Miércoles, veinte de julio de 1988.
Madrugada.
Después de un par de días de copiosas e, incluso, preocupantes tormentas vespertinas, hemos disfrutado de un día de absoluto verano. Las temperaturas han subido hasta cotas muy elevadas.
He estado en la piscina con mis amigas.
Todas me han preguntado por nuestra relación. Me han dicho que los amigos de Joaquín nos llaman los tortolitos (supongo que ellas también, claro). No he descubierto si es algo cariñoso, irónico, o, simplemente, describen lo que ven.
Desde que tuve la discusión familiar y, en consecuencia, me ampliaron los horarios, hemos procurado no estar mucho tiempo con nuestras pandillas. Tratamos de aprovechar el tiempo exprimiéndolo hasta el último instante. Queremos convertir en borrachera de ríos de amor, lo que no son más que gotas de su néctar. Eso sí, concentrado.
Supongo que para Joaquín la cosa tiene mejor remedio; estoy segura de que después de dejarme en la calle paralela a la mía (todas las precauciones me parecen pocas), hacia las doce menos cinco, se va a tomar alguna copa con sus amigos. Nunca lo dice, tampoco pierdo el tiempo preguntando, ¿para qué?
Yo salgo mucho menos con mis amigas. Por las mañanas tengo que ayudar en casa (¿por qué mis hermanitos se pueden largar con viento fresco a jugar sus eternos partidos de fútbol, mientras yo me quedo soportando las regañinas y los sermones de mamá?) y, además, alguna del grupo tiene algún pequeño curro o tiene que estudiar.
Pero ayer decidimos, un momento en que coincidimos todas, que esta tarde iríamos a la piscina. No he tenido que inventarme ninguna excusa...
Me he sentido extraña. Parece mentira que una relación de pareja convierta en anodinas las conversaciones y las situaciones que, hasta ayer, eran habituales. Ahora me importa muy poco la mayoría de esas cosas.
Mi corazón y mi mente sólo están pendientes de Joaquín. Me interesa su trabajo; me preocupa que tenga algún accidente con la furgoneta, o con alguno de los bultos que transporta; me desazona que no haga bien las cosas y pierda clientes... De hecho, le he insinuado en alguna ocasión que se buscara algo más seguro. Eso le puso nervioso. Quizá me precipité...
Aunque parece que está muy a gusto conmigo, creo que no está dispuesto a perder sus cotas de libertad. Le cuesta trabajo entender que para mí todo es distinto.
El sol que he tomado esta tarde me arde en la piel. Espero que mamá no sé dé cuenta que la he engañado, pues me he puesto bikini, a pesar de lo que me tiene dicho. La verdad es que es pudoroso para lo que he visto. No sé de dónde le vienen esas preocupaciones. Si llama más la atención una chica con un traje de baño completo que con bikini. He comprobado que más de un chico me ha mirado, y eso, para qué negarlo, me ha gustado mucho. En fin, somos jóvenes.
Después de volver a casa y cambiarme, tras una pequeña cena, he corrido, como posesa, hacia Joaquín, a nuestro lugar de cita, la trasera de un quiosco abandonado, medio escondido, en el jardín de San Emilio, donde suele aparcar la furgoneta.
Tener un lugar de cita ajeno al mundo es fantástico; nos llena de sensación de aventura, de escapada, como de huida. Lo primero que hacemos es besarnos, como si hiciera un siglo que no nos viéramos. Después pensamos qué hacer. Un día, de la semana pasada, nos quedamos en la furgoneta. Lo cual no deja de ser un peligro. Aunque cada vez me importa menos.
Hoy hemos ido a un cine de verano que hay en un pueblito cercano. Lo hemos pasado bien. Era una comedia romántica. A Joaquín le aburren, pero sé que busca lo que me agrada.
Me gusta que se esfuerce. Me gusta que no me hable mucho de los últimos acontecimientos deportivos, aunque en estos días, sí me comenta alguna cosa de las olimpiadas. Parece ser que esta vez España está quedando un poco mejor que de costumbre. No es que no me guste el deporte, lo que ocurre es que, como en mi casa les gusta a todos los hombres, para mí es una reacción. Adopto una pose rebelde y culta. Pongo a leerme un libro.
Oigo ruido en el pasillo, creo que mamá se ha levantado. Me acostaré, no vaya a asomarse de improviso.
