Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

domingo, 1 de noviembre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (XII)

Al Gobernador Civil le conocíamos de un recital que dimos en Guadalajara. Estuvo presente, porque coincidió nuestra actuación con una visita suya allí. Al final del acto, nos felicitó muy cordialmente.
Entramos como elefantes, como una estampida de búfalos. Pedimos que se nos dejase pasar a su despacho, porque teníamos algo muy urgente que comunicarle. Así, de pronto, con trazas muy exigentes, con mucho nerviosismo.
Al principio, evidentemente, no nos hicieron caso y nos dijeron que teníamos que haber solicitado la audiencia, con dos días de anticipación, al menos. Yo tenía la sensación de que el tiempo se me acababa, así que empecé a no ser educado, Es que hace dos días no se había formado el cacao que tenemos encima. El funcionario que nos atendía, lógicamente, pensó que, o estábamos muy borrachos, o éramos unos visionarios, ¿Y dos chavales tenéis la solución? Continué haciéndome amigo suyo, ¿Acaso la tiene usted? Me miró molesto, decidió que ya estaba bien, No, pero esa es misión de los políticos, no nuestra. No estábamos para monsergas, ¿Qué dice?, si los políticos, los jefes, no todos, claro, nos han metido donde estamos; como los demás nos quedemos de brazos cruzados lo tenemos claro. El funcionario se vistió el uniforme de burócrata y quiso concluir la charla, El Gobernador tiene mucho trabajo y no os puede recibir. Pero yo, definitivamente, maleducado, casi grosero, no me di por enterado, No me haga reír, ¿qué trabajo puede tener hoy el señor Gobernador?, Permanecer en contacto con las autoridades centrales para ver si hay que adoptar alguna medida especial o algo así; además mucha gente tiene audiencia concedida, y a las dos tiene una comida con los representantes de... Me estaba poniendo nervioso. En mi cabeza se había fraguado un plan, necesitaba hablar con el Gobernador, No nos cuente su vida, además nuestra visita no le impedirá continuar en contacto con las autoridades centrales. Javier, que había aguantado en silencio, no pudo más, Eso, o nos deja pasar por las buenas, o pasamos sin su permiso; es algo urgente, coño, cómo quiere que se lo digamos; tan urgente como que puede ser algo más que un grano de arena para intentar ayudar a encontrar una solución. No pudo aguantarse más y gritó, ¡Que nos deje pasar! Pegó un terrible vozarrón. Vino un policía, con lo que la situación se complicaba. Adoptó una postura profesional, ¿Qué pasa aquí? Respondí a toda velocidad, supuse que era mejor que escuchara primero nuestra versión, Pues que este tipo no nos deja pasar a ver al Señor Gobernador, y es algo muy urgente, se lo garantizo. Javier, apostilló, Pero resulta que lo urgente, según el caballero, hay que preverlo con dos días de adelanto. No le dejábamos meter baza. El policía nos miraba alternativamente, di otra vuelta al tornillo, Y resulta que, como no somos espías de la KGB, pues no sabíamos que los yanquis pensaban invadir Rusia; ni siquiera somos dobles agentes al servicio de la CIA y al servicio del Reino de España, para haber avisado de tal situación. Nos miró profesionalmente, el funcionario había pasado a segundo plano, él era la autoridad y aquella decisión la tomaría él, ¿Tenéis alguna solución? Todos querían saber lo que pensábamos decir al Gobernador, y ellos no eran el Gobernador. Utilicé la grosería, ya decididamente, Pero ¿por qué cojones no nos deja pasar? Al final, el poli se rascó la cabeza. Miró al funcionario. Creo que valoraron que no seríamos ningún peligro. Supusieron que, como mucho, en unos minutos, el Gobernador habría tomado nota de nuestra idea y nos habría despedido. Todos tan tranquilos. Nos franquearon el paso. Supongo que hacían su trabajo. Que les pagaban, entre otras cosas, porque la actividad del Gobernador no se convirtiera en un rosario de visitas sin final.
El caso es que, al fin, estábamos allá dentro.
Era un despacho amplio y luminoso. Aunque aquel día, nadie se fijaba en esos detalles. Estábamos un tanto nerviosos, con alguna copa de más, y la discusión de la puerta no había sido, precisamente, un bálsamo, así que nos lanzamos contra el Gobernador con un verbo más que insolente. Él preguntó educadamente, ¿Qué deseáis? Fui directamente al grano, sin preámbulo, Venimos a comunicarle que pensamos montar una manifestación tanto si es legal, como si no. A pesar de todo lo que tenía encima, noté una leve sonrisa, y una mirada paternal, Despacio muchachos, que no está el horno para muchos bollos. Estaba dispuesto a escucharnos, pero a su ritmo, no al nuestro, Tranquilizaos y me lo contáis con calma, que tal y como están las cosas puede ser peligrosa la precipitación, ¿entendéis?, así que ahora, más que nunca, es cuando hay que tener los pies en la tierra. Aspiré hondo, sin saberlo, agradecí aquella postura, pero varíe mis pretensiones, Lo que queremos es su colaboración, más que su autorización. La actitud