Viernes, diecisiete de marzo de 1989.
Principio de la madrugada.
Debo de tener sumo cuidado. Esta tarde he llenado nada más que unas hojas del cuaderno, pues, de pronto, me he percatado que cualquier día me lo van a ver y alguien me lo quitará. Y es lo último que queda de mí, a parte de este cuerpo que deambula agotado por la vida.
¡Querido diario, hasta tú, compañero silencioso, corres peligro en mi compañía!
De todos modos, ha sido suficiente. Acabo de releerlo y prometo solemnemente que no caeré en esa melancolía. Enrique será un recuerdo, y acaso una aspiración. He de hacerme fuerte, por lo menos, aparentar la dureza y la frialdad y la impenetrabilidad de una roca. En definitiva, no darles ninguna posibilidad de que se compadezcan. Más bien que me teman, que me odien si es necesario. Que no sepan, o no sean conscientes, que me tienen en sus manos, que en realidad soy un pájaro al que le han cortado las alas. He de procurar que no intuyan mi debilidad, mi ánimo desesperado y negro como un túnel. Tienen que dudar, sentir que sigo siendo un peligro, aunque sea un peligro lejano.
Soy fuerte, o eso tienen que creer.
El único lugar seguro para escribir será esta habitación, donde espero que no haya alguna cámara oculta, ni micrófonos escondidos como en la habitación del club... ¡Qué paradojas! Mi cárcel será mi único espacio de libertad, en el que pueda expresarme tal cual soy, por lo menos en el momento en el que lo escribo. Creo que esta labor de escritura es el único hilo que me podrá unir al resto del mundo. El único espacio en el que soy quien quiero ser. Así que, emplearé los días que pueda, sobre todo los jueves y los viernes (al fin y al cabo estaré más descansada que los demás días), para ir poniendo por escrito las cosas que me ocurren. Y los pensamientos que circundan mi cabeza.
¿Quién le iba a decir al chico que me lo despachó, que este cuaderno de pastas de hule negro, se convertiría en mi tabla de salvación? ¿O en mi cementerio?
(Ya no sé si quiero hacerte daño mamá. O con todo lo que ha pasado es suficiente. Pero continuaré con estas páginas. A partir de ahora, más por mí que por ti, me ayudan a pensar. Al fin y al cabo es lo único que me pertenece en plenitud. Por no saber, ni siquiera sé si alguna vez llegará hasta tus manos).
No sé si es porque me han visto languidecer: he adelgazado tres kilos y medio en un mes, mi rostro ha palidecido ostensiblemente, duermo mal, como muy poco…. O es porque el peligro que temían de mí, un chivatazo, desaparece, se desvanece. O porque me tienen que recuperar para el negocio, pues de esta manera les salgo poco rentable. O por todo eso. O por otras cosas distintas y que no acierto a imaginarme. O por nada de ello. O por lo que sea. El caso es que han vuelto a cambiar mi régimen de vida. Digamos que, como sucedió en casa antes de que supieran que salía con Joaquín, me han levantado parte del castigo. Ahora puedo salir de la casa los jueves hasta las once de la noche y los viernes hasta las ocho, en que he de regresar aquí, para arreglarme e ir con el resto de chicas hasta Jazmín. Me siento como un perrillo al que dan algo de cuerda para que estire las piernas. Supongo que piensan, los muy cretinos, que tragaré el anzuelo que me ponen, que confundiré la ampliación de la cuerda con la libertad. Eso es imposible. Lo único que buscan es ensancharme la celda. Pero no saben, que ya conozco esa técnica, y que conozco dónde están sus engaños y peligros.
Tampoco sé my bien por qué me pongo así, pues en el fondo, toda la vida no es más que eso. Todos vivimos en nuestras cárceles propias y, cuando nos damos cuenta, si es que nos la damos, nuestro único objetivo es llevar un poco más lejos de nuestro corazón sus paredes.
Estoy divagando.
(Y yo que decía, mamá, que lo que me hacíais en casa era control férreo. Esto es libertad condicional y vigilada).
Aunque, al menos, ya me dejan salir.
