el cebo perfecto. Cada vez más excitado y con los ojos clavados en los pezones de su hermana, no ha visto cómo la mano derecha de Mila con el puñal transparente, diamantino, con rebrillos de rubí a causa de la sangre de su madre, en un movimiento, que apenas dura centésimas de segundo, le rebana los testículos. Simplemente, de pronto, nota un agudo dolor en la base del escroto. Ha sido un corte perfecto. “Buen trabajo”, piensa ella como agradecimiento al joyero. Marc siente la tibieza, el calor, de su propia sangre que lo empapa. Intenta gritar, pero no puede, el horror, el dolor y el desmayo que le alcanza, se lo impide. Ante sus ojos, los de Mila, que sonríe ida. Contempla borrosamente, desenfocado, cómo se manosea el pecho con su mano ensangrentada. Y no ha visto nada más. Acaso perciba, cómo en sueños, que el arma todavía invisible para él le atraviesa la yugular. Después, una vez muerto, Mila, coloca en la boca de su hermano aquella herramienta con la que gozó de ella, y definitivamente puso punto final a su existencia.
Retorna sobre sus pasos, sin preocuparse de su aspecto. Sigue teniendo prisa. De Pedro no hay señales. Su madre, sin embargo, tal y como ha intuido Mila, en esos breves minutos, ha logrado levantarse, a pesar de la indudable pérdida de sangre. Mila la ha visto y se dirige a ella rauda. Con una rápida zancadilla, cuando está a punto de cruzar la puerta y llegar al pasillo, vuelve a derribarla. En la caída, pues se ha agarrado al mueble, arrastra tras de sí la hermosa cristalería de murano (imitación por supuesto), que decora el salón. El ruido ha sido ensordecedor. Rápidamente piensa en Pedro. Sabe que su madre no se moverá, y seguirá viva cuando vuelva. “Está siendo un éxito”.
Vuelve a respirar con fuerza. Aquel ruido sí lo tenía que haber oído. La primera intención ha sido correr hacia su habitación. Pero lo mejor será esperar, pues ha de bajar, quizá intente coger el teléfono, para avisar a la policía. Se ha dirigido de nuevo al pasillo de entrada. El muchacho, baja todavía somnoliento por las escaleras preguntando qué ocurre. Se encuentra primero con los cuerpos de su padre y de su abuelo con los que tropieza. Casi cae al suelo. Y un poco más adelante, todavía aturdido, con el cuerpo de su madre bajo la cristalería, absolutamente ensangrentado. Y chilla. Otro terrible alarido. Mila no deja que se acerque algo más a su madre y, por detrás, todavía en el pasillo, le asesta un certero tajo en el cuello con el puñal invisible. Pedro, acaso en un movimiento reflejo, ha girado la espalda para ver quién es aquel asesino, pero sus ojos moribundos ya, apenas pueden vislumbrar una mujer rubia y desconocida. Queda arrojado en el suelo con una inverosímil posición, justo bajo el umbral de la puerta, mitad superior del tronco hacia el salón, mitad inferior en el pasillo.
Mila se nota agotada, pero victoriosa. Vuelve a respirar con avidez. Ya está casi todo hecho. Se arrastra hasta donde está el cuerpo de su madre. La susurra con voz demoníaca “Mamá, ya sólo quedamos las mujeres de la casa. Los hombres han muerto, los cuatro. ¡Qué inútiles!, ¿verdad?”. Se acerca más al cuerpo, todavía con vida, de su madre. Ésta la mira con auténtico pánico. Sus labios musitan un por qué mudo. Mila se ríe muy bajito. Se ha sentado a su lado y tira de los cabellos de su madre hasta arrancárselos en pequeños mechones. Con el alfanje pincha por la cara, por el torso, por la espalda, por los brazos. Entre los cristales que se han incrustado en su cuerpo y las heridas, parece un surtidor continuo. Mila para en la tortura, al menos la física. Tira de su cabeza hacia ella para que vea cómo se acariciaba los pechos ensangrentados. Su madre la mira con repugnancia. Mientras, Mila le susurra, “Mamá, tu hija, desde hace un año, mes arriba o abajo”, y mientras habla se sigue acariciando el pecho, “Es una puta muy cara, que trabaja en un club de alterne de Madrid”. Deja que la noticia aterrice en el cerebro materno. Cuando la mirada horrorizada le ha convencido de ello, continúa administrando noticias. “Mi nombre profesional es el de Venus”. Vuelve a callar y acerca el alfanje a la frente de su madre, lo deja suspendido. “Además me emborracho casi cada día, y tomo droga”. Todas las palabras van haciendo mella en su madre. Continúa. “Hace un mes, más o menos, tu hijo Marcos, Marc, me solicitó los servicios profesionales por valor de treinta y cinco mil pesetas, y sabiendo quién era yo, pues me identifiqué, me obligó a follar con él. Estaba completamente borracho, ¿sabes? Mamá, no te ofendas. Nadie de la ciudad lo ha sabido hasta ahora salvo mi hermanito y tú. Ah, y no te preocupes por el qué dirán, total ya estás casi muerta”. De sus ojos saltan chispas. Tiene el rostro desencajado por una mueca entre sonrisa y alarido. La madre mira con horror. Sufre los continuos golpes, los tirones de pelo, los cortecitos con la cristalería. Pero antes de que se produzca su muerte física, su mente ha explotado ante el relato de su hija. Mila termina por cortarle la yugular, luego se ha humedecido el dedo índice de la mano derecha con la sangre que brota de la arteria materna y sobre su frente escribe, PUTA.
