Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

jueves, 17 de marzo de 2011

Fin de trayecto. Epílogo. Capítulo 70

En esos momentos, a pesar del sofocante calor del día, acaso la abuela inquisitiva decida llegarse sigilosa hasta la joven, y ponerle sobre el regazo una rebeca, que por precaución siempre lleva encima, no vaya a enfriarse la chica. El caballero calvo y escrutador afirma ante la iniciativa, y en un susurro, tal vez añada, que estos jóvenes de hoy son un tanto descuidados, él siempre lleva puesta la camiseta y además un jersey o una americana, pues por mucho calor que haga, nunca se sabe lo que ocurrirá y menos en un viaje tan largo. El matrimonio de ancianos probablemente, no se dé cuenta de nada, pues tampoco conoce los pormenores del inicio del viaje. La pareja de enamorados, quizá en un descanso de arrumacos, caricias, besos y contemplaciones, opte por ojear lo que a su alrededor se mueve. Acaso miren a la señora, luego al caballero y por fin a la muchacha dormida, y la chica, por una simpatía que nace de la cercanía, quizá afirme que a ella le encantaría que alguien le tapase cuando se duerma. Quizá lo diga en voz baja, para que lo oiga solo el novio, pero la abuela inquisitiva, que dispone de un fino pabellón auditivo, acaso sonría a la otra, y ésta se turbe, un poco. Pues mientras tanto, su novio con toda seguridad, le susurre, “No te preocupes, yo te taparé siempre, pero con otra cosa”. Y probablemente, tras aquella confidencia tan íntima, se besen con pasión, como, por otra parte, llevan haciendo todo el viaje. El calvo caballero escrutador mirará a la abuela inquisitiva y encogiéndose de hombros con una sonrisa pícara, pero, sobre todo, melancólica, suspirará, mientras piensa, o, a lo mejor, lo diga en voz alta, “Juventud, divino tesoro”. Y nadie sabrá si lo dice por los jóvenes que se besan, o acaso lo diga por la chica delgada y pálida que dormita en el asiento. La abuela piensa que lo dice por la chica, y probablemente exclame “Es tan hermosa, y tiene pinta de sufrir tanto”.
Y el tren llega a su destino. Resopla en la vacía y pequeña es-tación: dos andenes, cuatro vías. Cuando para, la señora oronda no se atreve a despertar a la chica. Tampoco el calvo caballero. Ante la mirada inquisitiva de la joven pareja, el señor exclama con profundo conocimiento de las cosas, “No hay problema, esta estación es termini. No os preocupéis. Dentro de un rato la despertarán. Seguro que le hacía falta dormir. No sé si os habéis fijado en la cara que traía esta mañana”. La joven pareja quizá niega, un poco avergonzada. Pero no dice nada.
En pocos segundos el tren queda vacío.
La despierta de su profundo sueño, amablemente, el cobrador revisor, la toca levemente el hombro derecho, y cuando está seguro de que los ojos de Mila saben donde está le dice con dulzura,
—Señorita, fin de trayecto.
Al pisar el suelo de Euritmia tras un año de ausencia siente un cosquilleo especial, como si su espíritu se nutriera de componentes que ya había olvidado.
Levanta la cabeza. El reloj de la estación marca las tres y vein-tiocho. “Perfecto”, piensa. “A pesar de la cabezada, estoy dentro de plazo.”
Camina segura, decidida. Aquel sueño del tren le ha venido muy bien. Nota que su cabeza está más ágil, piensa mejor, a pesar del calor que hace esta tarde, un calor pesado, pegajoso, casi de plaga en la corte del faraón. En su cerebro retumban las palabras del cobrador, fin de trayecto. “No sabe él lo final que es este trayecto”, piensa.
Aquella parte de la ciudad, es una zona que se ha consolidado en los últimos cuarenta o cincuenta años. Antiguamente, le han contado, la estación estaba tan a las afueras que la mayoría no subía andando. En estos momentos llegar hasta allí, es un cómodo paseo. Incluso la ciudad ha crecido más allá, bordeando las vías, asumiéndolas, como si formaran parte de sus tendones y músculos. La avenida por la que discurre su camino es amplia y con abundante tráfico, si bien es cierto que a estas horas, el silencio sólo roto por el piído de los pájaros, es la nota dominante.
En su ánimo, sin embargo, empieza a azuzarla la ansiedad. Se intranquiliza a cada paso. Se le está haciendo muy largo todo aquel recorrido. “Si sólo ha pasado un año, ¿cómo es que me parece que mi casa está tan lejos? Debería haber cogido un taxi.” Su interior se rebela nuevamente. Tiene la imperiosa necesidad de acabar todo aquello cuanto antes. No debe demorarlo más. Al mirar uno de los relojes termómetros que hay por algunas calles se calma. “Las quince y treinta y ocho. O sea sólo han pasado diez minutos desde que he salido de la estación”. Su casa está a unos veinte. Puede ir con más calma, le sobra el tiempo. No es necesario precipitar las cosas.
A pesar de los razonamientos, quizá sienta en el centro del estómago una mano que lo retuerce y le empuja a acelerar cada uno de los pasos que da. Es una lucha frenética, que le hace sudar más aún, y la agota. El termómetro deja de marcar la hora y señala la temperatura, “Qué barbaridad, cuarenta y tres grados. Y eso que no le da el sol”. Como una ráfaga, al pasar frente a un bar del que sale el sonido de la tele, se acuerda que no ha tomado nada, excepto el café de la mañana desde la noche anterior. “No está mal, voy a llegar al otro barrio, con el estómago vacío. Ya no me da tiempo ni a pedirme un bocadillo. Además, qué importa, digo yo”.
Han pasado otros cinco minutos. La calle en la que se encuentra ya está muy cercana a su propia calle. Nota con contundencia cómo la adrenalina comienza a distribuirse veloz por todo su organismo. Siente que los músculos se tensan. Sus sentidos, todos, están atentos a cuanto le rodea, al acecho de cualquier contingencia que pudiera surgir en cualquier instante para que no la cogiera desprevenida. Puede aparecer cualquier persona conocida que intente retenerla el tiempo que necesita. Ha calculado llegar a su casa hacia las cuatro de la tarde para instalarse con tranquilidad en un rincón del salón, a oscuras, y esperar la aparición de su abuelo y de su padre. Por fin emboca su calle, que en una ligera pendiente se dirige al oeste de la localidad.

