Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

domingo, 25 de octubre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (XI)

Todos nos fuimos de clase. Empezaron a caer nuevos copos de nieve. Era como si también se marcharan de su clase algunos habitantes de la atmósfera.

Los bares estaban repletos de gente que había dejado todo, y bebía de forma precipitada y agria, mecánica y triste. Hasta los que llevaban mucho tiempo sin beber. No había risas, ni discusiones, sólo comentarios a media voz.
Fui a caer con Javier al Bodegón. Fue él quien pidió por mí, sabía lo que yo tomaría y se unió a mí, Dos copas de ginebra. El camarero nos sirvió, su rostro estaba tenso, Sólo cobramos la mitad de precio, De acuerdo. Tras haber ingerido el primer trago, sin mirarle a la cara, le pregunté en voz baja, casi un susurro, Javier, ¿quién tiene la culpa de todo esto?, Yo que sé, lo único que sé es que estoy acojonado; pero me da en las narices que los yanquis se podían haber estado quietos, ¿no te parece? Aunque lo que más me importaba, mi verdadera preocupación era otra, ¿Crees que el fin del mundo puede llegar de esta forma?, Pues hombre, visto así, lo mismo da igual: si tiene que haber fin del mundo, a lo mejor no importa cuál sea el método, lo mismo con los neutrones esos se sufre menos que en un terremoto, u otro diluvio universal, o un asteroide que reviente este planeta, pero me parece lamentable, porque esta gente va a acabar con nosotros sin que lo hayamos olido; fíjate en África, que en muchos sitios lo mismo ni se han enterado. Fijó sus ojos angustiados en los míos, que supongo compartirían el mismo tipo de brillo, Es que esto es de locos, joder; creo que ni en Estados Unidos quieren toda esta barbarie, pero como un paranoico anda suelto por la Casa Blanca. Pensé durante unos momentos en lo último que había dicho, no estaba muy de acuerdo, ¿Crees que los militares de allí no están de acuerdo?, pienso que habrán sido ellos los que habrán dicho que había que atacar.
Pasaban los minutos que nos caían encima, como losas de pedernal. Quiso ser ingenioso, Menos mal que son limpios, porque las bombas que tiran no manchan: sólo matan la vida, pero lo demás queda intacto. No le contesté, me dirigí al camarero que pasaba a nuestra altura, Otras dos copas, por favor.
El bar estaba repleto. La gente sólo bebía alcohol. Poco a poco el volumen del sonido iba subiendo. La tranquilidad del principio se iba acabando. Se veía venir que algo ocurriría. Varios exaltados, con más copas encima que los demás, o que les habían hecho más efecto, pidieron, y pagaron, botellas de Coca Cola y Vodka y las arrojaron en medio del pavimento, en la calle. Todos aplaudimos el gesto, aunque no dejaba de ser un signo más de nuestra elocuente impotencia.
Tácitamente, la bebida norteamericana se había prohibido, cuando la gente pedía un combinado, era de limón, naranja o tónica. Nunca con vodka, claro.
Uno no se dio cuenta, o pensó que una cosa no tenía que ver con la otra, y pidió una ginebra con Coca Cola. Cuando el camarero se la iba a servir, un grupo de gente lo impidió y arrojó la bebida contra la pared de enfrente. El individuo despistado iba a correr la misma suerte. Tuvo que implorar poco menos que misericordia. Algunos, algo más sosegados, aplacaron los ánimos. Aquellos pequeños conatos indicaban que la situación se tensaba por momentos. Lo dejaron en paz. La histeria, el vandalismo, la brutalidad podía hacer acto de presencia en cualquier momento. Quizá no estuviera de más que alguien controlara ciertos ímpetus. Como la situación no se tranquilizara en unos días, o en unas horas, la cosa podía acabar muy mal ¿Habría tantas opciones?
Nos dirigimos a la Plaza. Una turbamulta paseaba silenciosa, casi, sólo se percibía un murmullo, como el de una alameda mecida por la brisa. El helor era intenso, nos atenazaba. Volvía a nevar, pero nadie quería enterarse de nada. Nadie quería moverse de allí. Los bares estaban llenos. El trasiego de personas era impresionante. Los único que aquel día trabajaba eran los camareros, que, sin embargo, no bebían menos que los clientes.
Llegó un borracho dando voces. No es que estuviera borracho excepcionalmente aquel día. Era su estado habitual. No sé por qué, todos nos callamos para escucharle. Quizá porque voceaba, y los demás apenas musitábamos. Todos moriremos, y añadía con vehemencia y voz pastosa, Arrepentíos de vuestros pecados, pues hoy moriremos sin remisión; que Dios os perdone; los que hoy acaban con el mundo son los ángeles exterminadores que han salido del Paraíso para impartir la justicia divina, hartos de nuestro pecado. La voz se convirtió en un trueno, Llega la hora final, el último día, arrepentíos, no maldigáis a los instrumentos del poderoso brazo de Dios, acabarán, gracias a la espada de fuego, con todos los sufrimientos de la humanidad y pasaremos a una vida de paz eterna, que Dios nos perdone.
Y cayó, de pronto, fulminado, sobre la nieve. Un grupo nos arremolinamos ante él. Se oyó una voz que confirmaba nuestras sospechas, Está muerto, lo dijo tras alzar la cabeza que había apoyado contra su pecho inerme. Y otro, ¿Puede alguien llamar al médico y a un juez?
Todo fue rápido, como de pesadilla, como de película surrealista, como de teatro del absurdo. Aquella escena, ciertamente macabra, golpeó nuestro ánimo, fue un impacto seco y eficaz, contundente y directo. De alguna manera, aquellas palabras apocalípticas nos colocaron a todos en la situación de pensar. Sólo habíamos demostrado la desesperación. Pero alguien, desde el fondo de un río etílico, había dado un paso más: si esto se acaba, si llega el final, ¿qué pasa? ¿Habrá un después si el mundo acaba? Él opinaba que sí, al menos bajo la influencia del alcohol. Los demás, ¿qué pensábamos? ¿Acaso podría meterme en la cabeza de los que por allí deambulábamos, casi como los burros en la noria? Miraba los rostros, todos eran inexpresivos, impermeables. Quizá, la mayoría, como yo, no sabría la respuesta. En todo caso, como yo, deseábamos que así fuera, pero, esa duda, estaba más allá de cualquier respuesta. De hecho, y esa realidad es tan constante como la misma muerte, actuábamos, como si después de ella, la muerte, todo hubiera acabado. Lo demás, independientemente de las creencias o no creencias de cada uno, se difuminaba en una niebla difusa, inalcanzable, lejana. Para algunos era una esperanza tan honda, que, a veces, se convertía en certidumbre, para otros, era tan imposible, como que se pudiera andar sobre las aguas.

