Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

domingo, 20 de diciembre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (XIX)

Como he dicho, la iglesia donde nos juntaríamos era en la parroquia de san Emilio. Al principio, habíamos pensado en nuestra pequeña iglesia de las monjas. Pero, con buen criterio, hablamos con el párroco de san Emilio. Intuíamos que íbamos a ser muchos y acertamos.
Nuestro grupo de jóvenes era los escombros de otro grupo mucho más numeroso que nos había precedido. Pero, como todas las cosas en esta vida, tuvo su final. Y aquello acabó, pero no es la cuestión.
Los que quedamos, decidimos continuar, más que nada porque necesitábamos, de algún modo, que alguien nos orientara en el duro camino de nuestra fe. No nos conformábamos con las cosas que nos decían en la misa de los domingos, intuíamos que había que hacer más. Pero, por otra parte, no queríamos pertenecer a ninguna asociación con ramificaciones nacionales o internacionales. Es decir, queríamos ser nosotros, nada más. Un grupo de anónimos muchachos y muchachas, sin siglas, sin encuadres en ningún lugar. Lo único que buscábamos era un espacio y un tiempo para la reflexión. Poco más.
Y funcionaba. O nos servía, que era lo mismo.

Pero lo de aquella noche era radicalmente distinto. No era algo nuestro, sólo fuimos la chispa. A pesar de la nevada, el ambiente estaba lo suficientemente preparado, como para que no costara ningún trabajo que la cosa saliera. Desde que por la mañana nos autorizaran la manifestación, la gente de Euritmia tenía ganas de sentirse unida.
Pensé que el miedo tiene mucha fuerza. No me gustaba la idea, pero tenía que reconocerlo.
A medida que me acercaba a la parroquia de san Emilio, observaba con una extraña mezcla de incredulidad y alegría que la calle era un verdadero hormigueo de jóvenes que caminábamos en la misma dirección. Si hubiera sido policía, y no me hubieran avisado, habría sospechado seriamente que algo se estaba tramando, y me habría puesto nervioso.
No sólo jóvenes se dirigían allí. Familias enteras llevaban el mismo camino. Vaya, pensé, Como esto haya pasado en más ciudades, habrán suspendido la manifestación, pero no habrán impedido que nos juntemos.
Había quedado a las once en la Meseta con Gabi. Antes de llegar al bar, me encontré con Felipe, al que desde el comienzo de aquel curso casi no veía. Nos juntamos los tres. El bar, curiosamente, estaba vacío. Se conoce que el personal estaba en casa, pegado a la radio o a la tele, o iba camino de la iglesia. Faltaba casi media hora para el comienzo del acto. Teníamos tiempo. Pedimos tres cafés. Desde que había salido de casa, no se habían producido noticias, por lo que deduje de lo que dijo Eduardo, un resumen de lo que había escuchado unos minutos antes.
La pregunta era la misma repetida con miles de variaciones desde la mañana, durante todo el día. Esta vez fue Felipe quien la formuló en voz alta, ¿Creéis que servirá de algo?, todavía no sé por qué me he decidido a bajar, con lo calentito que estaba en casa. Mientras soplaba el café, le contesté, Chico, no lo sé, pero me supongo que, por lo menos nos calmara un poco. Después de un corto tragó, que me quemó el paladar, continué, No sé vosotros, pero yo no puedo estar más de media hora sin hacer nada; me parece que estoy contemplando cómo me quieren destruir, y digo yo que me tendré que oponer de alguna manera. De nuevo me había venido la locuacidad, Por lo menos tendré que gritar, o algo, no sé; además, qué queréis que os diga, tengo miedo, joder: imaginaos que esto es el final de este mundo... ¿Os habéis parado a pensar qué significa? ¿Y después habrá algo? Y si hay algo más, qué será de nosotros, tíos, que nos vamos al carajo, y no quiero, joder.
Por fin fui capaz de decir en voz alta todo lo que me atormentaba el corazón, y todo junto. Había necesitado más de doce horas, muchas ginebras y estar con dos de mis mejores amigos para soltarlo todo, pero mereció la pena. Sentí una profunda liberación. Noté, además, un escalofrío. Y por si fuera poco, un par de lágrimas, no sé si de impotencia, de angustia o de tensión, me rodaron por las mejillas. Me sentí muy a gusto, y no me importó, casi agradecí, que Gabi y Felipe hubieran sido testigos de todo ello. Ellos callaron, aunque noté en su semblante cierto azoramiento, reminiscencias de una cultura machista que impide llorar a los hombres en público. Fue Gabi quien continuó, Joder, macho, ya era hora que alguien dijera lo que todos pensamos. Suspiró y nos miró con intensidad, Si es que parecemos imbéciles: están jugando con nuestra vida, y nosotros como si fuéramos espectadores de un partido de fútbol. Pensé que aquella comparación era muy buena. Un partido de fútbol macabro y con el agravante de que el resultado del partido podía suponer el final de todo, absolutamente de todo.
Ya en silencio, cada uno metido en sus pensamientos, acabamos el café y continuamos hacia la iglesia de san Emilio. El cura nos había pedido a Gabi y a mí que llegáramos con algo de antelación, por si hacia falta ayudarle en algo.
Cuando entré en san Emilio, la oscuridad y la paz me devolvieron, como una caricia, parte de la entereza que había ido dejando a lo largo de aquel día tan largo y tan peligroso.
Junto a nuestro cura, estaba el párroco de san Emilio y otros sacerdotes y religiosos. Nos acercamos a saludar, más que nada porque viera que estábamos allí, aunque supuse, que con tanto clero, nuestra presencia y nuestra ayuda no sería necesaria. Así fue. Nos miramos con satisfacción. A mí por lo menos, sólo me apetecía estar sentado en un banco y escuchar lo que nos dijeran, rezar en silencio, si era el caso... En fin, ser uno más.
Lo cierto es que la espaciosa iglesia románica, desnuda de la decoración habitual en otras de Euritmia, estaba prácticamente llena. Conocía a muchos de los que iba llegando. Al fin y al cabo, Euritmia era pequeña, y con tanto movimiento como había tenido yo en aquellos años no era difícil que tuviera que saludar a muchos.
El cura me llamaba. Pensé que tampoco era cuestión de que nadie supiera que la idea se nos había ocurrido a nosotros. Pero no era nada de eso, sólo me pedía que le hiciera el favor de decir que íbamos a empezar. Eran las doce menos cuarto, llevábamos un pequeño retraso.
Cuando comenzó el acto, casi no se había sitios libres en los bancos de la iglesia, y eso que tenía una capacidad para unas quinientas personas sentadas. Muchos se quedaron de pie.