Alguien me vigila esos dos días. No he visto a mi guardián, claro, o si lo he visto me ha pasado desapercibido, pero un sentido especial, me hace percibirlo con la misma claridad con la que ahora veo las letras que se agrupan en esta hoja de papel. Soy como la presa que huele al cazador, aunque el viento no haya cambiado. Lo más probable es que sea un poli que conozca Ricky, al que le pagarán (no sé si en metálico o en especie) algún extra bajo cuerda por este trabajo. Me da lo mismo. Ahora que se acerca la primavera, que se huele en el ambiente, aprovecharé para ir por el Retiro, o al zoo, o al Parque del Oeste, o a sitios así. Procuraré hacerle trabajar al poli que me siga. Por fastidiar, más que nada. Si quiere ganar dinero, u otras cosas, que lo curre. Ya que me dan cuerda, la estiraré hasta donde me dejen. Eso sí, tendré cuidado y no la tensaré en exceso, no se vaya a romper.
Lo que hago y yo misma, somos realidades distintas, separadas por un leve cristal, que, a pesar de su levedad y aparente fragilidad, es impenetrable. Siento que mi cuerpo es ajeno a mi persona. Me siento dividida. Desde hace una semana he vuelto por Jazmín, otra vez. Procuro no levantar sospechas y me comporto como las demás. Pero, claro, también he tenido otros regresos, por ejemplo, he vuelto al güisqui, cada día acabo prácticamente borracha. No me importa. Incluso diría que es el mejor analgésico contra el contumaz y doloroso desgarro que sufro en el alma. Casi es un anestésico. Me someto a todo lo que digan los clientes. Les río las gracias, hago que les escucho cuando me hablan. Soporto sus cuerpos, como las rocas de una playa soportan los vientos y las mareas. No siento nada, aunque finja sentirlo. Mi mirada está siempre alejada y algo ida. Anclada en algún lugar remoto y desconocido, incluso para mí. Parezco una ninfa melancólica (creo que eso dijo de mí el bueno de Agustín, el alevín de poeta del grupo, allá en nuestro barrio de Euritmia), pero no significo mayores problemas para el funcionamiento del club.
Sin embargo, ahora no soy la chica a la que cualquier cliente apetecía. Noto que mi melancolía, mi delgadez acuciante, mi mirada perdida, mi sonrisa bobalicona, los asusta, los retrae. O, quizá, es que mi propio subconsciente, sin yo saberlo, ponga una muralla a mi alrededor… No lo sé. Es más, no me importa en absoluto.
Desde el mes de febrero Ricky no se ha vuelto a acostar conmigo. Nadie me ha vuelto a hablar de la coca, y es como si la droga se hubiera hecho invisible para mí. Como si no existiera. Supongo, no obstante, que volveré a tomarla. Necesito hacerme más invulnerable a las noches en Jazmín. Y, sobre todo, necesito sobreponerme al dolor cada vez más agudo que me magulla y me despedaza justo en el centro del alma.
Desde este día, desde este momento, he decidido que sólo seré Venus. La joven prostituta de lujo ocupará todo mi ser. Milagros de Andrés Sebastián, con su historia y su sufrimiento, con sus ilusiones y sus miedos, con sus sentimientos y sus melancolías, quedará enterrada en un pequeño rincón oscuro e inaccesible del desván de mi mente. Ese rincón que sólo se hace presente en las pesadillas que me acechan y me afligen cada vez con más frecuencia. Seré un recuerdo lejano y triste, muy triste, de mí misma.
Cuando cumpla los dieciocho, mi anhelado catorce de julio próximo, intentaré largarme. Hasta entonces, estudiaré con detalle la mejor manera de hacerlo. Pero he de ser realista, lo más probable es que me lo impidan. Lo más probable es que no corran tan evidente riesgo para su pingüe negocio y para su propia seguridad. Visto lo que hicieron con Enrique, hacerme desaparecer no les supondrá ninguna pega. Ni ningún esfuerzo.
Si no lo logro (marcharme del club, digo), me dejaré morir. A lo mejor, puedo provocar que me maten en un intento de huida, así acabaría todo rápido. Será la mejor salida. Si me sale bien, si consiguiera alejarme de sus garras, volvería a intentar empezar de nuevo. Si no, al menos habré dejado de sufrir, que tal y como está el patio es más que suficiente.
Es la última oportunidad que me doy a mí misma. Ante ti, diario mío, lo juro.
La madrugada de Madrid, esta honda madrugada de hoy, es serena y amplia, profunda y melancólica, como un nocturno de Chopin, triste de puro hermosa. Las lágrimas bordean mis ojos, como el agua del mar acaricia la arena de la playa. Acabarán saltando como en una tormenta de verano. No sé exactamente por qué, me imagino que porque me contemplo y lo único que queda de mí es un deshecho que sólo sirve para que los buitres se alimenten con sus despojos, ya malolientes.
