Jueves, veintiséis de enero de 1989.
Mediodía.
La semana pasada no salí. Estuve enferma. Nada de importancia: una faringitis provocada por el frío intenso de las madrugadas de este mes en Madrid. Decidí que la cosa no debía ir a más y opté por reponerme con un día de cama.
Hoy he cambiado mi itinerario. Me estoy tomando un aperitivo en un bar de la calle Mayor. Me apetecía volver a la zona del centro. Y ver cómo lo percibo, ahora que no me apremia la necesidad económica. Algo así como un pequeño experimento que me saque de la rutina.
Todo parece distinto, sin embargo, nada ha cambiado; soy yo quien mira las cosas con más calma, y con más distancia. Me he atrevido a pasar ante la pensión que me acogió en septiembre. He visto la silueta familiar de Isabel, aunque no me he atrevido a permanecer por allí, no me fuera a reconocer. El grupo de drogatas sigue en su sitio. No me han identificado, incluso una de las chicas me ha pedido pelas, como si me viera por vez primera. He dudado. Al final, le he dado unas monedas. He pensado que se lo gastaría en beber o en comprar alguna dosis, pero me ha dado igual. No creo que por no dárselo vaya a dejar de conseguirlo, y por otra parte, es ya tan piltrafa humana, tan deshecho de esta sociedad, que lo más parecido a la felicidad (o al bienestar) que podrá encontrar, será el par de horas que comenzarán justo cuando el caballo galope por su sangre, y sienta, emocionada, que su leve cuerpo, flota como una mariposa en mitad de la noche. Todo lo demás, será deambular en busca de ese pico. Y, lo más probable, es que una tarde le metan un poco de matarratas, o de polvos de talco en la papelina y, cuando el veneno llegue al torrente sanguíneo, dejará de respirar tras terribles convulsiones. Ella lo sabe, y reza a su particular dios, para que no sea hoy. Con eso se conforma. Mañana volverá a rezar y a pedir y a putear y a buscar al camello que le venda el jaco suyo de cada día… También he pensado, y no es la primera vez, que yo, a pesar de mi brutal caída y de habitar en los bordes de la marginación, estoy en situación privilegiada respecto de ella, de ellos. Sí, no es lo mismo. Estuve cerca, pero, al menos, esa depravación no la he vivido.
He tropezado con un caballero al que no había visto, pues estaba imbuida en tales pensamientos. No lo he conocido, pero por la cara de estupor que ha puesto, creo que él sí. Lo que sólo quiere decir una cosa. Se ha disculpado balbuciente, y raudo ha seguido su camino. Me he vuelto para verlo, pero no he caído en la cuenta de quién pudiera ser. Son tan distintos acá fuera. Tan respetables, tan trajeados…También yo soy distinta. No llevo encima el alcohol que cada noche me meto, quiero decir que mis dotes de percepción en el club están más que disminuidas. Además, dentro de mis vaqueros, mi amplio jersey de lana, mi anorak y mis botas, soy Mila. Venus no volverá a ocupar mi cuerpo, y mi mente, hasta mañana por la noche.
Me he encogido de hombros y he sonreído. Así que he decidido celebrar mi día de asueto con vermut y una ración de calamares a mitad de la mañana. Un día es un día.
Jueves, veintiséis de enero de 1989.
Atardecer.
Acabo de entrar en una cafetería de lujo, después de haber comido a la carta en un pequeño restaurante. Digamos que me estoy haciendo el regalo de reyes que nadie me hizo.
El camarero de la barra me ha mirado con cara extraña. Creo que no sabe si debe de admitirme o no. He de reconocer que mi indumentaria no se corresponde adecuadamente al estilo de este sitio. Es un lugar de música suave, refinamiento, elegancia y clase. He optado por no darme por enterada. Me apetecía quedarme entre sus agradables paredes. Me he dirigido directamente a la mesa del fondo. He sacado la billetera del bolso del anorak, y me he dispuesto a escribir.