Fue un acto sencillo y hondo. Fue un acto descarnado, sin pretensiones estéticas. Parece ser que entre nosotros había personas no católicas, que se quisieron unir al acto, por lo que la liturgia fue un encuentro ecuménico. El acto lo dirigió una religiosa, a la que conocía vagamente.
Predominaron, más que las palabras, los gestos, los símbolos y los cantos. Empezó con una oración, que era un alegato de una parte de la humanidad, nosotros los jóvenes, los que más perdíamos en el envite, para que la divinidad escuchara nuestro gemido. Luego, nos presentamos desnudos ante Dios, reconocimos nuestra fragilidad, nuestro miedo y nuestra torpeza. Después, nos preguntamos con mucha calma, si aquello había sido cosa de Dios o del Maligno, varios textos bíblicos iluminaron la respuesta. La conclusión era evidente. La que siempre había sospechado. El día que llegue el final, por lo menos el que Dios quiera, no será con esa destrucción del hombre por el hombre, será de una forma que no nos imaginamos, y que se nos escapa a todos, tanto en el tiempo, como en la forma. A continuación, desgranamos, quien quiso, de forma individual, su propia queja, su propio miedo, su propia petición. Por último, pedimos a ese mismo Dios que se nos había revelado misericordioso, a través de los textos, que utilizara todo el poder de su brazo para ablandar los corazones de aquellos que nos habían llevado hasta aquella situación absurda. También pedíamos que el Espíritu de la divinidad soplara a favor del Papa, y que su mediación fuera capaz de ayudar a que se solucionara el problema.
Pensé que si las autoridades americanas y soviéticas habían aceptado esa mediación, no estábamos haciendo nada extraño allí reunidos. De algún modo, se podía interpretar que estábamos al lado de la postura del Papa, que era la de la paz. Pensé, durante unos segundos, que si el mal había emprendido su galope alocado hacia la destrucción, el bien también tenía sus propios caminos, seguro que más lentos y menos ruidosos, acaso más parecidos al silente murmullo de la brisa que al atronador y destructivo del vendaval, pero eran sus caminos. Eso me dio fuerzas, e incluso cierta ilusión, aunque me hizo mucho más consciente de lo frágil de nuestra situación.
Pasó algo más de una hora y media. Ya habíamos cruzado más de sesenta minutos del nuevo día. Faltaba menos para que amaneciera, unas siete horas, y seguíamos vivos. Y en Euritmia, y alrededores, no había estallado ningún tipo de bomba, que se supiera. Aquello iba bien. O, por lo menos, no tan mal como en otros lugares donde la muerte había llenado sus fauces.
No sé por qué, pensé en los funámbulos que caminan por el alambre, sobre todo los que no tienen red. Cuando llegan a la mitad del trayecto, pensarán que es mucho lo que les falta, pero que han recorrido también mucho. Quizá fuera la situación más delicada. Yo me sentía igual. No sabía a qué carta quedarme. No sabía si temblar por todo lo que nos quedaba que atravesar, o, por otra parte, debía alegrarme por todo lo que habíamos recorrido. Como digo, había pasado más de una hora y media, que se me había hecho muy corta.
No sé a quien se le ocurrió, pero antes de acabar alguien propuso que mientras durara la situación, todos los días habría una oración de este tipo. Cada día, se comunicaría en qué lugar sería al día siguiente. Dado que no se había pensado antes, nos citaron para la noche siguiente en la misma iglesia de san Emilio. Mientras ellos siguieran matando y destruyendo, nosotros seguiríamos diciendo que nos daban asco, y que no queríamos saber nada de sus patrañas, y que nuestra postura de jóvenes ciudadanos del mundo estaba al lado de la paz. Era lo único que se podía hacer, pero, por poco que fuera, nuestro deber era hacerlo.

