Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

domingo, 30 de agosto de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (III)

La clase del curso anterior. Nuestra odiada y añorada clase. Esos pupitres de madera no muy noble que guardaban, además de nuestros libros, nuestros secretos; quizá, también, algún poema, que era un trozo de libro que no se escribiría nunca: el secreto por antonomasia de nuestro corazón.
Nuestra clase de colegio de curas, de colegio de personas de clase media. ¡Qué definición tan ambigua! En el fondo, para muchos, era una mentira piadosa, y para algunas familias, un hermoso panteón donde sus ínfulas se sepultaban para siempre.
Allí, donde, diariamente, sufríamos el tormento de llenar nuestro espíritu y nuestro intelecto de conocimientos que, algunas veces, nos han servido de forma práctica... aunque tampoco la cosa fue tan dolorosa o traumática, como muchos han dicho, al menos para mí, porque, por lo menos, aprendí dos cosas: que en el mundo hay más gentes que uno mismo, y que dentro de mí anidaban tantas posibilidades como fuera capaz de encontrar, sólo tenía que buscarlas.
Allí, donde tímidamente empezábamos a conocer el existir de los adultos fuera de nuestras familias...
Allí, donde nos preparábamos para ser competitivos en este Planeta duro, difícil, disparatado...
Allí, donde las sensibilidad del espíritu se encauzaba hacia la religión... O donde la religión encauzaba buena parte de la sensibilidad del espíritu.
Allí, donde comprendimos y pasamos el cambio de la dictadura a la democracia, porque en nosotros mismos, en nuestro interior, se obró también aquella profunda transformación...
Era agradable recordar aquellos años placenteros, si se comparaban con el mundo universitario, que fue la primera muestra de la despersonalización en nombre de la ciencia y la cultura... Y por ser la primera, acaso la más dura, la que más marcas dejó. La que me dejó el regusto amargo del confuso marasmo, del anodino anonimato, de la estéril competitividad.
El colegio, en ese curso, había sufrido una cambio trascendental: el COU-INTERCENTROS. Era la unión de los colegios religiosos de Euritmia para luchar contra la huida de los alumnos a los Institutos, una vez llegados a este curso. Era una forma de abaratar los costes de las matrículas, probablemente ahorrándose parte del profesorado. Pero la parte empresarial del asunto para nosotros era tan invisible, que ni existía.
Se trataba de una antigua idea que se fraguó casi a la velocidad a la que se fragua el ámbar, y nuestra promoción fue la primera en que cristalizó tal idea.
Para mi propia vida, fue tan importante que, por no dejar el colegio, comencé a trabajar. Así, al menos en teoría, ayudaba a mis padres al pago de la audaz factura para nuestra economía. Pero sólo en teoría. Nunca me aceptaron ni una sola peseta.
Quienes formamos esa primera promoción, fuimos conscientes, desde el principio, de la importancia que tendríamos para el futuro. Por vez primera, en nuestras cortas vidas, seríamos protagonistas de un suceso que tendría trascendencia después de nosotros. Dicho de otro modo, desde el curso anterior, teníamos un poco de historia. Fue un año duro y maravilloso, en cuanto a las experiencias personales se refiere, que, por supuesto, endurecieron el resto de las actividades académicas y extra académicas.
Las chicas llegaron por vez primera a nuestro colegio, que incluso tuvo que afrontar cambios en la distribuición de algunos lugares, como la construcción de servicios y vestuarios acondicionados a la presencia femenina en un territorio secularmente masculino. Y este fue el verdadero y radical cambio para nuestros dieciseis o diecisiete años, ellas impusieron su belleza, su estilo, y sus formas. Unas veces, unidas a una gran profundidad, en otras, la unión era con la superficialidad más perfecta y plana. Es decir, que eran como nosotros, sólo que en mujer, lo que les dotaba de un plus de misterio, de un perfume de perfección, que nos atraía como hechizados. Muchas parejas ya formadas, se destruyeron durante el curso, como los azucarillos en el café; se formaron otras nuevas; para los cursos de letras, además, fue fundamental, aunque tantos años después, suene anacrónico, la experiencia vivida en las convivencias, como las llamábamos, de aquel curso, pero así fue. Allí un grupo de veintitantas personas nos conocimos un poco mejor.
No exagero, cuando digo que nuestra experiencia vital, o existencial era la de encontrar pareja.