El camarero no ha perdido detalle, pues en segundos ha acudido hasta la mesa. La sonrisa lucía franca en su anguloso rostro joven presidido por unas lamentables gafas demasiado grandes y demasiado oscuras para su cara oblonga. Lo que consigue una billetera.
He vuelto a bajar la cabeza. (No sé si la caligrafía de estas frases se entenderán, porque estoy temblando, casi). Por la puerta ha entrado Enrique, uno de mis clientes fijos, del que ya he hablado, y más simpáticos, si es que puedo utilizar este término referido a un cliente. Si me ve, seguro que me reconoce, y no me va a ocurrir como con el otro señor de esta mañana, a Enrique le conozco con los ojos cerrados.
¡Que se quede en la barra!
He alzado la cabeza, temerariamente. Sé que no debo hacerlo, pero una fuerza superior me lo impide. Es como cuando una película me asusta, me tapo los ojos, porque no quiero ver más, y, sin embargo, separo los dedos, porque, paradójicamente, no puedo dejar de mirar. Hay ciertas situaciones que son imanes, y normalmente se suelen dar, por lo que llevo comprobado, cuando son peligrosas o nos asustan. Continúa acodado en la barra. Noto que mi corazón va a estallar. Corre desenfrenado. Como me vea, seguro que se acerca hasta mí. Él no tiene nada que ocultar a nadie, o eso me ha dicho. Aquí no tengo defensa. Estoy en su territorio.
Querido diario, prometo firmemente no volver a esta zona de Ma-drid. Está claro que es donde se mueven el tipo de personas que pueden frecuentar un club selecto como Jazmín.
Enrique acaba de abandonar la barra. Noto que se acerca. Casi ya huelo su penetrante perfume.
(Continuará...)
6 comentarios:
No he pasado nunca por Madrid, no tengo idea de cuanto pueda ser grande, pero con todos los lugares que hay, debía ir al bar que frecuenta Enrique? Si es que lo que está pa' ti - como dicen en Cuba - nadie te lo quita.
Un abrazo, Amando.
Leo
Quién sabe si el más que posible encuentro con este cliente le puede cambiar el trayecto a Mila. Para ello esperaremos próximas entregas.
Un abrazo.
Para quitar hierro al asunto, cada vez que termino de leer un trocito de esta novela y veo: "me gusta" "no me gusta..., cada vez, digo o me digo, indefectiblemente, "pues claro que me gusta" Y es que es la verdad, me tiene completamente atrapada, como a todos supongo, nuestra Mila y sus avatares.
Besos, escribidor, que nos tienes en ascuas.
Ay Amando! Pero hombre que quedo con la miel en los labios... ay ay que se le acercaaaaaaaaaaaa. Quizá tengas razón Flamenco Rojo, y este chico haga que cambie su camino. Besos para todos vosotros.
"Soy yo quien mira las cosas con más calma, y con más distancia"...
¡Como nos va madurando la chiquilla! el sufrimiento y la lucha son los responsables. Si no fuera porque sabemos de donde procede este cambio, casi podríamos alegrarnos del mismo. Esta Mila de hoy no se hubiera escapado con tanta facilidad, a ver si no se nos destroza que nos tiene en vilo.
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Enrique no es Ricky ¿verdad?, porque ese poco la iba a ayudar, aunque por muy estupendo que sea el colega de bar, no me parece que alguien que usualmente visite Jazmin pueda ser un salvador de jóvenes perdidas.
Sí que se dan casos de enamorados que retiran a la chica y el comentario de Flamenco que está muy al tanto me pone en guardia (Isolda no suelta prenda).A esperar tocan que la novela ya está escrita y no se va a modificar por mis prevenciones y prejuicios.
Ya queda menos para la próxima, un abrazo Á.
Siempre me he preguntado lo que tiene que sentir una prostituta que se encuentra con un cliente en un lugar "neutral" y viceversa.
Esa clandestinidad, esa vergüenza que rodea el mundo de la prostitución me intriga.
Me encanta cómo te has metido de lleno en el mundo de Mila, cómo lo describes en todas sus posibles facetas.
Estoy disfrutando/sufriendo con esta novela a partes iguales.
Besos
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