Domingo, veinticuatro de julio de 1988.
Madrugada.
Madrugada.
Es la una y veinte de la madrugada, solamente.
¡Qué noche tan larga! ¡Qué noche tan calurosa!
Por fin, he reunido fuerzas para levantarme, buscarte, corazón herido de tinta y recuerdos.
Toda la ciudad (como el resto del país) emocionada y alegre, eufórica diría yo, pues Perico ha ganado el Tour de este año, el primero que gana un español desde Bahamontes, y yo sumida en la angustia más profunda.
Llevo dos horas llorando. Mi corazón se inunda, a partes iguales, por el odio y por la desolación.
Creía que las cosas iban a ser de otra manera, pero se ha descubierto, he descubierto, todo el percal. Era un truco, un truco muy sucio por cierto.
El abuelo, demostrando sus dotes de estratega, ha conseguido mitigar la ira de la discusión del otro día ampliándome los horarios y haciéndome algunos regalos, aquello que él sabe que me gusta. No en vano soy su nieta.
¡Qué tonta he sido!
He llegado a pensar que los gritos que les di no cayeron en saco roto. He pensado que algo había cambiado en mi situación familiar. Ingenuamente confiaba en que ellos hubiesen descubierto que ya no era una niñita. Así que, esta tarde, he vuelto a intentarlo, sabía que me la jugaba, pero... La presión de Joaquín crece, y corro el peligro de perderlo por estas tonterías.
Esta noche están de fiestas en otro barrio de la ciudad, en El Ángel, y hay una buena verbena. Joaquín me ha pedido que fuéramos y que fuéramos sin horario. “Una noche de verano para nosotros solos”, ha dicho. Le he vuelto a recordar mi situación. “Insiste, cónvenceles”. En su tono y en su mirada, he notado que no se termina de creer lo que le digo... Creo que piensa que le engaño... Intuyo que empieza a pensar que son trucos míos para tenerlo bien agarrado.
Pero creo que tiene razón, así que he vuelto a pedir permiso. Mi sorpresa ha sido mayúscula, ya que esta vez la negativa ha sido a tres bandas, pues también papá, seguramente adiestrado por mamá para la ocasión (para siempre que se produzca esta situación), ha exclamado que no iba a salir por las noches, más allá de las doce.
Pero el abuelo ha ahondado en la herida, soltando un globo sonda, algo acerca de un rumor que corría por el barrio y que había llegado a sus oídos en las interminables partidas de tute después de su siesta, en el café.
— Niña, como me entere que sales con algún chico a tu edad, sin que nosotros lo sepamos y sin nuestro permiso, no solo no sales por la noche, sino que vas a pisar la calle cuando yo salga, ni antes ni después, ¿entendido? Soy capaz de llevarte al colegio, como cuando eras pequeñita...
Me he sentido impulsada por un brazo invisible que me manejaba y me impedía valorar, mínimamente, el resultado de mis actos. Me he lanzado a una piscina de la que desconocía su profundidad, ni había mirado si tenía agua, o me arrojaba en seco. Luego ha sido muy tarde para dar marcha atrás.
— Si me gusta Joaquín y salgo con él a ti qué. Además, ¿cuántas veces has contado que te hiciste novio de la abuela cuando tenía diecisiete años?
He tocado al abuelo en su línea de flotación, en su gran debilidad, le he devuelto a los instantes más felices de su vida, sin duda... Sus ojos, por primera vez en años, al menos quince, desde que murió la abuela Asunción, han abandonado esa mirada de depredador al acecho de la presa, y se han puesto de acuerdo con la eterna sonrisa de su boca. Me he dado cuenta; iba a proseguir por ese flanco, buscando en mi repertorio el tono (ese que toda mujer ha de tener para convencer a un varón, sea éste abuelo, padre, hermano, amigo, novio, esposo, amante o hijo), de dulzura infantil que le cautivaba hacía años; pero no he podido, mamá, tan ágil de lengua como siempre, ha interpuesto una muralla infranqueable.
— ¿Así que sales con un chico?