(Continuará...)
8 comentarios:
Me ha hecho gracia el comentario de la chica: “Me gusta que se esfuerce. Me gusta que no me hable mucho de los últimos acontecimientos deportivos”…Eso no sólo se apreciaba en la década de los 80´s, sigue vigente en pleno siglo XXI…Recuerdo algún comentario alusivo al tema de Mary: “Hijo es que a ti te gusta to…hasta el golf”. Y el caso es que mis descendientes varones van por el mismo camino.
Un abrazo.
He leìdo de un tirón los cuatro capítulos, Amando, y debo decirte que la historia me ha atrapado entre sus hilos, narrado tan bien que es muy creíble cada pasaje que la protagonista escribe en su diario, aunque en mi adolescencia y juventud viví experiencias socioculturales completamente distintas, en muchos aspectos encuentro puntos de contacto con anécdotas y situaciones símiles que contaban las chicas de mi país y esto hace que tu novela trascienda el aspecto local.
Espero el próximo capítulo.
Un abrazo.
Leo.
Según mi impresión, Flamenco, no sólo es que siga en vigor, sino que aumenta. Con la proliferación de las televisiones, podemos aficionarnos hasta a la petanca. Algunas veces me he preguntado por este atractivo que ejerce sobre nosotros el deporte. Y creo que he llegado a la conclusión de que más que el deporte nos atrae la competición.
No es que llegue a lo que sostiene Sánchez Ferlosio acerca de que el fútbol sea el sucedáneo de las guerras que tiene la contemporaneidad, pero quizá haya algo de ello.
De nuevo gracias, Leo, por tu fidelidad, espero que el próximo capítulo y los siguientes te sigan pareciendo del mismo modo, aunque la situación a la que nos abocamos no es precisamente divertida.
Según lo ve, este es un capítulo de transición que nos sigue presentando el escenario.
Espero con ganas el 5º
Un abrazo
Yo también sigo enganchada. Aunque he releído los primeros capítulos y me he dado cuenta de la edad de la protagonista: 17 recién cumplidos y la verdad, he de reconocer, que con diecisiete años estaba demasiado "encarcelada". Según el prólogo y lo que comentas, Amando... miedo me da. Espero yo también. ¿el sábado, no?
Un abrazo.
Ana J:
Digamos que esta novela va con motor diesel. Según me ha salido su programación habrá 71 capítulos, pero alguno se divide, debido a la extensión (1, 16, 18) y quizá lo debiera haber hecho con otros dos, pero no encontré el corte en un lugar más o menos lógico...
Este es uno de los problemas de los blog. La división real de la novela son seis partes y un epílogo. El diario lo componen cinco de estas partes, que son las más largas.
Al final la vida tiene muchas jornadas de transición, aunque en una novela siempre pasan muchas cosas.
Evaasecas:
Verás, y aprovecho tu comentario para explayarme un poquitín, cuando he ido releyendo para programar su publicación me he asustado. Anoche, comentándolo con alguien que ya la ha leído, me decía que no me preocupara, que no es para tanto, pero no sé. He preferido ponerme la venda antes de la herida. Quizá, si hubiera recordado más detalles, probablemente habría continuado en el cajón.
Como dijo aquél, a lo hecho, pecho
Hasta aquí de un tirón, así me pongo al díapues parece que va mos a tener para largo...
Me gusta muicho la escena de la elección del diario, y la relación que se establece entre el joven vendedor y la compradora, que al final , gasta casi todos sus ahorros en el más elegante: el de tapas negras de hule.
La historia va tanscurriendo lentamente mientras se va mascando la tragedia, esa que nos anticipas ya antes de empezar a leer.
La mirada de la madre: fría y de desprecio, el padre abúlico y blando que no se complica, el hermano que calla aunque no le conviene, el pequeño que admira al guerrero y el noble venido a menos que es en último término quien dirige el cotarro son la familia de
la joven ecritora, vecina a su vez de un escritor ¿que teclea una olivetti azul enun estufio que parece una vivienda?
Puestos en situación: continuamos.
Buen comienzo Amando, nos vas a dejar molidos
Bueno, pues a pesar de la represión, no lo pasa tan mal Mila.
Se ve que tiene sus oportunidades, sus escapadas a escondites... Es muy placentera la lectura, Sr Escribidor.
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