Fin de trayecto es una novela que nació de un cuento, uno de los primeros que escribí directamente con mi ollivetti azul que pesaba lo suyo y que ametrallaba las tardes de verano... Pero mejor que volver a escribir lo que ya tengo escrito, transcribo, el capítulo 24 de otro libro mío, Autorretrato de un escribidor, escrito en 2004, en el que habla sobre esta novela...
Después del primer verano en el que rematé Aquel sábado lluvioso, al siguiente, comencé a escribir Fin de trayecto. Esta novela es la que más quebraderos de cabeza me ha levantado hasta la fecha. La versión definitiva la acabé en el verano de 2002, como luego contaré. La primera idea, diga-mos que el hilo conductor de la misma, el esquema, la estructura fundamental, del relato surge hacia 1978 o 1979, no lo sé. Es un cuento que escribí en verano.
(Ahora mismo me doy cuenta que debo hablar algo de mi querencia por escribir en verano. Quizá la mejor explicación al asunto es que es la época del año en que he disfrutado de más tiempo libre y la he empleado en lo que más me ha gustado desde los diez años, leer o escribir. Mi familia nunca pudo disfrutar de vacaciones de verano fuera de Segovia, tanto da la playa, o el Polo Norte, debido al trabajo de mi padre. Cuando le cogí el gusto a la Literatura, aproveché para aporrear a la vieja Ollivetti azul con la que había perfeccionado mi mecanografía (cuyos rudimentos básicos había aprendido con trece o catorce años), sobre todo por las mañanas y a la hora intempestiva de la siesta, que casi nunca me he echado.
Volviendo la vista atrás, recuerdo la redacción durante el estío de varios cuentos, mis dos primeras novelas a las que me referiré, y varios borradores de otras tantas ideas que no sé a dónde habrán ido a parar, hasta el inicio de un guión para un cortometraje. Me atrevía con cualquier cosa, aunque no tengo ni la más remota idea de lo más básico que tienen que tener los guiones cinematográficos. No hay nada tan atrevido como la ignorancia mezclada con la juventud. Aunque quién sabe, lo mismo hubiera acertado.
Podía hacer esas cosas, o sea, darle a la tecla con vehemencia, porque en el mismo edificio en el que vivíamos mi padre alquiló un piso que se quedó vacío (al que ya me he referido vagamente cuando hablé de Benigno). Lo tuvo que alquilar como estudio, y no como vivienda, porque desde no sé qué organismo no daban la cédula de habitabilidad. (Lo que hasta las vísperas había servido como vivienda a varias familias a lo largo de la historia, en ese momento, ya no reunía tales condiciones. Era necesario acometer no sé cuántas obras de reforma. En fin, supongo que cosas del progreso). Entre otras cosas, la diferencia conceptual de vivienda a estudio suponía que el precio de la luz correspondía a una tarifa más elevada. En todo caso, acordamos quedarnos con él. Así, mi hermano Mariano disponía de lugar para pintar (era al que más falta le hacía ese espacio independiente), mi hermano Antonio podía tocar el violín, la mandolina, la guitarra, la bandurria, el laúd o la balalaica, la flauta, lo que quisiera, y yo, que sólo necesitaba una mesa, podía aporrear la máquina. Durante el curso, utilizaba poco el estudio, casi nada; pero en verano, ocurría al contrario, mis hermanos paraban poco por él y yo estaba casi todo el tiempo solo en él. Mi situación ideal para escribir, antes y ahora...
Siempre me ha gustado madrugar o no me ha importado. Así que, en las mañanas del estío, muchas veces antes de las nueve, cogía la mesa camilla sobre la que escribía (que a propósito no estaba montada, sino que sus piezas iban separadas, un tablero de un metro veinte de diámetro y las cuatro patas que formaban otro bloque independiente) y la sacaba a la terraza. Al fresco del amanecer segoviano, teniendo como compañeros no sé cuantos cientos de pájaros y palomas, acariciado por la limpia brisa del orto, he escrito muchas páginas. Si era demasiado temprano, no sacaba la ametralladora que disparaba sueños, y lo hacía a mano. Me parecía más hermoso no alterar el natural despertar de la terraza con el sonido seco y desagradable de las teclas sobre el carro, solo protegido por el leve parapeto del folio.
Tiempos hermosos, sin duda. Primeros sabores de la creación en plenitud. Probablemente ha sido la época de mi vida en la que he escrito con más desinhibición, con más libertad formal y conceptual. Probablemente, también, era una escritura apresurada, como ansiosa, poco sedimentada, casi una prosa volandera.