Mientras me desperezaba en la cama, también recordaba los ratos pasados en los recreos, cuando el patio del colegio bullía de entusiasmo con las ganas de la adolescencia, que durante treinta minutos se expandía con fuerza. En el campo de baloncesto, unos cuantos de los más pequeños, se afanarían por atrapar su balón que, segundos antes, habría sido robado por alguno de nosotros.
Cada recreo lo mismo. Llegaba raudo al bar, Ramón, ponme una cerveza. El bar del colegio, aquel curso, también fue escenario de los cambios profundos, e impensables hacía un par de cursos, simplemente. Los curas cerraban las puertas, y los ojos, la mayoría de las veces. Se veían parejas. Incluso alguna solía estar de la mano, contemplándose con arrobo. Las mujeres ocupaban territorios tradicionalmente nuestros: las mesas de nuestras partidas a las cartas, las del ping-pong, la barra del bar... Con tantas personas, la atmósfera casi era irrespirable, los que no fumaban lo debían pasar bastante mal.

Ahora que escribo todo esto, tantos años después, me resulta chocante, pero era tal cual lo he descrito. Los aires de libertad políticos, los aires de libertad provenientes de la necesidad de competir con los Institutos, y la energía de nuestra edad, dieciséis, diecisiete años, hacía posible tantos cambios: fumar en las dependencias colegiales, no en clase, claro; consumir alcohol de baja graduación, vino, cerveza; jugar a las cartas. Para nosotros, la transición fue vertiginosa y honda, global y radical, pues vivimos tres al tiempo: la personal, la colegial y la política, nada menos.

