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Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

domingo, 23 de agosto de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (II)

El grupo alborotador salía de la fiesta. La contemplación de sus mejillas delataba estrepitosamente la evidencia de la diversión. Se podría pensar en bailes y en saltos ¿Se podría pensar en bebidas consumidas subrepticiamente? A algunos, además, acaso, les descubrieran los ojos algo afiebrados, y, a los menos, la voz.
Aquella tarde, el grupo se había ampliado. En realidad eran dos grupos que se habían soldado por accidente, a causa de la fiesta, a causa de los normales flujos de las relaciones humanas, tan similares a las mareas. Y el nexo común era Gabi. El inefable Gabi. Las conversaciones tangenciales, de breves frases, como cortadas por una navaja, sonaban a diálogo cíclico, monocorde, reiterado. Ha sido genial. La respuesta, que por las palabras pudiera parecer ofensiva, en realidad, por el tono, era de confiada camaradería, No has dejado un momento a Noelia. El otro, que parecía ofendido, sin embargo, quería ser gracioso, Será porque me aburría en otro sitio. Pero la respuesta era contundente, y a la defensiva, O porque te lo pasabas bien allí. El desplante, conclusivo, Además, ¿a ti qué te importa?
Era domingo. Sin remisión, el invierno había anochecido hacía varias horas, al menos tres. Hacía frío. Un frío contundente, con premoniciones de hielo desgarrador. Instintivamente, nos arrebujábamos en las prendas de abrigo. Con esta pequeña acción, además de la protección y de intentar preservar el calor corporal, todos nos aislábamos. Los pensamientos propios, íntimos y secretos ocuparon el espacio que había estado abierto a los demás.
Los nueve dejamos la diversión para que el frío despabilara las mentes embotadas antes de llegar a los respectivos hogares, o eso dijimos. En aquel gesto mínimo, imperceptible por repetido, se escondía, también, el deseo de alargar el tiempo, que parecía dichoso, porque jamás sería recuperado; pero, entonces, no lo sabíamos; o no lo decíamos, que podía llegar a ser lo mismo.
Aquel grupo circunstancial lo formábamos a aquellas nocturnas horas dominicales tres parejas y tres solitarios que anhelábamos inaugurar un dúo. Ese era el problema mayor, o por decirlo filosóficamente: nuestro problema existencial era tener o no tener una chica a la que acompañar a casa con el robusto brazo por encima de su espalda, después de haber bailado muy pegados a ella, y, acaso, haber intentado besarla, o, mejor aún, haberla besado sin pudor y sin pausa. Eso era lo máximo.
De pronto, aquel grave problema existencial pareció pueril. Nos metieron en otro. Y ése, al que nos lanzaron, sí que fue existencial.
Fer, Fernando, y Noelia llevaban poco tiempo saliendo juntos, menos de seis meses. Lo suyo, según explicaban los que sabían, fue accidentado y curioso: Noelia dejó a Luk, Lucas, o Luk dejó a Noelia. Dependía de quién lo contara, la versión, el matiz, era uno u otro. Fer dejó a Olga, u Olga dejó a Fer. En este caso, realmente no se sabía muy bien; ni ellos mismos. Lucas desapareció del mapa: se fue a la mili voluntario, nada menos que dos años, algunos dedujeron que despechado y con Noelia. Lo de Olga..., bueno, lo de Olga fue distinto. Y Fer, solo de pronto, se encontró a Noelia, sola también...
Pedro y Alicia hacía dos años que eran novios. Tal palabra la utilizaban ellos mismos, sobre todo Alicia. Tanto tiempo, en el fondo, era una eternidad, casi una vida. Formaban una pareja extraña: él muy alto; ella muy baja. Las diferencias, cuando caminaban juntos, entrelazados, eran mucho mayores: parecía que él estirara más aún, o ella encogiera un poco...