Como se recuerda por lo que he escrito más arriba, era la época de la vida (el comienzo de la juventud, casi recién abandonada la adolescencia) en que todo lo vivía con la pasión propia de un torrente, de una cascada que vierte el agua al lecho del río a toda velocidad, con toda la fuerza... No es que me quiera justificar, pero valga de explicación.
Perdón por la larga digresión).
El cuento, como la novela, desde el principio, o desde que lo terminé por vez primera, se llama Fin de trayecto. (...)
(...)
Como digo, su escritura me ha llevado muchos quebraderos de cabeza. De hecho, en el verano de 2000 no tengo nada datado. En el verano de 2001 tengo fechado Cuentos de Euritmia, que creo daremos a la luz antes de la próxima feria del libro, o sea a principios de este próximo verano, con más de un año de retraso; pero este es otro tema. Hasta julio de 2002 no concluí la novela, su versión definitiva.
Ya antes de la redacción de Aquel sábado lluvioso estaba dándole vueltas al cuento para convertirlo en novela. En el primer relato juvenil, había una frase en la que yo me tragaba, por así decir, dos años de la vida de la protagonista. Fue ese agujero del relato el que aproveché para reconstruir la historia en forma de novela. Sin embargo, la versión del año 2000 no funcionó. Estaba todo desencajado, como un mueble mal encolado y al que, además, le faltaban piezas, entre otras una de las patas, con lo que no se podía sujetar.
(...)
Este fue otro experimento para mí. El diario no lo había trabajado. Ni siquiera personalmente he llevado un diario. Sí que había leído varios diarios; pero nunca me había enfrentado a escribir uno. Menos aún el de una chica de diecisiete años. Tenía que contener las desmedidas ansias del narrador, y encerrarle en el lenguaje de una joven mujer que pasa por el calvario que ella pasa. El tema de fondo de la novela, el de la incomprensión familiar que arrastra al desastre absoluto, no lo varié en ningún momento; pero durante la escritura de la novela, abrí otros aba-nicos. Exploré el turbio mundo de la prostitución, la droga, la corrupción policial, el amor puro e imposible, en este ambiente sórdido...
Cuando le di la novela a Cristina Guerra, tenía la intuición de que había sido una novela fallida. No me equivoqué. Era necesario otro esfuerzo. Ella, en este caso, fue muy condescendiente conmigo, me hizo ver las carencias, pero presentándolas como potencialidades. Registró algunos errores de bulto. Me hizo dudar del planteamiento de la estructura sobre la que había construido la obra... Fue una conversación muy interesante, porque desde el principio, comenzamos a barajar posibilidades para mejorar y corregir la historia.
En este caso, afloró de nuevo una de mis características, de la que creo que ya he hablado en un par de ocasiones, el hecho de que soy cabezota, es decir, mi tozudez silenciosa, casi de acémila de montaña, de esas que utilizaba el ejército para atravesar los pasos más complicados y angostos de los Pirineos.
Cuando sé, o supongo honradamente, que hay algo bueno detrás lo que estoy haciendo no me importa hacerlo y deshacerlo y revisarlo cuantas veces sea necesario, aunque a ratos me entre el desfallecimiento y quiera mandarlo todo a la porra. En esto, ayuda la falta de presión de editores, la nula necesidad que tengo de la escritura para vivir; por tanto, me puedo permitir el lujo de no conformarme; y me puedo permitir el lujo de tardar en escribir una historia lo que sea necesario. Como se ve, cualquier situación tiene su lado positivo.
Pero hube de esperar casi dos veranos, para volver sobre ella. Entre medias, surgió la publicación de Aquel sábado lluvioso y la escritura de Cuentos de Euritmia.
Autorretrato de un escribidor
Capítulo 24
Después del primer verano en el que rematé Aquel sábado lluvioso, al siguiente, comencé a escribir Fin de trayecto. Esta novela es la que más quebraderos de cabeza me ha levantado hasta la fecha. La versión definitiva la acabé en el verano de 2002, como luego contaré. La primera idea, diga-mos que el hilo conductor de la misma, el esquema, la estructura fundamental, del relato surge hacia 1978 o 1979, no lo sé. Es un cuento que escribí en verano.