Ramón era el encargado del bar, era amigo de todos nosotros y parecía no afectarle el aumento de su trabajo para preparar los bocatas, sobre todo, los de tortilla, que se llevaban nuestras preferencias. Claro, que esto último, lo del aumento de trabajo, digo, habría que preguntárselo a Teo, su mujer. Colocaba el botellín ante mí y me preguntaba con esa sonrisa especial, como de medio lado, ¿Y de pincho? Echaba entonces un vistazo a lo que veía por encima de la barra, Una banderilla... Aunque, a veces, la tentación era invencible, No, mejor medio de tortilla.
Precisamente en aquel lugar, en uno de esos momentos de humo, cervezas, cafés, gritos y tortilla, se gestó la idea de publicar un libro con mis mejores poemas. Mi profesora de Lengua tuvo la ocurrencia. En medio de aquella ruidosa turbamulta, una mariposa rozó mi corazón.
De pronto, al menos a mí se me pasaba muy rápido, se oía el silbato, era como el final de la libertad, el comienzo del suplicio.
Algunas veces, cuando escuchábamos ese sonido estridente y odiado, Felipe y yo éramos incapaces de volver a clase y nos íbamos. La conversación era rápida, en voz baja, casi siempre la misma, unas veces la empezaba él, otras yo, pero se repetía con cierta asiduidad, ¿Y dónde vamos?, Yo qué sé. ¿Al Horno?, Es lunes está cerrado. ¿Al Carro?, Venga, mientras haya jaleo en el patio. Acaba ya la cerveza, Voy, pesado.
La salida era veloz y arriesgada. La verdad es que, a esas horas de la mañana, tal y como estábamos, se hacía duro continuar. Salíamos corriendo, y, al final de la última clase, regresábamos a por nuestros libros... Si nos enterábamos de que la ausencia había sido notada, preparábamos justificantes falsificados, pero era más fácil falsificar los partes de asistencia, y fiarnos de que el profesor o profesora no los cotejara con sus listas. Alguno de ellos, no apuntaba nada en ellas, ni siquiera la pasaba. Jugábamos con eso. A algunas clases, por duras, cuesta arriba o áridas que fueran, no se nos ocurría faltar. Ni siquiera planteárnoslo.
Era una suerte haber crecido tanto. Ser jóvenes, por fin. Teníamos la sensación de que delante de nosotros se abría el futuro, y éramos los verdaderos depositarios de sus tesoros: nosotros, sólo nosotros.
Una vez en la calle, caminábamos con parsimonia. No nos importaba mucho que alguien nos pudiera ver. Los lunes la conversación era la misma. Normalmente empezaba yo el interrogatorio. ¿Qué hiciste ayer?, Estuve con Verónica. La respuesta me animaba a comportarme como si fuera un experto consejero sentimental, Pero, ¿te decides o no?, Yo qué sé. Felipe era mi mejor amigo. Al menos del colegio. Entonces creía que tenía muchos mejores amigos. Él era el mayor de varios hermanos. Era muy delgado, más alto que yo, aunque aquel curso menos de lo que lo había sido, pues yo había estirado más que él. Tenía un problema de dicción que, a veces, hacía complicada la comunicación con él. Para alguno de los profesores, casi imposible. Para mí, sin embargo, después de tantos cursos juntos, incluso físicamente, pues nuestros apellidos son casi contiguos alfabéticamente, no suponía ningún esfuerzo. Todo lo contrario. Además de las mujeres, o el sueño de la mujer perfecta, que era lo mismo, nos encantaba la política. Discutíamos de ella por discutir, porque también nos encantaba discutir. Muchas veces, tras una larga conversación repleta de circunloquios, sofismas, utopías, incorrecciones históricas, informaciones falaces y divagaciones desesperantes, su punto de partida era el mío de llegada, y a la inversa, con lo que, la disputa podía comenzar de nuevo, pero cada uno sustentaba la opción contraria que al principio. En teoría, él era moderado, y yo, más bien, lindaba con ciertas teorías ácratas, revolucionarias y románticas. Una especie de socialista utópico de finales del veinte. Un extraterrestre. Pero en España, por entonces, había más de uno. Por tanto, yo era un idealista, también en política, que jamás se había planteado, con los pies en la tierra, ninguno de los temas de los que hablaba. Sólo me había formulado dos temas en serio: la afición a la poesía y mi amor a las mujeres, o al sueño de mujer ideal, mejor dicho. Como se ve, dos cuestiones científicas y concretas. No había leído a Platón, pero sabía mucho de imágenes ideales. Y, sin darme cuenta, descubrí, poco después, que Aristóteles estaba más cerca de la realidad... Pero yo seguía aquella mañana, como tantas otras, a lo mío, ¿Qué tal os van las cosas?, Lo veo muy negro. Tras unos segundos de pausa, añadía, Unas veces parece que está a punto, otras parece que está a años luz, yo qué sé ¿Y tú qué?, mucho preguntar, pero no sueltas prenda. Me encogía de hombros... Cada semana era lo mismo.
La calle Arcipreste de Hita, hasta donde habíamos llegado calmosamente, estaba llena de amas de casa que aún realizaban su cotidiana compra en las carnicerías y pescaderías. Por entonces, las pescaderías sí abrían los lunes. En una calleja muy estrecha y muy corta, callejón Estrecheces, lógicamente, que sale a mano izquierda de la otra, muy cerca ya del Puente, existían dos bares.
¿Cómo en una superficie tan raquítica se puede despachar tanto alcohol? Euritmia, como buena parte de España, es tierra de bares. Sin embargo, en este negocio es rara la competencia desleal. Si uno para normalmente en una taberna, no es imposible que acabe en otra. Con lo que, cuantas más tascas, más negocio, o eso me parecía.
En el más pequeño de los dos bares, introdujimos nuestras gargantas ávidas de líquido rubio. Era muy pequeño y acogedor, por lo que se llevaba nuestras preferencias a esas horas matutinas. No hacía falta que nos consultáramos. Era indiferente quién pidiera. Siempre acertaba. Dos cervezas, ¿Qué os pongo de tapa?, ¿Hace una patata brava?, Vale.
Felipe, como siempre también, tras un breve sorbo, dejó su cerveza en la tosca mesa, se dirigió a la máquina de discos y puso una canción, quizá dos. El aire se llenó de melodía. Durante bastantes segundos, el silencio fue volando con las notas musicales hacia nuestros recuerdos más presentes...
Desde luego se hacía difícil entenderlo, sobre todo, si hablaba con la boca llena, ¿Tienes posibilidades reales con esa chavala? Antes de responder, bebí un largo y lento trago, le miré a los ojos, por ver si había escondido algo detrás de aquella pregunta tan simple. Al final, le respondí la verdad. Aunque no toda la verdad, No lo sé. No añadí que tenía miedo de saberlo, un miedo terrible a que me dijera que no. Él había tomado el relevo en lo que a consejero sentimental se refiere, y siguió contumaz, como si me devolviera mis impertinencias, ¿Y a qué esperas? Alguien más llegó a aquella taberna, momento propicio para desviar la vista y pensar en una respuesta no muy comprometedora. Ante el mejor de los amigos, se busca ocultar la verdad. Es poco práctico y un tanto ridículo, poco recomendable, en suma, pero, por ser nuestros amigos, los más entrañables, preferimos tapar la verdad, sin mentirlos, y cambiar de tema, o devolverle la pregunta, como un interminable partido de tenis jugado a la defensiva, ¿Y tú qué? También, antes de responder, bebió y me miró, Más o menos igual que tú. Nos reíamos ante la identidad de nuestros problemas. Nos reíamos, porque comprendíamos sin palabras lo que le ocurría al otro... Y la comunión en la desgracia, en la inseguridad y en el miedo, une mucho.
Poco después, cuando la Primavera abrió sus ojos, Felipe consiguió que Verónica lo tomara en serio, o Verónica consiguió que Felipe la tomara en serio, que esas cosas nunca se saben. Yo fracasé con la otra chica, la primera de aquel curso.