Gabi, Gabriel, y Enma eran el dúo más reciente, a penas dos meses.
Pepe, Mario y yo andábamos perdidos, con nuestros deseos de compañía intactos y la soledad como única compañera cierta.
Noelia era morena; sus ojos me atraían por su profundidad verdosa, melancólica, como de valle umbrío, o de laguna oscura y misteriosa; su voz no me seducía menos, pues su timbre, para una mujer, era ciertamente profundo, pero acariciador y suave. Ella, en mis sueños más inconfesables, era una pantera juguetona y peligrosa, pero, ay, tan atractiva. Envidiaba, y él no sabía cuánto, a Fer. Él era alto, fuerte, con estructura de armario rocoso; pero esa fortaleza no resultaba amedrentadora, sino que su sonrisa amplia y ancha, blanca y eterna, lo convertía en una de las personas más afables con las que se podía estar. Por eso, y por la bondad de su corazón, era imposible que yo le odiara porque saliera con Noelia, simplemente le envidiaba.
Alicia, esa pequeña de pelo castaño enormemente largo, que le cubría la espalda, risueña como un amanecer de primavera, a mí se me aparecía demasiado infantil, casi como una muñeca de porcelana: su estatura, sus proporciones, lo nacarado de su piel, su risa de tonos agudos... Pedro me era ajeno. No por nada, sino porque no vivía en Euritmia. Su única relación eran algunos fines de semana esporádicos, aquellos justamente en los que Alicia no quería irse con él a solas. Ella sabría por qué. A lo mejor, tampoco lo sabía, sino que prefería, también, estar con nosotros. A pesar de su estatura, cerca del metro noventa, no parecía fuerte, sino que su extrema delgadez acentuaba más aún lo alargado de su cuerpo.
A Enma a penas la conocía. Lo único que puedo decir de ella es que me parecía tan tímida, que, la mayoría de las veces, me daba miedo hablarle, mirarle, incluso, a los ojos que parecían haber robado un pedazo de cielo. Gabi, el rubio literato, bohemio y soñador, perseguidor infatigable de ideales, uno tras otro. Y conseguía transmitirnos la sensación de que todos eran alcanzables, más aún, la mayoría de las veces nos situaba en la senda para intentar acariciarlos, al menos. Era, en cada cosa, apasionado como un tango. Apto como pocos para el liderazgo, y para la organización, daba igual lo que fuera: una revolución o una juerga. Casi todo lo organizaba y lo organizaba bien.
Pepe era inseparable de Gabi, como su sombra corpórea. El que éste anduviera con Enma, no le sentaba muy bien: se le veía sin norte, despistado. Se alegraba por Gabi, claro que sí, pero él andaba perdido, como si, de pronto, caminara por encima de las aguas, apunto de ahogarse. Pepe había asumido el papel del bufón que aparece en todo grupo, pero con la corrosiva y amarga hondura de los mejores bufones del teatro clásico. Una hondura que a mí, me desconcertaba, a veces.
A Mario nunca llegué a conocerlo muy bien. Además del ensortijado cabello oscuro, lo único que puedo decir de él es que era frío, muy frío. Y reservado. Más reservado que frío, aún. Sin embargo, se percibía que era la típica persona a la que se podía confiar cualquier secreto; y también se notaba que era de esos seres que si les pedías ayuda nunca diría que no.
