Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

martes, 7 de diciembre de 2010

Fin de trayecto. Tercera parte. Capítulo 34

Viernes, cuatro de noviembre de 1988.
Atardecer.

El oxígeno me ha invadido, se ha apoderado de mi sangre. Acaso, mi organismo ha notado el aire puro de esta sierra azul y acogedora, como si fuera el medicamento que más necesitara, después de tantos meses en los que lo estoy torturando por culpa de la vida que me hacen llevar.
Me siento otra.
Creo que, mientras el tiempo lo permita, he de volver a este hostal. Lo malo es que no se van a creer que todos los fines de semana el jefe que tengo me obliga a trabajar. En fin, los sueños, sueños son...Podría ir a algún otro pueblo con historias parecidas. Lo tengo que madurar.
El tren saldrá en un par de horas. Tengo tiempo de sobra para llegar a la casa, ducharme, ponerme “mi mono de trabajo” y viajar para el club.
Ojalá que la luz tornasolada de este veloz atardecer otoñal se quede fijada en mi retina y sea capaz de agarrarme a ella durante mucho tiempo como esperanza de un futuro donde el calor y la vida palpiten dentro de mí.
Antes, cuando era pequeña, recuerdo que iba a la parroquia de San Emilio en Euritmia, y la oscuridad y el frescor de la iglesia me hacían mucho bien. Prefería ir cuando no había nadie, o, si acaso alguna vieja rezando. Pensaba, entonces, que allí, efectivamente, estaba Dios. Es más, era imposible que no estuviera. Y sentía, al santiguarme con el agua bendita, que era el mismo Dios el que me besaba, el que me acariciaba, el que de algún modo sonreía ante ese gesto de cariño y veneración a la vez. Sabía que al fondo de la nave, donde temblaba la lamparita roja, me lo explicaron mamá y el cura, estaba Jesucristo en forma de comunión. Yo le contaba mis cosas, y estaba completamente segura de que él me escuchaba. ¿Cómo no me iba a escuchar, si no había nadie más, como mucho una vieja rezadora? Dios tenía capacidad de sobra para escuchar a dos personas a la vez. Le contaba mis penas y mis miedos. Él era el único que sabía cada una de mis cosas, sobre todo, las más íntimas, ésas que ocultaba hasta a mis mejores amigas.
Cuando salía de allí, era otra Mila, al menos durante dos minutos, más o menos, el tiempo en el que la calle me hacía otra vez alguna de sus jugadas malévolas. Pero aquellos dos minutos eran suficientes. Sabía (y creo que a pesar de todo todavía sé), que es posible algo mejor.

Algo parecido he sentido con esta puesta de sol. Hacía tantos meses, desde que estuve en el mar, que no contemplaba una puesta de sol, que he quedado impactada. Mis ojos se han mecido en los últimos rayos, casi tangibles. La de hoy ha sido completamente diferente a aquellas que me convirtieron en la costa en la joven más enamorada que había sobre la capa de la tierra. Hoy el aire era más transparente, diríase que invisible, casi inexistente, velazqueño diría mi profesora de arte. Los colores eran más variados, mejor dicho, más matizados, como en el arco iris. En pocos minutos he observado en el cielo un desfile de colores desde los rosas dorados y metálicos, aunque no fríos, hasta los añiles más gélidos y más diáfanos: eran como albas sábanas que arropaban a la mole de la sierra que se erguía frente a la ventana. La tarde quería cubrir su corpachón de eterna enamorada tendida con sábanas intangibles para preservarla del frío de la noche. El primer frío con que amenaza el próximo invierno.
¡Qué distinto todo ello comparado con las tenues, breves y artificiales luces en las que últimamente me muevo! El espectáculo de colores llenos de vida, pero sobre todo, de fuerza y de verdad que todo lo envolvían, han quedado prendidos de mis retinas, supongo que como aldabonazo, leve, del resto de mi conciencia que aún no ha sido aplastado por tanta podredumbre en la que me veo.

Supongo que cada día estoy más cercana a probar la coca. Creo que será lo mismo. No supondrá nada más monstruoso para mi vida que con lo que ya tengo que lidiar momento a momento. Total, la inocencia y la ilusión se evaporó hace algún tiempo. Pero me resisto a ello como si fuera el último reducto en el que me puedo refugiar.