Pensaba en todos estos detalles, y en otros muchos, antes de levantarme de la cama para ir a mi clase de Magisterio, uno metros más arriba de mi casa: la Universidad estaba tan cerca, tan a mano, tan cotidiana, que nunca tuvo para mí ese encanto especial de algo nuevo y apasionante, como de aventura. Seguro que exagero, y probablemente, fuesen así todas las facultades, pero nunca me sentí universitario, qué le vamos a hacer. Por ello, quizá, es por lo que, tantas veces, me acordaba del curso anterior. Ese sí fue un curso espectacular. No existe palabra que lo defina mejor. Los profesores no se lo terminaban de creer. Dudo que haya habido otro como aquel. Si lo ha habido, no ha tenido algo irrepetible: nosotros fuimos los primeros, y eso, cuando bien, tiene un plus en el recuerdo de todos.

Comparaba a los compañeros de aquel curso, con los de éste. Poca diferencia, quizá el sentido de compañerismo que se perdía gradualmente. O de amistad. Pero era prejuzgar, pues casi no llevábamos ni tres meses juntos.

13 comentarios:

Beatriz Ruiz dijo...

Buenos días de domingo... o quizás debería decir... buena madrugada porque en Tenerife son las 5:37.

Amando, me he visto en la necesidad de mirar tu edad porque mis recuerdos no se correspondían con tu relato... Ahora lo entiendo, tengo cinco años más que tú...

Fíjate, en 4º de bachiller, que en los "Sagrados Corazones" se produjo un gran cambio, se les ocurrió admitir chicos en Cou, así que nos pasamos el año enamorándonos... en sueños claro. Que yo sepa, nunca salió nada concreto de ellos.

Por supuesto, todavía no se hablaba de política y menos mal que el ambiente de mi casa era bastante anarquista (un pedazo de Madre lo hizo posible), así que aquella represión del pensamiento era menos

Y ahora un atrevimiento de niña chica... Yo quiero un ejemplar para mi solita de "Mañana Amanecerá"...

Gracias amigo... Hace tiempo que me reconcilié con mi pasado, así que me gusta y mucho leer sobre él...

Besitos desde Tenerife y comprenderás que aún no sé si hoy lucirá el sol... seguro que sí...

Amando Carabias dijo...

Beatriz:
Pues esos poquitos años, en aquella época (por la época que fue y por los años que teníamos) son trascendentales para que los recuerdos sean diferentes. Te puedo decir que de aquel curso salió más de una pareja que aún continúa siéndolo. Y quizá porque el ambiente social ya había iniciado una senda diferente, los movimientos entre las parejas fueron constantes y muy públicos en algunos casos.
No en el de nuestro protagonista, un trasunto de lo que este escribidor quiso ser (como se irá viendo), que anduvo todo el año un poco perdido.

Venecia dijo...

Bonsoir D. Amando.

He leido demasiado rápido todo el relato y posiblemente que me haya perdido algún dato.
La culpa es del texto que me aparece en un mini bastante incomodo para el visionado.
Bon.. buceando en la memoria ,no encuentro que ocurriera nada especial en el COU que nosotros cursamos ,salvo que en mi caso me colé por D. Andrés, que era un profesor de Arte algo mayor pero que a mí me pareció siempre de dulce. Aquello fue relevante en mi vida estudiantil porque cuando terminé el curso ya había decidido matricularme en Románicas, Clásicas o Filosofía y Letras sólo por entrar en el mundo del Arte. Luego ocurrió que choqué contra un muro intransigente que no admitía que las mujeres saliesemos de casa si no era para coser , barrer la casa o lavarle el calzoncillo a su hombre. Tuve suerte porque algunos profesores interesados en mi curriculum ( entre elos D. Juan ,profesor de Lengua y bibliotecario de pro y mi adorado D. Andrés )intercedieron por mí y consiguieron que el muro me dejara estudiar al menos Magisterio. Sí, sí ..Magisterio,
pero en residencia de señoritas y bajo la tutela y custodia de la orden catedralicia . Me meterían en un convento con torno , clausura y entrada y salida por una iglesia muy vieja . Vieja pero con un boquete por el que nos escapariamos como los ratones en busca de nuestra ración de queso a eso de la hora bruja..jeje. Oj.. ¡Qué recuerdos D. Ámando !
Disculpe que me haya extraviado un poco ..Lo que si se me viene ahora es que en ese curso los alumnos nos moviamos con mucha más libertad que en los años de Bachillerato y que los profesores abandonaron la imagen de dioses del Olimpo que habían tenido desde el Elemental y pasaron del usted al tú como para prepararnos el cuerpo para lo que proximamente vendría a ser el mundo universitario.