Tras unos minutos de silencio, me acerqué al rubio, ¿Cómo van los ensayos? Varios de ellos, junto con otros que no estaban por allí aquella tarde invernal, formaban parte de un grupo de teatro aficionado. Cuando formar parte de un grupo de teatro aficionado, era una aventura semejante a una travesía por el desierto. Trabajaban mucho, casi a destajo, con gran ilusión. Llegué a formar parte de la compañía: fui el apuntador de su primera representación. Me contestó con un vago gesto, Tirando, dijo lacónico. Acaso se encogiera de hombros, resignado a la fatalidad. Yo, quizá, tuviera ganas de hablar, y, a pesar de la evidencia de la respuesta, no me conformaba, ¿Sólo? Él, entonces, se justificaba, El caso es que estamos muchas horas, pero siempre falta alguien; es casi imposible que coincidamos para poder ensayar juntos; sólo hemos estado todos el sábado pasado, porque, cuando no puede uno, es el otro quien viene; así se hace difícil. Como si le colocara un trampolín para que continuara, simplemente le respondía, Ya. Y él seguía, Pero en un par de meses estará perfecto para el estreno que será antes de las vacaciones de Semana Santa, ¿Sí?, Sí, hombre, sí; somos capaces de todo, aunque tengamos que ensayar todas las tardes. Me parecía imposible que en tan poco tiempo lograran tal proeza, ¿Y los exámenes? Me miraba, entonces, entre despectivo y conmiserativo, Siempre estás con lo mismo, parece mentira que no nos conozcas; seguro que nos sobra tiempo. Cambió su mirada que hizo más intensa, si cabe, Por cierto, ¿podrás ser apuntador otra vez? Obviamente, me halagaba la oferta, Sí, cuenta con ello; cuando tenga que venir a los ensayos, me avisas, Eso todavía tardará: para febrero, o así.
Sin darnos cuenta, estábamos en la Plaza, tibiamente iluminada, con muy poca gente. El frío, el día, la hora un poco intempestiva ¿Por qué no entramos en El Enebral?, propuso Fer. Entendí que allí pintaba poco. No me apetecía ser testigo de muestras de pasión, cuando a mí sólo me quedaba el vago recuerdo de su sonrisa envuelta en un fresco perfume de violetas, Me bajo a casa, dije como disculpa. ¿Tan pronto?, se extrañó Gabi. Al ser él quien me preguntó, supuse que quería comentar algo más de la obra de teatro. Aunque me extrañó, pues lo vi muy abrazado a Enma, y ella no estaba, aún, en el grupo. Así que acepté, por compromiso, para que viera que me interesaba el tema. Le sonreí, Bueno, pero la última y rápida.
Entramos en el bar. Era un bar con mucho ruido. Era el bar de un hostal que tenía el mismo nombre. Para mí, una ginebra con hielo, dije sin pensarlo mucho. No había bebido aquella tarde. Ni me acordé de tal cosa. Mis pensamientos habían navegado otra singladura, en la que, naturalmente, zozobré una vez más. ¡Serás burro!, me recriminó Noelia con una sonrisa, que devolví encantado.
Como había supuesto, allí pintaba poco. Interpreté mal la invitación de Gabi. Acaso fuera mera cortesía.
Se pusieron todos a lo suyo. Todos con su gente.
Fer y Noelia, en un rincón, nos demostraron lo que se querían. Enma y Gabi hablaban muy quedo, de vez en cuando se reían. Pedro y Alicia habían desaparecido. Pepe y Mario comentaban con amplios gestos extraños, grotescos, algo que no entendí.
Me había quedado solo, como todos los domingos. Ella se había ido temprano. Tenía un horario más restringido que el mío. Unas calificaciones calamitosas el curso anterior eran las causantes. Consumí sin prisas, pero casi sin pausas, mi ginebra transparente, sin prestar demasiada atención a lo que ocurría a mi alrededor...
Cómo me daba cuenta de lo que era la soledad. Cómo comprendía lo que era no tener a nadie. Te encuentras entre tus amigos y, realidad, estás solo... ¿Cómo me sentiría, cuando, ni físicamente, permanecieran a mi lado?
Acabé, obviamente, antes que ninguno. Me despedí, Adiós, hasta mañana. Me respondió el murmullo continuo del bar. Acaso, sólo oyera, al dejarlos, un hasta luego, apenas perceptible, supongo que de Gabi.

