Viernes, quince de julio de 1988.
Noche.
Me pongo ante tus hojas, en blanco la mayoría, y lloro. A mi alrededor sólo existe una incomprensión que no entiendo...Como me he imaginado, se ha preparado jaleo, mayor de lo que pensaba...
Esta tarde, efectivamente, ha descargado una gran tormenta. El cielo se ha ennegrecido rápidamente a eso de la una del mediodía. Pareció que anochecía. Al poco, unos truenos profundos, de ultratumba, han surcado el espacio. Los rayos atravesaban, espadas de fuego, el firmamento, el agua ha descargado, casi inmisericorde, sobre la ciudad creando, en breves segundos, rápidos ríos urbanos, grises de asfalto: presagio de lo que pasó más tarde.
Lo de la cena he de catalogarlo como el primer incidente familiar grave desde que me he propuesto luchar contra la atmósfera de agobio y persecución a la que estoy sometida. El primer enfrentamiento sin paliativos. Esto será la gota que colme el vaso de mi paciencia. Cualquier día me largo. Esta frase, que parece fruto del enfado de una joven alocada (o enfadada por un contratiempo), anida con más vigor en mi interior de lo que cualquiera supone. Esta idea revolotea en mi interior desde hace un par de años, más o menos.
Las cosas han sucedido peor de lo que el más pesimista imaginaba.
He pedido permiso a papá para ir a la fiesta.
Era un truco estudiado, sabía de sobra que era en vano. De los tres adultos de la casa el único, en teoría, accesible es papá. Pero sólo en teoría. No podía resultar. Ni se ha dignado a levantar la vista del periódico, ha señalado a mamá con una leve elevación de uno de sus hombros, sin recapacitar lo más mínimo en la cuestión, ni una centésima de segundo. En resumen papá es accesible, pero se ha anulado, no opina. Supongo que la conclusión a la que ha llegado es que debe de dejar de sufrir, y lo mejor, en vez de enfrentarse, es meterse en un caparazón de indiferencia y abulia.
Sin embargo, el abuelo, como siempre, ha espetado:
— No, Mila. No saldrás esta noche, y menos a la Estrella, donde no conocemos a nadie. Luego pasa lo que pasa.
Lo ha dicho subrayándolo, apretando las palabras entre los dientes, intentando hacerlas daño, como queriéndolas ahogar. Ha continuado con sus teorías, las de siempre. Además de tiránico, resulta aburrido, monótono.
— Hay mucho desaprensivo al que le gustan las chicas guapas como tú para meterse con ellas. Además, la Estrella es un barrio de borrachos.
Yo sólo quería pasarlo bien, nada más, y tengo la certeza absoluta de que con Joaquín lo hubiera hecho, aunque no sea mi príncipe azul.
— Abuelo— le he escupido, más que gritado —, no tienes ningún derecho sobre mí. Si por ser guapa, no puedo salir, pues que vivan las feas...
De pronto, se han dado cuenta de que no soy la niña que ellos veían.
El abuelo ha dirigido un gesto imperativo, teñido por la sorpresa de mi reacción, supongo que inesperada, a mamá para que actuara. Y lo ha hecho. Ha utilizado un tono de voz que me ha desconcertado, por lo frío y agresivo; pero lo que más descorazonador ha sido la mirada que me ha enviado: mezcla de desprecio y asco. No he entendido tanto odio. La he imitado. El daño que nos hemos hecho es irreparable. Y no sé por qué, pero intuyo que es para siempre, además.
— Niña, el abuelo tiene razón. No hay nada más de qué hablar. Has de saber que mientras no tengas tu trabajo, y no aportes el sueldo, o parte de él, aquí haces lo que se te diga, te falte un año para ser mayor de edad, o tengas cincuenta años. ¿Entendido, mocosa?
He vuelto a dirigir una mirada solicitando ayuda a papá. Sé que en su fuero interno reprueba tal actitud, pero es tan blando por dentro como por fuera, y, por no enfrentarse con mamá y el abuelo, ha callado, una vez más. Únicamente he sentido de él cierta mirada cariñosa, apenas unos segundos; aunque, me ha recordado una mirada bovina, más que humana; se ha encogido de hombros y ha señalado a mamá y al abuelo, volviendo a la lectura. He vuelto a constatar que papá no es nadie en esta casa, menos que yo. Lo he despreciado más que al abuelo y a mamá: definitiva, eternamente.
A ellos dos, al abuelo y a mamá, los he odiado. Este sentimiento es imparable, un camino sin retorno, algo dentro de mí lo atestigua. No sé cuándo daré el primer paso.
Después, he mirado a mis hermanos que callaban como cadáveres que respiraran. Marc percibe, desde hace tiempo, que en casa pasan cosas infrecuentes en otras. Barrunto, por sus gestos y algunas miradas cómplices, que empieza a odiar el ambiente tiránico al que nos someten, sin embargo, tiene miedo a las reacciones del abuelo; se le nota en que, una vez más, ha callado a pesar de estar a favor de mí, aunque sólo sea porque a él le beneficia... En un año, él no tendrá problemas, al fin y al cabo es hombre, y el abuelo le permitirá más cosas. Ya se las permite. A pesar de ello, intuyo que su solidaridad conmigo es, ahora por lo menos, total y absoluta.