Acabo de regresar de la ventana, y al contemplarme en el espejo, con el pijama que llevo puesto, casi no me he reconocido. ¿Dónde está aquella chica que partió de Euritmia con miedo, pero con toda la ilusión y la energía en su corazón? ¿Dónde está la Mila que al mover su melena nocturna levantaba pasiones entre los chicos del barrio? ¿Dónde están los latidos enamorados del corazón ardiente, aquella primera noche en brazos de Joaquín? Todo se ha perdido. No queda, casi, ni el parecido en los rasgos, no queda la rotundidad de aquel cuerpo. Hoy, en poco más de seis meses, soy un organismo endeble, frágil, quebradizo. En menos de un año, en siete meses apenas, se me ha marchitado todo aquello por lo que merecía la pena empezar aquella aventura. Me miro y no me reconozco. Me adentro en mi interior, y me desconcierto más aún.
¡Cuánto añoro ahora la seguridad raquítica de Euritmia! ¡Cómo me duele tanta valentía! Cuánta verdad en aquello de que los cemente-rios están llenos de valientes.
He tirado mi vida por la borda. Reconozco que me equivoqué. Reconozco, que para acabar en estas cloacas, podría haberme sometido a los dictados de mi familia. Habría sido, muy a mi pesar, agua estancada, pero limpia. Ahora soy agua estancada, pero sucia y repelente. Más aún, casi ni agua, lodazal maloliente.
Estoy sola y asustada. Me da miedo plantearme mañana. Me da miedo mirarme al espejo. Me da miedo mirar a la gente de la calle. Cuando llego a Jazmín, una profunda náusea invade los pocos centímetros que me quedan de espíritu. Sé que la única solución es largarme de aquí. Volver a casa, y aguantar lo que ellos quieran. Al final, todo se pasará. Al final, ellos serán mi familia y yo su hija. Ellos no me destruirán más de lo que estoy, si acaso, intentarán que vuelva a respirar. Tampoco podrían conseguir mucho más.
Me he de olvidar del orgullo, de Joaquín, de Enrique, quizá, incluso, de este diario, de mis ansias de libertad, y humillarme ante ellos, cualquier cosa con tal de poder respirar de nuevo... Quizá en unos años todo se olvide, o quede alejado en el recuerdo, como una mala pesadilla infantil.
Sólo escribo simplezas. Me he de dar cuenta de que ahora es demasiado tarde. Ya sé lo que tengo aquí. Y si logro huir, será preparando otro jaleo. Sinceramente, no tengo ánimos para ello. Conclusión, languidecer hasta que el cuerpo aguante. O hasta que me echen. Esa es otra posibilidad. Lo que pasa que me pueden echar haciéndome desaparecer.
Continuará...
6 comentarios:
Pensaba que estaba siendo un capítulo de transición al principio…pero de nuevo la protagonista piensa en el camino más rápido para acabar con sus problemas…Esperamos acontecimientos.
Un abrazo.
Mientras avanzaba la lectura del capitulo, se me hacía un nudo en la garganta que termino por crecer al punto que me parecía que o podìa respirar, creo que sea difícil sentirse peor de cuanto se sienta Mila, y temo, sé que es una novela, pero temo por ella, ese vacío que siente da miedo.
Espero el próximo capítulo.
Un abrazo.
Leo
La tenemos presa como bien sabe ella. Le dan cuerda, pero es consciente de que no le servira...¿o sí?
Impaciente sigo la lectura, Amando.
Besos para el autor y el personaje.
Carambola! Casi me duele el corazón! Con todo el deterioro de esta pobre muchacha. Mila, se ve en el espejo hecha un despojo.
Ahora soy agua estancada, pero sucia y repelente. Más aún, casi ni agua, lodazal maloliente.
Creo que apesar de todo... O quiero creer, que va a asalir del lodazal. Amando, un placer tus letras. Espero con ansia el siguiete...
Besos para todos vosotros. Ser felices.
Si supieran los padres de que manera la falta de información veraz sobre la dureza de la vida puede afectar a la madurez de sus hijos. Aunque lo más cómodo sea hacer oidos sordos. Un fuerte abrazo.
Mila, -Venus- está tan triste que ya ni siquiera quiere vengarse de su madre.
Es muy tierno el recuerdo del día en que compré el cuaderno de hule que es lo único que ahora le permite ser persona y un resquicio de libertad interior.
¿Se puede llegar más bajo en la autoestima, en la falta de esperanza, en la desesperación?
Seguimos con la historia.
Un abrazo Á.
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