Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

martes, 21 de septiembre de 2010

Fin de Trayecto. Parte primera. Capítulo 03

Lunes, dieciocho de julio de 1988.
Mediodía.

No sé si será una falsa alarma o si es que han pactado, entre papá, mamá y el abuelo. ¿Les asustaría mi reacción del otro día? El caso es que, este fin de semana, me han dejado un horario más flexible. No tengo que llegar a las diez y media de la noche; de pronto me he convertido en Cenicienta, y he de llegar a casa antes de la media noche (¡Ay, pero no tengo carroza de caballo blancos, ni lacayos de librea a mi servicio, ni tampoco zapatitos de cristal! Y, por desgracia, hace tiempo que no creo en los poderes maravillosos de las hadas. Suponiendo que existan, ninguna me visitará). Las condiciones son tajantes: tengo que explicar, antes de salir y después, con quién y dónde he estado. Tengo la advertencia, de que no salga sola con ningún chico, ni ir a la discoteca, que para ellos es la antesala del infierno, de mi condenación eterna. Han subrayado, como si la voz fuera un lápiz rojo, “Sólo se trata de una ampliación del horario, mientras dure el verano. Cuando empiece el curso, volverás al antiguo horario, ¿queda claro?”.
Sólo ha faltado que les hiciera la venia, como hacen en las pelis antiguas a los reyes, y que, caminando hacia atrás, me retirara de la salita mientras hacía reverencias... Tal magnanimidad no merecía menos.
Así que he de agudizar mis imaginación. He de conseguir serias y sólidas alianzas y falsas coartadas, como en las pelis, si quiero continuar con Joaquín sin que se enteren, lo que supondría para mí, prisión incondicional.
He tomado la noticia como me imagino que se la tomarán los presos cuando les comunican la libertad provisional, o, mejor aún, el tercer grado. No he reparado en las trampas que tienen sus condiciones. Me dan un poco más de cuerda, como se hace con los perros, para que corretee, incluso galope, y se tranquilicen. Menos es nada, digo yo.

He aprovechado fantásticamente el fin de semana. Tanto, que te he olvidado, querido diario.
Hoy he vuelto a la normalidad y he recordado que estabas en el fondo del cajón donde pongo los libros del Instituto. (Aquí nunca mirarán, suponiendo que en alguna ocasión sospechen algo raro, o piensen que escondo algún secreto. He sonreído pensando que, en unos años, si te vuelvo a releer, me burlaré de estos momentos).
El fin de semana ha sido como sobrevolar una ciudad en aeroplano: he sentido el vértigo que produce la felicidad; he escuchado el aplauso cómplice del universo sobre mi cabeza; he aprovechado hasta el último segundo para disfrutar con y de Joaquín.
Desde el sábado por la tarde, cuando Joaquín dejó el curro, he dedicado a pasearme de su brazo, colgada de él, materialmente soldada a su costado, sintiendo su fuerte musculatura.
Tiene una furgoneta de reparto que pone a disposición de agencias y empresas. La verdad es que nunca le falta un duro, ni le falta el trabajo. Quizá sea el único de nuestro grupo que tiene dinerito fresco a todas horas sin que dependa de sus padres, lo que, por otra parte, me intranquiliza un poco, con la cantidad de lagartas que hay en todas partes, y con lo que gusta beber.

Joaquín ha insinuado más de una vez que quiere acostarse conmigo.
Todavía no me conoce. No estoy segura. Son sólo unos meses
¿Se precipita él? ¿Me retraigo yo?

