Jueves, doce de enero de 1989.
Principio de la tarde.
O no he sido buena. O no estaba dormida cuando llegaron. O no estaba cuando pasaron bajo mi ventana. O se les acabaron los regalos antes de llegar hasta allí. O se les olvidó ir a mi nueva dirección. O les he pedido el regalo demasiado tarde y no lo han podido comprar. O ya no quedaba en el sitio donde sea que lo venden. O eso no se compra... O, simplemente, no existen los Reyes Magos.
Cualquiera de las opciones que elija es igual de mala. Y, la conclusión siempre es la misma: aquí sigo, metida en esta pesadilla sin límites.
No sé si ha sido por lo que escribí la semana pasada, o porque han pasado las fiestas, o porque al fin y al cabo a todo se acostumbra una (tal y como ya he dicho varias veces), el caso es que estoy un poco más sosegada. Aunque puede ser que lo que me ocurra es que me he rendido. Y todo me da lo mismo.
La semana ha sido tranquila. Ahora, cuando digo tranquila, quiero decir que Ricky no ha venido por el club y, además, no he probado la coca. Madelaine me mira total y absolutamente desconcertada. Mis cambios de humor la tienen o preocupada o despistada. No lo sé. Sin embargo, no dice nada. Se limita a observar, y, si acaso, a sonreír levemente. Esta claro que esta mujer ha aprendido de la vida muchas cosas, y una de ellas ha sido la de armarse de paciencia. Una paciencia que más de una vez me he preguntado si tiene límites.
Tiene la filosofía de que cada cosa llega cuando ha de llegar. Ni antes, ni después. La admiro en ese sentido. Salvo que por alguna razón muy poderosa la presionen desde el exterior, ella no fuerza las situaciones. Estoy segura que de no haber sido por la insistencia de Ricky, ella no me hubiera empujado tanto hacia la coca. Debe haber experimentado en muchas ocasiones, que la fruta que ha madurado convenientemente en el árbol y después ha caído, es infinitamente más sabrosa y dulce que la que es forzada, que la que se coge antes de tiempo.
Supone que acabaré en sus brazos. Supone que me tiene ganada la guerra. (Siempre estoy metida en batallas que he perdido de antemano. Es como si mi vida fuera una guerra que perdí el mismo día que decidí comenzarla). Y no tiene prisa. Aunque ya ha probado la fruta, prefiere que yo me entregue a ella. Me contempla, me observa, me disecciona. Y espera, saboreando su eterno martini blanco.
Yo, sin embargo, no soy así. A mí me impacientan muchas cosas. Por ejemplo, estoy empezando a suspirar porque llegue el próximo catorce de julio para cumplir los dieciocho años. Tantas ganas tengo, que soy incapaz de vivir el presente. Debería intentar aprender de cada situación. Hacerme fuerte en los momentos de adversidad. En cambio, me deslizo por un tobogán que me conduce al nerviosismo, a la impaciencia y a cometer errores. Uno tras otro.
Por ejemplo, me doy de cuenta de que he vuelto a la cafetería de siempre. Pero ya es tarde. El camarero continúa observándome con curiosidad. Supongo que se extrañará de verme únicamente los jueves, algunos jueves. Pero todavía no ha dicho nada. Avanza la tarde, voy por mi segundo café con leche. He notado que, tras servirme éste, se me ha quedado mirando más de la cuenta. He notado que quería decirme algo, pero se ha topado con mis ojos y ha retrocedido. Incluso un ligero rubor le ha subido hasta las mejillas. Le he sonreído con dulzura, pero he procurado que entendiera que soy coto cerrado, que no hay caza posible. He procurado, con una sola mirada, que entendiera que me parece un camarero eficaz, discreto, amable, atento, servicial, pero eso, un camarero.
Creo que la señal la ha captado. No sé por qué, pero me parece que a este chaval le estoy empezando a gustar.
Me he quedado parada. Tras escribir las líneas de arriba, me doy cuenta, de nuevo, de que estoy viviendo en mitad de un sueño, de una pesadilla. No tengo ningún dato medianamente constatable que me permita demostrar lo que he afirmado. Quizá, sólo sean imaginaciones. Quizá, simplemente se trate de curiosidad. Quizá, ni eso. Como sólo estoy acostumbrada a miradas normales los jueves, veo en ellas cosas extrañas para mí, pues la limpieza de una mirada normal, para mí, es extraña, comparada con la turbiedad a la que me someten cada día, cada noche.