Pedro considera al abuelo como el general de un ejército y está orgulloso de ser un soldado de sus tropas. Él me cataloga de niña repipi que prepara jaleos y hace que el abuelo lo pase mal. Causando problemas, en definitiva. Sólo tiene diez años, y para él la figura del líder es muy importante. Así que piensa que, si el abuelo me prohibe salir por la noche, sus razones tendrá. Nunca entiende mi postura, ni la de papá. Para Pedro, papá es un bicho raro que no usa las dotes de mando que por naturaleza debería de ejercer. Supongo que envidia a los demás compañeros y amigos cuando hablan de las iniciativas de sus propios padres. En el fondo, ha sustituido el papel que debería desempeñar en su vida papá por el abuelo.
O sea, aquí estoy, con mil lágrimas que, atravesándome el corazón y cruzando la garganta, ruedan por mis mejillas. Envidio la suerte que tienen mis amigas. No sé si en esta casa comprenden que esta situación es insostenible. Que me siento como una pantera enjaulada y cualquier día haré algo que ahora no son capaces de prever.
Se creen fuertes, se creen mis dueños y señores, pero olvidan que dentro de mí late un corazón con ganas de vivir. Parece que soy una mascota de su propiedad que les debe obediencia eterna. Es como si quisieran encerrar la brisa en alguno de los jarrones que pueblan el salón. O como si quisieran que el aroma de las rosas del jardín permaneciese para siempre en la casa.
Me queda el consuelo de que mañana veré a Joaquín.
Menos mal que me imaginaba todo lo que ha sucedido. Así que he quedado con Joaquín donde siempre, a la hora de siempre... Ni he mencionado la fiesta, ¿para qué?
Parece que no se dan cuenta de que para estar con algún chico no necesito que el sol desaparezca del firmamento. Suponen que el sol ejerce su misma labor de vigía omnipotente y omnipresente.
Me llega, desde fuera, un aroma embriagador. La mezcla del olor a tierra mojada por la tormenta con los efluvios de los dondiegos me ha llevado por unos segundos a un respiro en mi ánimo. Con razón dicen que no hay mal que cien años dure. Parece que el infinito se alía conmigo y me envía suaves caricias en forma de fragancias que aplacan el llanto de mi corazón.
Me acabo de asomar a mi ventana, que, como cada noche estival, tengo abierta (aún a riesgo de ser machacada a picaduras por los insectos que entran en la habitación atraídos por la magia de la luz ) y he disfrutado de la amabilidad con la que la Naturaleza me obsequia. Las estrellas, perlas del infinito, sonríen con ternura. Una serenata melancólica de grillos me acuna...
No soy la única despierta a estas alturas de la noche, la luz del piso del escritor de enfrente sigue funcionando. ¿También escribirá, como yo?
¡Cómo me gustaría ser mayor y hacer lo que quiero hacer! No lo soporto más. A veces, creo que debería atreverme a visitar a ese escritor, para que supiera mis cosas, quizá él escribiera alguna novela inspirada en mi vida; luego, me encargaría de regalársela a mamá, a ver si se enteraba de algo.
Empiezo a desvariar. Debo acostarme.
(Continuará)
5 comentarios:
Aunque estaba advertido, no creía que tan pronto me iba a tener que arrepentir de mi comentario en la entrada anterior… ¿Familia normal?...joder, joder, joder.
Sigue la estupenda narración del interior de esta adolescente que se siente un bicho raro en su familia. ¿Y quién no?
Pero aquí hay razones: un abuelo totalitario, una madre egocéntrica, un padre anulado.
Magnífico retrato familiar. Dan ganas de ser el escritor de enfrente y escribir su novela. Y que rabie la madre.
Estupendo!!!
Un abrazo grande
Bueno, Flamenco y la cosa no ha hecho más que empezar.
Algunas veces los padres hacemos mucho daño a los hijos. En ocasiones por cuestiones como ésta, y en otras, por lo contrario.
Quizá en los principios de este siglo XXI, lo padres nos hemos ido al lado contrario. Y no poner límiites es también un craso errror.
En fin no me adelantaré.
Cómo se nota, Ana la novelista de raza que llevas dentro...
El novelista tendrá su papel en esta historia, pero falta tanto para ello y es un papel tan, tan...
En una primera o segunda versión, el novelista abría cada parte de la novela (son seis partes y un epílogo) unas quinientas páginas apretaítas... Buf.
(Es un problema esto de comentar, sabiendo lo que sigue, y por tanto tener que callarse).
Uyyyyyyyyy como se pne la cosa. La niña que quiere empezar a volar y la madre... lamadre que la parió. Con perdón... vaya familia rarita. Pero creo que me va a gustar esta novela. Besossss
Marina Fligueira:
Espero que así sea, pero recuerdo lo que está puesto en el aviso. Arriba del todo.
Publicar un comentario