Nos fuimos a tomar otra copa por allí. Lo hicimos rápido, en silencio. Empezábamos a ser dos sombras de nosotros mismos.
Bajamos por la calle Imperial rápido. Dije, por decir algo, Esta tarde el recital. Me miró, No sé para qué. Me encogí de hombros, Hoy nadie sabe para qué hace nada, supongo que se trata de cerciorarse de que estamos vivos. Él seguía con su pesimismo a cuestas, o con su realismo, Pero lo nuestro es más ridículo: está a punto de empezar la tercera guerra mundial, y nos disponemos a dar un recital de poesía; tío, estamos muy mal. Seguí mostrando la misma tozudez que en casa, que en clase, no me resignaba a esperar de brazos cruzados el final, y daba pasos, poco a poco, para concretar mi actitud. Era algo extraño, pues mi razón me gritaba que la cosa se me escapaba de las manos, y que yo no podía hacer nada, pero, muy dentro de mí, notaba una poderosa fuerza opuesta, un irresistible impulso que me llevaba a resistir, Quizá no es tan descabellado, porque regalar un poco de belleza, es lo único que se puede hacer para que la gente muera un poco más a gusto, si es que vamos morir. Paró en seco, casi no me di cuenta y tuve que retroceder unos pasos para volver a su altura, cuando lo estuve me espetó, ¿Es qué no lo crees?, La esperanza, a pesar de todos los pesares, es lo único que no se pierde. Me miró con otra mirada, quizá descubrió que mi respuesta repetitiva, tenía una fuente oculta, Puede ser, pero creo que ya la he perdido. Le intenté sonreír, Venga, Javier, ¿no crees en los milagros? Hasta yo mismo me alucinaba de que mi garganta dijera tales cosas. Así que no me extrañó la mirada que me mandó, debió de pensar que andaba muy cerca de la locura, ¿Y tú?, Hoy no me queda más remedio. He de reconocer que le dejé un poco pensativo y, de repente me espetó, sin que viniera a cuento, ¿No os reunís los del Club ese los miércoles para rezar?, Sí, ¿Puedo ir mañana con vosotros?, Por supuesto. Se encogió de hombros, No sé porque lo hago, pero el caso es que puede ser la única forma de que no me dé por tirarme balcón abajo, porque lo que se acerca no lo quiero vivir, te lo juro. Lo miré con cariño, Eso nos pasa a todos, creo yo, no te atormentes, ¿Piensas que servirá para algo juntarnos unos pocos para rezar como viejas beatas? Era el momento de tener cuidado con las palabras, jugaba con fuego, pero me nacieron del pecho como una cascada, como sale el agua de una tubería rota, y sin saberlo él fue quien me puso en el disparadero. Hablé a borbotones, casi sin pararme para respirar, Creo que es ahora cuando tenemos que actuar todos los jóvenes y unirnos para convencer a los gobiernos para que cesen su actitud; quizá para ellos el mundo no tenga ningún sentido, pero para los jóvenes siempre lo tendrá, siempre será algo difícil, pero hermoso, y no me gustaría dejarlo, porque a unos mangantes se les haya metido en el coco; tengo tanta vida por vivir: me espera una mujer, o eso creo, me quedan todos los versos del mundo que escribir, quién sabe si alguna novela; no, no quiero que me echen de aquí sin antes haber intentado algo que lo evite; el mundo, a partir de hoy, puede ser nuestro.
Mis palabras ardientes quedaron flotando en el helado aire. Ni yo mismo entendía de dónde había partido tanta fogosidad en mi ánimo, aunque acordarme de ella, y saber que no la habría podido demostrar mi amor, me sublevaba. Javier se quedó admirado por mi verborrea, había superado con creces la intención de su pregunta. Supuso que en mi cabeza había algo, ¿Qué propones? Y, de pronto, a toda velocidad, fragüé una acción, que sabía desde el principio simbólica, incluso barruntaba que inútil, pero como vengo diciendo, yo sólo era un utópico idealista. No se me ocurrió otra cosa, así que, casi según lo pensaba, se lo conté, Conozco algún teléfono de gente que se mueve en grupos cristianos en prácticamente toda España, podíamos ser los catalizadores y organizar una manifestación unitaria con un lema que dijera más o menos “Jóvenes, salvemos el mundo. Gobernantes, deponed vuestra actitud”; seguro que se enteran en todo el mundo; mientras esto dure, podemos repetirlas cada día; que se enteren, por lo menos, de que nos destruyen por unos intereses bastardos, que ni nos van, ni nos vienen; que cuando abandonen este mundo, sean conscientes de que llevan clavado el aguijón de los jóvenes, porque nosotros ni les entendimos, ni les apoyamos, ni les temimos. Creo que enardecí su ánimo, ¿Cuándo empezamos? Mi cabeza, quizá accionada por el miedo y por el alcohol iba muy rápida, Mañana mismo por la noche; no, mejor esta noche, con velas y esas cosas.
Intentó levemente bajarme a la realidad, Pero necesitaremos propaganda, ayuda, permisos, yo qué sé. Yo ya estaba lanzado, y no necesitaba que me parasen, sino al contrario. Ni quería, ni tenía tiempo para meditar lo que se me ocurría, era una inspiración, ya habría tiempo para los matices.
Le agarré del brazo, como poseído, Vamos al Gobierno Civil, deprisa.