(Ahora mismo me doy cuenta que debo hablar algo de mi querencia por escribir en verano. Quizá la mejor explicación al asunto es que es la época del año en que he disfrutado de más tiempo libre y la he empleado en lo que más me ha gustado desde los diez años, leer o escribir. Mi familia nunca pudo disfrutar de vacaciones de verano fuera de Segovia, tanto da la playa, o el Polo Norte, debido al trabajo de mi padre. Cuando le cogí el gusto a la Literatura, aproveché para aporrear a la vieja Ollivetti azul con la que había perfeccionado mi mecanografía (cuyos rudimentos básicos había aprendido con trece o catorce años), sobre todo por las mañanas y a la hora intempestiva de la siesta, que casi nunca me he echado.
Volviendo la vista atrás, recuerdo la redacción durante el estío de varios cuentos, mis dos primeras novelas a las que me referiré, y varios borradores de otras tantas ideas que no sé a dónde habrán ido a parar, hasta el inicio de un guión para un cortometraje. Me atrevía con cualquier cosa, aunque no tengo ni la más remota idea de lo más básico que tienen que tener los guiones cinematográficos. No hay nada tan atrevido como la ignorancia mezclada con la juventud. Aunque quién sabe, lo mismo hubiera acertado.
Podía hacer esas cosas, o sea, darle a la tecla con vehemencia, porque en el mismo edificio en el que vivíamos mi padre alquiló un piso que se quedó vacío (al que ya me he referido vagamente cuando hablé de Benigno). Lo tuvo que alquilar como estudio, y no como vivienda, porque desde no sé qué organismo no daban la cédula de habitabilidad. (Lo que hasta las vísperas había servido como vivienda a varias familias a lo largo de la historia, en ese momento, ya no reunía tales condiciones. Era necesario acometer no sé cuántas obras de reforma. En fin, supongo que cosas del progreso). Entre otras cosas, la diferencia conceptual de vivienda a estudio suponía que el precio de la luz correspondía a una tarifa más elevada. En todo caso, acordamos quedarnos con él. Así, mi hermano Mariano disponía de lugar para pintar (era al que más falta le hacía ese espacio independiente), mi hermano Antonio podía tocar el violín, la mandolina, la guitarra, la bandurria, el laúd o la balalaica, la flauta, lo que quisiera, y yo, que sólo necesitaba una mesa, podía aporrear la máquina. Durante el curso, utilizaba poco el estudio, casi nada; pero en verano, ocurría al contrario, mis hermanos paraban poco por él y yo estaba casi todo el tiempo solo en él. Mi situación ideal para escribir, antes y ahora...
Siempre me ha gustado madrugar o no me ha importado. Así que, en las mañanas del estío, muchas veces antes de las nueve, cogía la mesa camilla sobre la que escribía (que a propósito no estaba montada, sino que sus piezas iban separadas, un tablero de un metro veinte de diámetro y las cuatro patas que formaban otro bloque independiente) y la sacaba a la terraza. Al fresco del amanecer segoviano, teniendo como compañeros no sé cuantos cientos de pájaros y palomas, acariciado por la limpia brisa del orto, he escrito muchas páginas. Si era demasiado temprano, no sacaba la ametralladora que disparaba sueños, y lo hacía a mano. Me parecía más hermoso no alterar el natural despertar de la terraza con el sonido seco y desagradable de las teclas sobre el carro, solo protegido por el leve parapeto del folio.
Tiempos hermosos, sin duda. Primeros sabores de la creación en plenitud. Probablemente ha sido la época de mi vida en la que he escrito con más desinhibición, con más libertad formal y conceptual. Probablemente, también, era una escritura apresurada, como ansiosa, poco sedimentada, casi una prosa volandera.
Como se recuerda por lo que he escrito más arriba, era la época de la vida (el comienzo de la juventud, casi recién abandonada la adolescencia) en que todo lo vivía con la pasión propia de un torrente, de una cascada que vierte el agua al lecho del río a toda velocidad, con toda la fuerza... No es que me quiera justificar, pero valga de explicación.
Perdón por la larga digresión).
El cuento, como la novela, desde el principio, o desde que lo terminé por vez primera, se llama Fin de trayecto. (...)
(...)
Como digo, su escritura me ha llevado muchos quebraderos de cabeza. De hecho, en el verano de 2000 no tengo nada datado. En el verano de 2001 tengo fechado Cuentos de Euritmia, que creo daremos a la luz antes de la próxima feria del libro, o sea a principios de este próximo verano, con más de un año de retraso; pero este es otro tema. Hasta julio de 2002 no concluí la novela, su versión definitiva.