Me he sentido herida, y he respondido con rabia.
— Sí, ¿pasa algo?.
Es la primera vez que planto cara a mamá así. A pesar de la entereza de mi mirada, por dentro me recorría, y ahora que lo pienso me vuelve a recorrer, un temblor de pánico que temía que fuera descubierto.
— O sea, que era cierto lo que dicen en el bar... — Murmuró el abuelo, recuperándose del golpe bajo que le había asestado inconscientemente.
Papá, mientras, miraba alternativamente: a mí, a mamá, al abuelo... Su mirada cada vez era más vacuna. Se ha odiado una vez más. He descubierto un destello de vergüenza en sus pequeños ojos, normalmente vacíos. (Es increíble la capacidad de percepción que se adquiere en situaciones límite. Como si cada sentido aumentara su capacidad para recibir todos los estímulos que llegan desde el exterior. Si hubiera estado charlando, por ejemplo, sobre lo caluroso del verano. o cualquier otra cosa, seguro que ni me hubiera acordado que estaba allí sentado, leyendo su periódico).
He detectado la abulia que recorría cada milímetro de su espíritu. Me ha parecido que quería transmitirme una frase de apoyo, siquiera una. Supongo que por su cabeza han pasado varias, seguramente continúan pasando como luces, pero no ha articulado ni una. En aquel momento, fijo que añoraba un trago para enfrenarse a su esposa y a su suegro, y evitar que su hija continuara perdiendo la dignidad, ya que él la había perdido hacía tanto tiempo. Seguro que también odió más que nunca a mamá. El secuestro de las voluntades a las que mamá somete a los miembros de la familia le parece más grave, porque sus hijos nos asomamos a la vida definitivamente. ¿Qué será de nosotros en esta situación? Un escalofrío de miedo ha inundado su mirada, que se mezcló con un lagrimón, casi de viejo chocho. Cuando me he percatado, el desprecio hacia él ha aumentado en tal grado que soy incapaz de calificarlo. He comprendido, además, que para mí la única solución está en salir de esta atmósfera opresiva que inunda cada poro mi joven y anhelante piel.
Mamá ha continuado sofocándose paulatinamente, como si hubiera descubierto que su hija es una criminal.
— ¿Y vais cogidos de la mano por la calle?
A partir de esta pregunta, he estado fuera, exiliada de las cuatro paredes que me ahogan. Me he tomado con fastidio y desidia el interrogatorio. He colocado a las respuestas tono de dejadez que enojaba más a mamá.
— Sí, mamá.
— ¿Te lleva abrazada por la cintura?
— Muchas veces, mamá. Para ser exactos, casi siempre.
— ¿Te ha besado en la boca?
Me he decidido a herirla en serio, ya que tanto le importa la opinión de los demás sobre mi honra y mi pureza. He respondido exageradamente, total su opinión sobre mí es imposible que varíe ni un ápice. “A estas alturas, ¿qué más da?, después de diecisiete años de desprecio y odio”, me he dicho. He tratado de hacer daño también yo. Sabía que en el envite perdía lo poquito logrado hasta ahora, pero era imparable mi decisión.
— No, mamá, eso no es exacto. En realidad no me ha besado..., nos hemos besado... Nos hemos besado durante largos minutos, ¿sabes? En cada esquina, en cada banco del parque, en los portales, en el de su casa, ahí al lado, en cualquier sitio, y cuando llueve, en los bares..., en cualquier sitio, ¿entiendes?, hasta en la esquina de esta calle, expuestos a que nos vieran los vecinos. ¿Te imaginas que nos viera el escritor que vive ahí enfrente y luego lo cuenta en una novela? Creo que el otro día nos vio.
Mamá estaba a punto de explotar. Lo supe perfectamente. Le delataban sus manos que no hacían más que retorcerse en un perpetuo acariciarse a sí mismas. De pronto, a la velocidad del rayo, he sentido el estampido de su mano en mi mejilla. Sí, me ha abofeteado, mientras seguía chillando.
— Y claro, se habrá acostado contigo, puta, que pareces una puta.