Cuando salimos de allí, la mayoría de los rostros estaban más relajados. Pero la preocupación no había desaparecido. No podía desaparecer, porque acabábamos de escenificar con rigor, sin edulcorantes, que sólo esperábamos el milagro, pero no nosotros, el género humano entero.

Había dejado de nevar. La ciudad parecía vestida de plata. Algunas nubes se apartaban y un hermoso cielo estrellado parpadeaba limpio y sorprendido, acaso triste, acaso indiferente, pues la distancia era excesiva para poder descubrir el mal, tantos millones de kilómetros más abajo.

6 comentarios:

catherine dijo...

cuentas que vinieron a San Emilio creyentes y no creyentes; querìan estar juntos. Buscaban un lugar de paz y silencio, nos dices.
Fui testigo (testiga) de algo parecido cuando la catastrofe del Grand Bornand en los Alpes. Murieron màs de veinte personas que dos rìos se llevaron, unos refugiados en su furgoneta se creìan en seguridad. Toda la gente del pueblo, las familias de los desaparecidos y los turistas se encontraron en la iglesia un fin de tarde.
A la gente no creyente que entra en una iglesia le puede gustar la liturgia y/o el silencio y la paz que emanan de las paredes y de los vitrales.

Amando Carabias dijo...

Catherine
Es una experiencia repetida. Y quizá en los instantes de mayores problemas, acaso más por miedo que por fe, los templos se llenan...
¿Te imaginas un templo románico como una catedral románica, en pleno centro de una ciudad, al lado de una ancha avenida lleno del silencio de la angustia?
San Emilio lo conoces, y no digo más.

Flamenco Rojo dijo...

Al igual que Felipe, quién no se ha preguntado alguna vez ¿servirá de algo esta manifestación? La historia nos ha demostrado que muchas de ellas, demasiadas diría yo, han caído en saco roto y sólo quedan a título anecdótico y estadístico. ¿Se hicieron en España manifestaciones contra ETA, en julio del 97, para intentar salvar la vida de Miguel Ángel Blanco? Desgraciadamente los salvajes hicieron oídos sordos y lo asesinaron días más tarde…Cierto es que a raíz de todas las manifestaciones y con todo el mundo de acuerdo, excepto los desalmados de ETA, nació el “espíritu de Ermua” que significó la unidad de todos los partidos democráticos contra ETA y su entorno. Esto a nivel nacional…en el plano internacional, ¿cuántas manifestaciones se harían en el mundo para parar la guerra de Irak en el 2003? El resultado todos lo conocemos.

Ya en clave local recuerdo la manifestación que se organizó en Sevilla, en agosto de 1995, cuando la Liga de Fútbol Profesional (LFP), por defectos a la hora de presentar los avales correspondientes, comunicó el descenso administrativo a segunda división B al equipo de futbol del Sevilla F.C. Más de 35.000 sevillistas se lanzaron a la calle manifestándose y consiguieron que la LPF diera marcha atrás y dejara al equipo en la primera división.

Amando Carabias dijo...

Flamenco Rojo:
si me hubiera preguntado Felipe a mí, le hubiera contestado que probablemente no serviría de nada, pero que había que hacerlo. Que quedarse en casa de brazos cruzados serviría de lo mismo, pero con el agravante que ni siquiera se convertiría en semilla.
Como bien dices, unas veces la semilla prende en el viento, y en otras ocasiones se pierde. A veces incluso fructifica, pero siempre hay que intentarlo. Quizá a largo plazo...
Claro que aquella noche no había mucho margen de maniobra.
Probablemente sólo sirvió para liberar un poco de angustia.
¿O no?

Evaasecas dijo...

Habrá que creer



Es que de momento no puedo decir nada.
Estoy pillada con tu novela.

Amando Carabias dijo...

Evaasecas
Jo, qué bonito.
Estoy escuchando la canción mientras te escribo. Y no sabes cómo te agradezco tanto la canción como el comentario.
Besazos.