Retorna a la cocina mucho más tranquila, aunque con cierta prisa, por si acaso tanto ruido ha alertado a alguien y llaman a la poli. Bebe un trago de agua. Se acerca a la ventana del salón que da a la calle. Entre las rendijas divisa una figura. “Maldita sea, el imbécil del escritor ha oído los ruidos.”
Recoge el bolso del rincón donde lo ha dejado y regresa rápido hacia la cocina, allí deja todo excepto el alfanje, la pistola y la nota para el juez, mientras, mira por última vez su diario. Desde la puerta del salón contempla rápidamente su obra. De nuevo en el salón y rodeada por cuatro cadáveres, observa que el escritor vecino sigue acodado en el balcón bebiendo algo en una copa, quizá no se ha enterado de nada. O no se atreva a hacer nada. Por si acaso, actúa rápido.
Más relajada, asciende al piso de arriba para asegurarse que Marc está muerto. Lo que ve le impresiona. Había sido un buen trabajo, sin duda. Marc está muerto y bien muerto. No hay duda.
Ha Bajado de nuevo, y se acerca a la cómoda del salón. Deja sobre ella la nota. Se recuesta en la pared, fresca a pesar del calor, y junto a sí, deposita el revólver. No quiere que la policía tenga mucho trabajo, solo el justo. Contempla con sonrisa de desprecio y con cierta morosidad los cadáveres de su familia. Su corpulento abuelo, general frustrado con vocación de dictador decimonónico. Su padre blando, fofo, fláccido, sin personalidad. Ambos con un agujero en mitad del pecho. Ambos con los ojos abiertos, hasta ahora no se había dado cuenta de tal detalle. Se fija en las piernas otrora hermosas y atractivas de su madre digna vástago del abuelo y que, en el fondo, ha propi-ciado aquel desastre. Se dibuja la cabeza de Pedro, joven soñador de mil batallas encabezadas por el General Jefe Don Cecilio Sebastián. Imagina con alegría la aterradora mirada de Marc, último desencadenante de aquel suceso.
Y antes del acto final de aquella tragedia, la bestia negra que enluta su ánimo acaso dé su último zarpazo, y con horror aparezcan por las circunvalaciones desgastadas y sinuosas del cerebro los rostros de Madelaine, y de Ricky. Sólo desea que pasen pocas horas desde ese instante hasta que la policía intervenga.
También llega hasta ella la cara de Joaquín. No le odia, al fin concluye que también ha sido un peón en manos del destino. Tenía que jugar su partida. En un momento tuvo que elegir y eligió. Eso es todo.
Pero en un último esfuerzo, el último de su corta vida, ha derrotado a la fiera. Recuerda, y acaso este sea su último pensamiento, con deleite y melancolía, los rebrillos de oro viejo que el sol poniente sacaba de las melosas pupilas de Enrique aquella tarde primaveral en el Generalife de Granada.
Ha depositado su vista en el alfanje. El último estremecimiento de su vida llega tras su visión. También aquel hermoso instrumento ha cumplido su destino, anunciado tantos años atrás, a una mujer, que quizá nunca más se volviera a acordar del asunto. Piensa que la sangre de su madre y sus hermanos no se debe de mezclar con la suya, y con energía limpia el arma a la falda de su madre, que se sitúa a su lado.
Contempla lentamente, con melancolía azul, su espléndido pecho. Alza, apenas, el seno izquierdo, y con fría decisión, introduce aquel alfanje, casi invisible, en el fondo de su corazón, ya tan aturdido.
Fin
8 comentarios:
Entre que la noche está calurosa (20º C) y la lectura del capítulo final estoy sudando, ofú…Lo más probable es que mañana me vuelva a leer los primeros capítulos. Han pasado algunos meses y no recuerdo bien los maltratos físicos y psíquicos de los padres, del abuelo y de Pedro hacia Mila, los de Marc sí porque son más recientes. No me cuadra el castigo de Mila, es desmedido. En fin, a veces la realidad supera a la ficción.