Concluyó, por fin. Ahí es donde quería llegar desde el principio. También lo he tenido claro.
— Mamá, ¿lo afirmas o lo preguntas?
Y la he devuelto la mirada imitándola perfectamente. Aunque me cueste, he de reconocer que soy sangre de su sangre. Y no he parpadeado por aquella bofetada y aquella vejación, que me siguen doliendo, pero más en el alma que en otro sitio. Juro que es la última vez que lo hace.
Marc no pudo contener más su estado de ansiedad.
— Mamá ya está bien, pobre Mila.
Cómo le he agradecido esta intervención. Por lo menos me ha dejado unos segundos para pensar lo siguiente que haría.
— Bueno, ¿vas a responder? — Intervino el abuelo.
Un velo de tristeza, como si mis ojos fueran la orquesta del adagio más triste, los ha llenado de lluvia. Por fin se ha descubierto completamente el pastel. Se trata de eso, de asegurarse la pureza, el honor familiar, la virtud sin tacha. Para poder entregarme a algún digno varón de esta ciudad. A ser posible con dinero...
Mi felicidad les importa un bledo.
Mi felicidad les importa un bledo.
Mamá pretende que, públicamente, se reconozca la moralidad de la familia. El abuelo es el guardián de mi honra. Papá es la prueba palpable de que los errores se pagan. Una lágrima recorría mi espíritu y una sombra asomaba en mi mirar ya de por sí melancólico. Iba a responder al abuelo con otra pregunta, “¿A qué quieres que responda a la pregunta, a la bofetada o al insulto?”, pero un pétalo de la rosa que estaba en el búcaro azul celeste del salón cayó, mansamente, en el suelo. Y ese pequeño acontecimiento me ha enseñado que todo es tan breve, que, o lo vivo, o me quedaré sin ello para siempre.
Así que he mirado a mi alrededor. Primero a papá: lo he visto fofo, aniquilado, he comprendido que su reacción es imposible ante aquella presión a la que sin duda ha sido sometido durante los años: aún así desprecio que no haya intentado echarme un capote ante aquello. Luego a mis hermanos: ¿Qué será de ellos? He escrutado al abuelo: le he herido, con puñales lanzados desde la más profundo de mi mirada. Por fin, a mamá: la he aniquilado dentro de mi corazón. Pero mamá estaba tan ofuscada que no sintió aquellas espadas penetrar en su corazón. Era insensible. Es insensible.
— Te parece bonito. ¿Te da igual lo que diga la gente?.
— Me parece muy bonito y, además, me da exactamente igual lo que diga la gente. No me creo, mamá, que antes de casarte con papá ni os besarais, ni otras cosas. Con el tipo que tenías, supongo que habrás tenido más de un novio.
— ¡Deslenguada...! ¿Tú qué sabrás? Eran otros tiempos...
Como le había sucedido al abuelo, esto le ha tocado y ha sentido que viajaba a momentos del pasado que creía perdidas. Ha llegado a playas idílicas donde, durante décimas de segundo, ha recordado ciertas caricias, ciertas miradas y ciertas posturas que casi le han sonrojado sólo de recordar. Durante unos segundos sus bellos ojos han brillado como si volviera a tener quince años; pero sólo han sido breves segundos.
— He dicho que no sales, y no sales. ¿Entendido?
Sin decir nada más, he abandonado la estancia, que ha quedado inundada por un profundo y tenso silencio, casi un silencio que se podía tocar, salvo por el eco atronador de aquella bofetada y aquel insulto que no podré perdonar. Por una de esas miradas inteligentes y cómplices que de vez en cuando me manda Marc, sé que piensa que el abuelo y mamá están llevando demasiado lejos todo esto, todo su afán de preservar la pureza, la dignidad, el honor, en definitiva, el buen nombre de una familia que el único blasón que posee es el trabajo de conserje en una oficina y una casa heredada de no sé sabe qué antepasados. Marc, además, ha adivinado que en muy poco tiempo explotaré por algún sitio. También se ha sorprendido por la reacción del abuelo, por fin ha descubierto la realidad última de su forma de ser. Marc, de momento, es un aliado, aunque dudo que sea perenne, pues al ser varón, y, teniendo en cuenta la escala de valores de mamá y el abuelo, pronto le llenarán de prebendas, lo que le convertirá en uno más de su cuerda, en uno más de los explotadores. Pero, si hay una mínima oportunidad, intentaré convencerle de que ni siquiera para él será buena esta situación, porque tendrá encerrada alguna trampa.