Cada día, le quiero un poco más y, si las cosas siguen igual, accederé, pero no de inmediato. Ni cuando él diga. Me tiene que apetecer a mí. No sé por qué, pero tengo la sospecha que, desde ese instante, todo se puede estropear. También influye en esa sensación la fama de conquistador, de don Juan que tiene. He de asegurarme para no convertirme en una más de sus piezas de colección, que dicen por ahí que es grande, aunque él asegura que la gente habla demasiado. He intentado sonsacarle, pero ha respondido con vaguedad, dando largas. Sobre eso, absoluto silencio. Creo, incluso, que se enfada si saco el tema a colación, por lo que he decidido no volver a hablar de ello, al menos hasta que él diga, aunque a mí tampoco me apetece mucho.
Le quiero, es verdad, pero no creo que una relación tenga que tener desde tan pronto una escena de cama. Y hay más: no tengo claro que Joaquín sea el hombre con quien comparta mi vida.
De todas maneras, no ha sido excesivamente plasta con esa cuestión. Una mínima negativa por mi parte ha sido suficiente para que lo dejara. Esto me alegra. Por un lado es evidente que me desea y, por otro, respeta mi persona, mis decisiones libres. Esto para mí es una novedad.
(Aunque algunas dicen que si un chico empieza así, en el fondo, no es más que otra estratagema, o que te la da con otra... Empiezo a hartarme de la condición humana. Parece que todo son tácticas y estrategias encaminadas únicamente a conseguir los fines que uno desea).
Se ha conformado con los típicos arrumacos de discoteca. (La palabrita es cursi y no exacta; en realidad, fueron más que arrumacos). Los besos, las caricias, los tocamientos me han enervado más de una ocasión. Mis piernas eran goma reblandecida, que se doblaría en cualquier instante.
Los mejores momentos han sido los paseos solitarios por los umbríos jardines de Euritmia, sobre todo, los alejados de esta casa. ¡De algo vale que Joaquín posea furgoneta! En esos paseos, he conocido mejor a Joaquín; he descubierto que, a pesar de que abandonó pronto los estudios, dentro de él anida un hombre sensible; el problema es que esa cualidad le avergüenza en los hombres, y más en él. Prefiere la apariencia de viril macho hispánico, al que no le afecta nada. La percepción sensible de la realidad es una cursilada, o, una mariconada, como dice él.
Cuando estamos a solas, actúa de otro modo. Me mira con un fulgor especial desde lo profundo de sus ojos. Su boca sonríe arrebatadora. Sus manos, endurecidas por el trabajo, cuando me acarician, se tornan suaves plumas que me cosquillean. No habla mucho, pero anoche me estremeció, me emocionó lo que dijo sobre las estrellas.

Estábamos sentados en un banco de un jardín alejado del centro. En la esquina donde nos besábamos no había luz. La farola que estaba a nuestra derecha había sido apedreada, quizá por algún gamberro, quizá por algún enamorado molesto ante posibles espías de los ajenos escarceos amorosos. El caso es que, de pronto, Joaquín elevó su mirada y comenzó a hablar.
—Cómo brillan las estrellas. ¡Hace tanto tiempo que no me fijaba en ellas de esta manera! Por lo menos desde que era niño. Parece mentira cómo pueden taparlas a nuestras miradas unas bombillas. Fíjate, parece que el cielo es un vestido añil cubierto de piedras preciosas. Hay cientos.
Se entusiasmaba. Parecía un niño.
—Si cada vez que te fijas con más cuidado aparecen más y más. Mira, parece que tiemblan. Ojalá pudiera estirar la mano y ponerte una en mitad de la frente... ¿Hará frío ahí arriba? Por cierto, Mila, cuando te miro a los ojos, parece que allá dentro tienes dos estrellitas que me sonríen...
No vi si se sonrojó, pero no se atrevió a seguir por esa pendiente.
— En el barrio creen que soy un bruto, porque sólo me interesan ciertas cosas, pero por las noches, antes de dormir, mi cabeza da muchas vueltas. Pienso en cosas... — Se paraba. Me miraba. Agitaba la cabeza como si le costara trabajo llevar desde su cerebro hasta su boca lo que quería decir. Mientras, le acariciaba el cabello, le decía, en silencio, que se calmara, que me encantaba escucharle. Que hablara como le saliera. No quería interrumpirle con mi voz. —  No sé expresarme muy bien. Por ejemplo, muchas noches pienso en lo que puede pasar cuando muramos... Una vez, de pequeño, oí un cuento en el que decían que cada estrella es el alma de un ser humano que ha muerto, y que desde allí nos protege y vela por nosotros. ¿Te parece que llamo al mal fario?, qué le voy a hacer, me da por eso... Otras veces pienso en que me gustaría que los niños negros que salen por la tele, comidos por las moscas y tan delgaditos no pasaran hambre...
Su mirada viajaba a lugares recónditos e inaccesibles para mí.
— Pero todas esas cosas no se las digo a los colegas, se reirían de mí, hasta lo mismo me llaman maricón... O peor aún, lo piensan y no lo dicen...