Una noche de domingo más, bajé por la calle Imperial rápido, y solitario, a causa del intenso frío, no porque tuviera prisa; ni miraba a las gentes que me cruzaban. Ésta era/es la vía más viva de toda la ciudad: siempre con bullicio, siempre difícil de recorrer a cierta velocidad. Adquirí la habilidad de esquivar a las personas sin perder mi paso, sin dejar que mi pensamiento se distrajera por los rostros que se cruzaban con el mío, sin quemar a nadie con mi cigarrillo sempiterno sujeto por los dedos índice y anular de la mano izquierda...
Pensaba en mis cosas. Pensaba en ella. Hablaba, en silencio, conmigo mismo, Otro día en blanco, sin haberle dicho nada. Si es que soy demasiado tímido, o demasiado cobarde. Parezco gilipollas, no me mates, mira que tenerla entre los brazos, bailando aquello, y callarme... Pero de mañana no pasa, seguro que de mañana no pasa.
Poco a poco, casi sin ser consciente de ello, me acercaba a mi hogar situado, al otro lado del Puente, en la calle de San Pedro, zona más que céntrica de la ciudad...

Sueños de joven recién arribado a esa edad, olvidada ya la adolescencia. Anhelos de quien vive incomprendido. O eso pensaba, porque, la verdad, es que la mayor incomprensión era la propia. Sueños de juventud madura, casi. Sueños que, inútilmente, aspiraban a ser la explicación más fiel, la única, de todo lo que ocurría en lo más íntimo y recóndito de nuestros corazones, cuando, en realidad, eran como los espejos de feria con los que tanto me reía en mi niñez perdida y casi olvidada: deformaciones cóncavas y chatas, convexas y alargadas de la verdad.
¿Cuál era esa realidad? ¿Cuáles eran los sueños que aspiraban a salir de nuestra cueva y pasar al mundo? Quizá sólo uno. Quizá nuestro motor aquellos años fuese que queríamos tener una mujer ideal a nuestro lado; la mujer perfecta, a la que buscábamos con dedicación compulsiva en cualquier mujer, en cada mujer; la buscábamos en la calle, en la clase, en los cines, en los bares, en los versos, en los sueños; la anhelábamos, sin saberlo, para que redimiera nuestra imperfección tangible. En consecuencia, íbamos de desencanto en desencanto, de golpe en golpe, de herida en herida. Poco a poco, con dolorosa clarividencia, comprendimos que esas mujeres, esos sueños, esos espejos de feria, por tanto, eran mitos y que habíamos de conformarnos con lo seres que nos rodeaban, tan imperfectos como nosotros mismos. Es decir, tendríamos que cambiar el modo de mirarlas, de acariciarlas con nuestros ojos... Sin embargo, era hermoso que la perfección existiera, a nuestro lado: imperfección sublime.

6 comentarios:

Isolda Wagner dijo...

Ese es el lenguaje de un chico de diecinueve años, que vive el día a día esperando, porque no hay prisa; la vida está por llegar, sólo se tienen ganas de amar y ser amado. Y uno hace locuras...

Qué te voy a decir Escribidor? enganchada me tienes, porque hay un transfondo pendiente, que muy sutilmente has apuntado.

A esperar tocan, pero te agradezco que el capítulo de hoy sea un poco más largo de lo habitual.

Amando Carabias dijo...

Isolda:
Realmente no será trasfondo, como irás viendo.
Una de las cuestiones 'estilísticas' (perdón por el palabro), que me ocupó durante la escritura y rescritura de esta novela, fue darle verosimilitud, incluso realismo casi magnetofónico, si me admitís la expresión, a los diálogos.
Como ya habéis visto el narrador concide con uno de los personajes, y si embargo el leguje del redactor y el del protagonista cuando habla son bien distintas

Beatriz Ruiz dijo...

Que tiempos aquellos Amando!!!... Cuanta desazón algunos días y cuantos sueños por realizar!!!.

Gracias de nuevo, amigo...

Un beso desde Tenerife...

Amando Carabias dijo...

Beatriz:
Es cierto desde luego. Qué tiempos... Y no sólo lo que dices. Más de una vez, en el mismo día pasábamos de la melancolía más depresiva al optimismo más alocado... Y sin que mediara ninguna sustancia de por medio. Así que cuando, como se relata en este fragmento, había algo de alcohol en sangre, ni te cuento.

Marina Filgueira dijo...

Está estupendo este primer capitulo, lo que le pasa al protagonista y a su pandilla, era y es habitual aún en nuestros días. Y seguirá siendo… Algunos chicos son más tímidos o reservados, y les cuesta intimar con una chica. Pero lo consiguen, a veces con un poco de ayuda, de estos otros que son más echaos pa lante.

Amando Carabias dijo...

Marina Fligueira:
Hay ciertas cosas que, por suerte, nunca cambiarán.