afable, aunque firme de aquel hombre, hizo que le planteara el tema desde otra perspectiva. Quizá no nos vendría mal una ayuda. Lo pensé muy rápido. Al principio Javier se extrañó, pero no dijo nada. Supongo que confiaba en mí, y, al fin y al cabo la primera idea fue mía, Perdone si hemos entrado un poco como elefantes en una cacharrería... Respiré hondo, me acomodé en el asiento, procuré hablar con calma, Formo parte de un Club Juvenil, y los miércoles nos juntamos para hacer un rato de oración, y había pensado que podíamos intentar que ese rato se convirtiera en una manifestación silenciosa con luces, antorchas, velas y una sola pancarta: “Jóvenes, salvemos al mundo. Gobernantes del mundo deponed vuestra actitud”; pero claro, una manifestación de ese tipo sólo en Euritmia sería poco eficaz, únicamente serviría para lavarnos las conciencias, poco más. A la vez que hablaba escrutaba el rostro del Gobernador que permanecía atento a lo que yo decía, no se mostraba contrariado, y eso era bueno, o eso pensé, Verá, conozco a varios jóvenes de otras provincias, que podrían organizar algo parecido en sus ciudades, es aquí donde entra usted. Le lancé mi propuesta con el tono más convincente que fui capaz, Si nos permite, telefoneamos desde aquí a estos chicos, y si les convenzo, usted intenta hacer lo propio con el Gobernador de allí; en resumen, se trata de que oigan la voz pacífica de los jóvenes como respuesta a los misiles y las bomba de neutrones; quizá sea utópico, pero me niego a esperar la destrucción de este planeta de brazos cruzados.
Lo había soltado todo de un tirón, pero creo que me quedó claro. Aspiré hondo, nuevamente. Aproveché que el Gobernador reflexionaba. Miré a Javier y vi que este asintió satisfecho. Quizá no fuera algo muy drástico, pero es que, en el fondo, nunca he sido muy revolucionario, por mucho que adoptara una pose medio ácrata. Remaché mis argumentos, aunque interrumpí los pensamientos de la autoridad, Se me olvidaba otra cosa, necesitábamos su colaboración para evitar que otros intenten llevarse el gato al agua: no queremos que lo manipule ni el Gobierno, ni la Oposición, ni la Iglesia; sólo queremos esa pancarta, por eso queremos que la policía nos ayude a evitar que haya otras, ya me entiende.
Al fin callé y el señor Gobernador, con una mano en su seco mentón, fue pensando en lo que le dije. Unos minutos después, respondió con una especie de sonrisa en los ojos, De acuerdo, creo que es poco práctico, pero tampoco parece dañino, ¿quién sabe?, además no estaría de más que la idea cruzara las fronteras. Mi idea comenzó a ser mejorada sustancialmente, ya no era mía, Qué os parece, digamos, una llamada al ministro, quizá conozcáis a alguien que conozca a alguien en Francia, o Italia, yo que sé. Asentí, Tengo un par de conocidos, en Madrid y Valencia, que tienen contactos en el extranjero, y no sólo en Europa, también en Hispanoamérica. A esos, es a los que primero que llamé. Era una suerte que siempre llevara encima mi vieja y torturada agenda. Javier y yo nos miramos. No sé lo que él pensó en aquellos momentos. Yo quedé un poco más tranquilo. El entusiasmo creció dentro de mí. Probablemente el que los jóvenes del mundo se unieran para manifestarse por lo mismo, no solucionaría nada. Pero, al menos, no nos habíamos quedado de brazos cruzados.
Comenzamos a manejar teléfonos. Incluso el funcionario que nos intentó impedir el paso, quedó sorprendido cuando, a una llamada del Gobernador, quien le solicitó el listín con los números del resto de gobiernos civiles del país, lo vio al aparato. Poco a poco, aquella chispa fue concretándose. Ya se me escapaba, pero no me importó. Sentí alivio, para ser sinceros. Los que tuvieran mejor capacidad de organización que organizaran. El espaldarazo definitivo fue cuando el mismísimo Ministro del Interior, tras escuchar al Gobernador, dio su visto bueno. Aquello no lo paraba nadie. Cuando el funcionario se enteró, me miró como pidiéndome perdón, un poco avergonzado. Preferí no decir nada. Me sentía emocionado.
Decidimos que la manifestación tenía que acabar en la puerta de la Catedral. Allí, tras unos minutos de silencio absoluto, pediríamos que el Señor Obispo hiciera una pequeña oración. No quisimos ni discursos, ni consejos, ni proclamas, ni cosas así, sólo una oración y nuestra presencia. Luego nos iríamos a casa. Previamente a la manifestación, para quienes lo desearan, decidimos organizar una vigilia de oración en la parroquia de San Emilio. Más que nada porque era bastante céntrica, grande y lo suficientemente alejada de la Catedral como para que se notara, cuando saliéramos, que estábamos en una manifestación, no de paseo por la ciudad.
Al señor Obispo fue muy fácil alegrarle con la noticia, pero muy difícil convencerle de que dirigiera la oración. No quería protagonismo. Todo se encarriló con prontitud. Ciertamente no había mucho más que hacer. Si se trataba de un milagro, nada mejor que intentar forzar el ánimo de la divinidad.