Creo que es la única luz que me entra desde afuera en este túnel en el que me entierro. Si tapono esa breve celosía por la que la vida aún me llama, será mi fin total. Mi cuerpo, por dentro y por fuera, será ocupado por todo lo que nunca quise. Nunca quise convertirme en una viciosilla del tres al cuarto. Total, hasta hace unos meses no me gustaba probar ni la cerveza. Ahora no lo hago por menos de cinco o seis copas de güisqui diarias. No quería que los hombres (que mi hombre, el que tuviera que ser), se fijara únicamente en mi cuerpo; quería que nuestras relaciones se basaran en el respeto al otro, en la coincidencia de las inteligencias, de las ilusiones, de los sudores y de las alegrías. Sin embargo, mi cuerpo es propiedad comunal, casi de servicio público. Tan servicio público que casi ni me importa ya.
Sólo falta que termine por embotar mi cerebro por sustancias que lo aniquilarán, aunque sea despacito.

La otra noche, Ricky volvió a encamarse conmigo. Estábamos bastante borrachos, o eso me pareció a mí. Así que pensó que sería más accesible que la vez primera. Ya estábamos completamente desnudos en la cama de la habitación cinco, la mía, después de las correspondientes y obligatorias abluciones genitales. Recuerdo que para aquel servicio me habían colocado unas preciosas sábanas rosas. (¿Por qué una se acuerda de detalles tan tontos en ciertas situaciones?). Ricky giró su cuerpo ancho y macizo, no exento de ciertas bolsitas abdominales que normalmente intenta ocultar, pero que en ciertas situaciones son imposibles de disimular. Después de alcanzarla del respaldo de la silla, sacó de un bolsillo de su americana gris marengo una bolsita con el famoso polvo blanco. Arrugué las narices y el entrecejo en un gesto indudable que quise que él entendiera, como de repulsa y reprobación. Lo captó inmediatamente.
—Venus, chica, no sé por qué te pones así. Total porque pruebes una rayita no te va a pasar absolutamente nada. Después podrás decidir si continúas.
—Sabes —le contesté sintiendo una pastosidad pegajosa en mi lengua que la hacía trabarse—, creo que es bastante más peligroso de lo que parece. Es más, estoy por apostarte que si lo pruebo una vez, lo probaré otra, y después otra... Y ya no tendré remedio. Acabaré como...
A pesar de la cantidad de alcohol que llevaba encima, frene a tiempo. No recuerdo con quién iba a compararme, con Reme, o con Clara....Pero él no estaba tan ebrio como parecía y se percató, sin duda, de mis intenciones. Tuve miedo ante sus ojos y la frialdad de estilete que sentí en sus palabras.
—¿Cómo quién? Anda, zorrita, di como quién. ¿Tú eres mejor que las otras?
— No me he sabido explicar.
Un golpe de adrenalina vino en mi ayuda para despejar mi embotado cerebro. Me acerqué felinamente, mejor dicho como un reptil frío y a la vez atractivo, hasta el cuerpo del hombre que se había tensado y mostraba los nítidos músculos del torso y los brazos que aún corroboraban la fuerza física que tenía Ricky. Acaricié su pecho, ligeramente velludo, y utilicé mi arma infalible, el susurro de la pequeña Venus en el oído del macho. El rumor que acaricia y promete como el de la fuente, que relaja como un nocturno de Chopin.
—No pensaba en las chicas de aquí. Mal pensado, que eres un mal pensado. Pensaba en la gente de la calle que está tirada por ahí. No quiero acabar como ellas. Cuando llegué a Madrid, viví unas semanas en una pensión del centro, y vi cada cosa. Me asusté. No quiero terminar así. De veras, Ricky, no quiero acabar así.
Fingí muy bien que estaba a punto de empezar un llanto desconso-lado. Su mano pesada y ruda se posó en mi espalda, bajó hasta los glúteos, volvió a subir hasta la nuca. Sus ojos, como diamantes implacables, fríos y brillantes escrutaban los míos. Probablemente sabía que le estaba cambiando el primer sentido de la frase, pero también adivinó que detrás de mis palabras había algo cierto.
—Bueno —cedió—, no te obligaré. Ya me lo pedirás tú en alguna ocasión. Pero has de saber que toda esa gentuza del centro son unos viciosos y unos muertos de hambre. Así que tú no acabarás nunca como ellos. Esos desgraciados se meten en el cuerpo caballo, bastante malo por cierto, y esto no es caballo. En lo único que se parece es en el color.
Agitó la bolsita ante mis ojos. Los cerré rechazando su visión y me tumbé boca arriba. Se rindió aquella vez también. Supongo que pensó que tendría más ración para él. Así que repitió el mismo rito del primer día. Circunvaló mi ombligo con la nieve aquella. Enrolló un billete de mil, como si fuera del tamaño de aquellos canutos que los chicos utilizaban en el colegio y aspiró profundamente. Cuando aquel polvo llegó a su pituitaria se golpeó la cara en un gesto que solía repetir, y bufó, como en un estornudo abortado.
A los pocos minutos sus pupilas se dilataron y sonrieron. Parecían contemplar la inmensidad de un paisaje exótico.