Continuará...

5 comentarios:

catherine dijo...

Me gusta mucho tu flashback, Amando. Y me gusta el ambiente cariñoso de esta última parte del viaje.
Pero,aquí estamos, fin de trayecto.
La adrenalina se distibuye tanto en nos venas como en las de Mila.

Flamenco Rojo dijo...

Confieso que he empezado a leer el cápitulo con miedo...Pero lo guardaré para dentro de 48 horas.

Estos últimos capítulos son una auténtica joya. Pena que estemos llegando al final de la historia.

Abrazos.

Ángeles Hernández dijo...

¡qué largo se nos está haciendop el viaje a los que enemos poca paciencia!, ¿qué laargo a los que tenemos miedo!

Será el miedo y la indecisión lo que también a Mila le resulta tan lento.

Hasta el último día, el sábado.

¿Qué haremos entonces?

Un abrazo Á

Isolda Wagner dijo...

Me fascina este epílogo y la calma con la que vas narando los hechos; sé que nos tendrás pendientes de ese fin de trayecto hasta la última frase. Y es cierto, ahora sucede la gran pregunta, el vértigo: ¿qué vendrá después de semejante novela?
Besos querido escribidor.

Unknown dijo...

Noto como el escribidor se ha divertido regalándonos con lujo de detalles todos los particulares, es como si se vieran las imagenes con cada descripción.
Un abrazo, Amando.
Leo