Ya antes de la redacción de Aquel sábado lluvioso estaba dándole vueltas al cuento para convertirlo en novela. En el primer relato juvenil, había una frase en la que yo me tragaba, por así decir, dos años de la vida de la protagonista. Fue ese agujero del relato el que aproveché para reconstruir la historia en forma de novela. Sin embargo, la versión del año 2000 no funcionó. Estaba todo desencajado, como un mueble mal encolado y al que, además, le faltaban piezas, entre otras una de las patas, con lo que no se podía sujetar.
(...)
Este fue otro experimento para mí. El diario no lo había trabajado. Ni siquiera personalmente he llevado un diario. Sí que había leído varios diarios; pero nunca me había enfrentado a escribir uno. Menos aún el de una chica de diecisiete años. Tenía que contener las desmedidas ansias del narrador, y encerrarle en el lenguaje de una joven mujer que pasa por el calvario que ella pasa. El tema de fondo de la novela, el de la incomprensión familiar que arrastra al desastre absoluto, no lo varié en ningún momento; pero durante la escritura de la novela, abrí otros aba-nicos. Exploré el turbio mundo de la prostitución, la droga, la corrupción policial, el amor puro e imposible, en este ambiente sórdido...
Cuando le di la novela a Cristina Guerra, tenía la intuición de que había sido una novela fallida. No me equivoqué. Era necesario otro esfuerzo. Ella, en este caso, fue muy condescendiente conmigo, me hizo ver las carencias, pero presentándolas como potencialidades. Registró algunos errores de bulto. Me hizo dudar del planteamiento de la estructura sobre la que había construido la obra... Fue una conversación muy interesante, porque desde el principio, comenzamos a barajar posibilidades para mejorar y corregir la historia.
En este caso, afloró de nuevo una de mis características, de la que creo que ya he hablado en un par de ocasiones, el hecho de que soy cabezota, es decir, mi tozudez silenciosa, casi de acémila de montaña, de esas que utilizaba el ejército para atravesar los pasos más complicados y angostos de los Pirineos.
Cuando sé, o supongo honradamente, que hay algo bueno detrás lo que estoy haciendo no me importa hacerlo y deshacerlo y revisarlo cuantas veces sea necesario, aunque a ratos me entre el desfallecimiento y quiera mandarlo todo a la porra. En esto, ayuda la falta de presión de editores, la nula necesidad que tengo de la escritura para vivir; por tanto, me puedo permitir el lujo de no conformarme; y me puedo permitir el lujo de tardar en escribir una historia lo que sea necesario. Como se ve, cualquier situación tiene su lado positivo.
Pero hube de esperar casi dos veranos, para volver sobre ella. Entre medias, surgió la publicación de Aquel sábado lluvioso y la escritura de Cuentos de Euritmia.
7 comentarios:
Los paréntesis que recogen puntos suspensivos en el texto, indican, fragmentos del texto que he suprimido para no explicar nada sobre el contenido de la novela...
Espero que sepais disculparme, jeje.
Creo, por desgracia, que mis problemas con el internet en casa continuarán el fin de semana, a pesar de las promesas recibidas por parte de la compañía.
Si hay milagro lo sabréis pronto...
En caso contrario, vuestros comentarios no serán públicos hasta el lunes.
Un abrazo a todos y a todas y perdonad las molestias.
Más lo siento yo, en serio.
La autobiografía del escribidor no es un aperitivo, es un primer plato estupendo, que no hace más que incrementar el apetito para el segundo. No sabes lo afortunada que me siento al poder releer Fin de Trayecto. Euritmia en la Red lo estaba pidiendo ya.
Besos y hasta el primer capítulo.
Probablemente después de leer este texto a modo de introducción a la novela “Fin de trayecto” y las vicisitudes para llegar a la versión definitiva nos sepa mejor…La leeremos y te la comentaremos.
Un abrazo.
Estoy teniendo problemas con internet (¿será contagioso?) y el otro día me escupió, literalmente, de aquí.
Sólo quería mandarte un beso y encontrar el relato para disfrutar de él,
Muy bueno, todo lo que has contado...
Aquí estaremos para leerte...
Abrazos
Hola Amando, he pasado todo el día de ayer(miércoles) tratando de leerte, pero he tenido un día lleno de dificultades para navegar, sólo a esta hora he logrado leer el prólogo, que como siempre encuentro escrito maravillosamente y que me deja lleno de curiosidad, así que comienzo inmediatamente a leer "Fin del trayecto".
Un abrazo.
Leo
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