Espero que atardeceres como el de hoy me llenen de la suficiente energía como para no probar lo que me ofrece. Aunque, es cierto que el invierno se acerca y las puestas de sol serán cada vez más rápidas y menos hermosas. Eso los pocos días en que se puedan ver, pues las nubes grises lo impedirán.

He de bajar a recepción y despedirme. Falta media hora para que salga mi tren.

Continuará...

7 comentarios:

Flamenco Rojo dijo...

"La tarde quería cubrir su corpachón de eterna enamorada tendida con sábanas intangibles para preservarla del frío de la noche"...Sólo por esta frase ya merece leerse el capítulo. Me gusta esta Mila con las ideas tan claras. Madura por momento. La novela, igual de interesante.

Un abrazo.

Ana J. dijo...

Cada vez está más cerca la coca. Ojalá esas escapadas al aire puro mantengan el equilibrio que la mantenga alejada de ella.
La novela va ganando en hondura y precisión capítulo a capítulo. Cada uno de ellos tiene un nuevo matiz que agregar y que disfrutar.
Un abrazo bien grande, Amando

emejota dijo...

Pobre niña confundida. Cuanto dolor pueden propiciar unos progenitores. Un fuerte abrazo.

Isolda Wagner dijo...

Ojalá mantenga para siempre la visión de aquel atardecer en el hotelito. Hay cosas que quedan grabadas en la retina y en el corazón.
Otro magnífico capítulo, que es un relato en sí mismo.
Besos, todos, escribidor.

Unknown dijo...

Y yo espero que Mila logré mantenerse fuera del túnel blanco que tanto teme, ese es el ultimo refugio que le queda para volver a ser la Mila que ha sonado.
TOda la primera parte de este capítulo es una prosa absolutamente llena de poesía, me ha encantado ese pasaje que cita Flamenco, estaba por citarlo cuando vi que ya lo había hecho nuestro amigo.
UN abrazo.
Leo

Ángeles Hernández dijo...

Pues a mí que me parece que Mila va bien, muy bien.

Habida cuenta el lío en el que se ha metido, su capacidad de análisis, su claridad de ideas de lo que puede destruirla para siempre o mantenerla con una esperanza de quererse, sus recuerdos mucho más dulces a su madre ( visita a la iglesia)y el amor a la natualeza que es capaz de apreciar -no está embotada- descibiendo lo que observa como: "desfile de colores desde los rosas dorados y metálicos.....hasta los añiles más gélidos y más diáfanos: eran como albas sábanas que arropaban a la mole de la sierra que se erguía frente a la ventana. La tarde quería cubrir su corpachón de eterna enamorada tendida con sábanas intangibles para preservarla del frío de la noche".

Por mucho que se haya desviado del camino, todavía conserva intacto su sentido de la orientación, es más , está mejor colocada que cuando se largó con Joaquín en plan "niña-caprichosa-rebelde-contramamá"

Seguimos leyendo, aunque a veces lleguemos tarde, llegamos.

Un abrazo de Á.

Marina Filgueira dijo...

Algo está cambiando dentro de su espíritu... Este capítulo, como menciona Leonel tiene, frases poeticas que es un verdadero placer leerlo. Frases que así dice entre otras muchas...

El espectáculo de colores llenos de vida, pero sobre todo, de fuerza y de verdad que todo lo envolvían, han quedado prendidos de mis retinas.
Mi enhorabuena Escribidor. Besos.