El rey volvería a hablar en veinte minutos. Toda España estaba pendiente. Muchos ayuntamientos, entre otros el de Euritmia, dado que mucha gente no estaba en casa, decidieron instalar megafonía. Fuimos hacia la Plaza, nuevamente. Lo que teníamos que hacer ya estaba hecho. Un par de notas a la radio y a la prensa. El señor obispo se encargaría de los párrocos. Creo que aquella mañana, entre otras cosas, entendí definitivamente lo de la progresión geométrica.

Al llegar a la Plaza notamos, de inmediato, que el ambiente había cambiado. Era una mezcla de expectación y miedo. Mucho miedo. Había dejado de nevar. Por vez primera, tras haber escuchado la infausta noticia, me empecé a dar cuenta de que la ciudad estaba muy bella, volvía a respirar. Cuando la gente nos vio, debieron de notar nuestra alegría, porque no dejaban de mirarnos, la mayoría con ojos de reproche e indignación. Algún conocido intentó adivinar la causa de ese cambio, pero la voz del rey comenzó a escucharse.
Españolas y españoles, vuelvo a dirigirme a vosotros en estas horas tan difíciles que estamos viviendo. Supongo que vuestro anhelo, al igual que el de la reina y el mío, es de que esta pesadilla acabe cuanto antes. Os garantizo que la Corona y el Gobierno, no hacemos más que trabajar en este sentido. Pero, lastimosamente, todavía no os puedo comunicar la solución del conflicto. Es nuestra grave obligación deciros que el peligro, aunque lejano, acecha. En situaciones como la presente es dónde se ve la grandeza de un pueblo. Y el nuestro es muy grande. Vengo a informaros de una iniciativa surgida en Euritmia, y que quizá, Dios lo permita, pueda parar toda esta locura. Desde lo más
profundo de nuestro corazón, la apoyamos y la alentamos. Por pequeña e inútil que parezca, puede ser un paso adelante. Así que hoy os convoco para que mañana a las doce de la noche llenéis la oscuridad con velas y antorchas. Sólo una pancarta en cada manifestación. Sólo un deseo: Paz. Cada organización conoce los detalles, a ellas os remito. Os pido al resto: partidos políticos, sindicatos, asociaciones, que no utilicéis ningún tipo de enseña o consigna. Sabed que el resto de Europa y probablemente en América, están preparando algo parecido. Mañana, si Dios lo quiere, os invito a todos a que en vuestras respectivas ciudades salgáis en silencio. No dudéis que vuestro silencio será escuchado y acompañado por el Planeta.
La Plaza estalló en una enorme ovación. La mayoría se encogía de hombros. No sabía por qué aplaudía. Yo sí. Javier también. Por lo menos una idea tan simple, nos daría la oportunidad de no quedarnos de brazos cruzados, de que los americanos y los soviéticos vieran que el mundo no sólo eran ellos. No sé por qué se me ocurrió. Lo más probable es que la idea revolotease por allí, mezclada entre los copos de nieve, y yo pasé justo en ese instante, cuando caía. Nada más.