Y ahora qué…Sé que vamos a echar de menos esta lectura.
Abrazo final.
Moza cruel, producto de una genética cruel. ¡Qué duro! Yo también estoy sudando. Un fuerte abrazo.
Ya sabía el desenlace, ya sabía que el destino estaba escrito, y a pesar de eso, no he podido dejar de estremecerme ante la lectura de este capitulo final.
A pesar de la dureza y la tristeza absoluta de la novela, me parece una novela bien escrita, Amando, una novela, que pudieras intentar publicar, no sé si lo has hecho, creo vale la pena intentarlo.
Un abrazo para ti escribidor, ya sé que muy pronto nos traerás otras anécdotas - o novelas - desde Euritmia.
Leo
El escritor vecino ya nos había adelantado las consecuencias -el afuera- de lo que en esta entrega última nos ha relatado Mila -el adentro- m-e-t-i-c-u-l-o-s-a-m-e-n-t-e. No nos ha ahorrado ni un mal pensamiento de su grave y sádico proceder.
Es verdad que después de varios meses conociendo sus iniciales ilusiones por sobrevivir en un mundo que consideraba asfixiante, sus progresivos fracasos :abandono, aoledad, pobreza, prostitución, abuso, toxicomanía, asesinato, estupro...en menos de un año, son SEMILLAS DE VIOLENCIA que han germinado poderosísimamente.
Nada de lo que le pasó justifica a mis ojos su brutalidad contra los suyos y contra sí misma si no es una grave patología incrementada por el alcohol y la heroína, pero esta historia me hace reflexionar sobre otros casos de crímenes inexplicables en los que a menudo se puede encontrar una razón que nos indique el origen, aunque sea lejanamente.
Supongo que esta novela está basada en un hecho real, no recuerdo si alguna vez lo has dicho. Y aunque no lo fuera ejemplos tenemos a montones.
Echaremos de menos este espacio. Personalmente lamento este final pues, hasta la aparción del escritor, mantuve siempre la esperanza en la recuperación de la joven menor,
Seguiremos en contacto en todo el elenco de publicaciones on line y clásicas, y en otras actividades.
Un abrazo en este fin de obra de tu seguidora-lectora Ángeles Hernández.
Se acabó, ya ni siquiera queda dolor. La familia al completo ha sido aniquilada. Queda estupor ante lo incomprensible.
Queda también admiración y mucha, por Amando, que nos ha regalado una novela enorme; no es fácil mantener la tensión durante tantos capítulos, ni es fácil escribir como una joven que madura a fuerza de los sentimientos que le rodean y que hace suyos. Como Leo dice, hay que lograr su publicación y como he mantenido siempre, podría convertirse en un espléndido guión cinematográfico.
¿Hay algún editor o productor por aquí? Nunca se sabe...
Ya no hay besos para Mila, van todos al escribidor junto con mi enhorabuena.
Donde dije heroina quise decir cocaina, y desde oluego que es una novela que debería publicarse.
Venga Amando, cree en ti y en la bondad de algún editor..
¡Bueno- bueno! Se esfumo aquel pizco de esperanza que mi corazón deseaba.
De todas formas estaba claro bien claro, desde que el escritor observaba desde su balcón y consiguiente visita a la casa de los occisos.
Bien Amado, tienes un talento y talante extraordinario, para escribir tantos capítulos con una tirantez escalofriante. ¡No te ha temblado el pulso! En contar con pelos y señales cada detalle que me iba dejando en ascuas y perpleja.
Mi enhorabuena y suerte, como dicen todos- merece ser publicada es una gran novela.
Y basada en un hecho real aunque también sea ficción. Gracias por deleitarnos con tatas horas de trabajo y seguramente robarle al sueño. Un abrazo. Se feliz.
He tardado mucho en poder llegar a este final. He leído con avidez, pero con un ojo abierto y otro cerrado, con miedo de comprobar que lo que se nos había anunciado desde el prólogo se cumpliría.
Me ha sobrecogido la coherencia con que has escrito este final, sin ahorrar un ápice de crueldad; me ha admirado el estilo, la precisión, la garra que tienes como escritor.
Enhorabuena por un trabajo magnífico que se merece todo el éxito, ser conocido por cuantos más, mejor, y fuera de los límites del blog y de quienes te seguimos incondicionalmente por tu excelente madera de escritor.
Sé que te gusta hacerte llamar "escribidor", epíteto que te honra, pero permite que te llame como creo que debes ser conocido: Escritor.
Un abrazo emocionado
Ana
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