Amando Carabias dijo...

Venecia:
Hablas de tiempos complicados, que cuando llegamos nosotros ya se habían clasurado, aunque no del todo. Todavía ciertas cosas se veían más propias de otros mundos sin duda perversos y pecadores.
Y sin embargo el COU, a lo que parece, se establece desde siempre como una especie de hito, casi, casi como un instante de iniciación.
En nuestro caso, en el caso de los protagonistas de esta novela, sobre todo el narrador, a pesar de haber comenzado Magistario, no era infrecuente que le asaltaran los recuerdos del curso anterior. Quedó en su corazón como una huella indeleble. Quizá porque la carrera universitaria la estudió en la misma ciudad, a pocos pasos de su casa.

Flamenco Rojo dijo...

Ácrata, revolucionario y romántico. Vaya tres patas pa un banco. ¿Y quien a esa edad no era un poco de las tres? Aunque yo a los 18 me afilié al PCE y ya sabes en aquella época y en otras los ácratas y los comunistas no "comulgaban" con los mismos principios. De estas diferencias nos podía dar una lección magistral nuestro amigo Ferran.

Amando Carabias dijo...

Pepe Gonce:
Ni entonces ni ahora. Lo que ocurre es que entonces el comunismo era una posibilidad plausible, aún existía el denominado socialismo real, y el eurocomunismo era una fuerza emergente. Desde mucho antes los movimientos anarquistas sólo se dedicaron a la violencia. Mi anarquismo, no era tal. O no era en el sentido por el que evolucionó el movimiento. Lo que yo denomino ácrata es más 'puro' y duró muy poco, como un sarampión. Si no me equivoco ácrata, en sentido etimológico, significa sin poder; es decir, mi pretensión era un sueño de alguien que aspiraba a que la responsabilidad de cada quien hiciera innecesario el ejercicio de la autoridad. Algo parecido a lo de la utopía que se comentó ayer.
Pero pronto me di cuenta, de que es radicalmente imposible en el ser humano semejante logro. Siempre habrá un 'aprovechado' que explotará a uno más débil. Al final el estado (de alguna manera) tiene que existir.
Y sí tienes razón nuestro amigo Ferran nos daría una buena clase.

Amando Carabias dijo...

Repaso lo que acabo de escribir y aclaro algo. Para Pepe y para otros no es necesario, pero cuando digo "Algo parecido a lo de la utopía que se comentó ayer", me estoy refiriendo a la entrada del domingo del otro blog, de "Pavesas y cenizas".
Lo digo por si alguien me lee aquí y no allí.

Anónimo dijo...

¡Qué tiempos aquellos! Es curioso Amando, también en mi colegio, se juntaron los cursos de Preu en un solo edificio.
Dejamos el uniforme y empezamos a fumar: ahí empezó nuestra segunda vida, la que nos tuvimos que hacer a la medida de cada uno, que finalmente fué la que escogimos y determinó nuestro futuro.

Lo dije en la primera entrega y lo repito: promete y será una magnífica historia.
Un beso escribidor. Isolda

Amando Carabias dijo...

Isolda
Bueno se confirman las sospechas. Aquel curso previo a la universidad, decidieron que no nos podían ocultar por más tiempo la verdad, y decidieron que ya habíamos sacado el título de adultos, aunque en el grado de aprendiz.
Esperemos que os siga gustando.

Marucha dijo...

Pues aquí,desde ciudad Madero,Tamaulipas:en México,leyendo sus relatos,y vaya,que se leen con interés.

Amando Carabias dijo...

Marucha
Bienvenida a este rincón. Espero que desde México te siga gustando la lectura de los relatos.

Marina Filgueira dijo...

Que interesante este relato- o -si no equivoco biografía. Pero… que bien se lo pasaban, con la nueva ola, de ser los colegios mixtos… Así que se preparaban, los justificantes falsificados, ¡Ay que picarones!... Amando, me está gustando mucho. Un beso.

Amando Carabias dijo...

Marina Fligueira:
Aunque hay datos autobiográficos, no se puede hablar de biografía.
Me alegra que te esté gustando.