Bajamos cada uno a nuestro hogar. Una extraña esperanza corría por nuestras venas. Todos se preguntaban de quién habría sido esa idea. Yo me olvidé del tema. Y le hice jurar a Javier que no se lo diría a nadie. Tampoco era importante. Lo importante es que fuéramos muchos. Y, a lo mejor, o, a lo peor, ni eso era importante.

7 comentarios:

catherine dijo...

Màs o menos de acuerdo con Pepe en el capitulo anterior; creo en la fuerza de Gandhi, manifestaciones pacificas. Gandhi logrò que los ingleses se marchen de la India, puès con los musulmanes la particiòn entre India y Pakhistan todavìa es un problema. Y Gandhi ya no estabà cuando su paìs obtuvò la independencia.
No se puede quedar de brazos cruzados, el silencio tiene mucha fuerza. Me acuerdo que unos amigos checos cantaban "we shall overcome" en 1969, y màs de 20 años màs tarde fueron sus hijos los que obtuvieran la libertad.
Quizàs en una novela la soluciòn serà màs ràpida, total y perfecta...

Amando Carabias dijo...

Catherine:
Eso es lo que impulsa a nuestro protagonista. Esa intuición de que a los ciudadanos de a pie les queda alguna posibilidad.

Amando Carabias dijo...

A sugerencia de Catherine

Isolda Wagner dijo...

Venía pensando, que a esta entrada le iba que ni pintada "We shall over come" y de pronto, ahí está.
Tantas reuniones de juventud con las guitarras y queriendo cambiar el mundo. Lo mejor de todo es que lo creíamos a pies juntillas,* aunque luego la vida se encargara de demostrarnos lo contrario.
Bueno tampoco es así, algunas manifestacciones multitudinarias sí han sevido para abrir conciencias.

Lo que es indudabble que la ilusión puesta en aquellos años de inocente ilusión frente a la vida, nos hizo crecer como personas y creer en la especie humana.
Relato evocador, Amando.
Besos utópicos, pero reales. (paradoja donde las haya)

* A pies juntillas, Catherine: creer en algo, sin lugar a dudas, a ciegas. Besos.

Amando Carabias dijo...

Isolda:
Muchas gracias amiga. Aquí más que ilusión, fue necesidad, escapatoria, huida...

Flamenco Rojo dijo...

El silencio, ese gran testigo de tantas y tantas manifestaciones pacíficas. El silencio, el ruido perfecto, ese gran aliado que nos enseña a escuchar, a reflexionar, a ser prudentes. El silencio, paz y tranquilidad.

Los gobernadores civiles, vaya personajes…más reaccionarios que Don Pelayo… ¿Sabéis que fue Mariano Rajoy, siendo ministro del interior, quien se los cepilló?

Un abrazo silencioso.

Amando Carabias dijo...

Flamenco Rojo:
Me encanta tu reflexión sobre el silencio. Lo sabes bien tú que has volado tan alto, sobre los cielos andaluces...

Sobre los Gobernadores Civiles... Al final del Régimen franquista, ya hubo algunos más humanos. En Euritmia, hubo un hombre buenísimo, lo digo en serio: alto, enjuto, afable... Que sí que nos conoció y nos saludó en Guadalajara aquella noche de recital poético, cuando nos trajimos una miel de la Alcarria que cada vez que la recuerdo...
¿O fue en Segovia?