Desde el principio, he descubierto que tiene miedo al pensamiento que no se dicen en voz alta. Odia a las personas taciturnas y calladas, pero que no dejan de pensar. Giró, tras un silencio, su cabeza hacia mí, y casi abruptamente me susurró con su voz un poco más ronca, como si la idea hubiera sido un avión a la espera de obtener autorización de la torre de control para el aterrizaje.
— Últimamente, a esas horas sólo pienso en ti. Tus ojos bailan dentro de mí, detrás de los míos, y me duermo, como cuando era pequeñito y mi madre me arrullaba...
Esta vez sí lo callé con un beso. Las lágrimas brotaban alegres, regando mi rostro y mi corazón solitario y aterido.
Lo malo es que el reloj, imparable, marcaba las doce menos diez de la noche.
No hablamos más, no fuéramos a estropearlo. Creo que hasta él se dio cuenta. Además, igual que el resto de los días, me puse nerviosa. Joaquín, ante mis palabras de ansiedad, y mis miedos, no fuera a llegar tarde y perdiera todo este breve territorio de libertad que he ganado, ha cometido más de una imprudencia conduciendo que le ha podido costar cara, si la poli lo hubiera pillado. Gracias a Dios, la ciudad se vacía por el calor y el veraneo y, a esas horas, el tráfico es casi nulo. La ciudad es una lengua negra de asfalto cuyo fin es llevarme de Joaquín a mi cárcel, de mi cárcel a Joaquín...

Me gustaría algo más. Creo que me acerco, al menos un poquito, al camino de la felicidad tal y como la entiende la mayoría.
(Continuará...)

8 comentarios:

Flamenco Rojo dijo...

Había escuchado antes hablar del grito silenciado, pero nunca sobre el pensamiento silenciado… ¿quién no ha visto una persona por la calle llevando un monólogo con ella misma? No podemos silenciar nuestras mentes. Este es un ejemplo, quizás extrmo, de la incapacidad de acallar los pensamientos.

Por otro lado…dudas razonables la de Mila con su chico.

Un abrazo.

Evaasecas dijo...

Quién no se ha sentido incomprendido en la adolescencia, y quién no se ha sentido como hoy cuenta la prota, a mi, salvando las distancias, por supuesto, me es todo demasiado familiar, me siento muy cercana a ella. Espero el próximo capítulo. Un abrazo.

Amando Carabias dijo...

Pues me parece, Flamenco que hay muchos pensamientos que se callan. Estamos en una sociedad especializada en el asunto. Claro que están también aquellos que opinan (y practican) que decir lo que uno piensa significa actuar como lo haría un elefante en una cacharrería y sueltan los primero que les pasa por la cabeza y de la manera que se les pasa por la cabeza. Veremos si Joaquín es de estos.

Querida Evaasecas no quiero desvelar nada de lo que irá saliendo, pero ojalá que pronto te deje de recordar a tu adolescencia.

catherine dijo...

Pienso lo mismo que Evaasecas, ya veremos lo que saldrá.

Ana J. dijo...

Parece el simple diario de una adolescente, pero lleva cargas de profundidad.
Me quedo con esta: Empiezo a hartarme de la condición humana. Parece que todo son tácticas y estrategias encaminadas únicamente a conseguir los fines que uno desea.
También con el pensamiento silenciado, si Flamenco me lo permite.
Sin contar con la necesidad de que nos acepten aunque sea a costa de dar una impresión de nosotros mismos que es la que creemos que los demás aceptarán. En el caso de Joaquín es no hacer mariconadas, cada cual tenemos nuestra propia máscara.
Muy intenso este capítulo, más de lo que su redacción fluida puede parecer en una primera impresión. Muy bueno.
Un abrazo.

Amando Carabias dijo...

Gracias, Ana por tus palabras.
Por mis recuerdos (no sé si soy muy raro, últimamente esta sensación me persigue), a mis 16, 17 y 18 años (o sea a partir de 1978, tengo la sensación de que experimentaba cosas por el estilo. Diferentes, quizá, porque gracias a Dios mi situación familiar nunca se ha asemejado a la de Mila.
Eran los años en que el Che era alguien trascendental, la injusticia con los débiles te hacía daño, se discutía de política en cualquier parte y pretendíamos cambiar el mundo. Y la palabra libertad, aún dentro de ciertos grupos religiosos, era clave para explicar la vida.
En un diario el autor o se expresa con total sinceridad y deja que sus sentimientos fluyan, o no se escribe, salvo que se convierta en agenda:
Me he levantado a las 7.10. Después de la ducha y desayunar, he llegado a la oficina a las 7.55. He resuelto tres expedientes. He contestado a cinco o seis correos y en un rato me voy a una reunión.
(esto es presente real, por cierto).

Amando Carabias dijo...

Ay, Catherine, que me he saltado tu comentario. Y en su brevedad contiene una bomba de relojería alucinante...
Anoche, mientras subía la novela al blog y programaba las entradas, me entraba un temblor, un no sé qué...
Espero que me sigais considerando después de esta historia. Esto no ha hecho más que empezar... pero hay Fin de Trayecto.

Marina Filgueira dijo...

Cuantas jóvenes se han visto, en otros tiempos… limitadas en su libertad.
Muy bueno es capítulo- con una contextura unánime. Lo pasaron bien besándose solo con la luz de las estrellas.