Papá seguía leyendo, como de costumbre, impertérrito, el periódico local, pero estoy segura que desde el principio de la discusión no ha avanzado de página, incluso pondría la mano en el fuego de que tampoco ha proseguido más allá de la línea en que se encontraba, pasando los ojos, una y otra vez, por ella sin leer nada en absoluto, como si un rayo le hubiese paralizado. A él le ha tenido que doler también la bofetada ... y el insulto.
El abuelo y mamá se han sorprendido y enfurecido porque, a pesar del férreo control que ejercen sobre la familia, está claro que hay movimientos que desconocen, hay ciertas rendijas por las cuales se les escapan.
Esta noche lo han descubierto. Creo que están asustados porque han sentido, después de casi veinte años, que su poder en la casa se tambalea.
Esto es lo que ha pasado. Esta es la narración más menos objetiva de lo que ha ocurrido.
Ahora que me he descargado, que la rabia que me ahogaba ha tenido un cauce de salida estoy mejor, y seré más fría para analizar mis sentimientos, y decidir, con más posibilidades de éxito, qué he de hacer.
¡Qué razón tiene mi profesor de Literatura! Esto de escribir lo que a uno le pasa, puede ayudar a muchas cosas.
No sé cómo se sentirán los asesinados por una navaja, o por cualquier arma blanca, cuando les atraviesan el pecho, pero mi corazón está herido en lo más íntimo, y esta herida tiene pinta de ser mortal. Sólo ha sido una bofetada, pero la humillación a la que me ha sometido no la pasaré.
Haga lo que haga mi camino está truncado por esta noche. No es el hecho en sí mismo. Si ante una situación de este calibre, reaccionara como lo estoy haciendo, se me podría definir de infantil... La herida está producida por la actitud, incluso ante una situación extrema, de mamá y del abuelo.
No sé si tendré hijos, pero sí sé que una madre ha de demostrar un sexto sentido, con el que distinga cuándo lo que le dice su hijo es, o no, fruto del capricho; al revés, ha de reconocer cuándo se trata de una necesidad. Creo que mamá se quedó en la comida, en la ropa, en cierta educación, poco más... Su sensibilidad respecto del resto de problemas de la vida es nula.
Noto el primer atisbo de sueño que entra por pequeñas rendijas de mi cerebro excitado, exacerbado.
...Acabaré largándome de esta prisión en la que mi libertad ha quedado anulada. No sé si aguantaré que transcurra este año, y alcanzar la mayoría de edad, y evitarme problemas; o, saldré zumbando cualquier día. Si fuera posible, mañana mismo.
La decisión dependerá de lo que diga Joaquín. Aunque, tampoco estoy convencida de que su opinión sea importante. Si se muestra renuente, si duda, lo más probable es que también me decida y suelte amarras.
Sigue siendo calurosa la noche. Son los cuatro y veintisiete.
Ni la luz de la casa del escritor está prendida. He de acostarme.
A ver si puedo dormir cuatro o cinco horas tranquila.
Espero, Joaquín, que después de esto te des cuenta que no me invento nada. Espero que esta noche me hayas echado de menos.
Eso sí, que se fastidien, que me voy a acostar como si efectivamente me hubiese ido de verbena. Aunque no he estado bailando, precisamente.
Continuará...
10 comentarios:
Empieza a mascarse la tragedia. Mila lo tiene claro y no va durar mucho en el ambiente que tan bien estudiado tiene.
Es curiosa la definición de su proia madre, tan fría e incluso tan cruel. Me apena que quizás lo que le espera en el exterior de su casa, no vaya a ser tan magnífico como ella sospecha. Ese novio...