Estoy empezando a confundir la realidad con mi realidad. Estoy perdiendo el contacto con lo que el mundo vive de verdad. La mayoría de las personas que habitan en esta ciudad, en este país, en el mundo entero, no duerme desde el amanecer hasta el mediodía, luego sestea buena parte de la tarde, y trabaja ofreciendo su cuerpo al que lo quiera alquilar durante la noche. Nosotras vivimos en una artificial burbuja de neón, atiborradas de alcohol y drogas, y nada de lo que importa a los demás nos afecta. Tanto es así, que lo único que llegamos a saber es lo que algún cliente, si se tercia, nos cuenta entre polvo y polvo. Ni los telediarios, ni los noticiarios de radio, ni periódicos. Salvo un suceso muy gordo, que sea capaz de traspasar las paredes de esa burbuja, nada del exterior nos llega.
Por eso, cuando dejo esa burbuja y me aventuro al exterior, no tengo elementos para interpretar ni los gestos más sencillos. Tiendo a confundir el interés con el amor, la sonrisa con una invitación a algo más. La caballerosidad con una tapadera de algo soez. Y cuando veo a cualquier pareja que pasea su amor por la calle, entrelazados por la cintura, como hace apenas unos meses hacíamos Joaquín y yo, siempre pienso en lo que vendrá después. Cuando lo normal, es que después, no venga nada, salvo un beso apasionado, pues el objetivo último es que crezca el amor. Hacerlo sólido, público y real a la vista de quien mire.
Esto cada día es más peligroso.
(Continuará...)
7 comentarios:
Este capítulo me confirma lo que pensaba en otros…Amando, has dotado a la protagonista de la novela, Mila, de una capacidad de análisis que me hace pensar que va a ser capaz de salir de ese submundo donde está inmersa.
Un abrazo.
Esperemos pues a la mayoría de edad. Un fuerte abrazo extensivo.
¡Cuanta razón lleva Mila! Ahora se da cuenta de que empieza a no tener referencias. Una de las peores sensaciones que cualquiera puede sentir.
Besos que la mantegan lúcida.
Hola: En sete capítulo, pocas cosas nuevas en el horizonte. Nuestra Mila está decepcionada"pues los reyes se han olvidado de que existe... pobrecita mía. Vuelve a la cafetería toma su café y da un repaso a su penosa situacíon... Se da cuenta que va perdiendo el contacto con el mundo exterior que más o menos vive con normalidad. Menos mal que tiene los juves para ver otras miradas más limpias que ya ni siquiera le parecen normales. Piensa los meses que le faltan para cumplir sus dieciocho años. ¿Conseguirá salir de esa carcel en que se haya metida? Deseo que sí.
!Parece que el camaréro le gusta ella! Pero ella le dedica una fría mirada.
Me quedo esperando con ansia el siguiente capítulo.
Gracias Escribidor por tus letras que siempre son un delite para los sentidos.
Besos para todos vosotros.
Descolgada del mundo real, en el que están incluidas las fiestas de Navidad y como parte de ellas los Reyes Magos, ¿por qué se sorprende si se han olvidado de ella?. Es unaerelación bilateral, ella se aparta del mundo y el mundo hace lo propio porque...
ni siquiera se permite aceptar la sonrisa del camarero al que pone disco rojo en cuanto vislumbra un acercamiento. Supongo que con eso quiere que su mundo raro, sea un parentesis cerrado en relación con el mundo al que espera regresar el 14 de julio.
Es verdad que el anonimato es una de sus armas, pero debería tomarse sus respiritos, como tocar al anciano, ir al hostal o charlar con el mozo.
Le quedan solo seis meses, a ver si hay suerte y no se asfixia: que deje agujeritos por los que pase algo de luz y de oxígeno para que a su regreso le queden residuos de "normalidad" a los que poder agarrarse.
Un abrazo Á.
Este capitulo a primera vista podría parecer tranquilo, pero sin ser psicologo, creo que el sufrimiento de MIla comienza a ser devastador, cuando se comienzan a perder todos los puntos a los que agarrarse para escapar de una situación tan difícil, es porque ha comenzado a perderse de sì misma.
Un abrazo para ti, Amando.
Leo
Pobre Mila. En el fondo es la niña que es, por mucho que haya tenido que crecer de golpe.
Tengo sentimiento por ella.
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