4 comentarios:

Isolda Wagner dijo...

Amando, tu relato, tan bien descrito, me transporta a los años en que creíamos que podíamos cambiar el mundo. Creo que casi todos hemos pasado por esas experiencias, casi místicas, en las que la fueza y el valor desmedido, nos hacía actuar como héroes; al menos en muchas ocasiones, nos sentíamos así.

Juventud, divino tesoro
¡ya te vas para no volver!

Rubén Darío lo dijo mucho mejor que yo.

Besos rejuvenecidos (con su puntito de nostalgia)

Amando Carabias dijo...

Isolda
Y por suerte se siguen repitiendo semejantes movimientos. ¿Recuerdas lo del muro de Berlín? Incluso, aunque sirvieron de poco, las veladas por la paz cuando lo de Iraq...

Flamenco Rojo dijo...

Supongo que todos lo hemos intentado alguna vez... Como quiera que todos conocíamos que la formula que utilizó Mahatma Gandhi por el mil novecientos cuarenta y algo, boicoteando productos ingleses y el efecto positivo que tuvo al obtener la independencia de India, a muchos nos dio en algún momento de nuestra juventud por boicotear los productos americanos pensando que iba a funcionar bien… Nada de nada… Recuerdo como un compañero de oficina que me doblaba la edad me dijo: ¿Qué le estáis haciendo boicot a los americanos? –Si claro- contesté yo. ¿Y el pantalón vaqueros Levis que llevas puesto que es ruso? Sin palabras me dejó…Afortunadamente ahora tenemos al frente de los EE UU a una persona racional y es impensable que pudiera ocurrir algo ni parecido al relato.

Amando Carabias dijo...

Pepe Gonce:
Para que el boicot funcione tiene que ser algo global. De nada valen los testimonios personales, es como cuando una mosca trata de molestar a un elefante.
Sí por suerte ahora tenemos a alguien con la cabeza en su sitio, incluso su corazón... Pero éste ha sustituido a alguien tan peligroso como el vaquero de segunda. O más. Bush la preparó parda, como decimos por aquí.
Tampoco sirvieron de mucho manifestaciones y otro tipo de acciones.