Pero ha sido muy valiente y muy inteligente plantando cara en vez de disculparse y ocultarse , como cualquiera otra, en su lugar y con su edad hubiera hecho.
Me preocupa, no obstante, que tanta clarividencia con los suyos, la cieguen y le impidan ver lo que de puertas afuera desconoce.
Esperemos,que todavía quedan muchos capítulos (hasta marzo).Por aquí seguiremos, espero y deseo...
Un abrazo y buenas noches Á.
Este capitulo me ha recordado un periodo de mi vida en Cuba, tenía 10 años, recuerdo que la hija de los vecinos, quinceañera, no hacia otra cosa que llorar, sus padres, en particular, su padre, le había prohibido ir a la escuela, y pasaba sus días encerrada en casa, sin derecho a nada.
Lo has narrado tan bien, que me parecía sentir los gritos de la madre en mi cabeza.
Espero con ansia el próximo capítulo.
Un abrazo.
Leo
Me quedo como reflexión principal de este capítulo cuando Mila dice que no sabe si tendrá hijos, pero sí sabe que una madre ha de demostrar un sexto sentido…Es imprescindible que los padres tengamos ese sentido complementario para tratar con los chavales y no caer en los mismos errores que nuestros ascendientes.
Por otro lado…ciertamente el escribir lo que a uno le pasa, como decía el profesor de literatura de Mila, ayuda…por experiencia propia lo hablo. Hubo un momento de mi vida, hace años, cuando me diagnosticaron mis problemas con la patata, no conciliaba el sueño…días y días, horas y horas mirando al techo de la habitación. Seguí los consejos de un técnico en la materia y vaya si me ayudó…
Un abrazo.
Ángeles Hernández:
Tienes razón, empieza a mascarse la tragedia. Pero va a ser muy largo este trayecto hasta llegar a su fin.
Podría ser como dices. Pero no quiero avanzar nada sobre el contenido iremos viendo...
Leonel
Aquella experiencia es aún más dura que ésta. Por la edad de la protagonista, por el motivo de la prohibición, por el castigo en sí.
Prohibirle a una niña de diez años asistir a la escuela, a priori, sin un motivo, me suena algo así como a prinsión incondicional.
Flamenco Rojo:
En realidad toda esta primera parte de la novela (no me refiero en exclusiva a la primera parte según la estructura formal que le di), gira entorno a esta idea. En realidad a ésta y al choque que determinado tipo de educación retrógrada producía en las ansias de libertad que ocupan al ser humano al final de la adolescencia y al principio de la juventud. Esas ansias que luego continúan, claro, pero que como tantas otras cosas se atemperan.
Yo puedo hablar del profesor de literatura de Mila, en estos términos, porque gracias a más de uno he acabado con este virus inoculado hasta la médula. Podría empezar por el que tuve a los trece años, continuar con el de los quince y dieciséis y acabar con quien aún es mi amiga y me dio clase en COU.
Esto lo digo y lo aclaro, porque quizá sea de lo más real y autobiográfico de la novela.
De hecho, mi primer intento de diario (tuve varios hasta que acabé en La palabra de cada día que ahora está olvidado el pobrecito) está fechado en una edad similar a la de Mila, quizá un poco antes.
Quizás me explique mal, diez años los tenía yo , la chica tenia 15 años, quinceañeras son las chicas de 15 años en mi país, disculpa si no me expliqué bien.
Un abrazo.
Leo
Leonel:
Qué va, qué va... Te leí a toda velocidad, y me salté lo claro que dices chica quinceañera... Esto cambia en algo las cosas.
Así que las disculpas por mi parte, por leerte mal, tan apresurado.
Lo siento.
La paciencia tiene un límite y, si eres una adolescente agobiada por una familia a la que odia y desprecia a partes iguales, se intuye que muy pronto algo va a pasar.
Empiezo a inquietarme.
Un abrazo grande
Muy bueno también este capítulo, pero Mila ya empieza a torear a su rarita familia.
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